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La Primacía de la Gracia

Homilía de Mons. Martínez en la Eucaristía celebrada en el XI Domingo del T. O en la S.I Catedral.

Fecha: 17/06/2018

Queridísima Iglesia del Señor, Esposa amada de Jesucristo, Pueblo santo de Dios; muy queridos sacerdotes concelebrantes;

hermanos y amigos todos:

 

Dos pensamientos hay en las Lecturas de hoy, o dos pensamientos se me sugieren a mí que pueden ser más útiles. La verdad es que las dos parábolas del Señor y hasta el texto de San Pablo, y la misma lectura del Antiguo Testamento, son bellísimos y están llenos de luz. Pero dos cosas quisiera yo subrayar, con la esperanza de que os puedan ser útiles en vuestra vida.

 

La primera tiene que ver con el texto de San Pablo. Cuando San Pablo dice que preferiría estar en el Cielo que estar aquí. En mis muchos años ya de sacerdote he oído cantidad de veces la expresión “bueno, sí, pero que Dios no tenga prisa”. Lo cual refleja, de mil maneras diferentes, también el modo, la ansiedad con la que a veces le pedimos al Señor la salud, como de manera muy parecida a como la piden quienes no tiene fe. Y eso refleja realmente una especie de pequeño, o gran, cáncer en nuestra fe. Es una fe superficial, es una fe como de entretenimiento. Porque si realmente simplemente cayésemos en la cuenta de quién es Dios y de que el Cielo no es un sitio donde Dios te da un caramelito o cantamos como los ángeles y uno piensa en el Cielo como una cosa estática, aburrida, sin comunión de personas, sin gozo, sin alegría. No es así como la Escritura santa habla del Cielo. El Cielo es Dios y todo lo que de bello en la Creación (y es mucho, desde la convivialidad de un banquete de familia o de una conversación con los amigos, hasta las exquisiteces más grandes del amor humano y de la amistad humana de la entrega de los padres, o hasta de los amigos de manera heroicidad tantas veces a lo largo de la vida, a lo largo de la historia), todo eso no son mas que manifestaciones pobrísimas del Ser de Dios, de cuya Belleza, de cuyo Bien y de cuyo gozo participamos aquí entre velos, de una manera velada, oscura, a tientas, perdidos. Por eso, nos extraviamos tan fácilmente y con buena voluntad, todos perdemos el norte.

 

Caer en la cuenta de que el Cielo es Dios, ¿cómo voy a tener yo miedo a Dios? En ese sentido me puede dar más miedo los sufrimientos que con frecuencia acompañan a la vejez o a la muerte, es decir, esa especie de desasirse de las cosas creadas que con el paso del tiempo uno percibe. Pero si uno tiene conciencia de que vivir vale la pena si uno vive para Dios y que en la muerte quien nos aguarda es Dios, ¿miedo a la muerte? Y no es porque San Pablo fuera un héroe, o fuera una persona –diríamos- excepcional. Es lo propio de ser cristianos; es la alegría de vivir y por así decir, casi la alegría de morir, porque en la vida y en la muerte somos del Señor. Y porque el Señor nos ha rescatado al precio de su Sangre divina y nadie nos puede arrebatar el Amor de Dios, que es nuestra única tierra sólida en la que apoyarnos.

 

Sin embargo, muchas de esas expresiones a las que hacía referencia, y que uno entiende porque también mi corazón es cómplice de ellas, el decir “bueno, que Dios lo más posible en venir”... Tenemos una imagen de Dios tan penosa que si Dios fuera como nosotros, yo creo que nos había expulsado de Su amor, mil veces y de mil maneras diferentes. Sólo que gracias a Dios, Dios no es como nosotros.

 

Y sin embargo, esa fe de la que estoy hablando -que sería elemental; que sería una fe cristiana elemental porque es el “ABC” de la fe: en el Credo, “la vida eterna, la comunión de los santos”- no es algo que podamos adquirir ni a base de pensar, ni de comernos el coco, o de esfuerzo y de codos y de puños. Y ahí entran las dos parábolas del Evangelio de hoy. El labrador siembra la semilla y él no sabe cómo pero aquello produce espiga y fruto. Él duerme y está tranquilo, y sabe que aquello producirá su fruto. El Señor se ha sembrado en nuestras vidas. No estaríais aquí ninguno de vosotros, no estaría yo, ciertamente, si no fuera porque hemos conocido al Señor.

 

Señor, que ese conocimiento tuyo genere, cambie, las fibras de nuestro corazón, nuestra sensibilidad, nuestro modo de mirar, nuestro modo de vivir, nuestro modo de relacionarnos unos con otros. Que nos haga vivir en la sencillez y en la verdad, y nos permita vivir contentos, morir contentos; que la vida pase sobre nosotros no como un accidente, o como un pastel al que tenemos que agarrarnos para coger un trocito de ese pastel.

 

Que todo es don Dios; que todo es gracia; que yo soy gracia en primer lugar, un regalo que Dios me ha hecho sin haberlo buscado, ni haberlo merecido. Ese Dios que es Amor y que se ha revelado en Cristo, hasta una profundidad abisal verdaderamente.

 

Señor, Tú que has sembrado la fe en nosotros, que nazca, que crezca, que florezca, que dé frutos en nuestras vidas. Si no hay que convencer al mundo... Si tuvierais fe como una granito de mostaza –dice el Señor a sus discípulos-, pediríais a esa montaña “quítate de ahí y tírate al mar”, y se tiraría. Por tanto, Él contaba con que la fe no es algo que esté a nuestro alcance, porque ninguno de nosotros podemos decirle a Sierra Nevada que se tire al mar y se tiraría. Pero, Señor, Tú que eres el Señor de todo y que nos has llamado a la fe, nosotros somos muy torpes, dormimos, cantamos, pasamos el tiempo…, haz que la semilla que Tú has plantado en nosotros florezca y dé fruto.

 

Todas las parábolas afirman solo una cosa, casi solo una cosa, es la más importante que anuncia: la Primacía de la Gracia de Dios sobre el esfuerzo humano y sobre el trabajo humano. La Primacía de la Gracia, la misma de la mostaza. La mostaza es un granito minúsculo, un comino, es más pequeño que un grano de trigo, una bolita que se pierde casi en la mano, y sin embargo se convierte en un gran arbusto.

 

Señor, confiamos en Tu Amor. Confiamos en el poder de Tu Amor. No en un poder arbitrario y mandón y absurdo que nos alejaría de Ti. Confiamos en el poder inmenso de Tu Amor, de transformar nuestras vidas, de modo que podamos vivir siempre en la alegría y en la libertad de los hijos de Dios.

 

Que así sea, para vosotros; que así sea para todos nosotros; que así sea para toda la Iglesia.

 

+ Javier Martínez

Arzobispo de Granada

 

15 de junio de 2018

S.I Catedral

 

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