Homilía en la Eucaristía preparatoria a la Beatificación de 115 mártires de Almería, en la Causa Deán José Álvarez-Benavides y de la Torre y 114 compañeros mártires de Cristo, entre ellos 34 mártires granadinos o vinculados a nuestra Diocesis.
Fecha: 18/03/2017
Los fotógrafos suelen preferir para hacer fotografías las primeras horas de la mañana o las horas de la caída de la tarde, porque cuando la luz es muy plana, no hay sombras, y las fotografías salen como planas también, sin volumen, por así decir. Diréis: ¿Y a qué viene esto? Pues viene a que participar en una liturgia mozárabe es como ver la Eucaristía desde otro ángulo desde el que estamos acostumbrados a ver, por la sencilla razón de que la Eucaristía del rito romano la hemos visto tantas veces que es para nosotros como si fuera una realidad absolutamente plana. Es la misma realidad, su estructura fundamental es la misma. La escucha de la Palabra de Dios, la liturgia de la Palabra, después la liturgia eucarística, y sólo las formas de expresión son ligeramente distintas. Pero esa diferencia es como la luz de la tarde, la luz del amanecer, que nos hace ver incluso el significado de las lecturas de una manera diferente. Seguramente estas lecturas, la longitud que tienen, el hecho de que se encuentre todo en un episodio, como pasa también un poco en los domingos de Cuaresma en la liturgia romana, se debe a que en la antigüedad las mismas lecturas de la celebración eucarística era una forma de dar a conocer la Escritura a los fieles en sus textos más significativos al menos.
Las lecturas de este domingo de Cuaresma son, las tres, aunque nos sorprenda a nosotros el relato de la burra de Balaán y cualquier lectura del Libro de los Proverbios, y sin embargo, el relato de Balaán, que es una especie de… es parecido a ese tipo de relatos que aparecen dentro de la historia de la salvación, del Antiguo Testamento, en los textos narrativos de repente aparece la historia de José, forman como una unidad; o aquí estamos en la historia de la conquista de las tribus de Israel y seguramente había el recuerdo de cómo a un profeta pagano que estaba allí, pero que era un hombre de Dios, le pidieron que maldijera y fue incapaz de maldecir a Israel. Eso, en la memoria del pueblo contado generación tras generación se convierte en un episodio lleno de matices sabios y una experiencia de Dios bonita, la experiencia que el pueblo de Israel tenía de Dios.
Los Padres usaban muchas veces, nuestros Padres en la fe, los cristianos de los primeros siglos, usaban muchas veces este episodio y lo usaban para varias cosas. Una de ellas, para decir ‘los hombres a veces somos peor que los animales porque estamos llenos de signos delante de nosotros y no vemos los signos de Dios en la historia’. Aun con buena voluntad. El profeta Balaán tenía buena voluntad, Dios habla con él al principio del episodio y le dice ‘vete’ y decide no ir cuando Dios le dice que no vaya, pero, cuando le dice que vaya, él va con su burra tan contento pensando que aquello es una obra humana… por lo que los Padres usan este texto es para decir: Vio al Ángel de Dios por el camino y Balaán no veía más que a la burra.
Os parecerá una tontería, pero no lo es. Nuestras vidas están permanentemente llenas de signos de Dios. De hecho, todas las circunstancias de la vida son signos de Dios. En todas las circunstancias de la vida nos abre el Evangelio de Dios al camino, unas veces nos lo abre como abría las tierras de Canaán, en la conquista del Sinaí, otras veces nos lo cierra, nos lo pone muy estrecho, y nosotros cuántas veces no vemos más que a la burra, la apaleamos, o nos ponemos a querer dominar las circunstancias sin darnos cuenta de que Dios dirige todas esas circunstancias, dirige nuestra historia, hace con nosotros nuestra historia. Y esa historia es una historia de salvación.
Los príncipes de Moac, que es más o menos lo que hoy sería Jordania, la parte sur de Jordania, le llaman a Balaán para que maldiga a ese pueblo al que le tienen miedo, y era lo que hacían los reyes en los tiempos que eran profetas, que eran personas de Dios, que eran personas un poco ascetas, que vivían un poco apartadas, y les llamaban “dinos, dinos, qué es lo que nos dices de Dios”, le llaman para que maldiga al pueblo de Israel. Pero como Balaán fue un hombre de Dios y hace lo que Dios quiere, no maldice al pueblo de Israel, sino que lo bendice, y hace una descripción de ese pueblo (si tenéis el folletito, los que lo tengáis, podéis volver a leerlo), hace una descripción de la Iglesia; es un pueblo distinto, “no puedo maldecirlo cuando Dios lo bendice”, sus tiendas extiendas por el mundo. Es un pueblo distinto a todas las naciones. Y es una descripción sencilla, pero, al mismo tiempo, preciosa, de la Iglesia.
Ver la historia como Dios la ve, ver el mundo como Dios ve. Curiosamente, ese ver está en el centro también del episodio del ciego de nacimiento. El ciego de nacimiento es alguien que se encuentra con Cristo y pasa de la oscuridad a la luz, pasa de no ver a ver, pasa de ser ciego a acusarles a los fariseos, que a su vez se creían ellos que veían, que sabían, que son ellos los que no ven. Es un relato precioso, preciosamente construido. Aquel hombre que no ve termina de rodillas delante del Señor, y Jesús le pregunta: ¿Crees en ese hombre? Dice: Pero ese hombre, ¿quién es?, para que crea en Él; “soy Yo quien te ha curado”, y cae de rodillas ante Jesús. Y esa es la verdadera vista, conocer a Jesús, comprender a Jesús.
Es lo que pedíamos en el primer Domingo de Cuaresma: que comprendamos, y eso es convertirse; convertirse no es hacer propósitos con nosotros mismos para ser más buenos. Eso fracasa siempre. Convertirse es mirar al Señor, mirar su Misterio, sumergirse en su misericordia, acunarse en su misericordia, mirar su rostro de amor, ese punto de amor por los hombres, y pedirLe al Señor poder mirar el mundo como Él lo mira, poder relacionarse con las personas como Él se relaciona, poder amar al mundo como Dios lo ama, verlo con los ojos de Dios, ver todo con los ojos de Dios (mi familia, mis relaciones, mi historia, mis defectos, mis límites, mi temperamento, mis cualidades, a los demás, la Creación, absolutamente todo verlo con los ojos de Dios). Esa es la conversión. Y los ojos de Dios son ya unos ojos humanos, como el amor de Dios es un amor humano; el amor de Dios se hace humano en el corazón de Cristo y os ama con un corazón humano, apasionado.
Dios mira con los ojos de Cristo. Sumergirse en la vida divina, participar en la vida divina, es entrar en esa vida a través de la humanidad de Cristo, a través del Misterio de Cristo, de la belleza, del don de Dios para nosotros, en Cristo, que se cumple de una manera tremenda en los días de la Pasión y del Misterio Pascual.
Curiosamente, esa imagen del ver es una imagen de la fe, es una imagen de la vida cristiana. El ciego de nacimiento, lo mismo que la samaritana, o que la Resurrección de Lázaro son las lecturas que también este año propone la Iglesia, desde muy antiguo, para prepararnos a la Pascua. El conocer a Cristo, que es lo que sucede en el episodio con la samaritana, es beber del agua de la vida. Cuando Cristo abre el corazón, uno bebe de ese agua que nunca más, en un sentido, nunca más volvemos a tener sed, en otro sentido, cuanta más hemos probado, más sed tenemos de ella.
En el ciego de nacimiento es la luz, la imagen de la luz: ser cristiano es pasar de no ver a ver. Y ser cristiano nos dirá la resurrección de Lázaro es sencillamente pasar de la muerte a la vida. Todo sucede en Cristo, por Cristo, gracias a Cristo, en el Misterio de Cristo, en el Misterio de Cristo, en la Persona de Cristo, que es nuestro camino justamente para la vida divina.
Mis queridos hermanos, estamos celebrando esta Eucaristía (también son muchas cosas, pero justo eso es la riqueza de esta luz que nos da la liturgia de esta tarde) en memoria y como preparación a la Beatificación de esos 115, de los muchos miles de mártires que hubo en la persecución religiosa de España en el siglo XX, que van a ser beatificados el día 25 en Almería, de los cuales un buen grupo de ellos, 34 eran de la Diócesis de Granada y uno de ellos era no exactamente miembro del Cabildo del Sacromonte pero sí capellán del Sacromonte, y estaba enterrado aquí, y sólo hace mes y medio o un par de meses es cuando se ha descubierto dónde estaba su tumba, justo en una pequeñísima cripta que hay debajo de la tumba del fundador. Estaba allí enterrado.
Yo recuerdo (vosotros sabéis que no soy capaz de no citar a san Efrén si puedo) un pasaje del himno de san Efrén en el que habla justamente, era con motivo del traslado de unas reliquias, y cuenta la historia de su relación con Cristo, y cuenta la Pasión, y cuenta cómo el Señor le engañó en las estaciones… y efectivamente, la muerte le aconseja a Satán que mate a Jesús, dice: no sé si me da más miedo su muerte que su vida. Pero Satán termina: “Hasta los huesos de sus discípulos me hacen temblar”. Después de narrar el hecho de la Resurrección, dice, “hasta los huesos de sus discípulos me hacen temblar”. Eso describe el sentimiento de victoria de aquellos cristianos ligados al don del martirio.
El lenguaje cristiano por excelencia, el único lenguaje cristiano que no admite sustitución es el lenguaje del testimonio, es el lenguaje del martirio. Es el lenguaje que pone de manifiesto que Cristo es lo más querido en el corazón; que Cristo es lo más querido de la vida. Eso es lo que celebramos en cada Eucaristía. Eso es lo que sostiene nuestra vida cristiana. Eso es lo único que puede sostener nuestra vida consagrada y nuestra vida sacerdotal. Yo diría que el testimonio no es una cosa que se pueda aprender, en libros. Porque el testimonio sólo surge cuando lo primero es un testimonio del propio corazón, y es el propio corazón quien da testimonio de Cristo a nosotros mismos, cada uno.
Podemos tener defectos y podemos tener muchas limitaciones. Sin embargo, tener a Cristo en el centro de nuestra vida, y eso es cuando las lágrimas de un pecador dan testimonio de Cristo. Y en cambio, las virtudes perfectas de alguien que se siente perfecto, son vomitivas, nada más que el orgullo y la vanidad.
Quiero que entendáis justamente esto: que el martirio es lo indispensable cristiano, todo lo demás puede ser el aprendizaje de ciertas cosas, el conocimiento de ciertas técnicas, la sabiduría del mundo, la filosofía, la misma teología aprendida, en cuanto aprendida, puede ser aprendido de una forma como un guía de museo se lo sabe de memoria. Lo único que la Iglesia no puede prescindir es ser Iglesia de Jesucristo, es la de Cristo; la unidad de Cristo sobre nosotros, la unidad de Cristo sobre el mundo, el descenso que antes llamaba el testimonio del corazón; que Cristo sea en mi corazón realmente lo más querido. Y luego, a lo mejor, sigo teniendo defectos, pero llegaré por esos defectos. Y esas lágrimas, como la mujer pecadora que se acerca a Jesús y que lava sus pies con sus lágrimas, dan testimonio de que es mucho más grande su amor que sus pecados; es mucho más grande el perdón y cómo Cristo acoge ese amor.
Mis queridos hermanos, este lugar nace en torno a la memoria del martirio, independientemente de todas las discusiones de historiadores y así. Nace porque comprende que el martirio es esencial a la vida de la Iglesia. El martirio significa testimonio. No se puede pedir el testimonio de la vida, pero es la única palabra con sentido. La misma alianza con Cristo nos preside desde la Palabra del Señor total y plena, allí donde no hay mayor amor que el que da la vida por aquellos que uno ama. Y la Palabra se queda sin voz, se queda en silencio, y no dice nada, más que un “te quiero” que abarca el universo entero y la historia entera de los hombres. Y lo dice muriendo, no lo dice hablando. Lo dice muriendo. Y ahí está dicha toda la Palabra de Dios, todo lo que Dios tiene que decirnos.
Vamos a celebrar esta Eucaristía con gratitud. Con gratitud por ser hijos de una historia de hombres de Dios, una historia tan complicada en sus detalles como pueda ser la historia de Balaá, de la burra, y sin embargo, una historia presidida, erigida, tejida como un bordado precioso, por la misericordia, por la ternura, por la paciencia de Dios.
Que esta Eucaristía convierta en nosotros justo el apego a esa ternura y a esa paciencia de Dios, que es la forma en la que el Señor puede hacer que veamos todo con los ojos con los que Él nos ve; que abra nuestros ojos a la luz del amor infinito de Dios, de un amor a los hombres semejante al amor de Cristo que celebramos en cada Eucaristía y que celebramos esta tarde; un amor que es más fuerte que la muerte, y por eso, mártires han dado la vida por Él. Más fuerte que la muerte, y más fuerte y más grande que la vida, dando la vida por ese amor no se pierde nada, se gana todo.
Que ellos nos enseñen a vivir y a mirar con los ojos de Dios, y a vivir desde el corazón de Dios revelado y entregado a nosotros en Cristo.
+
Mons. Javier Martínez
Arzobispo de Granada
Sábado 18 de marzo de 2017
Abadía del Sacromonte