Homilía en la Eucaristía del Viernes de Dolores previa a la procesión de su Patrona, Nuestra Señora de los Dolores, en la parroquia de San José de Purchil con la participación de autoridades municipales, Guardia Civil y Policía, y comunidad parroquial.
Fecha: 23/03/2018
Querida comunidad cristiana, querida Iglesia del Señor, que vivís aquí en Purchil para celebrar este día de la Virgen de los Dolores;
queridas autoridades
municipales;
querida Guardia Civil y
Policía Nacional y Local;
hace un momento estaba por
aquí también el Sr. Alcalde:
Os saludo a todos con todo el
cariño del mundo:
Lo que vamos a celebrar estos días en la
Iglesia y en el mundo entero es algo tan bello y tan grande que merece la pena
gozarlo. ¿Qué es lo que celebramos detrás de estas Imágenes? No algo que le
pasa a un Dios que está lejanísimo y que no se preocupa de nuestras cosas o que
nuestras cosas nos parece que casi no llegamos nosotros a ellas de tantas que
tenemos que ocuparnos, y decimos “y Dios cómo se va a ocupar y menos de mí”. Incluso
la historia del Evangelio nos parece como un cuento de hadas lejísimo en una
historia que pasó hace 2.000 años y cómo va a tener eso que ver con mi vida.
Luego, vemos las Imágenes. Jesús no iba así por las calles de Jerusalén. Jesús
iba por las calles de Jerusalén como un hombre maltratado, semidesnudo y
azotado y ensangrentado. Nuestras Vírgenes de Semana Santa van todas vestidas
de reina; están asistiendo a la pasión de su Hijo, pero todas llevan esa
especie de traje triangular del siglo XVIII, que es un traje de reina, y que
está llena de bordados y dorados. Y tiene su razón de ser. Porque lo que
celebramos en la Semana Santa no es una historia común. (…)
¿Qué celebramos en estos días que vienen? No
algo tan ajeno a nosotros como alguien que era considerada reina en el siglo
XVIII y seguimos vistiendo como se vestían las reinas del siglo XVIII, o algo
que pasó hace 2.000 años, o algo que no tiene que ver con nuestra vida.
Celebramos el fundamento de nuestra alegría, el fundamento de nuestra esperanza,
el fundamento del amor de vuestras familias, de vuestros matrimonios, de
vuestros amores de padre o de madre a vuestros hijos, o a vuestros hermanos.
Celebramos la posibilidad que nos es ofrecida, que nos es dada de una vida de
hermanos, de una vida donde con todas nuestras flaquezas podemos colaborar los
unos con los otros sin distinción de ningún tipo, porque todos somos creados
para ser hijos de Dios. (…) En Semana Santa, celebramos el fundamento de la
dignidad de la vida humana, el fundamento del valor de la vida humana, el
fundamento de que la vida humana deja de ser un episodio de la naturaleza. (…)
Tenemos la tentación de concebirnos como si fuésemos un fenómeno de la
naturaleza, del que nadie se acordará cuando hayan pasado tres generaciones.
Lo que antiguamente llamaban la historia
sagrada, que es la historia de la salvación, que es la historia que culmina en
la figura de Jesús y en el Acontecimiento de la muerte y del triunfo sobre el
pecado y la muerte de Jesús el Hijo de Dios, introduce en la historia algo
nuevo, que no es ese fenómeno de la naturaleza, que no es ese “nacer, crecer,
multiplicarse, envejecer y morir”, sino poder vivir con alegría, hacernos a
cada uno protagonistas de nuestra propia historia. Verdaderamente protagonistas
de la historia. San Juan Pablo II decía: Éste es el mensaje de la Iglesia, si
hay que resumir en una frase el mensaje de la Iglesia, es que la Iglesia no
aspira mas que a una cosa y es poder decirle a cada hombre y a cada mujer “Dios
te ama, Cristo ha venido por ti”. (…)
Una novelista norteamericana, Flannery
O’Connor, explicando una vez en el ambiente de escritores qué era el
cristianismo, decía: la vida real que un cristiano ve en la vida, en la historia
humana es sencillamente que “a pesar de toda la miseria humana, Dios no se ha
avergonzado de abrazarse con nosotros en su Hijo”.
¿Qué celebramos en la Semana Santa? (…) Que el
Dios infinito se ha revelado como Amor, y ha hecho con nosotros una historia de
amor, que culmina en la muerte de su Hijo, para que yo pueda empezar a vivir
como hijo. Es decir, para que deje de ser un mero siervo, una mera criatura que
nace, muere y está condenada al olvido o “al bostezo del cosmos”, como decía
también un gran ateo del siglo XX: “Morimos y lo único que sucede es que el
cosmos bosteza”. No, no bosteza el cosmos. Hay alguien que me ama, y que me ama
con un amor infinito. Y seas quien sea, tengas la historia que tengas: “Dios te
ama, Cristo ha venido por ti”. Y te ama con un amor infinito que no pone
condiciones. Es una de las grandes diferentes entre el amor de Dios y nuestro
amor. Nosotros siempre amamos con alguna condición, y amamos pensando qué vamos
a recibir a cambio. (…)
¿Qué celebramos en estos días de pasión?
Celebramos ese abrazo del Señor a mi vida concreta, con mi nombre y apellidos,
con mi historia, mi circunstancias, con mi familia, sin recelos, sin
condiciones. Dios, que es Amor y es una comunidad de personas en amor, así nos
lo ha revelado Jesús, ha entregado a su Hijo y su Hijo se ha entregado a la
muerte. Él decía dos cosas importantes en la Pasión: “Nadie me quita la vida,
yo la doy porque quiero”. (…) Una muerte así va libremente, y va a ella porque
quiere sembrar: “Si el grano de trigo no muere, no da fruto. Pero si muere,
brota la espiga y da mucho fruto”. Se estaba sembrando Dios en nuestra
historia, en nuestra carne. Se había sembrado en la Anunciación y en la
Navidad, en el seno de la Virgen, para compartir nuestra condición humana y
compartir con nosotros este mundo de mentira, de traición, de pecado, de
pobreza humana, y abandonarse a Él. (…) Dios no se ha avergonzado de abrazarse
a nosotros conociendo nuestra miseria. Eso es lo que decía Flannery O’Connor. Y
eso es inmenso. (…)
Dios nos quiere así. Lo que quiere es nuestra
vida; que podamos vivir. Y Él se entrega por nosotros, para que nosotros
podamos vivir como hijos de Dios.
La fiesta que celebramos es la Virgen de los
Dolores. Su Madre es el reflejo de la humanidad nueva. Y por eso es Reina.
Hemos pasado de ser esclavos a ser reyes. Somos hijos de Dios. El amor de
Jesucristo nos hace hijos de Dios y a la primera que la hizo una Reina y que le
cumplió las promesas fue a la Virgen. (…)
¿Por qué llamamos a la Virgen bienaventurada?
Porque acogiste la Promesa del Señor, te dejaste guiar por su Gracia y esa
Gracia te hace grande. Igual que a nosotros. Dejamos de ser criaturas, dejamos
de ser siervos, para pasar a ser hijos de Dios. Celebramos algo muy grande. Y
le pedimos a Ella que, como Ella, nos deje acoger a Dios en nuestra vida, para
que, aunque caigamos, y caigamos muy hondo, siempre sepamos que hay un amor que
tiene la mano tendida y que está dispuesto a levantarnos. Que no temamos a
Dios. Que no tengamos miedo de Dios. Que nos dejemos querer por Dios. ¿Qué es
lo que más espera Dios de nosotros?: que nos dejemos querer. ¿Qué es lo que él
quiere de nosotros?: poder querernos, para que podamos vivir bien, vivir
contentos, vivir con esperanza, afrontar todo, cualquier circunstancia de la
vida, incluso la muerte, con la certeza de que la muerte no tiene la última
palabra sobre nosotros. La tiene el amor infinito de Dios, que no nos
abandonará ni ahora, ni en la hora de nuestra muerte, ni jamás. Y eso nos hace
vivir de otra manera, vivir con alegría.
Vamos a seguir celebrando la Eucaristía con un
corazón agradecido y gozoso al Señor por ese amor.
+
Javier Martínez
Arzobispo de Granada
23 de marzo de 2018
Parroquia de San José (Purchil, Granada)
Eucaristía en el Viernes de Dolores, Patrona de
Purchil