en la Eucaristía celebrada en la Catedral en el domingo de la I Jornada Mundial de los Pobres, convocada por el Papa Francisco, y XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario. En esta Eucaristía comunicó a los fieles la iniciativa social diocesana “Gracia
Fecha: 19/11/2017
Queridísima Iglesia del Señor, Esposa
amada de Jesucristo, Pueblo santo de Dios;
queridos hermanos y amigos todos, que
nos hemos reunido en este domingo para celebrar el comienzo de la nueva Creación,
que es lo que empieza el día de Pascua siempre, y que es lo que recordamos cada
domingo, porque esa nueva Creación está siempre accesible a nosotros, siempre
empieza nuestra historia de nuevo con el don que el Señor nos hace de su Palabra,
de la Buena Noticia del Evangelio, y del don de su Cuerpo y de su Sangre:
De nuevo doy las gracias. Yo he
pedido que se invitara para este día de hoy a aquellas realidades o comunidades
que trabajan de una manera espacial, de formas muy diferentes, en el mundo de
la pobreza. Yo sé que no están representadas todas. Yo sé que no está representado
todo el amor a la humanidad doliente que hay en una Iglesia como la Iglesia de
Granada. Estáis algunos, y a algunos os reconozco perfectamente. Estáis varias
congregaciones religiosas: los Hermanos de San Juan de Dios -la Orden
Hospitalaria, que nos acompaña-; las Hermanitas de los Pobres; las Hermanitas
del Cordero; Cáritas, la institución de la diócesis, de todas las iglesias, en
cada iglesia, para atender de manera general las necesidades que no estén
atendidas de otra forma y hasta donde podamos llegar; la Fundación Solidaridad,
que nos acompaña; sé que hay otras realidades eclesiales y algunas no
eclesiales… creo que está por ahí “Calor y Café”.
¿Para qué es este día? Para tomar
conciencia de algo que ya dijo el Papa Francisco; lo ha dicho la Doctrina
Social de la Iglesia, desde el principio, pero la Doctrina Social de la Iglesia
se ha quedado en los papeles, la mayor parte de las veces, y está ahí en los
papeles y nosotros seguimos viviendo la misma vida que vivíamos como si no
hubiera Doctrina Social. El Papa Francisco es el que ha dicho, con más claridad
y con más fuerza, desde su primer texto magisterial y que él mismo ha dicho que
es un texto programático para su Pontificado –“La alegría del Evangelio”-, que
la Doctrina Social de la Iglesia no es un aditamento exterior, un accidente o
una cosa añadida a la vida cristiana, que está en el corazón del Kerigma. Eso
responde muy profundamente a la dinámica de la enseñanza del Concilio Vaticano
II.
Porque el Concilio Vaticano II puso
muy de manifiesto que la Revelación no era un discurso que se aprendía, no eran
palabras, no es un libro que se estudia. La Revelación sucede en obras y
palabras. La Revelación es una historia: la historia de la Pasión de Dios por
el hombre; la historia de ese Amor de Dios apasionado por el hombre, que se
implica en el barro de la historia humana hasta que la libertad humana pueda
comprender la inmensidad sin límites de ese Amor, dejarse abrazar por ella, y
permitir la unión –en el seno de la Virgen- de Dios y lo humano, de una manera
plena sin violentar para nada la libertad que decía que sí al designio de Dios.
Y a partir de ahí, la creación de una nueva humanidad, que es el Cuerpo de
Cristo, que es el Cuerpo del Hijo de Dios, la prolongación del Hijo de Dios en su
historia.
¿Cómo se transmite la Revelación?
Generalmente, lo hacemos a través de discursos, en catequesis, en clases, en
lecciones, en palabras, en predicación, que son necesarias. La Revelación
acontece en obras y en palabras. Pero esas palabras se vuelven vanas cuando no
son la expresión de una historia que se está viviendo. ¿Y cuál es esa historia
que la Iglesia tiene que vivir? La que empezó en la Encarnación. ¿Qué es lo que el Señor ha hecho en la
Encarnación? El que Tú que siendo rico te hiciste pobre para enriquecernos a
nosotros. Ésa es la historia del Dios que hemos conocido, del Dios verdadero,
del Dios cristiano: alguien que, siendo rico, se despojó de su rango y se
abraza a nuestra pobre humanidad herida, sangrante, purulenta a veces, es decir,
llagada, y se abraza a nosotros para poder vivificarnos con el don de su
Espíritu, con su vida divina.
Y esa dinámica que es de Dios
nosotros no podemos predicar a Dios si nosotros, el Cuerpo de Cristo, no la
vivimos también a la medida de nuestra pobreza, como podamos. Pero será vano
toda la palabra de la Iglesia, será vano toda la predicación, será vano todo lo
que hagamos si ese acontecimiento no sigue sucediendo en la historia de los
hombres, no sigue siendo verdad en la historia de los hombres.
Y cómo podemos hablar de Cristo si
nosotros nos protegemos –por así decir- de la pobreza, si nos aislamos de ella,
si nos quedamos tranquilos a lo mejor con la limosna que damos, incluso tranquilos
con la que no damos.
Mis queridos hermanos, cuando el Papa
Francisco ha querido convocar esta Jornada nos está simplemente reclamando a
nuestra esencia cristiana, a nuestra propia vida cristiana, al alma de nuestra
vida cristiana, que yo sé que se vive de mil maneras en la vida de la Iglesia.
Esta mañana comentábamos cómo mucha
de la caridad teologal que el Cuerpo de Cristo vive pasa absolutamente en
silencio a los ojos del mundo. Y tiene que ser así además, debe ser así, está
bien que sea así. Y ahí hay miles y miles y miles de gestos de amor gratuito,
que son los que sostienen este mundo. Se ha oído decir incluso en público que
la crisis no se hubiera podido vencer de ninguna manera -desde luego, de
ninguna manera, sino que habría sido un caos absoluto- de no ser porque un
montón de abuelos han sostenido a sus hijos y a sus nietos, atacados,
destrozados en su trabajo por la crisis. Curiosamente, la familia, que es permanentemente
atacada y denigrada -diríamos- por la cultura oficial, es la mejor defensa, por
lo tanto la mayor potencia económica, en la vida práctica para frenar la
crisis.
De la parábola de los talentos sí
que quiero yo comentar un par de cosas, sobre todo el comentario que hace al
final el Señor “al que tiene se le dará y al que no tiene se le quitará hasta
lo que tiene” (una matemática muy rara). ¿Qué es lo que hace el Señor ahí? Mostrarnos
que hay una matemática distinta a la de las cosas de este mundo: en las
cerezas, en los olivos, en los dineros, en las cosas materiales, sólo hay
sumar, restar, multiplicar y dividir; pero en la vida humana, en los bienes a
veces más indispensables (incluso para la salud, porque a veces es más importante
para la salud ser bien querido que tener un médico excelente, o un cirujano
excelente), para esas cosas importantes en la vida que es ser bien querido que
es la mas importante, resulta que la lógica es diferente. Porque uno da, y
dando, gana. O sea, si tú tienes dos olivos y das uno, te quedas con uno; si
tienes cien olivos y das veinte, te quedas con ochenta. Y eso es sumar, restar,
multiplicar y dividir. Y es la única lógica que entiende el mundo. Pero el
Señor tiene otra: que abráis el corazón a otra lógica, que si tú das amor, no
te quedas sin amor (cuanto más amor das más tienes); que cuanta más alegría das,
más tienes; que cuanta más esperanza eres capaz de comunicar a alguien que la
necesita, más se fortalece tu propia esperanza y la solidez de tu propia
esperanza; que la lógica del don es en la vida y en el conjunto de la vida
humana un negocio mucho más grande que la lógica del acumular.
Esa es una de las cosas. Hay muchas
en la parábola de los talentos. Otra muy, muy importante: medimos mucho los
talentos. ¿Los talentos sabéis lo que eran? Era una moneda del tiempo de Jesús
(estaban los denarios, que valían poquito, y los talentos era una moneda
importante, grande). Nosotros nos dedicamos a mirar en la parábola, a
examinarnos, a decir “¿cuántos talentos me habrá dado a mí el Señor?, ¿seré de
los de 10, de los de 2?”. No queremos ser de los de uno, pero, en fin, nos
medimos, hasta el punto que la palabra talento hoy significa “es una persona
con muchos talentos”, o “es una persona que tiene mucho talento para la música”.
Lo que era una moneda por influencia de la parábola de Jesús se ha convertido
en alguien que tiene muchas cualidades. Jesús no está hablando ahí de las
cualidades, ni habla de ellas para que nosotros nos miremos si tenemos muchas o
pocas, que eso siempre es una cuenta muy rara y muy mala de la que se aprovecha
mucho el demonio. ¿Para qué nos cuenta el Señor la parábola de los talentos?
Para decirnos que nos tenemos que poner en juego, nuestra vida. En el fondo, la
parábola de los talentos ilustra una cosa que dijo Jesús de otra manera, en
otra ocasión: cuando dijo “el que quiera guardar su vida (protegerla, conservarla), la perderá; en cambio, el que pierda su
vida por mí y por el Evangelio (por el
amor al hombre, que ese es el Evangelio), ése la gana”.
De nuevo, la matemática diferente
del Señor a la nuestra, la matemática diferente del sumar. En las cosas
importantes de la vida, en nuestra humanidad, cuanto más derrochamos, más
tenemos. El más es menos y el menos es más. Y eso no reclama ser muy listo, no
reclama tener muchos talentos, no es que haya que tener muchos talentos. La
gente cuando ve a alguien hacer una obra buena dice “es que esta persona es que
es muy buena”, “es que tiene un corazón muy grande”. Que no; que no es el corazón
grande o el ser muy buenos lo que hace… es nuestra libertad lo que el Señor
necesita. Es que yo, con lo Tú me has dado, Señor, que soy yo mismo, que yo me
ponga en juego, que yo no me guarde, que no esté siempre protegiéndome, en un
ambiente donde constantemente se nos invita a protegernos, a la seguridad, a
querer asegurar nuestra vida y, las personas casadas y con hijos, la vida de
sus hijos, y si pueden la vida de sus nietos también… Y todas esas cuentas al
final salen muy mal. Es mi experiencia de cura. Salen siempre muy mal.
Que os vean a vosotros daros, y
daros sin miedo. Y veréis cómo vuestros hijos aprenden a darse y aprenden la
alegría que hay en darse. También lo dijo el Señor: “Hay más gozo en dar que en
recibir”. Es un negocio mejor. Es un negocio mucho mejor dar que estar
acumulando. Vivir para acumular, ¡qué desgracia! Como dice un chiste que he oído
yo por ahí alguna vez: “Era un hombre tan pobre, tan pobre, tan pobre que no
tenía mas que dinero”.
El Señor nos invita a que nuestra
humanidad sea una humanidad bella y grande. Y eso significa ponerla en juego.
¿Cómo? ¡Amando! “Y amando a veces uno se equivoca”. No se equivoca. Amando no
se equivoca uno jamás, jamás. Poniendo la vida en juego por el bien de otros no
se equivoca uno jamás.
Yo creo que éste es el sentido de
esta preciosa Jornada a la que el Papa nos convoca cada año. Al final de la
Misa yo os diré una iniciativa que vamos a tomar en la diócesis, porque el lema
de la Jornada ya sabéis cuál es, el que ha puesto el Santo Padre: “No amemos de
palabra y con la boca, sino con obras y en verdad”. Pues voy a proponer una
iniciativa pequeñita, muy pequeñita, que vamos a iniciar en la diócesis con
motivo de esta Jornada. Y quiera Dios que en los próximos años la podamos ver
crecer, germinar un poquito, florecer, fructificar si Dios quiere, justamente
para que no sea palabras y boca, sino que sea en verdad. Es una iniciativa de
producción de alimentos y de inserción de personas necesitadas en producción de
alimentos. La colecta de la Misa de hoy irá justamente para apoyar el comienzo
de esa iniciativa si Dios quiere.
Vamos a continuar la Eucaristía. Nos
ofrecemos al Señor, los talentos que nos haya dado, que da lo mismo los que
sean, muchos, pocos o regular, pero que se los ofrezcamos, para que el Señor
haga florecer nuestra humanidad y podamos darLe gracias. Le damos las gracias
por una buena cosecha o por un buen negocio: el negocio de nuestra vida, que es
el único importante, todos los demás son mucho menos importantes que el negocio
de poder vivir contentos y agradecidos.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
19 de noviembre de 2017
S.I Catedral