Homilía en en la Eucaristía de apertura del curso 2017-18 de la Universidad de Granada, con la participación de su Junta de Gobierno, docentes, personal laboral, alumnos y miembros de Pastoral Universitaria, en la Colegiata de los Santos Justo y Pastor.
Fecha: 23/09/2017
Querido trocito de Iglesia que se
reúne, que vive, que respira, que trabaja en nuestra querida Universidad;
muy queridos sacerdotes
concelebrantes;
querida Rectora, autoridades
académicas, profesores;
Estamos en familia. Celebramos esta
Eucaristía en acción de gracias y también en súplica por el curso que comienza.
Pensando yo ayer qué reflexión
podíamos hacer juntos esta mañana en esta Eucaristía me venía a la cabeza un
medio poema, medio oración que el joven Chesterton escribía justo en el momento
en que estaba viviendo la experiencia de su conversión, que se titula
“Atardecer” (debía tener 17 o 18 años). En un blog de notas escribió: “Está
cayendo la tarde y he vivido un día en que he tenido ojos y manos, y el mundo
entero a mi alrededor. Y parece que mañana puede empezar otro. Qué he hecho yo
para que se me hayan dado dos días”. El hecho mismo de estar vivos, de poder abrir
los ojos, de ver la luz y el color de las cosas, de ver vuestros rostros, esa
especie de milagro natural del mundo creado: el rostro humano. Es algo tan
fuera del mundo de los derechos que podamos reclamar; es de tal manera ya una
gracia, que el gesto más espontáneo justamente es el de gratitud, de admiración,
de sorpresa: qué he hecho yo para merecer que se haya abierto este día y que
estemos vivos y que podamos estar aquí unos delante de los otros. Qué hemos
hecho para merecer la vida que tenemos.
Empieza un curso y yo creo que
podríamos preguntarnos lo mismo: qué hemos hecho para que nos haya sido dada
una universidad con un mundo de posibilidades y de oportunidades de trabajo
bello, que puede ser extraordinariamente bello, para el bien de este mundo
confuso. Yo creo que justo la situación del mundo nos puede invitar más a tomar
conciencia de que todo lo que tenemos es un don, de que todo lo que tenemos es
una preciosa oportunidad para vivir, para dar gracias por ello. Pienso en la
enorme diversificación de los saberes. Es verdad que cada son a veces más
fragmentarios, más concentrados en un punto de la realidad. Pero también tengo
la conciencia de que a través de cualquier punto de la realidad uno puede
acercarse (si se acerca con los ojos abiertos) a la densidad del Misterio en el
que nuestras vidas están envueltos, por lo tanto al Misterio que sostiene la creación
entera y nuestro propio conocerla y nuestro propio vivirla. Posibilidades de
asomarse a realidades preciosas (la realidad es toda ella preciosa).
Posibilidades de relaciones nuevas, oportunidades de relaciones, que, si no la
vemos de una manera utilitarista, es decir, en función de nuestros intereses,
como nos invitan tantas cosas en la sociedad en que vivimos, sino de una manera
generosa, gratuita, agradecida también, diría yo con Chesterton, toda relación
es la posibilidad de un crecimiento.
Las instituciones educativas no
educan por los conocimientos que adquirimos en ellas. Educan por la posibilidad
que nos dan de crecer. Crecer conociendo el mundo, pero crecer relacionándonos
unos con otros; crecer en nuestra mismas relaciones; crecer como personas. Y
hacer así un mundo menos hostil al hombre, más bellamente humano, por el que
sea más fácil para todos dar gracias por las personas, por la realidad misma.
Parece que sería lo más razonable.
Lo más razonable es que todas nuestras relaciones fueran relaciones orientadas
justamente a ese bien común que es cuanto menos del crecimiento de todos los
que nos relacionamos como personas: crecer en nuestra razón, crecer en nuestra
libertad, crecer en nuestra capacidad de afecto, de afecto a los demás y de
afecto a uno mismo, de afecto a la vida. De la misma manera que parece muy razonable
imaginarse un mundo en paz, y sin embargo cuántas veces han dicho los hombres
“ésta será la última de las guerras” o “éste será el último de los conflictos”,
o cuántas veces han dicho y han escrito personas muy influyentes en la
historia, incluso de nuestra tradición occidental, “si todas las personas
tuvieran la formación necesaria, no habría conflictos”. No es verdad. Parece
que la herida del conflicto está tan profundamente arraigada en nuestro corazón
que por mucho que nos demos cuenta de que un mundo en paz sería un mundo mucho
más bonito, parece que nos resulta casi imposible. Los intereses envenenan
nuestras relaciones. Nos hacen no amable la vida, nos hacen que la vida muchas veces
sea una carga. Para mí, ya comprendéis, siendo pastor de una ciudad como
Granada, no puede no preocuparme la cifra pública que el número de suicidios es
superior al número de accidentes de tráfico. Y el porcentaje más alto se da
precisamente entre los jóvenes. ¿Señor, es porque les falta medios para vivir?
Pues, no. ¿Es porque no tienen la formación o posibilidades de conocimiento?
Pues, no.
¿Qué nos falta? Nos falta el sentido
de la vida. Nos falta esa esperanza de la que habla la primera lectura: el
mundo, la creación, nosotros vivimos como en dolores de parto, porque anhelamos
un mundo bello, un mundo en paz, un mundo en el que uno pueda dar gracias por
estar vivo, y por todo el mundo grande alrededor. Y por un mundo en paz. Y sin
embargo, no somos capaces de hacerlo.
Por eso, yo creo que es
extraordinariamente razonable (lo he pensado siempre) comenzar un curso que
quienes tenemos fe Le supliquemos al Señor esté presente; de que esté junto a
nosotros; que nos ayude a lo largo del curso; que nos ayude a cada uno en
nuestra misión (no es lo mismo la misión del equipo de gobierno de la
universidad que la misión de un profesor, o que la misión de alguno de los
servicios de la universidad o la de los estudiantes). Todos estamos llamados a
contribuir con nuestro granito de arena a ese mundo bello que nuestro corazón
anhela, porque nuestro corazón está hecho para esa belleza; nuestro corazón
anhela ese bien. Pero, tendría que ser obvio que no somos capaces de
construirlo nosotros solos. Necesitamos la ayuda, la Presencia, la Gracia del
Señor. Decía San Pablo, ni siquiera sabemos pedir lo que nos conviene,
necesitamos el Espíritu de Dios para que Él, dándonos la conciencia de la
filiación divina, nos ayude a vivir como
hijos libres de un padre amoroso, como hijos libres de Dios, que gastan su vida
en un gesto de amor que abarca toda la vida para hacer de ese mundo una casa,
un lugar habitable, un lugar humano, y para hacer de la vida un espacio, un
tiempo donde podamos dar gracias a Dios por todo, por todas las circunstancias
de la vida.
Si yo tuviera que resumir en una
frase todo esto que estoy diciendo con tantas palabras, ¿qué le pedimos al
Señor? Que cada uno de nosotros, al menos los que estamos aquí, el Señor nos
conceda que nuestra presencia en la universidad sea una presencia buena. Ser
una presencia buena en un mundo tan conflictivo, tan tenso, a veces tan
crispado, como en el que vivimos. Ser una presencia bondadosa, ser una
presencia buena que los demás puedan conocer por un motivo o por otro que cada
uno de vosotros sois un bien para la vida de los que os rodean; que cada uno de
nosotros somos un bien, un regalo, una gracia en la vida de quienes tenemos
cerca.
Eso es lo que podemos pedirLe al
Señor. Creo que cuando pedimos que nos salga bien una oposición o que en un
congreso sea la comunicación que más ha triunfado o reconocida en la vida… si
pedimos cosas de ese tipo, nunca tenemos la garantía de que Dios nos vaya a
escuchar. Y a veces es mucho mejor que no nos escuche. Pero si Le pedimos,
Señor, nosotros quisiéramos ser un poco signo de tu Presencia, un signo de tu
Amor en el mundo, un signo de tu Bondad, ser una presencia buena allí donde
estemos (si queréis, se puede resumir en la oración de san Francisco: “Que
donde haya odio pueda poner yo amor”; “que donde haya tristeza pueda yo poner
alegría”; que donde haya desesperanza pueda poner la certeza y compañía de tu
Presencia buena); si Le pedimos esa oración, el Señor la escucha siempre.
Que nos la escuche a todos. Y que
nos conceda curso en el que a final de curso no estemos sólo deseando que
lleguen las vacaciones, sino que podamos dar gracias por el curso que termina
igual que hoy las damos por el curso que comienza.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
23 de septiembre de 2017
Colegiata de los Santos Justo y
Pastor
Eucaristía de inicio de curso
2017-18 de la UGR