Homilía de Mons. Martínez en la Eucaristía en la Catedral en el XXIII Domingo del Tiempo Ordinario, el 10 de septiembre de 2017, sobre la corrección fraterna.
Fecha: 10/09/2017
Queridísima
Iglesia del Señor; Esposa amada de Jesucristo, Pueblo santo de Dios;
muy
queridos sacerdotes concelebrantes;
queridos
hermanos y amigos:
Las lecturas de este domingo son
monográficas. Tienen un tema muy concreto, muy explícito, muy importante, para
la vida cotidiana, para la vida práctica. Es el tema de cómo nos corregimos
unos a otros. Cuando estaba empezando a ser obispo recuerdo que el cardenal de
Madrid, que nos enseñaba muchas cosas, con su testimonio sobre todo, una vez le
oí una frase que se me ha quedado grabada y cada vez que oigo este Evangelio me
la recuerda. Decía: “Corregir es lo más difícil del ministerio episcopal”.
Tenía razón, os lo aseguro. He tenido treinta y tantos años para comprobarlo.
No sirve eso sólo para los obispos o
para los sacerdotes. Me doy cuenta que todas las relaciones humanas, desde
padres e hijos, marido y mujeres, amigos, compañeros de trabajo… en todas,
todas tienen esa dimensión educativa, porque estamos juntos unos con otros para
aprender a vivir. Y por lo tanto, inevitablemente, hay un aspecto educativo, no
en el sentido de que todos nos enseñemos a todos –que, si se entiende bien lo
de enseñar, todos estamos juntos y cerca para enseñarnos unos a otros, sin
duda-; pero, más que para enseñarnos, para ayudarnos a crecer unos a otros,
para ayudarnos a crecer como personas. Y crecer como personas es saber vivir,
sencillamente. Y por lo tanto, para enseñarnos a querer unos a otros. Si se
sacan las consecuencias de eso y se piensa hasta el fondo, resulta que todas
las relaciones son educativas, no están sólo los colegios para dedicarse a eso
y nosotros ya nos desentendemos. Si dos personas están cerca; si dos personas
son amigos; si estamos en un espacio en común; si estamos en una familia, es
para que podamos todos contribuir a que los otros crezcan.
Vamos a dar por supuesto que,
efectivamente, todas las relaciones –marido y mujer, padres e hijos, hermanos…-
tienen ese factor educativo, y por lo tanto entra también en toda educación
ayudar al otro a que crezca, o ser ayudado por el otro a crecer, entra el
factor corrección. Efectivamente, en la vida real lo más difícil sigue siendo
corregir, hasta corregir los padres a los hijos. Se pueden estar horas hablando
sobre lo que significa educar; educar para vivir. No hay recetas; recetas en
tres frases que yo me aplico y voy por la vida. Cada circunstancia, cada
persona, cada historia de cada persona, cada matrimonio, cada familia, forma
una constelación única en la que hay que aplicar unos criterios de juicio, unos
grandes principios y un discernimiento. Una de las cosas más bellas del
magisterio del Papa actual: recordarnos que el discernimiento entra en todo,
porque cada circunstancia o cada situación de la vida es única, y como es única
no se trata de aplicar recetas, sino que se trata de discernir, de ayudar. Y
con recetas para las relaciones humanas se va mal por la vida.
Dejadme que os dé algunos criterios
que os puedan ayudar en la tarea de las relaciones humanas, en este estar
juntos que tiene que ayudarnos a unos y a otros a crecer como personas mediante
esas relaciones. Repito, desde las de esposo y esposa, a la de padres e hijos,
o compañeros de trabajo, o amigos. Una es no dejarnos llevar por las pasiones
al corregir. Os puedo poner ejemplos: si uno ve que la otra persona está
haciendo algo mal y eso que está haciendo mal me llena de rabia y de ira, o me
llena de envidia, entonces le digo que lo está haciendo mal, pero quien me está
moviendo a mi es la envidia que tengo de esa persona, no voy a saber corregir.
Cuando uno corrige, aunque tenga razón, corroído de envidia o de ira no está
ayudando a la otra persona. Entonces, tenemos que esperar. Pedirle al Señor que
pase este ataque de envidia y de ira, y que le pueda decir.
Otro, que pasa mucho en nuestro
mundo. Cada vez que dos personas se acercan lo más fácil es que uno tenga una
idea de cómo esa persona es y de cómo le gustaría que fuera. Y en la familia,
el marido quisiera un tipo de mujer que ha pensado y que se la ha imaginado a
veces y que no se parece a aquella con la que se ha casado; e igual de
frecuente la mujer se ha imaginado lo que tiene que ser su marido. No es
infrecuente que la mujer se dé cuenta de que su marido tiene ciertos defectos y
la mujer, como es muy segura de sí misma, dice “yo le voy a cambiar”, y
entonces se dedica a querer que su marido se parezca a lo que ella se ha imaginado
que se parezca. Eso no funciona nunca.
Otra de las cosas que hay que
corregirnos cada uno a nosotros cuando nos acercamos a alguien con deseo de
corregir es no tener un proyecto sobre la otra persona. La primera condición
para corregir es reconocer al otro como es; la segunda, llamarle como es.
La corrección sólo funciona cuando
está en un contexto de amor. Es verdad que ahí los padres –y ahí es donde hay
que evitar engañarse, porque los padres quieren a los hijos, y quieren unos
hijos perfectos- se sienten justificados y como quieren mucho a sus hijos “voy
a hacer a mi hijo a mi imagen y semejanza”. No funciona, aunque los hijos sean
pequeños. No sirve meter al otro en un proyecto mío, querer hacer del otro lo
que yo quiero que sea. Hay que pedir al Señor que podamos reconocer al otro
como un bien como punto de partida, y desear su bien, el bien suyo, no el bien
que yo le deseo, no el bien que yo quiero, no el bien que yo quisiera que
fuese, sino el bien que Dios quiere para él; que Dios quiere para él siendo
como es, naturalmente, porque el otro entonces se siente usado. ¿Por qué nos
irritan muchas veces correcciones que nos hacen? No porque no nos demos cuenta
que son verdaderas o que tienen un motivo verdadero en la corrección, sino
porque me doy cuenta que en el fondo el motivo o era una pasión o era
introducirme en un proyecto que es de otro, pero que no es el mío, no es el que
Dios tiene para mí. Entonces, me defiendo, me protejo. Y al defenderme y al
protegerme, dejo de reconocer la razón que había de verdad en aquella
corrección que me estaban haciendo y no la acepto.
Nuestras relaciones se pierden mucho
en este tipo de cosas. ¿Tenemos que corregir? Sí, pero muy prudentes a la hora
de corregir. Tratar en la medida de lo posible, pidiéndoLe al Señor –y
necesitamos la ayuda del Señor para eso, y cuanto más queramos a las personas
más necesitamos la ayuda del Señor para eso- no dejarnos llevar por alguna de
las pasiones que envenenan nuestra relación y nuestro juicio sobre los demás.
No juzgar. Acoger al otro como es, sin juicio, y desear su bien. Y al final,
voy a la lectura de hoy de san Pablo, el amor; el amor es el ceñidor de todo.
Pero el amor no consiste en que querer al otro sea “mi tesoro”, a lo Gollum en
“El Señor de los Anillos” (y Gollum se empequeñece él a sí mismo. Gollum había
sido un hombre en su origen, pero por querer poseer el anillo de poder se va él
haciendo menos hombre y cada vez más animal).
Cuando yo no soy capaz de salir de
mí mismo y reconocer el bien del otro, y el destino del otro, y la vocación del
otro, eso a mí me empequeñece, porque yo no crezco en esa relación tampoco. Al querer
que el otro sea como yo, yo no crezco, ni le doy al otro la ocasión de crecer.
Al reconocer y amar el destino del otro, reconociéndole como otro, yo tengo que
salir de mí mismo, y entonces él crece y yo crezco. ¿Significa eso que cuando
hemos tenido todos estos cuidados uno hace una corrección y sale bien? Pues,
no. Porque cada ser humano es libre y yo puedo haberlo hecho todo
estupendamente bien y resulta que el otro responde a mi corrección con un palo.
Se espera, otra ocasión habrá. Es una ocasión de nuevo de crecer: tengo que
amarle mejor, probablemente tengo que tener más paciencia, o tengo que
renunciar a corregir en este campo porque no hay corrección posible. Eso es
otra manera de querer. Saber que eso no lo voy a arreglar, porque no tiene
arreglo. Y le pido al Señor que sea Él donde yo no llego que llegue Él, y que
no me ponga pesado para hacer que en lugar de hacer más posible una relación de
afecto buena, de amor, como estamos llamados a que sean todas nuestras
relaciones, que sea una relación cada vez más envenenada, cada vez más
distante, cada vez más llena de resentimiento. Las malas correcciones, sobre
todo dentro de la familia, generan resentimiento, y el resentimiento es un
cáncer del amor, impide el amor, lo frena, lo destruye, lo corroe por dentro.
Hay muchas más cosas en este
Evangelio de hoy.
Que el amor sea el criterio de todo
en nuestra vida. Y el criterio de todo es lo que más construya el amor. Si
estamos hechos para amar, si somos imagen de Dios, es porque somos capaces de
dar amor y de recibir amor. Eso no es espontáneo. El amor hay que cuidarlo; es
la flor más preciosa de la vida humana. Hay que cuidarlo, hay que pedirlo. Hay
que pedir al Señor que nos haga partícipes de su amor para que podamos darlo a
otros.
Vamos a proclamar la fe.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
10 de septiembre de 2017
S.I Catedral, XXIII Domingo del T.O