Homilía de Mons. Javier Martínez, en la consagración “Donación total” de A.C en el Instituto Secular Caritas Christi, celebrado en el convento de los Padres Agustinos Recoletos del Barrio de Monachil y concelebrada por el Delegado episcopal para la vida c
Fecha: 17/06/2017
Querida familia;
querida Ana;
queridos sacerdotes concelebrantes:
En la humildad de esta celebración, porque
estamos muy en familia, como se estaría como las personas que fueron a adorar
al Niño en Belén, como estaban también en la cruz: nunca había muchas personas
en aquellos momentos y, sin embargo, estaba sucediendo lo más grande.
Aunque seamos una pequeña familia, un pequeño
rebaño, aquí, sin embargo, está sucediendo lo más grande. Porque si el Hijo de
Dios se ha hecho hombre; si el Hijo de Dios ha querido sufrir todo lo que
sufrió en la Pasión y ha querido vivir una muerte humana, ha sido para darse
por entero a nosotros. Pero ese don, que culmina en Pentecostés, en el don del
Espíritu Santo, es para que nosotros podamos darnos a Él. Y eso es lo que Ana
hace esta mañana: donarse al Señor, para siempre.
Toda la historia de la Salvación no tiene otra
meta que el poder recibir esa donación de nuestro corazón, no porque Dios lo
necesite, no porque el Señor necesite de nuestro corazón (porque no lo
necesita), sino porque nosotros tenemos necesidad de darnos así y de vivir así,
por la experiencia de su Amor, por la experiencia de su don. Todo lo que
nosotros hacemos por el Señor es siempre respuesta a algo que el Señor ha hecho
por nosotros, siempre. Dicho en el lenguaje del Papa Francisco, el Señor nos
“primerea” siempre, se adelanta a nosotros.
Por eso, lo que celebramos esta mañana, siendo
tan importante para tu vida, que seguramente es el don más grande de tu vida,
es pequeño al lado del don que te hace a ti el Señor. Porque nuestra donación
no es siempre mas que una respuesta a un amor infinito, a una preferencia. En
realidad, lo que cantamos, por lo que damos gracias es por esa preferencia, por
esa elección del Señor, por esa gracia que es poder darse a Él. Vale lo mismo
para una ordenación sacerdotal, vale lo mismo para cualquier otra forma de la
virginidad consagrada. No es algo que nosotros hacemos por el Señor. El darle
mi vida al Señor es un don que el Señor me hace; poder darle mi vida al Señor
es un don que el Señor me hace, porque no hay plenitud mayor, no hay libertad
más grande, no hay, al mismo tiempo, seguridad más grande que poder descansar,
como San Juan, nuestra vida junto al Señor. Ese descanso tiene lugar siempre en
la Mesa eucarística de nuevo, donde el Señor se nos da, una y otra vez, un día
y otro día (misteriosamente, pero se nos da), y renueva el amor que sostiene,
que satisface, que hace desbordar nuestro corazón también de amor a Él y de
alegría.
Y hay un último punto, que yo no quiero dejar
de señalar. Y es que esa adoración sucede siempre en una compañía, aunque sea,
también en este caso, una compañía pequeña y humilde, pero es la compañía que
el Señor te ha dado, Ana, para hacer el camino de la vida, hasta que lleguemos
a Él. Todos tenemos necesidad de esa compañía, necesidad de la Iglesia. Pero la
Iglesia, luego, toma cuerpo, el misterio de la Iglesia se hace carne –por así
decir- en los distintos carismas que el Señor va suscitando en su Iglesia, unos
de una manera, otros de otra, como el Señor quiere en su designio providencial
para cada uno de nosotros.
Da gracias por tus compañeras, por tus amigas.
Son verdaderamente compañeras de camino. Y en cuanto compañeras de camino,
signo de Cristo. En ellas se hace Cristo
compañero de tu vida a lo largo del camino de la vida.
Que lo viva siempre con una alegría muy grande,
con una gratitud, un don y un regalo que el Señor te hace. Los regalos de Dios
no son cosas. Los regalos de Dios son siempre Él mismo. Es Él quien quiere que
Le tengamos. Pero quiere que Le tengamos no porque Él nos necesite, sino porque
nosotros Le necesitamos a Él, para vivir contentos; porque nosotros necesitamos
al Señor para poder vivir la vida desbordantes de alegría y de gratitud. Y su
gran misericordia es que se da a nosotros. Y se da a nosotros de tal manera que
suscita una respuesta de donación total de la vida, de donación total de tu
corazón al Señor.
Tú eres del Señor. Ya lo eras por tu bautismo, pero
eres del Señor de una manera nueva esta mañana, como esposa bien casada. Pero
el Señor es tuyo también de una manera nueva. Te pertenece. Es tu lote. “El
Señor es mi lote, mi heredad y mi copa”. “Me ha tocado un lote hermoso, me
encanta mi heredad”, eso lo puedes decir tú a partir de hoy de una manera nueva
con más sentido y con más plenitud.
Damos gracias por este regalo que el Señor te
hace. Damos gracias por la existencia de esta compañía preciosa con la que el
Señor te regala también. Y le pedimos al Señor que siempre podamos verLe unos
en los otros; que siempre podamos experimentar su Presencia a través de
vosotras, esposas del Señor, y al mismo tiempo, cuerpo bendito del Señor en el
que Él prolonga –por así decir- su Encarnación y su Presencia en el mundo, más
allá de los Sacramentos y mas allá de su Palabra. Sois la carne de Cristo. Sois
el cuerpo de Cristo. En vosotras se hace carne el misterio de la Iglesia,
Esposa y cuerpo a la vez. Esa es vuestra vida. Damos gracias por ella y Le
pedimos la podamos vivir en plenitud, y que sepamos ayudaros a vivirla en
plenitud y con una alegría desbordante, a todas vosotras, pero de una manera
especial a quien hoy hace su Donación, a Ana.
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Javier Martínez
Arzobispo de Granada
17 de junio de 2017
Convento de los Padres Agustinos Recoletos
Barrio de Monachil