Domingo de Resurrección
Fecha: 11/04/1971. Publicado en: Semanario Diocesano Luz y Vida 631, 6-7
Según el relato de los evangelistas, el cuerpo de Jesús fue puesto en un “monumento” nuevo, en el que aún no había sido sepultado nadie. Fue un hombre rico, José de Arimatea, de quien dicen los evangelistas que “era discípulo de Jesús” y que “esperaba el Reino de Dios”, quien se presentó a Pilato para pedir el cuerpo. El sepulcro estaba - dice el evangelista San Juan- cerca del sitio de la crucifixión, en un huerto. Y San Mateo precisa que se trataba del sepulcro del propio José de Arimatea.
El “monumento” estaba excavado en la roca, y probablemente se componía de una antecámara y de la cámara funeraria propiamente dicha, en la que bien sobre una especie de banquillo o bien en un nicho cavado en la roca, se depositaba el cuerpo del difunto. Se han encontrado en los alrededores de Jerusalén otras tumbas de la época de Cristo con esta misma disposición. El acceso al sepulcro solía cerrarse con una piedra de molino que, colocada delante de la entrada, se hacía rodar hacia un lado con el fin de dejar franco el paso. Lo estudiosos piensan que es este tipo de entrada el que más se acomoda a los relatos evangélicos, especialmente a la indicación de San Marcos de que las mujeres, cuando en la mañana siguiente al sábado se encaminaban al sepulcro, iban preguntándose quién les removería la piedra de la entrada.
La localización tradicional de la tumba de Jesús en el centro de la rotonda de la basílica del Santo Sepulcro reposa sobre una tradición de la que no tenemos testimonios escritos antes del siglo IV de nuestra era, pero que debió ser lo bastante firme y precisa para que el emperador Constantino se decidiese a construir en aquel lugar la primitiva basílica del Santo Sepulcro. El hecho de que la actual basílica se encuentre en plena ciudad no quita verosimilitud ninguna a la localización del sepulcro de Jesús en este lugar, ya que Jerusalén se ha desplazado considerablemente hacia el Norte. La presencia de otras tumbas de la época bajo el mismo ábside de la rotonda basta para probar que antiguamente este lugar estaba fuera de la ciudad.
En cuanto a la manera misma de realizar la sepultura, apenas si poseemos otras fuentes de información que nos dan los evangelios. San Juan habla de “bandas”, con las que se habían envuelto el cuerpo de Jesús, y del sudario que le cubría el rostro. Los sinópticos hacen mención de un gran paño o sábana, que tal vez era la que estaba en contacto con el cuerpo, sujetaba luego por las “bandas”. Los evangelistas hablan también de mirra, áloe y otros aromas, con los que se embalsamaba el cuerpo. Se trata, de hecho, de resinas olorosas que se colocaban entre las bandas, no de un embalsamiento completo a la manera de los egipcios , costumbre que nunca estuvo en uso entre los judíos. San Lucas índica que las mujeres que le habían seguido desde Galilea asistieron a la sepultura de Jesús, y a la vuelta, prepararon aromas y perfumes; pero conforme al precepto de la Ley. Es la intención de embalsamar el cuerpo de Jesús cuanto antes lo que, sin duda, les lleva al sepulcro al amanecer del domingo, tal y como relata la lectura evangélica de hoy. Sólo que Jesús no necesitaba ya los aromas de este mundo, ni los cuidados que se da a los muertos. Cuando las mujeres llegan al sepulcro, Jesús ya ha resucitado. Y la tumba vacía había sido el primer testigo de su resurrección.
F. Javier Martínez