Homilía de Mons. Martínez en la Eucaristía celebrada en el Monasterio de la Cartuja con la que la Facultad de Farmacia conmemora su patrona, la Inmaculada Concepción.
Fecha: 07/12/2017
La fiesta de la Inmaculada es una de las fiestas más bellas del año, y especialmente en Granada, y de las más significativas para el contexto cultural en el que estamos. Porque justo por el mismo tiempo donde los pensadores de esta Europa cansada y envejecida en tantos aspectos estaban construyendo sus teorías sobre el superhombre, la Iglesia afirma la grandeza más alta. Aquella que haya alcanzado ninguna criatura, la ha alcanzado una mujer y la ha alcanzado por gracia. Por una gracia que la precede en el momento mismo de su concepción.
Eso es revolucionario. No podría
haber posición más alternativa por parte de la Iglesia. Es verdad que hemos
suavizado mucho la fe en la Inmaculada para adaptarla a una piedad, a veces
dulzona… A veces hemos convertido a la Inmaculada en un motivo de ejemplo como
si la gracia pudiera uno convertirla en ejemplo. La gracia es justo gracia
porque es algo que nos viene, que nos es dado. En el fondo, el Dogma de la
Inmaculada repite o adelanta algo que al Papa Francisco le gusta mucho decir:
“El Señor nos primerea”. Que se adelanta siempre a nosotros. Que todo lo que
nosotros podemos hacer por el Señor es siempre responder a su gracia. Pero,
justamente, la figura de la Virgen se sitúa en el marco del Adviento. La figura
de la Virgen es, junto con la de Juan
Bautista, la figura por excelencia del Adviento. Y el tiempo de la
Virgen no es tanto el mes de mayo (que lo es, por el mes de las flores y otros
muchos motivos). El tiempo litúrgico más adecuado para poner la figura de la
Virgen delante de los ojos es justamente el tiempo del Adviento.
Por lo tanto, celebrar el I Domingo
de Adviento con motivo de la festividad de vuestra Patrona es algo
perfectamente adecuado. Y yo me alegro. Porque el Adviento es un tiempo
perfectamente humano. Quizás, de todos los tiempos litúrgicos, el que parte más
del corazón humano. Es el tiempo del deseo. Y el deseo es algo que nos
constituye y que, de alguna manera, nos define. Lo resume esa frase de San
Agustín, que resume toda la antropología cristiana: “Nos hiciste Señor para Ti
y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”. Somos un deseo de
infinito, de verdad infinita, insaciable; de libertad infinitiva. De amor
infinito, sobre todo. De un amor que no lo gaste el tiempo, la costumbre; que
no se aje, que no envejezca; que pueda, al contrario, hacerse más grande y más
verdadero con el paso del tiempo y en un horizonte que no se acaba nunca. (…)
Nuestro amor tiene límites porque
somos limitados, pero, tendencialmente, el anhelo de amor que reclamamos para
nosotros mismos, que necesitamos, y el amor que quisiéramos recibir y que
desearíamos dar cuando amamos de verdad, es un amor sin límites. Por lo tanto,
estamos hechos por un deseo. Ese deseo lo expresa la liturgia de hoy de varias
maneras: “Ojalá rasgases el Cielo y bajases”. Es un deseo de Dios. Ese amor sin
límites. Ese deseo de amor sin límites, de infinito que nos constituye, es un
anhelo de Dios.
Me atrevería a decir (y esto tiene
mucho que ver con la profesión de educadores que ejercéis o habéis ejercido)
que muchos de los sufrimientos humanos provienen de las frustraciones que
genera el que nuestro deseo tiene por objeto no a Dios que es amor infinito,
sino otros deseos, que nunca son capaces de responder a la exigencia profunda,
a la búsqueda profunda del corazón. “Señor, que brille tu Rostro y nos salve”.
Pero esperamos la salvación de que las circunstancias de la vida nos sean
favorables. Buscamos nuestra felicidad, sosiego, descanso en cosas que no son
Dios. Por supuesto, lo buscamos en el afecto. Pero lo buscamos a veces en el
éxito.
Educar el deseo, ayudar a comprender
que ese deseo (que tantas veces es fuente de frustración, pero también de
gozo), sería la educación más importante que habría que hacer. Educar el deseo
educa la razón, porque le ayuda a uno a comprender lo importante que es en la
vida poder distinguir lo que es verdadero de lo que es falso: cuándo un afecto
es verdadero o es falso, cuándo una esperanza es verdadera o falsa; cuándo un
sentimiento es un sentimiento verdadero y merece la pena cuidarlo, ayudarlo a
crecer, protegerlo, defenderlo, y cuándo es un sentimiento que me puede hacer trastocar
la cabeza y hacer perder mi vida misma.
Educar el deseo es educar la
libertad. La libertad no es simplemente un dato, y un dato infinito: “Soy
libre”. Sí, soy libre, pero soy libre ¿para qué? La libertad es la energía más
grande que el Señor ha puesto en nuestras vidas humanas en la creación del
hombre. Hay que educarla. ¿Cómo se educa la libertad? Educando el deseo,
ayudando a reconocer cuál es el objeto verdadero de nuestros deseos y qué
objetos en esta vida ayudan a reconocer o ayudan a caminar hacia ese deseo.
“Que brille tu Rostro y nos salve. Restáuranos”. Es decir, nuestro estar en la
vida consiste en suplicar al Señor “ven a nosotros, ven y sálvanos”. (…)
Sobre todo, tenemos que saber que el
Señor es el que colma nuestros anhelos y nuestras esperanzas. Señor, ven con tu
gracia, y haz resplandecer la belleza de tu Rostro, para que me sea fácil decirTe
que sí; para que sea mi libertad quien te diga que sí y no una especie de
empeño voluntarista. Señor, que sepa decirTe que sí. (…)
Hoy, cada farmacia es un “confesionario”.
La gente, que a veces encuentra muy difícil que le den cita para la Seguridad
Social y se la dan tres meses después, y sin embargo el dolor lo tienen esa
tarde, lo que necesitan es alguien… ¿qué hacen? Ir a la farmacia. A la
farmacéutica le cuentan lo que le duele, cómo está, lo que pasa en su familia…,
le cuentan todo. Probablemente (sois profesores de la universidad), al mismo
tiempo que educáis a los chicos a distinguir productos, enseñarles a escuchar,
y a sentir el gusto de escuchar.
Si sabemos acogerLe, sabremos tener
esa humanidad. Pero no olvidéis que la farmacia es un punto de esperanza para
los seres humanos que entran por esa puerta buscando un poco, al mismo tiempo
que alivio para su dolor, respuesta para sus anhelos profundos de humanidad.
Que puedan encontrarlo.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
3 de diciembre de 2017
Iglesia del Monasterio de La Cartuja