Homilía en el I Domingo de Adviento. Nuestro Arzobispo explica por qué celebramos los tiempos litúrgicos, qué significa el tiempo de Adviento y cuál es la actitud cristiana. Participaron fieles de Dúrcal y el coro de la parroquia.
Fecha: 27/11/2016
Queridísima Iglesia del Señor, Esposa amada de
Jesucristo, pueblo santo de Dios;
muy queridos Antonio Luis y demás sacerdotes
concelebrantes;
queridos hijos de Dúrcal y amigos todos:
Puede parecer que no tiene nada que ver, pero
leyendo las lecturas de hoy y pensando en este comienzo del Adviento, una y
otra vez me venía a la memoria una imagen de hace unas pocas semanas, que salió
en algunos medios de comunicación social, en una de esas poblaciones cristianas
de los alrededores de Mosul, en medio del fragor de la batalla, una de las que
habían sido liberadas por los pesmerga y por las otras tropas que estaban
luchando contra ISIS, lo primero que hicieron nada más volver a la ciudad, y la
foto era una iglesia antiquísima, como son la mayoría de las iglesias de Siria,
del siglo V o siglo VI, una iglesia semiderruida con el cielo abierto, el techo
estaba caído, las paredes estaban medio quemadas, y un pueblo cristiano
celebrando la Eucaristía; fue lo primero que hicieron al volver a ocupar…no sé
si era Qaraqosh, o una de las otras ciudades cristianas, porque Mosul era
una población fundamentalmente cristiana en Irak y muchos de los pueblos de
alrededor también. Y yo me preguntaba: ¿y por qué me viene a mi esta imagen si
en este tiempo lo que hacemos es prepararnos a la Venida del Señor? Y me venía
la imagen como diciendo: Dios es fiel, Dios es fiel. Es decir, nosotros,
nuestro mundo está sacudido por mil batallas, mil historias, mil cosas, pero
Dios es fiel.
Los tiempos
litúrgicos son tiempos donde nos ayudan a experimentar todos los aspectos del Misterio
de Cristo, que es nuestro Salvador y nuestro Redentor. Están todos, siempre,
todos los días. No es que en Adviento sea una cosa. Cristo es siempre todo. Cristo
es todo facetas, decía un Padre de la Iglesia: “Lo mires por donde lo mires,
como las perlas, te encuentras con la luz”, la luz que lo habita por todas
partes. Como esa luz es tan grande, la Iglesia, a lo largo del año, nos va
poniendo algunas de esas facetas delante de los ojos. La palabra Adviento
significa “Venida”, y en el tiempo del Adviento, de la Navidad, la Iglesia
trata como de educarnos a percibir la luz que hay en esa palabra, en ese
acontecimiento que es la Venida de Cristo a nosotros: la Navidad, el Nacimiento
del Hijo de Dios, el que el Hijo de Dios no haya considerado algo digno de ser
retenido su dignidad divina, sino que por amor a nosotros, por amor a ti, por
amor a mi, haya dado el salto a venir hasta nosotros.
Luego viene la
Semana Santa y el Misterio Pascual. Y en la Semana Santa celebramos el amor de
Cristo como combate con nuestros enemigos, con Satán y con la muerte. Y el
combate que había empezado al principio del ministerio público de Jesús –bueno,
empezó en el nacimiento con la matanza de los inocentes-, pero en cuanto Jesús
se da a conocer aparece el Enemigo y lucha con él, y Jesús lo derrota, derrota
la muerte y derrota a Satán. Y lo derrota en nuestra carne, es decir, lo derrota
por amor a nosotros y para entregarnos su Vida; entregó su Espíritu, dice el
Evangelista San Juan, que leemos todos los Viernes Santos.
Y en la
Ascensión y en Pentecostés celebramos la consumación de esa alianza que el
Señor ya hizo al venir a nosotros, esa alianza de amor que se consuma porque
después de la Ascensión, en Dios, está la carne y está para siempre; la carne
que ha vencido al Enemigo y en nosotros está sembrada la vida divina, y sólo
entonces se cumple aquellos de que serán los dos una sola carne: Dios y
nosotros, una sola carne. Y eso es lo que celebramos en la Ascensión y en
Pentecostés. Ahora celebramos la Venida del Señor.
Dios mío, el Salmo
que cantábamos era una salmo de peregrinación, que lo cantaban los judíos
cuando subían a Jerusalén y con el gozo de llegar a ver la Gloria de Dios en la
ciudad santa. “Ya están nuestros pies pisando tus umbrales Jerusalén”. Ese
canto lo hacemos nuestro. Sin la Venida de Cristo la vida humana sería una
sucesión de acontecimientos sin sentido: hoy toca esto, mañana toca esto otro,
el día tal examen, el día tal hay oposiciones, el día tal tengo que hacer no se
qué, luego tengo que ir al médico y una serie de cosas. Y cuando uno se quiere
dar cuenta, casi la vida se le ha ido entre las manos. Entonces, ¿y para qué
Señor?, ¿y quién soy yo?
Gracias a tu Venida
yo sé que nuestra vida es un camino hacia Jerusalén y vamos juntos. Las
peregrinaciones nunca se hacen solos o rara vez se hacen solos, o no son tan
provechosas cuando se hacen solos. Las peregrinaciones: un camino que sigue un
pueblo y como parte de ese pueblo, y uno llega, uno sabe que llega, entonces la
vida humana deja de ser un vacío sin sentido y se convierte en camino alegre
hacia el Señor, junto con el pueblo cristiano, junto con la Iglesia, justamente
gracias a tu Venida, Señor. ¡Y cómo necesitamos esa venida! Cuántas cosas en nuestra
vida son misteriosas, cuántas cosas son oscuras. Qué expresiva es esa imagen de
San Pablo: “¡Despertaos!”, que ahora está ya más cerca, puede ser noche…Yo me
imagino cómo habrán vivido los cristianos de Irak el tiempo que han estado
refugiados, lejos de sus casas, escondiéndose en cuevas por las montañas o en
casas de unos amigos en otros países, como podían. Qué oscura puede llegar a
ser la noche en el mundo por muchas luces que brillen. Y sin embargo, nosotros
sabemos que la luz viene. Si habéis hecho montañismo, me imagino que alguno de
vosotros lo habéis hecho por aquí por las montañas de la sierra, hay un momento
en la noche justo antes de que empiece ese primer gris marengo o azul muy
oscuro, muy oscuro, muy oscuro, que ya permite intuir que el alba va a llegar,
hay un momento donde hasta los insectos del bosque están en silencio, parece
que no existe nada, que todo es noche, en ese momento el alba está más cerca. Y
eso es lo que nos dice San Pablo: “¡Despertaos!, ¡despertaos!, que ahora está
más cerca la Venida del Señor que cuando vinisteis a la fe”. Claro que está más
cerca porque somos probablemente, no porque haya pasado más tiempo, o no solo
porque haya pasado más tiempo, que no es lo más importante, sino porque ahora
nos damos cuenta, a medida que pasa la vida y uno piensa: Señor, cuánta
paciencia a lo largo de la vida para que yo pueda comprender cuánto te necesito;
soy mucho más consciente ahora que cuando tenia veintitrés años, y fui ordenado
sacerdote por ejemplo, de la necesidad que tengo de Ti, de Ti para vivir, no
digo para ser un buen cristiano, o un buen sacerdote, o un buen Obispo solo. Claro
que para todo eso tengo necesidad de Ti, sin Ti no podría serlo. Pero para
vivir, para vivir como hombre, para poder amar el mundo en el que vivo, para
poder mirar a un ser humano y ser consciente de que tengo delante de mi la
imagen viva de Dios, infinitamente amada por Dios, con el mismo amor con el que
yo necesito ser amado y con el que sé que el Señor me ama.
Hay una frase
casi al final de Apocalipsis que es una frase también de Adviento: “El Espíritu
y la Esposa dicen ¡ven Señor Jesús!”. La Esposa es la Iglesia y el Espíritu que
está en Ella anhela la Venida del Esposo, anhela a Cristo. Anhela a Cristo.
Que en este
tiempo nosotros podamos decir: Ven, Señor, ven con su misericordia, te
necesitamos, te necesita este mundo, no sólo para que no haya guerras, y para
que todos podamos vivir, y para que los bienes de este mundo estén repartidos
con justicia y con equidad. Por supuesto, eso no sucederá si Tú no te
manifiestas y si nosotros no Te acogemos y nos dejamos invadir por ese amor con
el que Tú nos amas y con el que Tú nos has salvado y nos salvas. Sino, ven
porque Te necesitamos para poder vivir con alegría, porque Te necesitamos para
poder comprender que nuestra vida no es un sinsentido, que levantarse por las
mañanas es poder abrir los ojos a una luz que ya es regalo tuyo, que todo lo
que somos es regalo tuyo, pero que ese regalo Tú quieres cumplirlo, llenarlo,
llevarlo a su plenitud dándote a Ti mismo a nosotros.
Mis queridos
hermanos, nos preparamos en Adviento para celebrar la Navidad. Y es verdad que
la liturgia entiende la Navidad como una celebración de una boda, de una alianza
de Dios con nuestra humanidad, pero cada Misa es una Navidad, cada Eucaristía
es una boda en la que el Señor se une a nosotros, en la que todo eso que
celebramos a lo largo de todo el año litúrgico se cumple, acontece en un
momento y el Señor se nos da y se hace carne de nuestra carne y nosotros nos
hacemos cuerpo suyo, miembros de su Cuerpo, carne suya, carne de Dios, carne
del Hijo de Dios.
Mis queridos
hermanos, es sorprendente, es bellísimo, sobrecogedor, el don de Dios. Jesús le
decía a la samaritana: “¡Ay, si conocieras el don de Dios!”. Nosotros no hemos
hecho nada para conocerlo pero lo conocemos, aunque sea un poquito, si no no
estaríamos aquí.
Señor,
intensifica en nosotros (es lo que hemos pedido en la oración) el deseo de
salir al encuentro de Cristo que viene a nosotros, que quiere venir, que nos
suplica poder venir; es Él quien nos suplica venir, no porque Él nos necesita,
como nosotros muchas veces cuando amamos o decimos que amamos a las personas,
en realidad nos amamos a nosotros mismos y lo que las otras personas nos dan. El
Señor, no. El Señor no nos necesita, en absoluto. Nos ama porque nosotros le
necesitamos. Viene a nosotros, y se entrega, y entrega su Sangre, porque
nosotros Le necesitamos.
Incrementa,
Señor, en nosotros el deseo de salir al encuentro de Cristo que viene. Ese
deseo es la actitud del Adviento y ese deseo es ya una gran gracia de Dios.
Señor, que Te
deseemos, porque si Te deseamos, Tú cumples ese deseo siempre, siempre, siempre.
Esa es la única oración que jamás dejas de cumplir. ¡Ven! El Espíritu y la
Esposa piden ¡ven!. Ven, Señor Jesús. Ven a nuestras vidas, a nuestras casas, a
nuestras familias, a nuestros lugares de trabajo. Ven a este mundo, que es de
noche, que está a oscuras y que tanto, tanto, tanto Te necesita.
+ Javier
Martínez
Arzobispo de Granada
27 de noviembre de 2016
S.I Catedral