Homilía de D. Javier Martínez en la Eucaristía e imposición de la ceniza el 14 de febrero de 2018 en la S.I Catedral.
Fecha: 14/02/2018
Queridísima Iglesia del Señor;
muy
queridos miembros del equipo de gobierno de la Real Federación de Hermandades y
Cofradías; miembros y Hermanos Mayores, miembros de los equipo de gobierno de
cofradías;
hermanos cofrades;
hermanos y
amigos todos:
Un año más no concede el Señor la
gracia, como todo en la vida es gracia, de ser testigos, de escuchar esta
poderosa llamada a la conversión que la Iglesia hace, no al mundo, sino a sí
misma, cada año al comienzo de la Cuaresma. Es un tiempo de gracia. Es un
tiempo de retorno al Señor, de vuelta al Señor; de vuelta de la mirada al
Señor, a Dios.
La verdad es que tantas cosas en el
mundo en que vivimos ahora mismo nos invitarían, del mismo modo que nuestra
propia conciencia, a decir “necesitamos a Dios”. En el mundo en el que estamos
cada vez es más patente: “Necesitamos a Dios”. La pérdida –no de la cercanía de
Dios, porque Dios está siempre cerca de nosotros y está cerca de todos, también
de los que no creen, también de los que son enemigos de la Iglesia o de la fe-,
nosotros no nos damos cuenta, pero vivimos al margen de Dios, o poniendo en
otros bienes la esperanza de nuestra plenitud y de nuestra felicidad. Eso
genera insatisfacción; genera corrupción, en muchas direcciones y muchos
ámbitos; genera violencia, que nos escandaliza a veces por su monstruosidad,
pero que llena muchas veces la vida cotidiana de las personas, una especie de
crispación, de desajuste, de desengaño, de desasosiego, de ansiedad. Diría: a
veces, uno percibe en la vida cotidiana de las personas, de las familias, de
los lugares de trabajo, una especie de irritación con la vida, que muchas veces
no es más que la expresión exterior de una irritación que uno tiene con su
propia vida, con uno mismo, con su historia, o con personas muy cercanas; esa
irritación con la vida tiene todo que ver con un alejamiento de nuestras vidas
de Dios, un poner a otras cosas en el lugar de Dios.
La llamada a la conversión me
resonaba a mí muy fuerte pensando en este día y pensando en la llegada de la
Cuaresma y de la celebración del Misterio Pascual en la Semana Santa. Señor,
tendríamos que ayudarnos unos a otros a descubrir que Tú eres realmente el
único bien que necesitamos; que Tú eres verdaderamente tan importante en
nuestras vidas como el aire para respirar, para nuestros pulmones, porque sin
Ti nos perdemos. Sin Ti, algo pasa que se desmanda, que se desequilibra, que se
nos pierde nuestra humanidad. Y lo que perdemos es precisamente es eso, nuestra
humanidad. Se deteriora, se empobrece, se empequeñece, nos hacemos mezquinos,
montanos una gresca o una bronca a veces por cosas insignificantes o muy
pequeñas. Pero que, de nuevo, refleja, no tanto un error de apreciación, cuanto
heridas que los seres humanos llevamos en el corazón y que nosotros no sabemos
curar, ni las de otros muchas veces, ni desde luego no sabemos curar las
nuestras. Sólo el Señor sabe curarnos. Sólo su misericordia, su perdón. Sólo un
camino de conversión y de penitencia es capaz de devolvernos el gusto por la
vida, el afecto a nosotros mismos y a los demás, la alegría de la Buena Noticia
de que somos amados por Dios, de que mi pequeñez tan pobre, tan insignificante
en la historia, tan pequeña, es infinitamente amada por el Señor, que ha
entregado a su Hijo por puro amor al mundo, no para condenar al mundo, sino
para que el mundo se salve por Él.
Que el Señor nos conceda la gracia
de emprender este camino. Es un camino que pasa por cosas concretas. La Iglesia
nos propone tres realidades, tres prácticas, que son las tres bastantes
sencillas y conocidas de todos: la oración, el ayuno, la limosna-la caridad.
Están las tres enlazadas. Incluso el ayuno si uno no se priva de alimentos o
algo así, puede ser un bien para aquello de lo que se priva para dárselo a
algunas personas. Y si podemos darlo de forma concreta, porque conocemos a
alguna familia, porque conocemos algún comedor, porque conocemos alguna
realidad donde se atiende a necesitados y podemos llevar físicamente nuestra
presencia y nuestra ayuda, nuestra colaboración, mejor. Ahí se unen ayuno y
caridad.
Un rasgo son esas tres prácticas. No
pido que seamos como los monjes contemplativos cistercienses o cartujos en
nuestro vivir, ni el mundo en que vivimos, ni lo que Dios espera de nosotros.
Para nosotros, la oración es un instrumento. Un instrumento de qué. Es como la
calefacción. ¿La calefacción es el objetivo de una casa? No. La calefacción de
una casa es poder vivir a gusto en la casa, poder sentirse a gusto en el hogar.
La calefacción sirve para tener la temperatura que permita no estar tiritando
de frío, no estar distraído justamente porque uno está pensando en el frío que
hace. La oración es lo mismo. La oración no es una meta en sí misma. La oración
es un instrumento de que nuestro corazón se ablande, de que nuestro corazón viva
en la caridad teologal, viva en el amor de Dios. Y ese amor no puede ser mas que
difusivo de sí mismo en la caridad a nuestros prójimos. Cinco minutos de
oración al día, cinco minutos de silencio para decirLe: Señor, te abro las
puertas de mi corazón, ten piedad de mí, perdona mis pecados. Nada más.
Ser serios con el ayuno. Yo sé que
en nuestra historia en España, por circunstancias muy especiales, hemos perdido
prácticamente la costumbre del ayuno. Y sin embargo, es una costumbre sana, que
nos fortalece.
Segundo rasgo del camino
penitencial, del camino de la Cuaresma. Vivirlo en presencia de Dios. Es a lo
que nos recomendaba el Evangelio. “No seáis como los hipócritas”, nos dice el
Señor. Hacerlo en presencia de Dios. Alguien que daba un consejo muy práctico
en este sentido: haz todos los días un gesto de amor a alguien que pienses de
tu entorno que no se lo merece. Es un ejercicio espiritual fantástico. ¿Por
qué? Porque eso es lo que Dios hace conmigo cada segundo de mi vida: amarme sin
condiciones cuando no lo merezco en absoluto. Sostenerme en la vida cuando no
tengo ningún derecho a ella y no lo merezco en absoluto. El ejercicio de decir:
haz un gesto de simpatía, de sonreír, de dar la mano, de decir “cómo estás
hoy”. Un gesto de ese tipo los 40 días de la Cuaresma, y la Pascua nos vendrá
con gratitud; la gratitud de haber crecido como personas, porque somos más
parecidos a Dios, porque nos parecemos un poco más a Dios y nuestro amor y
nuestras vidas tienen la libertad y la gratuidad propia de quienes somos imagen
de Dios.
Que el Señor nos escuche, nos
perdone y nos impulse en este camino precioso de penitencia, que nos permita
desbordar de alegría cuando llegue la Pascua de Resurrección.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
14 de febrero de 2018
S.I Catedral