Homilía de Mons. Javier Martínez en la Eucaristía con la Policía Local celebrada el 10 de octubre en la iglesia parroquial del Sagrario.
Fecha: 10/10/2017
Muy queridas autoridades;
queridos mandos innúmeros de nuestra
Policía Local (especialmente querida para mí, la mayoría de vosotros ya lo
sabéis pero es que soy hijo del Cuerpo, y no me importa repetirlo cada año,
porque siempre pienso que habrá personas nuevas, por eso me hace sentir muy
cercanas vuestras preocupaciones, vuestra tarea y vuestras dificultades que
creo que conozco un poquito. Aunque el mundo en el que mi padre ejerció como
Policía Municipal, que se llamaba entonces en Madrid, era muy distinto del
tiempo y del lugar en el que vosotros ejercéis vuestro servicio);
autoridades;
miembros de otras Fuerzas de Seguridad
que nos acompañáis y familiares;
amigos todos:
Cuando decía al principio que esta
Eucaristía de este año la celebramos en un momento muy especial no hace falta
explicarlo porque todos somos conscientes de ello, no sólo conscientes, sino
que a todos nos cuesta mucho quitarnos de la mente la preocupación que esas
circunstancias provocan: el riesgo grave de secesión y de romper una unidad de
siglos, que no se puede hacer sin un sufrimiento enorme de millones de personas,
y luego en un contexto, no sólo español sino del mundo en general, de
inseguridad creada por los atentados terroristas, de inseguridad también creada
por la falta de una cultura común y de una percepción del bien común que nos
permita a todos orientarnos, trabajar juntos y cooperar en una dirección buena
por el bien de todos.
Hemos generado una cultura donde se
legitima el que cada uno pueda vivir para sus intereses y al final muy al
servicio del mayor de esos intereses que es, ha sido siempre en la historia el
interés del poder o el interés del dinero. Pero una cultura en la que se
alienta el vivir para los propios intereses termina siendo una cultura de
conflicto, una cultura que genera conflictos por todas partes. Estamos en
cierto modo recogiendo frutos de esa siembra que no es ni reciente, ni
pertenece a un solo partido siquiera, sino que viene de muy atrás en la
evolución de la cultura europea y occidental.
Dios mío, quienes estamos aquí nos
hemos reunido porque somos creyentes. ¿Qué hacemos en un momento así? Lo
primero de todo rezar. PedirLe al Señor que nos dé luz, que nos dé sabiduría,
que nos dé fortaleza, que nos dé claridad de juicio en la mente, que nos dé
amor a los hombres y a la paz, a pesar de todas las mezquindades y miserias que
sabemos en las que el ser humano cae y vive; para, a pesar de todos los motivos
que podría haber en contra, ser en medio de todo constructores de una humanidad
buena, constructores de paz.
La primera Lectura, que es la que
correspondía al día de hoy, nos ayuda. Nínive era una gran ciudad, una gran
polis. Era, probablemente, en el mundo del siglo V o VI antes de Cristo, una de
las ciudades más grandes del mundo conocido, en el Oriente por lo menos. Hicieron
penitencia y el Señor escuchó. Tal vez nosotros todos tengamos que hacer un
poquito de penitencia. ¿Qué penitencia? Si lo que genera los conflictos son
intereses, tendremos que aprender en las familias, en la vida ciudadana, en las
relaciones de unos con otros de todo tipo, aprender un poquito, ejercitarnos un
poco más en la gratuidad.
Dios mío, yo sé cómo es vuestro
ministerio (dejadme que hable de ministerio porque ministerio es siempre un
servicio, es una palabra muy noble la de ministerio en la tradición occidental
y en la tradición cristiana). Vuestro servicio a veces es muy delicado y se tropieza
con las miserias del ser humano de maneras muy crudas. Que en medio de todos
sepamos ser fuente de una humanidad buena. Y a mi me parece que quizás la tarea
más importante para vosotros, para todos, para cada uno de nosotros, estemos
donde estemos, y tengamos en la sociedad la misión que tengamos, ser una
presencia buena que invita justo a la humanidad a ser mejores, a vivir mejor, a
ayudarnos más unos a otros, a ser más hermanos y menos competidores en todos
los sentidos.
En este momento de peligro hay que
pedirLe al Señor. PedirLe al Señor que nos ayude, que aparte el peligro, que no
degenere la situación en una situación de violencia, que proteja a todos, que
proteja a vuestros hermanos y amigos también de otros Cuerpos de Seguridad. Yo
sé que vuestras familias se unen a mi en esa oración de una manera espontánea.
Viven en ella casi habitualmente cuando son familias de fe y algunas que a lo
mejor son de poca fe o que piensan que no son demasiado buenos cristianos, pero
no importa. A Dios nos acercamos y Dios nos acoge a todos como seamos y escucha
nuestras súplicas cuando esas súplicas son para el bien de los hombres.
Que sean cuales sean las
circunstancias en las que nos podamos encontrar seamos siempre un instrumento
de bien, un instrumento de bondad, un instrumento de paz, prójimos. Entre
samaritanos y judíos en el mundo de Jesús había una enemistad muy grande, de
hecho no se hablaban. A Jesús no le recibieron en alguna ocasión porque quiso
entrar en un pueblo de Samaría y no quisieron que entrara porque era judío y no
samaritano. Y Jesús pone ese ejemplo con toda conciencia. Alguien que siendo de
un pueblo que es odiado, sin embargo es capaz de un gesto de amor. Siempre hay
personas capaces de gestos de amor en las situaciones de dificultad. Eso es lo
que tendríamos que pedir que se cultivase, y eso es de lo que habría que dar
noticias. Muchas personas que, por encima de pertenencias partidistas o de
intereses políticos, económicos, o del tipo que sean, en un ser humano ve un
ser humano, ve una imagen de Dios y lo trata siempre con respeto, con verdad,
con afecto.
Yo sé que esto es como la oración
que pedía que “todos los hombres formemos una familia”: suena a pura utopía, puro
cuento de hadas en el contexto en el que estamos. Quiera Dios que no sea sólo
un cuento de hadas. Y quiera Dios que nosotros podamos contribuir con nuestra
pequeña aportación de cada uno. Quiera Dios que vosotros, lo sois tantas veces
prójimos de las personas con las que tropezáis. Granada, por los menos el
centro, se parece un poco a Nínive. Es una especie de pequeña cosmópolis donde
uno se encuentra con seres humanos de tantos países, de tantas culturas, de
tantos orientaciones.
¿Sabéis la petición que yo le voy a
hacer al Señor por vosotros de una manera especial?. El mal que tenéis que tocar
con vuestras manos (como los médicos y los cirujanos tocan la sangre, y tocan
los órganos de los hombres y se manchan con la sangre de los enfermos),
vosotros estáis constantemente tocando el mal, tocando la delincuencia de mil
maneras. También os dais cuenta muchas veces que no siempre un delincuente es
realmente culpable, sino que a lo mejor la culpa viene del ambiente donde se
crió, de su familia, de tantas cosas que a veces son imponderables y que
generan el mal. Pero el mal es como las células cancerígenas, tiene una
potestad de crecer y de propagarse muy grande, y tiene una potestad de herirnos
a nosotros aún luchando contra él. A veces el mal nos hiere. El odio fácilmente
genera odio por nuestra parte.
Que resistamos al mal. Ésa va a ser
mi súplica. Señor, que el mal que puedan hacer otros no me haga a mi malo a su
vez, ni deseoso de alimentar odio en ningún sentido; que pueda ser en medio de
todo, y todo es todo, que pueda ser constructor de la paz, constructor de una
humanidad, testimonio al menos de una humanidad que trata de ver en cada ser
humano un prójimo, aunque sea mi enemigo.
Que el Señor nos conceda esta
fortaleza y sabiduría. Que no es buenismo. Dios mío, resistirse al odio cuando
uno es objetivo de ese odio requiere un esqueleto mental y espiritual firme. Y
lo necesitamos. Y lo necesitáis vosotros para vuestra misión. Lo necesitamos
todos nosotros.
Dicho esto que el Señor nos conceda
a todos el don de la paz y de ser
instrumentos de una humanidad buena en medio del desorden, quiera Dios que no
sea de la guerra, y quiera Dios que no sea de un incremento del odio que haría
muchísimo daño en nuestra sociedad. Ya lo ha hecho, pues que no lo siga
haciendo.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
10 de octubre de 2017
Iglesia parroquial Sagrario