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El Evangelio de San Juan: I. Un evangelio espiritual

V Domingo de Pascua. Ciclo C

Fecha: 09/05/1971. Publicado en: Semanario Diocesano Luz y Vida 635, 6-7



    En una rudimentaria inscripción hallada por los arqueólogos entre las ruinas de la iglesia de San Juan, en la antigua Efeso, un peregrino escribía: “Señor tú nuestro Dios y Salvador, y San Juan evangelista suyo y teólogo, auxiliadme a mí, siervo tuyo y pecador.” En esta plegaria, tan espontánea como simple, se esconde la conciencia de la Iglesia antigua para con el evangelio de San Juan. Es un hermoso testimonio de la impresión que el cuarto evangelio produce en los espíritus sencillos.

    Proveniente de un medio instruido como era el de la antigua Alejandría, el testimonio de Clemente alejandrino, escritor cristiano del siglo II, nos orienta en el mismo sentido: “En cuanto a San Juan, el último, dándose cuenta que en los evangelios se habían expuesto las cosas corporales de Jesús, rogado por sus discípulos e inspirado por el Espíritu Santo, compuso un evangelio espiritual.” Un evangelio más elevado, y con frecuencia también más difícil de comprender que los evangelios sinópticos: esa es también nuestra impresión cuando nos acercamos al evangelio de San Juan. Y sin embargo, como decía Orígenes, escritor cristiano del siglo III, “si los evangelios son la parte más preciosa de las Escrituras, el evangelio de San Juan es la parte más preciosa de los evangelios; y nadie puede asimilarse su espíritu si no ha reposado en el pecho de Jesús, y si no ha recibido de Jesús como madre a María”. Desde San Agustín a Santo Tomás y San buenaventura, los espíritus más finos de la Iglesia se han aplicado a la meditación de este evangelio, con el que les unía sin duda una fuerte afinidad espiritual. Durante todo el tiempo pascual la Iglesia nos propone, como tercera lectura, una serie de pasajes tomados de este evangelio. Por eso dedicaremos los cinco domingos que quedan hasta Pentecostés a presentar este “evangelio espiritual”, verdadera joya de la revelación cristiana.

    Durante el siglo pasado, multitud de estudiosos no católicos, a causa de la originalidad de la obra, y de las diferencias, sobre todo, con los otros evangelios, pensaban que le evangelio de San Juan era un escrito tardío, de finales del siglo II (y que nada tenía que ver con el apóstol Juan, frente a lo que sostenía la tradición antigua y la ciencia católica). El hallazgo en Egipto de un papiro, datado a principios del siglo II, con un fragmento del cuarto evangelio, obliga a situar su composición antes de finales del silgo I, ya que, sea cual fuere el lugar en que fue escrito, ha sido preciso un cierto tiempo antes de que la obra se difundiera en Egipto.

    Pero es que, sobre todo, muchas de las expresiones o ideas que los críticos explicaban antes mediante el recurso a ciertas corrientes religiosas no atestiguadas antes del siglo II, pueden explicarse hoy de forma diferente. Sobre todo, los hallazgos del desierto de Judá, que tanta luz han arrojado sobre el Nuevo Testamento, iluminan especialmente los escritos de San Juan, entre ellos el evangelio. Ideas queridas a San Juan, como la oposición de la luz y las tinieblas, de la verdad y la mentira, han encontrado en los escritos del mar Muerto paralelos sorprendentes. Estos paralelos se explican bien si, como suele creerse, Juan el Bautista tuvo relaciones con el grupo esenio, a quien, sin duda, pertenecen esos escritos; el hijo del Zebedeo, antiguo discípulo del Bautista, habría vertido en un lenguaje religioso que le era familiar el misterio absolutamente nuevo que él había vivido junto a Jesús: el del Verbo hecho carne para salvación de los que crean en El.


F. Javier Martínez

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