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El Evangelio de San Juan: II. El arte de un apóstol

VI Domingo de Pascua. Ciclo C

Fecha: 16/05/1971. Publicado en: Semanario Diocesano Luz y Vida 636, 6-7



    A dar esa impresión de espiritualidad de que hablábamos el último domingo ayuda, sin duda, la manera propia de narrar del evangelista, su estilo. Desde el comienzo estamos en un mundo diferente del de los sinópticos. En lugar del evangelio de la infancia de San Mateo o San Lucas, con la deliciosa sencillez de la Anunciación o la Natividad, San Juan comienza su evangelio por un prólogo solemne, que presenta la Encarnación del Verbo. Ese tono, lleno de sagrada majestad, recorre todo el evangelio. Y no es que San Juan tenga un estilo rebuscado o que ame el artificio literario. No; su vocabulario es uno de los más pobres del Nuevo Testamento, y en sus relatos se encuentran con frecuencia, y como dichos de pasada, detalles que un narrador experto habría puesto más de relieve; hay repeticiones frecuentes, paréntesis, cosas que se dan por supuestas sin que hayan sido explicadas. San Juan escribe con gran simplicidad, sin ninguna pretensión; y sin embargo, es un artista verdadero: sus relatos son a veces de una solemne belleza y al mismo tiempo llenos de vida, dramáticos, irónicos incluso. Que se piense en el diálogo con la Samaritana, en la resurrección de Lázaro, en la curación del ciego de nacimiento.

    Todos estos rasgos se explican en parte por la admirable serenidad de un alma íntimamente convencida de la grandeza única de Cristo, segura de su victoria sobre todas las urdimbres de las tinieblas, apasionadamente deseosa de llevar a los hombres a la fe. El evangelista San Juan es un contemplativo. Tiene el don de ver en un suceso, en un simple detalle a veces, toda su significación espiritual, y sabe transmitirla con discreción. Así, cuando Judas abandona el cenáculo y se dispone a consumar su traición, después de comer el bocado que le da Jesús, el evangelista comenta simplemente: “Era de noche.”Y en esa pequeña frase deja caer todo el misterio de la maquinación de las tinieblas, dispuestas en aquel momento a librar su última batalla contra Jesús. Igualmente, la indicación que acompaña al relato de la multiplicación de los panes , y que “en aquel lugar había mucha hierba”, resulta deliciosa para quien conoce la primavera galilea, y denota un intuitivo de fina sensibilidad.

    A eso mismo se debe también una de las características de su estilo que más chocante resulta a nuestro temperamento occidental, amante de los razonamientos y de la lógica: su forma de desarrollar una idea. Se han comparado sus frases al movimiento de las olas en la marea creciente, que cubriéndose unas a otras van ganando terrero. En efecto, San Juan gusta de volver sobre los mismos temas, contemplándolos desde diversos ángulos y haciendo brotar así su luminosa riqueza, sí en ocasiones da la impresión de que repite, es su forma de hacer calar la verdad, no mediante oposiciones bruscas como San Pablo, ni con un razonamiento como los griegos, sino mediante repeticiones que recogen un tema en todos sus aspectos. Una idea de esta manera de hacer, que está presente en todo el evangelio (pueden verse los capítulos 6, 8, 14, así como la primera carta de San Juan), nos la da el prólogo; después de presentar al Verbo (la Palabra) en su realidad eterna junto a Dios, dice el evangelista. “Todo se hizo por ella, y sin ella no se hizo nada de cuanto exista; en ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la vencieron.” Presenta después a Juan Bautista, y luego continúa: “La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció.” Juan el apóstol sí la conoció y al calor de ese conocimiento está escrito el cuarto evangelio.


F. Javier Martínez

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