V Domingo de Cuaresma. Ciclo C
Fecha: 28/03/1971. Publicado en: Semanario Diocesano Luz y Vida 629, 6-7
La forma ordinaria de ejecutar la pena de muerte en Israel era la lapidación. La legislación mosaica indicaba una serie de delitos que debían ser castigados así; por ejemplo, el libro del Deuteronomio dice del idólatra: “No le perdonarás ni le encubrirás, sino que deberás matarle, tu mano caerá la primera sobre él para darle muerte, y después la mano de todo el pueblo. Le apedrearás hasta que muera, porque trató de apartarte del Señor tu Dios, que te sacó del país de Egipto…” Una sentencia semejante le está reservada al blasfemo, al que viola el sábado, al hijo rebelde e incorregible, al reo de un crimen de lesa majestad, a la mujer que no es virgen al tiempo del matrimonio, y a la prometida que tiene relaciones con un extraño.
Sin embargo, en el caso de adulterio, la legislación del Antiguo Testamento habla sólo de pena de muerte, sin mencionar la lapidación. Esto ha hecho pensar a algunos que la mujer presentada a Jesús era una muchacha prometida en esponsales. Lo cierto, sin embargo, parece ser que, en tiempo de Jesús, la lapidación se aplicaba también en caso del adulterio; sólo más tarde, ya en época cristiana, las autoridades judías sustituyeron la lapidación por una estrangulación, forma de suplicio menos penosa, en todos los casos en que la Ley mosaica no determinaba la forma en que se había de llevar a cabo la sentencia.
Respecto a la manera de ejecutar la lapidación, estamos informados por las leyes judías, reunidas y ordenadas en la Mishna durante el siglo II de nuestra era; he aquí algunos extractos de esta legislación:
“Cuando la sentencia (de lapidación) ha sido pronunciada, lo sacan a lapidar. El lugar de la lapidación estaba fuera del tribunal, como está escrito: Sacan al blasfemo fuera del campamento (Lv. 24,14). Un hombre está a la puerta del tribunal con un lienzo en la mano, y otro, montado en un caballo, está a una distancia que le permita ver el interior. Si en el tribunal uno dice: “Tengo algo que decir a favor de mi absolución”, deben hacerlo volver, aunque sea cuatro o cinco veces, con tal que en sus palabras haya algo de sustancia. Si entonces lo encuentran inocente, lo dejan en libertad; de lo contrario, marcha a ser lapidado. Un heraldo va delante de él, diciendo: “Fulano, hijo de zutano, va a ser lapidado por haber cometido tal o tal delito. Fulano y zutano son testigos contra él. Si alguien conoce algo a favor de su absolución que se presente y hable.”.
“El lugar de la lapidación tenía una altura como dos veces la estatura de un hombre, uno de los testigos le da un empujón en los riñones, de modo que caiga vuelto sobre el corazón… Si muere (el testigo), ha terminado su deber; si no muere, el testigo coge la piedra y golpea con ella su corazón; si muere, ha terminado su deber. Si no muere, el testigo segundo coge la piedra y golpea con ella su corazón; si muere (el testigo), ha terminado su deber. Si no muere, lo lapidará todo Israel.”
F. Javier Mártinez