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Un nuevo curso, ocasión de crecimiento

Homilía de Mons. Javier Martínez en la Eucaristía de inauguración de curso académico 2017-18 del Centro de Estudios Superiores “La Inmaculada”, celebrada en la iglesia parroquial de dicho Centro de Estudios.

Fecha: 04/10/2017


Esta celebración es una ocasión en la que se despierta nuestra imaginación, se despiertan también nuestras ilusiones, nuestra esperanza. Siempre es como una oportunidad, algo que, independientemente cómo haya sido el verano, o qué esperemos de ese curso, pero siempre es una etapa nueva, una oportunidad que se nos da. Y por lo tanto, es bueno reunirnos, para dar gracias al Señor porque empieza un nuevo curso; es bueno reunirnos y dar gracias al Señor porque queremos que ese curso sea una ocasión de crecimiento. De crecimiento en conocimiento (seguro que aprenderéis un montón de cosas a lo largo del curso), pero, sobre todo, en crecimiento humano.

 

Siempre que los seres humanos estamos juntos es una oportunidad para crecer, y para crecer como personas. Y en ese sentido, nos iluminan las dos lecturas que acabamos de hacer: la del Evangelio por un lado y la de la Carta de San Pablo a los Corintios por otro. Crecer como personas es crecer en el uso de la razón, es crecer en una cierta consistencia que uno desea tener frente a las movidas de la vida. Y este curso (no podemos olvidarlo) empieza en un momento en que se nos hace muy patente en que el mundo en que vivimos es muy inseguro, muy frágil, muy volátil en muchas cosas, en vías de cambio que no sabemos muy bien en qué dirección pueden ir. Justo el tiempo en que vivimos pone muy de manifiesto (no es sólo la situación en España, ni de Cataluña, aunque es esencialmente grave), hay muchas situaciones graves en el mundo en que estamos. Hace unos años se hablaba de la “cultura líquida”. Hoy he visto yo el anuncio de un libro que habla de la “sociedad gaseosa” (ya ni líquida). El Papa suele decir “la Iglesia es un hospital de campaña” en medio de ese mundo. Es verdad que uno busca referencias y las referencias implican siempre un cierto esqueleto, una cierta solidez. No a lo mejor muchos conocimientos de muchas cosas (esos pueden estar todos en Wikipedia), sino una cierta solidez de saber quién es uno, de saber para qué está uno en la vida, de saber qué significado tiene el mal, o la enfermedad o la muerte; y sólo si sabe eso, se sabe qué significado tiene trabajar, o qué significado tiene levantarse por las mañanas, o vivir. ¿Quién soy yo?

 

Yo os voy a dar dos referencias, no os voy a responder a esas preguntas. Pero creo que cuando estamos juntos, siempre estamos juntos para ayudarnos en las respuestas a esas preguntas. No nos las hacemos así, porque esas preguntas son muy filosóficas, o la gente no se las hace en ese lenguaje, pero uno quiere saber qué hace aquí. Y el no saberlo hace la vida muy prestosa al resentimiento, muy pronta para llenarse de resentimiento, y de amargura y de tristeza. Y no estamos hechos para eso. Estamos hechos para estar contentos. Y eso significa tener algunas respuestas básicas. Yo, desde la clave de las Lecturas, una es lo que dice el Señor en el Evangelio: “El que tenga sed que venga a mi y beba”. La fiesta de los tabernáculos judía, la fiesta de las cabañas, era una fiesta justamente del otoño para pedir el agua. Y en el día más solemne de la fiesta, dice el Evangelio, da Jesús un grito y dice “el que tenga sed que venga a mi y beba”, porque, como dice la Escritura, “de sus entrañas manarán torrentes de agua viva”. Son metáforas, evidentemente; son imágenes. Pero son imágenes profundamente reales. Todos tenemos sed. Y yo no conozco ningún ser humano con el que me haya encontrado en profundidad, de poder tener una cierta conversación, que no tenga sed. De Cristo manan torrentes de agua viva.

 

La misma noche del domingo yo recibía un whatsaap de unos amigos de Barcelona, y me decían: “Ha sido un día muy difícil para todos nosotros. En nuestra comunidad hay chicos que son independentistas y chicos que no lo son. Son jóvenes, adultos; hay personas que son independentistas y personas que no lo son. Y sin embargo, hemos podido experimentar que la Presencia de Cristo, el escucharnos unos a otros, nos hacía posible estar juntos. Pedir juntos por el bien de todos. Que no pusieran nuestra manera de pensar en cuestión ni nuestra amistad ni nuestro afecto mutuo. Y eso con la oración y con la Gracia del Señor ha sucedido”. A mí me da una alegría inmensa. Y decía: Que las cosas el Señor no las hace a lo grande, sino que la historia cristiana empezó también con un grupito de personas y no estaban allí los periodistas; allí no estaba nadie pero estaba sucediendo algo importante. Ese “algo importante” puede suceder cada día, porque en Cristo hay fuentes de agua viva para saciar mi sed. Y uno puede decir ¿y dónde está Cristo? Si está, siempre hay personas. Yo he dicho siempre que la Gracia de Dios tiene siempre nombre y apellido, rostro, ojos, una mirada, carne y hueso. Es la forma en que el Señor nos acompaña, la forma en que el Señor se hace presente en nuestras vidas, y sacia nuestra sed, no siempre porque resuelva las cosas como nosotros queremos que la resuelva, pero sí porque nos da la certeza de que no estamos solos y nos devuelve a la gratitud por el hecho mismo de vivir.

 

En este verano, los últimos días de agosto, alguien me dejó leer una cosa que escribió Chesterton en un block de notas, recién convertido, con 16 o 17 años. Y decía: “Termina un día, y en este día me has dado ojos, y me has dado manos, y un corazón y el mundo entero grande alrededor mío. Y mañana viene otro. ¿Qué he hecho yo para merecer que me sean dados dos?”. Me parece una conciencia de la gratuidad de todo y de que sólo el hecho de estar vivos tendría uno mil motivos de dar gracias y de estar contento.

 

Los amigos, las personas que tenemos cerca, hasta los maestros… Porque en una clase de matemáticas podríamos no tener que hablar sólo de matemáticas. No digo que haya que dedicarse a dar sermones. Pero hay una manera de mirar, hay una manera de estar juntos, hay una manera de aproximarse a la asignatura, y sobre todo de aproximarse a los alumnos, y de establecer la relación profesor-alumno de un modo determinado que hace que uno salga de clase contento, con más conciencia, y que uno sabe que con esa persona siempre podría preguntarle, decirle. Que hay una complicidad que va más allá de la materia de la asignatura, sea matemáticas, sea la que sea. Y eso es lo que nos hace más fácil dar gracias.

 

No censuréis vuestros deseos, no censuréis vuestra sed. No tratéis o de apagarla o de olvidaros de ella. No censuréis lo que de verdad vuestro corazón anhela. Porque lo que vuestro corazón anhela en lo más hondo siempre es bueno. Está puesto ahí. Ese deseo siempre está puesto ahí por el Señor. Es siempre la verdad, es siempre el afecto, es siempre amor, es siempre algo bello, especialmente una vida bella, unas relaciones bellas entre nosotros. “El que tenga sed que venga a mi y beba”. Ésa es la primera consigna para el curso.

 

Y la Lectura primera hablaba de un Cuerpo y de que todos somos miembros unos de otros. Somos muy distintos. No hay ser humano que se repita. Somos seres humanos únicos. Cada uno es una riqueza única. Que el curso y el estar juntos, en las clases, en los recreos, en el barrio y en la cafetería, y luego irse al cine juntos, sea una ocasión de reconocer que el otro es siempre un don, sea quien sea. Que la otra persona es siempre un regalo inmerecido, porque nadie merecemos a otro, como no nos merecemos a nosotros mismos, somos un regalo que el Señor nos ha hecho a nosotros mismos, pero merecer a otro jamás. Y el tener a otra persona al lado es siempre un regalo inmenso de Dios. Que podamos aprender eso. Y el otro puede ser fastidioso a veces, y también sigue siendo un don. Quien me hace la vida difícil es un don porque me da la oportunidad de amar, de aprender a amar como yo soy amado. Eso me lo enseñó una madre que había adoptado un hijo paralítico cerebral profundo y yo confirmé a aquel niño en la catedral, y lo celebramos después en un restaurante por todo lo alto. El niño no hablaba y no habla. Todo el mundo decía que se iba a morir (lo adoptó con 6 o 7 años; yo lo conocí con 14 o así, y ahora tiene 27 o 28). El día de la Confirmación su madre me decía: “No le digo D. Javier que no haya llorado muchas noches y que haya preguntado al Señor por qué” (les habían dado a elegir a ella y a su marido, y no quisieron, y les dieron justamente un niño que, cuando yo le conocí, con 13 o 14 años, se sentaba en un sillita de bebé y había que darle de comer con una pajita). Decía: “No le digo que no haya llorado muchas noches y haya preguntado al Señor por qué, pero, por otra parte, estoy llena de gratitud, porque este niño me ha enseñado a mi lo que nadie más podía enseñarme, ni siquiera mi marido, y es a querer como Dios me quiere a mi”. Y esa es una de las pocas lecciones importantes que a mí me han dado en mi vida. De las pocas lecciones teologías que a mi me han dado en mi vida, así: en vena.

 

Esa persona que te pone dificultades, esa persona que la ha tomado contigo, también es un bien…, no lo hace uno por fuerza de voluntad, lo hace uno si está bien acompañado. Es en esos momentos cuando uno necesita más buscar una compañía que pueda realmente ayudar. Pero, poder reconocer que el otro es siempre un don y que el designio de Dios es siempre un designio bueno. Cito a Péguy. En una obra de teatro, sale Dios, se pone Dios a hablar y una de las cosas que dice es: “Dos mil años enseñándoles a los hombres lo que era el bien y lo que era el mal, y luego vino mi Hijo, les contó aquella historia del padre que tenía dos hijos y uno se largó de casa y destrozó todo, y todo lo que yo había estado enseñando me lo desbarató todo, porque, desde entonces, ya saben los hombres que todas sus historias terminan en abrazos”. Qué manera más preciosa de decirlo. La vida puede tener momentos duros, difíciles, complicados, noches oscuras, cañadas, pero sabemos que todo es para un designio  bueno y que esta historia termina siempre en abrazos.

 

Vamos a darLe gracias al Señor y que sea un curso bonito donde realmente podamos crecer en beber del agua que sacia nuestra sed y en acompañarnos unos a otros en el camino, de forma que nos podamos reconocer unos a otros como un regalo, un don de Dios, único, precioso siempre. 

 

+ Javier Martínez

Arzobispo de Granada

 

4 de octubre de 2017

Iglesia parroquial del Centro de Estudios Superiores “La Inmaculada”

 

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