IV Domingo de Cuaresma. Ciclo C
Fecha: 21/03/1971. Publicado en: Semanario Diocesano Luz y Vida 628, 6-7
El evangelio de hoy -la parábola del Hijo Pródigo- es tan expresivo en su magnifica sencillez, que apenas un comentario podrá sino enturbiar algo su consolador y entrañable mensaje para todos los que -de una manera o de otra- nos hemos alejado de la casa del padre. Vamos sólo a subrayar un punto, que tal vez pasa más fácilmente desapercibido, y que puede iluminar el motivo y las circunstancias en que Jesús la dijo.
Con la pintura del amor del padre, que se goza de la “resurrección” del hijo que estaba muerto, y celebra su vuelta con un festín, no se describe sino el contenido de la primera parte de la parábola. Esta no termina con el regreso del hijo menor, sino que narra después -con una extensión casi igual a la de la primera parte- la reacción de disgusto del mayor de los hermanos, el que se había quedado en casa, y el cariñoso reproche del padre: “Convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado.” Cabría pensar que esta segunda parte es una añadidura, pero la identidad de tonos, la ausencia del menor índice de corte en la narración, obligan a pensar que se trata de una pieza única. La frase que hemos citado, que aparece en boca del padre al final de las dos partes, una vez dirigida a los siervos y otra al hijo menor, no hace sino subrayar esa unidad del relato.
¿Por qué la añadió Jesús? No cabe más que una respuesta: porque los hombres a los que la parábola iba dirigida se parecían al hermano envidioso. Esos hombres se escandalizaban de que Jesús tuviera entre sus discípulos hombres que habían sido pecadores, y murmuraban del Evangelio. Es precisamente el motivo que San Lucas aduce justo antes de narrar las tres parábolas de la misericordia, la de la oveja perdida, la de la dracma perdida y la del hijo pródigo: “Todos los pecadores y los publícanos se acercaban a El para oírle”, y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: “Este acoge a los pecadores y come con ellos. Jesús justifica su actitud con la parábola: El Evangelio es anuncio del perdón para todo el que se convierte. El corazón del padre Celestial se alegra cuando los pecadores hacen penitencia. No seáis vosotros duros, insensibles y envidiosos, sino alegraos más bien con el Padre y conmigo. Jesús tuvo que enfrentarse numerosas veces en su vida con ese tipo de murmuraciones, provenientes de las clases oficialmente piadosas del judaísmo. Hay incluso toda una serie de parábolas, en las que se contiene el anuncio del perdón a los pecadores, que se iluminan magníficamente desde que caemos en la cuenta que no iban dirigidas a los propios pecadores, sino a los adversarios de Jesús: la de los dos deudores, la del fariseo y el publicano, la de los dos hijos, las de la oveja y la dracma perdida.
Entendida así, la parábola del Hijo Pródigo no es sólo una deliciosa enseñanza sobre la misericordia de Dios, sino una justificación de la actitud de Jesús con los pecadores y del Evangelio. Los murmuradores deben escandalizarse menos de que los pecadores acepten la predicación de Jesús, y pensar en sí mismo, alejados en realidad del corazón de Dios. Os parecéis -les dice Jesús- al hijo mayor que tiene envidia de que su hermano vuelva a ocupar un lugar en la casa y en el corazón del padre.
Las palabras de Jesús fueron dichas en una situación concreta, con un motivo concreto. Reconstruyendo, en la medida de lo posible, esa situación y ese motivo, comprendemos mejor su sentido y su alcance.
F. Javier Martínez