Saludo de bienvenida a los participantes en el II Encuentro de Equipos de Pastoral Juvenil, organizado por el Departamento de Juventud de la Conferencia Episcopal Española, de la Comisión de Apostolado Seglar, junto con la Delegación de Juventud de Granad
Fecha: 28/04/2017
Bienvenidos todos a esta preciosa ciudad. La belleza de la ciudad suena mucho pero la Iglesia que hay en Granada es mucho más bella que la ciudad. Y eso os lo puedo decir por experiencia.
Quisiera poder decir algo que sea
significativo y he pensado que lo más significativo es el testimonio de mi
propia vida. Desde que recuerdo, he sido un crío con una curiosidad a 360º; al
que le gustaba –y al que le sigue gustando- todo en la vida. Cuando tenía 15
años en una película de Antonioni oí una frase que decía una de las
protagonistas a la que preguntaban “y a ti qué te gusta”, y ella respondía: el
whisky, esquiar y, además, todo. Y justo porque me ha gustado siempre la vida, y
me ha apasionado la vida, no puedo dar suficientes gracias porque justo al
comienzo de mi adolescencia, un sacerdote a quien comenté que había visto
precisamente la película, me dijo que también la había visto y merecía la pena
hablar de ella. Hablamos de aquella película durante un buen rato. Me iluminó.
Nos hicimos amigos de alguna manera. La diferencia entre él y yo era de 30 años
casi. Ese sacerdote fue ordenado obispo el mismo día que a mí me ordenaron
obispo, hace 31 años.
Qué puedo yo decir de cuál fue su
relación conmigo y con toda una serie de seminaristas en aquel momento, y luego
sacerdotes. Era alguien a quien nada de lo que a ti te importase le era ajeno.
A mi me gustaba mucho leer libros,
de todas clases. Soy consciente de que el hecho de leer muchos libros que él no
hubiera leído si no es porque sentía la necesidad de leerlos para poder hablar
conmigo de esos libros después.
Si estoy donde estoy es porque desde
los 13 años pude recibir en la Iglesia un tipo de afecto, lleno de respeto, lleno
de interés por todo lo que a mí me interesaba. Alguna vez me han preguntado: “¿Cuál
ha sido el principio clave de tu educación?”. Yo digo: Una cosa: que la
voluntad de Dios coincidía con mi felicidad y que si realmente estaba abierto a
la voluntad de Dios, aquello que mi corazón me mostrase como más bello, como
más pleno, como más verdadero, era lo que Dios quería para mí. Y por eso, en
definitiva, soy sacerdote. Y por eso el Señor ha querido después encomendarme
la misión de obispo, y al menos los 11 años que fui obispo auxiliar de Madrid
vosotros erais mi tarea, mi misión, mi pasión y mi afecto. Y os puedo decir:
“lo habré hecho mejor o peor… No me importa”. Eso sólo Dios en la última meta
lo juzgará. Sí que puedo deciros que no sé hacer otra cosa que acompañar. Eso
restringe el número. A quienes les importe mucho los números se han equivocado
de Encuentro, porque cuando uno se pone a acompañar te cabe en la vida la gente
que te cabe. Al Señor le cupieron 72. Hubo momentos de 5.000... Hubo momentos…
“como Cracovia”. Pero Cracovia vale la pena porque luego en una pequeña
realidad humana, que es el grupo de mi parroquia o que es el grupo de la
comunidad religiosa con la que he venido, de mi colegio, o de la realidad
eclesial a la que pertenezco, alguien se interesa por mí, alguien se preocupa;
y es capaz de leer en una conversación aparentemente banal un acento que se
insinúa y que muestra la amargura del corazón, que hay una herida, o al
contrario, que muestra un horizonte bellísimo que se abre ante los ojos de un
joven de lo que él quisiera ser, y de cómo quisiera él que se cumpliera su
corazón, que rebosase su corazón lleno de esperanza, de esperanza simplemente de
ser feliz, de que la vida cumpla sus promesas.
Si uno está atento a eso, y si uno
tiene claro que la voluntad de Dios para cada uno de nosotros es nuestra propia
felicidad; si uno tiene claro que efectivamente Cristo es la plenitud que yo
anhelo; si aquel sacerdote al que yo le conté la película que había visto
hubiese aprovechado la ocasión para echarme un sermón o para convencerme de lo
importante que era ser cura, o para cualquier cosa de ese tipo, os aseguro que
habría desconectado a los cinco minutos. La compañía requiere gratuidad;
requiere que uno no tenga objetivos sobre las personas; que uno no se sienta
parte de un programa; que uno no se sienta parte del proyecto de otro (aunque
ese otro sea una cosa muy buena, como puede ser una congregación religiosa, o una
institución eclesial, o un movimiento, o un grupo).
A Dios le importo yo. Ha sido Dios
el que ha saltado la distancia para acercarse a donde yo estaba. A san Juan
Pablo II le gustaba decir que Dios se ha hecho hombre para poder acompañar a
cada hombre y a cada mujer en el camino de la vida. Y en alguna otra ocasión ha
dicho: Y el camino de la Iglesia no puede ser diferente. Es decir, esto no es
una tarea para los jóvenes sólo porque sois jóvenes. Es que la Iglesia no es
otra cosa mas que una compañía para el hombre. Pero una compañía para que el
hombre sea plenamente hombre. Y sólo se es plenamente hombre en Cristo y desde
Cristo. Sólo Cristo permite amar lo humano, en tanto que humano en todas sus
dimensiones. Todas. Sin censurar ninguna. Ni el cuerpo, ni el saber, ni el amor
humano, ni los horizontes de la ciencia, ni las heridas, ni curar las heridas
que hay en nuestro corazón, en nuestra vida, en nuestra historia. Sólo Él es
capaz de reconciliarnos con nuestra historia, con nosotros mismos, con nuestro
pasado y con nuestro futuro.
Recuerdo una vez un universitario.
Estaba yo empezando a ser obispo. Era en el despacho de la capilla de Derecho
de la Universidad Complutense. Estaba hablando con un chico y me contaba una
historia familiar muy cruda, y en un momento me dijo: “Mi problema es que a mí
no me quiere nadie”. Le dije: “Es mentira. Hay alguien que te quiere. Te quiere
Jesucristo. Te lo puedo decir con toda seriedad y con toda verdad porque tengo
la experiencia de ello”. Él me dijo: “Y cómo puedo yo saber que Dios, que
Jesucristo me quiere si no hay nadie de carne y hueso que me quiere”. Le dije:
“Tienes toda la razón. Perdona. Te he ofendido con mi respuesta. Sólo te puedo
decir que te ofrezco mi amistad y si quieres, cuentas conmigo”.
Ni siquiera se trata de convertir a
la gente. El mundo de hoy está lleno de lógicas manipulativas. Casi todo el
mundo nos quiere vender algo. ¿Cuál es la diferencia cristiana?: que no vendo
nada, que me ofrezco por ti, que me importas tú, me importa tu vida, me importa
tu alegría, me importa que estés contento. Cristo ha venido para que tú puedas
estar contento. Y la Iglesia existe para que tú puedas estar contento. Esto se
juega vida a vida, drama a drama, persona a persona, corazón a corazón. No hay
otra manera de hacerlo.
Os pongo otro ejemplo de un
ecologista, que hacía un razonamiento sobre la tierra, hablando de la realidad
de la tierra y de la productividad de la tierra. Decía: si una cantidad
equivalente a lo que es el Campo de Gibraltar y una buena parte de la provincia
de Cádiz, por motivo de un tsunami o de una desgracia natural cualquiera, o de
gran un terremoto, se hundiese de repente en el mar, muchas de las
universidades del mundo se pondrían inmediatamente a estudiar cómo se puede
prevenir un próximo caso de eso. Pero si la misma cantidad de tierra que es el
Campo de Gibraltar se pierde cada seis meses en el mundo, porque en cada
hectárea de tierra que existe en el planeta perdemos un kilo, nadie será capaz
de hacer un proyecto… Sólo hay una manera de curar eso y es que cada uno
empieza a responsabilizarse de la hectárea de tierra en la que vive. Aquella
imagen me ha resultado sumamente luminosa.
Queremos la nueva evangelización y queremos
enseguida empezar por miles y miles. El Señor que amaba más la vida de los
hombres que la podemos amar ninguno de nosotros y no empezó por miles y miles,
y no quiso llegar muy pronto a miles y miles. Acompañó a unos pocos. Con
algunos estuvo una tarde, nada más, al principio. Muchos años después, San Juan
se acordaría de que eran las cuatro de la tarde cuando encontró a Jesús. Habrá
personas con las que a lo mejor no puedes estar más que unas horas, pero esas
horas pueden ser banales, falsas, o pueden ser verdaderas. Cómo miraría Jesús a
San Juan.
Señor, danos algo de esa mirada. No
podemos saltarnos la media hectárea de tierra en la que yo vivo, en la que
viven mis amigos, en la que vive mi familia. No podemos saltarnos eso para
organizar eventos en los que participe mucha gente simplemente por el número.
Estaríamos rompiendo la lógica de la Encarnación. La misión de la Iglesia es
acompañar al hombre. Pero al hombre sólo se le puede acompañar “a cada hombre”.
Si no, es una palabra vacía, es abstracto.
Me diréis: muchos de los jóvenes seguramente
no tienen interés por lo que tenemos que decirle. No se trata de que lo tengan.
Se trata de saber si nosotros tenemos interés por lo que ellos tienen interés,
y si nosotros tenemos una certeza de que cómo aquello de lo que ellos tienen
interés, aquello que aman, que les preocupa o que les duele, encuentra su luz y
su respuesta en Cristo. Si yo tengo esa certeza y soy capaz de amar el interés
que el otro tiene, estoy acompañando.
Que aprovechéis el día de mañana
todo lo que podáis y que disfrutéis mucho estando juntos, porque siempre es una
gracia de Dios poder estar.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
29 de abril de 2017
Salón de actos de la Facultad de
Ciencias UGR