Homilía de Mons. Martínez en la Eucaristía con motivo de la fiesta de María Auxiliadora, celebrada con la comunidad y familia salesiana.
Fecha: 24/05/2018
Muy querida Iglesia del Señor, reunida esta tarde aquí para celebrar la fiesta de María Auxiliadora, Pueblo santo de Dios;
Lo primero que yo tengo que hacer
esta tarde es dar las gracias al padre Marco Antonio, y se las doy muy
efusivamente y muy de corazón, porque ha tenido una generosidad muy grande al
permitir este “asalto” en el último minuto casi.
En mi ministerio pastoral, durante
años, en Córdoba y en los primeros años aquí en Granada, siempre era una fecha
fija el celebrar María Auxiliadora, y llevaba muchos años sin celebrarla. Y
cuando esta mañana he visto que era María Auxiliadora he dicho: voy a ir. Y
teniendo todo preparado y casi sin aviso, el padre Marco Antonio ha tenido la
generosidad de dejarme presidir esta Eucaristía. Y para mí es un gozo reunirme
con toda la familia salesiana. Un gozo y una expresión también de gratitud a lo
que todos debemos a San Juan Bosco, en familia “Don Bosco”, al que todos
debemos tanto en la pastoral y en la transmisión de la fe, y más aún que la fe,
la vida cristiana, la vida que Cristo nos da, a los jóvenes.
Dejadme saludar especialmente a los
que habéis hecho la Primera Comunión hace nada y estáis aquí, también para
celebrar el hecho todavía tan cercano de vuestra Primera Comunión. Enhorabuena
a todos. Es un momento grande en la vida, extraordinariamente grande.
Comentar brevemente las lecturas que
acabamos de oír, que expresan el acontecimiento cristiano con una fuerza y con
una sencillez especial. Esa representación –siempre muy potente, como son todas
las del Apocalipsis- de la lucha entre el dragón y la mujer puede decirse que
representa la historia humana entera, en cierto modo. Desde los orígenes -tal
como lo relata el Génesis-, hay un combate entre la antigua serpiente, imagen
del Enemigo de nuestra felicidad, imagen del Diablo o Satanás -como dice
también el Apocalipsis-, y la mujer. Y uno no necesita ver al dragón corriendo
por las calles para darnos cuentas de que en esa imagen simbólica está
representada nuestra historia. La mujer representa a la humanidad, pero
representa sobre todo a la humanidad nueva que ha nacido del costado de Cristo,
de la entrega del Hijo de Dios a la humanidad de la que Él se había previamente
enamorado; que Él había creado para poder comunicarse y darle la vida a ella,
que era la humanidad pecadora. Y esa humanidad se realiza por primera vez de
una manera plena en la Virgen y luego se realiza en la Iglesia por medio de ese
combate. El final de la lectura dice que el dragón abandonó a la mujer y se fue
a hacer combate a sus hijos: sus hijos somos nosotros y la experiencia de ese
combate la tenemos todos, de una manera o de otra. Todos estamos hechos para
una felicidad plena, sin límites, gozosa. Y todos tenemos la experiencia de que
una y otra vez no somos capaces de realizar esa humanidad y no somos capaces de
obtener la felicidad que anhelamos, y que nuestro corazón entiende que estamos
hechos para ella pero que no nos la podemos dar a nosotros mismos. Ahí entra el
Salmo: “Aunque pase por cañadas oscuras nada temo, porque Tú vas conmigo. Tu
vara y Tu callado me sosiegan”.
Y es verdad. Tenemos también la
experiencia de ser cuidados por Dios. Y la cosa se consuma en ese Evangelio
precioso de las bodas de Caná. Si no somos muy capaces de representarnos lo mal
que lo tuvo que pasar aquella familia… (porque en las familias palestinas del
siglo I y hasta comienzos del siglo XX en realidad, no había drama mayor que el
que en una boda se acabara el vino, porque era una humillación para los padres
de los novios, en primer lugar, y en consecuencia para los novios, y comentario
de toda la aldea o de todo el pueblo). (…) Que se acabase el vino era una
tragedia, era un drama por lo menos muy grande. Lo cierto es que en nuestras “bodas”…
no me refiero a las bodas cuando celebramos una boda, sino en nuestra vida, donde
estamos hechos para esa felicidad que intuimos que tiene que ver con la presencia
de Dios en nuestra vida y que intuimos que tiene que ver con una relación con
Dios del que la relación entre unos esposos que se quieren mucho, y muy bien,
es una pálida imagen. Intuyendo que nuestra felicidad es eso, nosotros se nos
acaba el vino. A veces se nos acaba muy jóvenes, a veces se nos acaba más
mayores. Pero qué difícil es que en la vida y en el corazón de uno no entre el
dragón de alguna manera a roer por nuestro interior nuestra esperanza, nuestra
alegría, y a recomendarnos que vivamos en un escepticismo dulce: saca de la
vida lo que puedas, pero en el fondo eso es un entretenimiento, la posibilidad
de ser feliz no es verdad y resígnate a ello, esto es lo que hay.
Y sin embargo, la lectura del
Evangelio nos abre otro horizonte, que lo intuía el Salmo: “Aunque pase por
cañadas oscuras nada temo, porque Tú vas conmigo”. Está Jesús en esta boda y
está María, que, además, supo actuar como madre y como mujer (…). Madre,
Auxilio de los cristianos, hoy te pedimos: a nosotros se nos acaba el vino, se
nos acaba el vino tantas veces en nuestra vida, se nos acaba la posibilidad de
generar de nuestro propio corazón o de nuestras propias entrañas una alegría verdadera,
y una esperanza que no defrauda, y o Tú mueves a tu Hijo para que nos dé el
vino bueno de Su Vida, de Su Presencia viva en nosotros –es lo que le hemos
pedido en la oración preciosa de María Auxiliadora- que, por el auxilio de la Madre,
podamos participar en la victoria de tu Hijo. En aquella boda sobraron doce
tinajas…, si es que donde está el Señor sobra, sobra de todo. No necesariamente
lo que Le pedimos, porque a veces Le pedimos que nos dé la salud, y alguna vez
la tenemos que perder, sabemos que somos mortales. O Le pedimos que nos arregle
un asunto de este mundo y es como si nuestro Dios fuera ese asunto de este
mundo y Jesús como una poción mágica para conseguir que ese asunto se nos
arregle, pero a lo que le damos importancia es a ese asunto de este mundo.
No, Señor. El don que necesitamos
eres Tú. La vida que necesitamos es la que Tú das. La compañía que necesitamos
es la Tuya, la que no nos va a faltar nunca ni a nosotros ni a las personas que
queremos. La esperanza verdadera es la esperanza en que Tú eres fiel y que tu Misericordia
no se cansa ni se agota jamás.
Y de nuevo, Te pedimos a Ti, Madre
Nuestra, que Jesús nos la entregó en la cruz, que nos auxilies, que nos
acompañes en la vida y que nos permitas que, una y otra vez, te podamos decir “que se nos acaba el vino”. Y
entonces, Tú hagas presente a tu Hijo y podamos comprender que realmente si te
tenemos a Ti, Señor, no nos falta nada, todo es gracia, la vida entera hasta
las circunstancias más difíciles, realmente más adversas, podemos verlas como
una gracia de Dios, porque es una ocasión para reconocer que Tú eres el único
tesoro de nuestra vida y de nuestro corazón. Y ésa es la única salvación. Todas
las demás sí que nos fallan. Todas las demás esperanzas sí que se nos acaban,
hasta la esperanza en la salud, la esperanza en el amor de las personas,
incluso de las que más queremos, incluso de nosotros mismos. La confianza en
nosotros mismos se nos cae mucho antes a veces que la confianza en los demás,
porque nos conocemos; de los demás hay siempre algún ratito al día que podemos
descansar, y de nosotros mismos no descansamos nunca. Señor, si el peor enemigo
que tengo soy yo mismo…, entonces, no te puedo pedir que me libres de mi mismo,
pero sí te puedo pedir que Tu Hijo, que está en esta “boda”, nos dé la alegría
que necesitamos.
Nos unimos todos en esa petición y
dejadme que dé un testimonio sencillo. Yo creo que San Juan Bosco es un precedente
de la pastoral de nuestro tiempo, a mi me parece que es un santo para la
postmodernidad. Todos conocéis la anécdota. Pero os voy a decir la que a mi me
parece la razón. Es decir, mientras el mundo ha sido razonablemente cristiano, o
ha tenido mucha presencia de la cultura cristiana en sus estructuras, en sus
organizaciones, esas estructuras y esas organizaciones podían hacer pensar que sostenían
el mundo de ese modo y que bastaban para sostener la fe, para sostener la
esperanza y el amor de unos por otros. Cuando esas estructuras pasan o nos
damos cuenta de que pertenecen al pasado y no son un verdadero apoyo para la fe
de nadie, o para el amor o la esperanza de nadie, entonces nos damos cuenta de
que nuestra única propuesta para el mundo es la belleza de una vida. La belleza
de una vida que no es que no tenga defectos, porque entonces nadie podríamos
dar testimonio de Jesucristo. Es la belleza de una vida en cuya boda faltó el
vino, pero, porque estaba el Señor, uno no pierde la alegría; y porque estaba
el Señor, uno no pierde la esperanza; y porque estaba el Señor, uno no pierde
la certeza de que el corazón se puede regenerar y el perdón es posible, y
recomenzar de nuevo es posible, y por muy bajo que podamos haber caído podemos
siempre empezar de nuevo con la ilusión del primer día de la creación porque el
amor de Dios es infinito. Ése es el testimonio que estamos llamados a dar. Y no
tenemos armas en las que apoyarnos. Un amigo mío ha escrito no hace mucho un
libro que se titula “La belleza desarmada”. La belleza desarmada, la belleza de
esta tarde celebrando esta Eucaristía aquí, al aire libre, juntos, con una
conciencia de ser familia, convocados por la figura extraordinariamente
atractiva de educador de Don Bosco para este mundo nuestro.
Un rasgo –digo cuál es el rasgo de
Don Bosco que a mi me parece propio de este momento de la historia- que no
ponía condiciones, no había ninguna condición previa para el contacto humano,
para el afecto humano, para la relación. Todos conocéis la anécdota del
muchacho que le empieza a preguntar cosas y al final le dice: “¿Pero, ¿sabes
silbar?”. Pues, ¿sabes silbar? A ese nivel podemos siempre encontrarnos con un
ser humano. Sea como sea, esté donde esté, sea su historia la que sea, esté
destrozado, hundido, sea su vida un desastre. Siempre puede ser abrazado por
una palabra que refleja afecto, cariño y ésa es la belleza a la que estamos
llamados a vivir –primero nosotros, porque, si no, no la podemos testimoniar
nunca- y luego a testimoniarla sencillamente donde estemos. Con los chicos, con
los jóvenes, con los mayores. Todos tenemos la necesidad de esa humanidad
sencilla y buena que desea el bien de todos y no tiene otra arma que ese deseo
del bien de todos, que es lo que el Señor nos ha comunicado a nosotros: Su amor
sin límites, Su amor sin condiciones, Su amor sin pedir cursos primero, ni
notas, ni tallas que tenemos que dar. Nos amas porque somos tus hijos. Enséñanos
a amar así a todo hombre y a toda mujer que se cruce en nuestro camino sin más
que la conciencia de que el corazón de esa persona está hecho para lo mismo que
está hecho el mío, que es para ser amado y para dar amor. Y sólo un mundo
tejido con la trama del amor puede ser un mundo humano. Cuando esa trama falta
y aparecen los intereses, entonces terminamos como Caín y Abel: matándonos unos
a otros, peleándonos unos con otros, haciendo de la vida una serie sin fin de
conflictos y de luchas de unos para con
otros. Así no merece la pena vivir. Por eso, Señor, te necesitamos a Ti,
y por eso acudimos a Tu madre para que interceda por nosotros y llene la “boda”
de nuestra vida del vino bueno de Su amor.
Que así sea para todos vosotros. Que
así sea para alumnos, antiguos alumnos, profesores del colegio. Que así se
apara vosotros, que estáis empezando vuestra vida adulta en la Iglesia por
haber hecho la Primera Comunión. Y que todos podamos dar gracias al Señor por
ese vino nuevo.
Le suplicamos a la Virgen.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
24 de mayo de 2018
Colegio San Juan Bosco, Granada