Homilía de Mons. Javier Martínez en la Eucaristía celebrada en la Catedral en al Natividad de San Juan Bautista, en la que habló sobre la santidad cristiana, que no consiste en cualidades o esfuerzos, sino en la gracia de Dios que desea que le amemos.
Fecha: 24/06/2018
Queridísima Iglesia del Señor,
Esposa bien amada de Jesucristo, Pueblo santo de Dios;
muy queridos sacerdotes
concelebrantes;
queridos hermanos y amigos todos:
Dejadme dar gracias en primer lugar
al coro del Centro Artístico de Granada, que no es la primera vez que nos
acompaña y tiene el gusto de venir de vez en cuando, y nos ayuda a vivir mejor este
momento de gracia tan grande que es la Eucaristía de cada domingo.
Quiero felicitar también a todos los
“juanes” que celebren San Juan el día de hoy y no el día 26 de diciembre. Es un
nombre precioso el nombre de Juan, o Iván también, que es el mismo sólo que en
eslavo. Lo que significa es “Dios ha dado”, “don de Dios”. La verdad es que
toda persona humana es un don de Dios, pero poder llevarlo en el nombre también
es una gracia si uno puede recordar cuál es el origen de ese nombre, como eran
todos los nombres hebreos: tenían un significado y, en general, los nombres de
las culturas semíticas y también de otras culturas orientales.
La figura de San Juan Bautista es
una figura rica, riquísima, y sorprendente en muchos aspectos. No voy a
subrayar hoy mas que uno y es cómo rompe de alguna manera nuestras percepciones
de la santidad. Porque nosotros venimos de al menos dos siglos, o quizás más,
de una tradición cristiana muy moralista, que entiende el ser cristiano como el
esfuerzo por adquirir unas virtudes y conseguir unas cualidades. Lo cual es muy
frustrante y a la larga termina alejando a muchas personas de Dios, porque
efectivamente si nosotros contamos con que somos nosotros los que tenemos que
hacer nuestra santidad, eso es el resultado final de ese camino equivocado,
desde el punto de partida, es siempre la frustración, la decepción. Una
consecuencia inmediata de ese pensar que nosotros podemos realizar nuestro ser
en plenitud, con nuestras propias fuerzas, marginamos a Dios de nuestra vida.
Al final, Dios es un adorno, no lo necesitamos. Nos basta con nuestra fuerza de
voluntad, para ser perfectos, para ser hombres perfectos. Sólo lo necesitamos
para eso que llamamos las cosas sobrenaturales. Pero las cosas sobrenaturales
si podemos ser perfectos por nosotros mismos, son cosas innecesarias, en
realidad. No tendríamos ninguna necesidad de Dios y menos de la Redención de
Jesucristo, de la Encarnación del Hijo de Dios, de su Pasión, de su muerte.
Por eso digo que ese cristianismo
moralista donde concebimos la santidad ante todo como un esfuerzo que hacemos
nosotros por adquirir unas determinadas cualidades y que creemos que el hombre
puede adquirirlas por sí mismo (hasta el mismo matrimonio, pensar que es una
cosa puramente humana, meramente humana, de amor humano, de atracción humana,
de atracción sexual por ejemplo; y pensar que la felicidad de un matrimonio la
hacen los cónyuges sin la Presencia de Dios, sin la Gracia de Cristo, sin el Misterio
de donación que es Dios a cuya imagen hemos sido creados), estamos perdidos. Y
yo no dudaría mucho en decir que una de las fuentes de la crisis profundísima
que viven los matrimonios y las familias tiene que ver con eso. Porque uno
espera que dos jóvenes buenos, con cualidades, de buena voluntad, con una buena
posición humana, lo normal es que se quieran y se lleven bien. Mentira. Es un
engaño tremendo. El matrimonio es una cosa misteriosísima. El amor esponsal es
una cosa misteriosísima, que tiene que ver con Dios antes que con nada. Y con
el Dios que es Amor; el Dios que nos ha revelado Jesucristo; el Dios que se nos
ha entregado en la cruz; el Dios que se nos da misteriosamente cada vez que
celebramos la Eucaristía, como una vida que nosotros no alcanzamos por nosotros
mismos, y sin embargo, necesitamos absolutamente para ser plenamente humanos. Porque
nuestro ser humano no es como el ser de las hormigas o como el ser de los
animales. Somos imagen y semejanza de Dios y estamos hechos para el Infinito, y
estamos hechos para un amor infinito. Y sólo cuando descubrimos esa fuente de
amor infinito que es el Dios verdadero, entonces nuestras vidas descubren cuál
es el camino y cuál es el acceso a nuestra plenitud humana.
Lo que estoy diciendo es que no
podemos ser humanos en plenitud, y desde luego no construir una sociedad humana
plenamente humana, con torpezas, con miserias, con defectos, con todo lo que
queráis, pero plenamente humana, es decir, capaz por ejemplo de perdonar, capaz
de regenerarse plenamente, si no está traspasada, transfigurada por la luz, y
por la gracia, y por la vida que nacen del costado abierto de Cristo.
Pero hemos concebido la vida
cristiana así, como un esfuerzo moral, y como un esfuerzo moral que hacemos
normalmente solos, y que si no hacemos solos, tenemos que regañarnos como lo
haría una maestro de las escuelas antiguas para enderezarnos, y hacer más
esfuerzo y poner más intención en conseguir lo que no hemos conseguido hasta
ahora. Ese camino nos aleja de Dios. Los puntos de partida que hay en él son
tan ambiguos, están tan llenos de falsedad, son arenas tan movedizas y tan
falsas que terminan alejándonos de Dios.
Yo creo que una de las cosas que nos
pone de relieve la figura de San Juan el Bautista (y también veréis otras
figuras cercanas a Jesús, también la de la Virgen, la de San José en otro
sentido, la de los Santos Inocentes, la del Buen ladrón), nos ponen de
manifiesto que la santidad es probablemente otra cosa a esa representación
nuestra habitual que proviene de nuestra tradición cultural reciente, pero que
no es cristiana, que es más estoica y pagana, pelagiana, que realmente la Tradición
cristiana verdadera. Porque, de San Juan Bautista, excepto que Dios lo eligió
para ser precursor y excepto que dio la vida, no la dio especialmente por
Cristo, la dio por protestarle al Rey de una conducta que estaba teniendo mala pero
no especialmente por Cristo. Como los Inocentes, yo pienso muchas veces: los
Inocentes es una fiesta inmensa, que celebramos inmediatamente después de la
Navidad, después del primer mártir y después de San Juan Evangelista, y vienen
los Inocentes. Que ni ellos ni sus madres sabían quién era Cristo. Y yo creo
que ellos se representan a todas las víctimas de la historia, víctimas de todo
tipo, que una vez que el Hijo de Dios se ha encarnado, una vez que el Hijo de
Dios se ha hecho víctima para rescatarnos a nosotros de nuestra esclavitud, del
pecado y de la muerte, participan, Cristo está unido a todas las víctimas del
mundo. A las víctimas de las guerras. Que jamás han oído hablar del Señor. Son
mártires, la Iglesia los venera como santos.
Por tanto, la santidad no tiene que
ver con cualidades, sino con reconocer a Cristo. Más aún, con estar cerca de
Cristo. De San Juan Bautista no sabemos qué temperamento tenía. Era un hombre
alto, fuerte, probablemente si vivía en los desiertos, en el desierto de Judá,
y no hay mucho alimento por allí pues suelen ser personas enjutas y delgadas,
tendría la tez morena… Pero, ¿qué cualidades tenía? ¿Era un hombre simpático?
¿Era un hombre afable? Tuvo discípulos, por tanto algún atractivo tenía para
los discípulos. Sabemos que era muy austero, eso sí, pero en la austeridad no
se parecía a Jesús, porque es verdad que se alimentaba de langostas del
desierto (…), era un hombre austero, un hombre asceta, pero mira qué casualidad
que en eso no se parecía a Jesús. Porque precisamente a Jesús no lo llamaron
asceta; al contrario, lo que le decían era “mira, un comilón y un bebedor”,
amigo de publicanos y pecadores, que celebraba banquetes con los publicanos y con
los pecadores para mostrar cómo los publicanos y pecadores eran amados por Dios,
aquellos en cuya casa no entraba ningún judío piadoso porque eran proscritos,
porque no se podía uno acercar a ellos sin quedar impuro y tener que apartarse
luego un día entero de la vida normal (había que purificarse y bañarse si uno
había entrado en casa de un pecador). Y Jesús entraba y comía con ellos. Y fue
una de las razones que hizo que a Jesús se le recibiera mal. ¿A dónde voy?
La santidad no consiste en
determinadas cualidades, ni en determinadas virtudes. La santidad consiste en
participar de la vida del Señor, en estar cerca del Señor. Y seamos como
seamos, todos nosotros podemos decir igual que Juan el Bautista que hemos sido
elegidos. Nadie estaríamos aquí, nadie habríamos sido bautizados, nadie habríamos
sido llamados a la vida si no es por un amor preferencial y exquisito. Tú, seas
quien seas, sea cual sea tu historia, sean cuales sean tus defectos, tus
pecados, tus heridas, aunque estuvieras sin bautizar: si te ha llamado el Señor
a la vida, es porque te ama y te ama con tu nombre y por un amor infinito. Si
estas aquí, hay una cercanía del Señor, porque el Señor viene misteriosamente,
pero viene a nuestro altar, quiere venir a nuestro corazón, anhela estar con
nosotros en nuestra corazón. Y ese abrirLe las puertas a Cristo es la santidad
cristiana. El más grande de los pecadores, los dos ladrones, que llamamos
ladrones así porque el Evangelio los llama así (…), eran un grupo específico de
judíos que se dedicaban a asesinar a las personas que eran partidarias del
poder romano, o aliados del poder romano, o que participaban o se aprovechaban de
la ocupación romana y su tarea era asesinar. Y a esos se les llamaba ladrones,
esos eran los que morían en la cruz normalmente. Jesús muere entre dos
ladrones, por lo tanto aquel hombre que era un asesino, que era un terrorista
(…), ciertamente un asesino, no dice mas que una palabra: “Señor, acuérdate de
mi cuando estés en tu Reino”, que es parecido al “Señor, ten piedad”; que no
hace falta que lo digan los labios, lo dice el corazón y es suficiente: “Señor,
ten piedad”. Y la respuesta de Jesús es: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”.
De Juan el Bautista no sabemos nada
mas que, que dio su vida por lo que la dio, y que mostró a Jesús. Cuando Jesús
pasaba, igual que el Buen ladrón lo reconoció, él mostró a Jesús y dijo “éste
es el Cordero, no soy yo”. En ese sentido es un poco figura de la Iglesia. Nuestra
tarea no es ser muy buenos y poder mostrar al mundo lo buenos que somos y cómo
los cristianos somos muy buenos. Siempre, si tenemos personas cerca que no son
cristianas, descubren nuestros defectos, descubren nuestros límites, a veces
nuestras hipocresías, nuestras mentiras. Lo que tienen que descubrir es que
Jesucristo es lo más querido que hemos encontrado, porque es nuestra única
esperanza. Nuestra única esperanza para la vida. Él es el Cordero de Dios, el
que quita el pecado del mundo. Estas palabras de Juan el Bautista lo recordamos
en cada Comunión, justo antes de comulgar. Él es el que ha sacrificado su vida
para que yo, pobre criatura, pobre siervo destinado a morir, pueda vivir con la
esperanza y la certeza de ser un hijo de Dios y pueda edificar mi pobre vida
sobre lo más sólido que hay que es el Amor infinito de Dios. Celebrar San Juan
Bautista es celebrar la elección del Señor, el don del Señor que es su Amor, la
fuente de nuestra esperanza y la fuente de nuestra alegría.
Que vivamos en ella todos los días
de nuestra vida, todos vosotros y las personas que queréis.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
24 de junio de 2018
S.I Catedral