Domingo de Ramos. Ciclo C
Fecha: 04/04/1971. Publicado en: Semanario Diocesano Luz y Vida 630, 6
Lectura del profeta Isaías:
Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento.
Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados.
El Señor Dios me ha abierto el oído, y yo me ha rebelado ni me he echado atrás.
Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba.
No oculté el rostro a insultos y salivazos.
Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido; por eso ofrecí el rostro como pedernal, y que no quedaré avergonzado. 50, 4-7.
Relata el evangelio de San Lucas que el día de la Resurrección del Señor, yendo dos de sus discípulos hacía Emaús, se les acercó Jesús sin que le reconocieran, y como la plática se dirigiese hacía las cosas que aquellos días habían sucedido, y como las esperanzas que ellos tenían puestas en Jesús de Nazaret se habían poco menos que desvanecido con su muerte, cuenta San Lucas que Jesús les dijo: “¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas!. ¿No era necesario que el Cristo padeciera y entrara así en su gloria? Y empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras.”
Uno de los pasajes que con más frecuencia se aduce como una profecía de la Pasión son precisamente los cantos del Siervo, de la segunda parte del Libro de Isaías, uno de cuyos pasajes es la primera lectura de hoy, y de los que ya hemos hablado varias veces. Ello se debe en primer lugar a que Jesús mismo se presentó en numerosas ocasiones como el Siervo de que hablan esos cantos. Si las gentes que oían su predicación y que habían tenido la oportunidad de presenciar sus milagros, y hasta sus discípulos, trataban de ver en él un Mesías triunfador y espectacular, Jesús insistirá al contrario en que el Hijo del Hombre debía padecer, ser entregado a los gentiles y dar su vida en rescate por muchos; al referirse a los cantos del Siervo, les hace ver que la Salvación y la Gloria no se dan, según la manera de obrar de Dios, sino a través del dolor y del sufrimiento.
Más tarde, los primeros cristianos, bien para explicar a los judíos el escándalo de un Mesías que había muerto crucificado, bien para comprender ellos mismos más hondamente el sentido de la pasión a la luz de las Escrituras, recurrirán con frecuencia a estos cantos; en el destino del Siervo, sobre cuyos sufrimientos se edificaba la salvación de muchos, que supo pasar por los ultrajes con la sola confianza puesta en Dios, no podían menos de ver una lección de lo que había sucedido con Jesús. Es esa lección la que los de Emaús, desalentados por los sucesos del Viernes Santo, no habían entendido. Como tal vez tampoco nosotros.
F. Javier Martínez