Solemnidad de Pentecostés
Fecha: 30/05/1971. Publicado en: Semanario Diocesano Luz y Vida 638, 6-7
Una de las cosas que más llaman la atención de quien se acerca al evangelio de San Juan son sus notables diferencias con los demás evangelios. Estas diferencias no se refieren sólo a la forma de narrar, cosa que puede fácilmente explicarse por la personalidad del evangelista, sino al contenido mismo del evangelio, a la materia que se narra. Así, resulta chocante que, de los veintinueve milagro que los evangelios sinópticos cuentan extensamente, San Juan sólo relata dos: el de la multiplicación de los panes y Jesús caminando sobre las aguas. El cuarto evangelio tiene, en cambio, cinco milagros de Jesús que no traen los otros evangelios: conversión del agua en vino en Caná de Galilea, curación del hijo de un funcionario real, de un tullido, del ciego de nacimiento, y resurrección de Lázaro. Tampoco tiene San Juan - y esto es más extraño-, ninguna de las parábolas o comparaciones familiares de que están llenas los sinópticos, a las que San Juan sustituye por los largos discursos puestos en boca de Jesús.
Pero tal vez la diferencia más notable sea la que se refiere al marco cronológico y geográfico de la actividad de Jesús. Según los otros evangelistas, el ministerio público de Jesús comienza tras el encarcelamiento del Bautista, y se desarrolla en su mayor parte en Galilea, con un solo viaje a Jerusalén: el de la Pasión. Para San Juan, el teatro de la actividad de Jesús cambia con más frecuencia. Así menciona por lo menos tres Pascuas y cuatro viajes a Jerusalén, lo que implica una duración del ministerio de por lo menos dos años completos. El evangelista se detiene con gusto en las estancias en Jerusalén, y en cambio, apenas si concede interés al ministerio en Galilea, del que sólo describe el principio y el fin.
Estas diferencias, y otras muchas que podrían señalarse, no quitan fuerza al valor de la historicidad de los relatos de San Juan (en algunos casos, como en el del marco geográfico, su ordenación parece responder mejor a la verosimilitud histórica que la de los otros evangelios), pero ha planteado a los estudiosos la cuestión de las relaciones entre los sinópticos y San Juan. Este cuestión existía ya en la antigüedad, ya que algunos autores paganos se apoyaban, para impugnar la credibilidad de los evangelios, en las diferencias entre Juan y los sinópticos. Frente a ellos, los escritores cristianos sentaron la tesis de que el cuarto evangelista quiso completar lo que no habían dicho los demás evangelios. Juan, conociendo los sinópticos y suponiendo que sus lectores los conocían, habría querido profundizar y enriquecer el conocimiento que éstos daban de Jesús.
Más probable, sin embargo, parece que el evangelista San Juan no conociera los demás evangelios, al menos tal y como han llegado hasta nosotros. Tanto él como los demás evangelistas se insertan en una corriente viva, la de la tradición y la predicación de la Iglesia, corriente en la que unos y otros han bebido; es esta tradición y no los escritos de San marcos o San Lucas, lo que San Juan conoce y supone conocido por los lectores. El mismo evangelista lo da a entender así, cuando dice, a guisa de conclusión de su evangelio, que “Jesús hizo en presencia de sus discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro”. De entre ellas, el evangelista ha escogido unas cuantas, y ha tratado de darnos su inteligencia espiritual de los hechos su obra es profundamente original, y no hay por qué exigirle más de lo que él mismo ha pretendido.
F. Javier Martínez