Homilía de Mons. Javier Martínez en la Eucaristía con la que la Guardia Civil de Granada celebra a su Patrona, la Virgen del Pilar. Mons. Martínez habló de la unidad de España como un bien moral que debemos defender y no debemos avergonzarnos.
Fecha: 11/10/2017
Excelentísimo Teniente Coronel de la Comandancia
de Granada de la Guardia Civil;
Mandos y miembros de la Guardia Civil;
Excelentísimas autoridades que nos acompañáis;
familiares de los guardias civiles;
hermanos y amigos todos, que celebramos juntos
esta Eucaristía en el Día del Pilar:
Es un Día del Pilar especial. A nadie se nos
oculta. Vivimos una situación obvia que a todos nos llena de preocupación,
extraordinariamente difícil en la historia de nuestra patria, y en un mundo
además inseguro. El Papa ha hablado varias veces de una guerra dispersa en
distintos lugares del mundo, a veces de manera extraordinariamente violenta, y
con el fenómeno del terrorismo siempre amenazante y siempre sembrando
inseguridad, y haciendo más inestables nuestras sociedades. Y un momento así es
un momento muy obvio para volcarnos todos a Dios.
Necesitamos la fuerza de Dios. Necesitamos
acompañaros a vosotros, que tengáis la conciencia de que sois acompañados en el
cumplimiento de vuestro deber y que sois acompañados por el pueblo y por los
pastores de la Iglesia, de una manera clara, nítida.
El Santo Padre ha expresado con mucha claridad
la posición de la Iglesia en el problema que todos tenemos en la cabeza,
diciendo que la Iglesia no admite como bien una secesión y que la autodeterminación
sólo está justificada en los casos de una ocupación colonialista, cosa que no
se da en nuestra patria. Y por lo tanto, los bienes que corren peligro, los
bienes de la unidad de un pueblo construido durante siglos, muchos siglos, de
convivencia, no se pueden poner en peligro a la ligera. Están en peligro.
Tenemos que pedir por la unidad de España, por
la unidad de las instituciones, por la fortaleza y la sabiduría de los
gobernantes, para que el Señor nos conceda el don de la paz.
Leyendo obras de pensamiento de los dos últimos
siglos cuántas veces se ha dicho “ésta es la guerra que terminará con todas las
guerras”. Hay algo en el corazón del hombre que nos hace casi imposible evitar
que surjan conflictos, en las familias, en los pueblos, entre vecinos, en los
barrios, en las ciudades, incluso entre los países. Quizás hemos contribuido
todos a esa complicidad de nuestra sociedad al hacer de la meta única de la
vida, olvidándonos de Dios, el desarrollo económico, el bienestar económico. Esa
búsqueda ansiosa de ese bienestar genera el dolor. Y ya hubo algún pensador que
dijo hace varios siglos que genera una situación de guerra de todos contra
todos. Esa situación es una situación verdaderamente difícil de sostener;
difícil de sostener la convivencia cuando no hay nada moral, nada religioso que
nos vincule.
Es verdad que en nuestra situación hay
personas, hay sacerdotes, puede haber incluso obispos, que participan de una
cierta mentalidad, y eso sólo pone de manifiesto lo débil que se ha hecho
nuestra fe en nuestra conciencia. Pesa más la pertenencia a una nación o a un
grupo que el hecho que todos somos hijos de Dios y estamos obligados como hijos
de Dios a buscar modos de entendimiento, estamos obligados a no mentir con
respecto a nuestra historia, estamos obligados a buscar el bien común de
aquellas unidades que en la historia se han ido construyendo pacientemente, a
veces con mucho dolor, a veces al precio de sangre, con una entrega sin límites
de quienes nos han precedido. Esas uniones constituyen siempre un bien moral
que es muy fácil destruir, pero que hace falta una fortaleza moral muy grande
para mantener. Es muy fácil destruir un matrimonio, destruir una familia, y
hace falta una fortaleza moral muy grande para mantener el matrimonio, para
mantener la familia. De la misma manera, todas las escalas de la vida
social.
Quienes estamos aquí somos creyentes. Le
pedimos al Señor que nos dé lo que hemos pedido en la oración de la Misa de la
Virgen del Pilar: que nos dé fortaleza en la fe, firmeza en la esperanza y
constancia en el amor. Que os sostenga a vosotros en vuestra misión y que nos
conceda, si es que todavía somos dignos de ello, a nuestra querida España el
don inefable de la paz. Y si para eso tenemos que apelar a una sabiduría que a
lo mejor hemos perdido, tenemos que recuperar pacientemente las virtudes
necesarias para recuperar esa sabiduría, para contribuir siempre a la unión y
nunca al odio. Quienes siembran el odio es el mal más grande que se puede
sembrar en una sociedad. No tenemos que dejarnos llevar a ese mismo odio.
Defendemos un bien moral muy grande del que no
tenemos ninguna vergüenza en defender y ese bien moral es la unidad de España.
Yo sé que para eso hay que apelar a un vocabulario moral y a un vocabulario
religioso que nos da mucha vergüenza acusar, pero eso es parte de nuestro
problema. No tenemos que tener vergüenza. Cuando las personas llevan
conviviendo muchos años tienen obligación unos para con otros. Cuando unos
pueblos llevan conviviendo siglos, hay obligaciones muy graves de unos para con
otros. Y cualquier ruptura significa un dolor. Pero no sólo por lo que
significa dolor. Significa un mal. Es diabólico la búsqueda de la separación.
El nombre del Diablo significa “el que separa” y la tarea del Diablo es
separar.
Que sepamos mantener esa unión. Quiera Dios que
con nuestros cuerpos, de nuestra inteligencia, de nuestra sabiduría, de nuestra
prudencia, pero mantener esa unión. Todo lo contrario sería un camino terrible
de violencia, y no sólo en el contexto de nuestro país, en un contexto mucho
más amplio de Europa y con lo que Europa significa para el mundo.
Que el Señor nos dé la sabiduría y las virtudes
morales necesarias para ejercer esa sabiduría. Que a vosotros os mantenga
fieles a vuestra vocación. De alguna manera, delegamos en vosotros la tarea de
sostener según el lema que tantas veces ha estado en vuestros pueblos, en la
puerta de vuestros cuarteles. No deberíamos dejaros solos. Yo creo que todos
los que formamos esta comunidad, los que formamos los pueblos de España, todos,
todos deberíamos sosteneros en la defensa de un bien moral. No estamos hablando
de un bien político, aunque algunos quisieran presentar como un bien político.
Es un bien moral. Y es un bien de fe. Es un bien cristiano: los cristianos
formamos parte de un mismo Cuerpo. No se comulga en Cristo diferente en
Barcelona, en Sevilla o en Granada. El Cristo que comulgamos todos es el mismo,
que nos hace a todos hijos de Dios y tenemos que volver a aprender a vivir como
hijos de Dios, y a defender los bienes morales que es preciso defender, también
con la fortaleza y la firmeza de quienes se saben hijos de Dios. Nuestra
confianza está en Dios, que nos da también la firmeza para sostener y para
defender lo que tenemos que defender.
Que el Señor os bendiga a todos; que cuide de vosotros;
que cuide de vuestras familias; que cuide de todos vosotros.
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Javier Martínez
Arzobispo de Granada
11 de octubre de 2017
Acuartelamiento en Granada de la Comandancia de
la Guardia Civil