Homilía en la Eucaristía de traslado de las reliquias de cinco sacerdotes vinculados a la Diócesis y beatificados en Aguadulce (Almería) en la causa de 115 mártires de la persecución religiosa en los años 30 en España.
Fecha: 05/11/2018
Queridísima
Iglesia del Señor, Esposa Amada de Jesucristo, Pueblo santo de Dios;
muy queridos
sacerdotes concelebrantes:
Es un día precioso no por el color
del cielo, sino por lo que sucede en nuestra Iglesia.
D. Santiago señalaba al principio de su intervención que los primeros beatos
mártires de la persecución religiosa en España, la mayoría de ellos, en los
días previos al inicio de la Guerra Civil, habían sido religiosos,
pertenecientes a congregaciones religiosas o a instituciones religiosas, que
habían promovido su beatificación; y en cambio, los sacerdotes diocesanos no habían
tenido “ese honor”, a veces porque los sacerdotes están en su faena y no se preocupan
(o no nos preocupamos) tanto de proponer y de seguir con tenacidad. Esa
tenacidad que ha tenido D. Santiago y gracias a los muchos años de trabajo, sin
apartar su mirada de los mártires nuestros, vemos ya a un grupo de ellos
beatificados y estamos seguros de que en la próxima beatificación de mártires
de muchas de las diócesis de España habrá también algunos de los mártires
granadinos que faltan.
Sin embargo, yo voy a hacer un argumento parecido al que ha hecho. No fueron
los sacerdotes y las religiosas los únicos en ser martirizados durante la
persecución religiosa. La Iglesia es un Pueblo. Es un pueblo el que fue
martirizado. Con sus sacerdotes, con sus religiosas. Que apenas hay beatos
fieles cristianos laicos. Apenas. Y eso también es un pecado nuestro, porque
hubo muchos hombres y muchas mujeres sencillos, de los que seguramente nadie
nos acordamos y no se acuerda nadie que a lo mejor alguien de su familia, y que
ciertamente arriesgaron su vida. Muchísimos. Apenas hay pueblos en los que yo
haya pasado y me han dicho “mire, la familia ‘de tal’ salvó la imagen de la
Virgen, porque la metieron escondida en el tejado, metida en unas pajas”, o
algún agujero en el suelo que habían hecho donde guardaban el ganado, donde
menos se lo podían esperar. Algunos, cuando yo he escuchado la historia, he
dicho: “Pues, ése, hay que incluirlo en la causa de beatificación”.
Me acuerdo en Hinojosa del Duque, en Córdoba, donde también se iban a
beatificar cerca de 90 sacerdotes y no había ningún laico, porque la
beatificación la habían promovido desde el Cabildo. Y me enteré yo que cuando
supo el sacristán del pueblo que iban a quemar la iglesia, él se fue a coger
las especies eucarísticas y preservarlas de la profanación; y efectivamente,
quemaron la iglesia con el sacristán dentro, y allí murió. Ése es un mártir de
pies a cabeza. Yo diría que si no hubiera un grupo cristiano, ninguno de
nosotros estaríamos hoy aquí; si no hubiera habido madres cristianas, ninguno
de nosotros, probablemente, estaríamos hoy aquí.
Tenemos que recuperar una percepción de la Iglesia que nos vea como pueblo,
como familia. Habéis notado que esta mañana yo he saludado primero a la Iglesia
(como hago siempre en la Catedral, simplemente por seguir el orden de la Lumen
Gentium). Primero es el Pueblo Santo de Dios y luego viene el ministerio
sacerdotal, como un servicio que el Señor ha previsto para la vida de ese
Pueblo, que es porque el Señor ha derramado su Sangre. Y esas cosas parecen muy
pequeñas, parece que no tienen importancia. Sin embargo, son las que nos
expresan luego, las que nos educan a unas maneras de pensar. La que nos educa a
nosotros mismos como sacerdotes. Es muy diferente pensar que nosotros tenemos
que acatar la virtud porque somos sacerdotes, sin pensar más que en nosotros,
por nuestra forma de santidad sacerdotal; o pensar en nuestra santidad como un
servicio y un regalo y un don para el mejor de los pueblos, que es el Pueblo
Santo de Dios, que es la Esposa de Jesucristo, que es la familia de Jesucristo
y que es un honor servir y gastar por la vida vuestra, por la vida de esa
familia. Se vive el sacerdocio también de una manera muy diferente.
Dejadme decir también que tenemos que sentirnos orgullosos todos, porque también
los sacerdotes somos parte de ese pueblo cristiano, y no sólo por lo que he
dicho de que todos hemos nacido de una madre cristiana. Por que nos sintamos
orgullosos. Orgullosos de ser miembros de la Iglesia. Y me diréis, “pues en la
Iglesia hay muchas miserias y hay muchos pecados” (y fuera de la Iglesia,
muchos más). Lo que da de sí el hombre, lo sabemos. Pero, ¿qué pasa en la
Iglesia? Que el Señor no la abandona; que el Señor está siempre en medio de
nosotros; que el Se ñor no nos deja nunca. La Iglesia es
santa porque siempre está el Santo en ella. Y veréis, algunos de los mártires,
ni en la Iglesia antigua, no es que fueran especialmente héroes o superhombres
de ninguna clase; eran cristianos, cristiano de fe, hijos de su Pueblo, que
sabían que el Señor era más, lo más querido en su vida, más querido que la vida
misma. De ahí nace la palabra testigo. Eso es el ser testigos. Es verdad que el
martirio no se debe nunca buscar, nunca. Es siempre una pretensión el buscarlo
o el pretenderlo o el querer aspirar a ello. Es siempre una Gracia de Dios. Igual
que el ser cristiano: somos cristianos por la Gracia de Dios. No porque hayamos
llegado a ser algo, ni aunque fuésemos conversos. Así empezaban los antiguos
catecismos: “¿Eres cristiano?”. “Sí, soy cristiano por la Gracia de Dios”. Punto.
Por lo tanto, todo lo que soy lo soy por la Gracia de Dios. Y si soy sacerdote,
también es por la Gracia de Dios. Y una gracia prevista en función del bien y
de la vida del pueblo cristiano.
Y si uno es santo, no es santo porque se haya matado a hacer esfuerzos, sino
por la Gracia de Dios. Y en los mártires… el dar la vida por Cristo pone de
manifiesto que “tu Gracia, Señor, vale más que la vida”, como diría un Salmo;
que la Iglesia sigue rezando muchos domingos y muchos de nosotros en los Laudes
de la primera semana repetimos: “Tu Gracia vale más que la vida. Te alabarán
mis labios”.
Honrar a los mártires es poner nuestra mirada en ellos, no es aplaudirlos. Yo
recordaba hace poco en un Congreso sobre la Reina Isabel la Católica las palabras
de un escritor cristiano: que a los santos no hay que aplaudirlos, a los santos
hay que imitarlos, o a pedirle al Señor que nos ayude a mirar donde ellos
miraban. A parecernos un poco a ellos. Que nos conceda esa gracia. Y ese
escritor decía: “San Francisco de Asís,
cuando estaba empezando el mundo moderno, dio muchos gritos a favor de un modo
de vida distinto, y los cristianos nos dedicamos a aplaudir a San Francisco de
Asís y no a imitarle. Si en lugar de aplaudirle –decía- le hubiéramos seguido,
seguramente la Iglesia se hubiera ahorrado un cisma, entre el S. XIII y el XIV,
la Reforma Protestante, y las guerras de religión de los S. XVI y XVII, y dos
Guerras mundiales”.
Glorificar a nuestros santos es pedirLe al Señor la gracia de poder quererLe al
Señor como Él nos pide que le queramos. Querernos nosotros como el Señor nos
pide también que le queramos. Nada más que eso. Todos los demás aplausos pueden
ser un engaño. Podríamos también utilizarlos políticamente, y no debemos. Digo
esto con conciencia de lo que digo. Los adversarios de la Iglesia siempre
terminan sirviendo al Señor. No hay que temer. Los adversarios de la Iglesia lo
que hacen son mártires, y los mártires es lo mejor que tiene la Iglesia. Por
tanto, no hay que tener tanto miedo. Stalin mató a millones de personas, pero
Stalin desterró a Siberia y Asia Central a casi cuatro millones de cristianos
católicos. Stalin se murió y esos millones de polacos, algunos murieron de
frío, otros no, y hoy hay dos millones de católicos en Siberia, en donde el
cristianismo no había entrado en veinte siglos. Dos millones de católicos en
Siberia y un millón y medio de católicos en Kazajistán, en Asia Central. Los
enemigos de la Iglesia siempre acaban sirviendo a Dios, aunque ellos no lo
sepan.
Son los hipócritas, los fariseos los que hace daño a la Iglesia. Somos los
malos cristianos los que hacemos daño a la Iglesia. Entonces, qué vamos a pedir
al Señor, ¿qué no tengamos persecución? No. Vamos a pedirle: “Señor, haz de
nosotros buenos cristianos”. Hijos libres de Dios. Orgullosos de serlo.
Contentos de serlo, llenos de alegría por serlo. ¡Eso es lo que podemos
transmitirle a nuestros jóvenes!
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
5 de noviembre de 2018
Iglesia San José (Válor, Granada)
(Homilía de Mons. Martínez en la Eucaristía de traslado de las reliquias
de cinco sacerdotes vinculados a la Diócesis y beatificados en Aguadulce
(Almería) en la causa de 115 mártires de la persecución religiosa en los años
30 en España. Las reliquias de Facundo Fernández Rodríguez, Jun Moreno Juárez,
Manuel López Álvarez, Juan Muñoz Quero y Gregorio Martos Muñoz descansan en la
iglesia de San José, en Válor, para su veneración)