Homilía en la Eucaristía de acción de gracias por la canonización de la fundadora de las Misioneras Cruzadas de la Iglesia, Madre Nazaria Ignacia, que tuvo lugar el 14 de octubre en Roma.
Fecha: 08/11/2018
Muy queridos sacerdotes
concelebrantes y muy queridas hermanas:
Yo debería haber estado en la
canonización de la Madre, santa Nazaria, pero tenía al mismo tiempo aquí la
Coronación de una Virgen que llevaba año y pico puesta y me pareció que no
podía dejar esa Coronación, aunque hubiera querido ir tanto por ella como por
Pablo VI, que es el primer Papa cuyo magisterio, por así decir, he tenido yo
una conciencia viva de esa magisterio y alguna relación con ese magisterio. El
Señor no lo permitió y para mi es un gozo muy grande el celebrar con vosotras
esta Eucaristía de acción de gracias. Un gozo muy grande y muy de corazón, muy
espontáneo. Lo que yo no contaba es que la lectura que teníamos hoy como Primera
Lectura de la Carta a los Filipenses tuviera dentro mi lema sacerdotal: “Todo
lo tengo por nada a cambio del conocimiento de Cristo Jesús”. Yo conocí a las
hermanas de Cubas recién ordenado. Mi primer destino sacerdotal fue en
Casarrubuelos, junto a Cubas de la Sagra, y allí, desde el primer día,
empezamos a trabajar con las hermanas. Y tengo que decir que yo tengo, con aquella
comunidad, con vuestra Congregación, una deuda que nunca pagaré en este mundo,
porque con ellas aprendimos lo que significa ser pastores, y lo que significa
querer a la Iglesia de manera muy concreta.
(…)
Allí nos reuníamos a estudiar. Allí
se han hecho alguna de las tesis doctorales que tuvimos que hacer. Allí
buscábamos un día de retiro. También íbamos a encomendar nuestras intenciones a
la Reina de los Apóstoles, como habéis hecho muchas de vosotras en mucho
tiempo. Pero vivíamos, sobre todo, lo que es un amor a la Iglesia concreto, muy
concreto, lleno de sencillez y de gracia, cada una la que Dios le había dado.
Me vienen los nombres de Hermana
Llanos, con la que dos pueblos que se odiaban cordialmente (como suele suceder
entre pueblos vecinos cuya diversión fundamental era juntarse o acercarse al
linde de los dos pueblos y tirarse piedras los chicos de uno a otro…), y
gracias a la humildad de la Hermana Llanos conseguimos hacer un coro de
chicos de los dos pueblos y una compañía
de teatro hecha con chicos y chicas de los dos pueblos, y unos campamentos a
los que iban chicos y chicas de los dos pueblos. Y luego, la gracia de la
Hermana Socorro. La casa tenía tres oratorios y ella hablaba del Señor de
arriba, del Señor de abajo y del Señor de en medio (…) Aquello era nuestra casa
y ahí aprendimos a ser curas, junto a vosotras. Por eso, os digo que es una
gratitud que nunca podremos pagar adecuadamente en este mundo, que sólo el
Señor puede recompensar como Él sabe hacerlo.
Yo sé que pensareis en este momento
que hace tiempo que no hay vocaciones, que sois mayores. Yo le oí a un
sacerdote, a quien no había conocido en aquel entonces (estoy hablando del año
72, sino a quién conocí mucho más tarde, en torno al año 84, 83…), que
comparaba la Iglesia con uno de esos grandes bosques que hay por el mundo y
dicen “en los grandes bosques siempre hay una parte del bosque que parece que
se está muriendo y hay otra parte del bosque que está como renaciendo”. Incluso
en las partes que se muere cuando el bosque termina de apagarse vuelve a
renacer por debajo del humus de esos árboles, nacen semillas, nacen árboles
nuevos. Entonces, dejadme deciros que vuestras vidas, en este momento de la
vida, no son menos fecundas que cuando estabais haciendo mil cosas, corriendo
de un lado para otros, viviendo una vida apostólica con toda vuestra alma y con
todas las energías de vuestro cuerpo (…). La Iglesia crece en partes del mundo
inesperada para nosotros. Si yo os dijera que en este momento, en Vietnam, un
país en el que la Iglesia está perseguida, donde no es posible tener abiertas
casas de Iglesias -por lo menos oficialmente- hay unas 130.000 conversiones de
adultos a la Iglesia católica cada año; que Saigón tiene tres seminarios, no
oficialmente porque está prohibido tener seminarios. Los seminaristas viven en
una piscifactoría, se dedican a criar truchas, y bajo la imagen de la
piscifactoría sí pueden reunirse (son un cooperativa de criadores y cuidadores
de truchas, las venden a los restaurantes de Saigón tan contentos y hay lista
de espera en los tres).
Y en esa misma ciudad, donde el
cristianismo está prohibido, entre congregaciones religiosas que han nacido
allí y las que han llegado, son 83 en aquella ciudad cuando nosotros estamos
cerrando monasterios y cerrando casas religiosas. El bosque no deja de crecer.
De China os podría decir cosas parecidas. China es un mundo ella sola. Pero, en
China, decía un sociólogo no católico (porque si hubiera sido católico
podríamos haber podido pensar que estaba barriendo para dentro (…))… este
sociólogo decía que si no había ninguna catástrofe en el mundo o así que cambiase
el curso de las cosas, para el año cincuenta, que está ahí mismo, aunque
nosotros no lleguemos al cincuenta, pero está ahí a la vuelta de la esquina,
China podía ser el segundo país cristiano del mundo, en número absolutos, por
la cantidad de conversiones que hay constantemente (…).
Dios mío, a lo mejor vosotras o el
mundo no ve vuestra entrega, pero Dios la ve. Y a lo mejor, la entrega que
hacéis ahora cuando no podéis hacer mucho mas que orar y que renovar vuestra
consagración al Señor está fecundando en otra parte del mundo para gloria de
Dios y para bien de ese mundo. Porque si el cristianismo crece en China y crece
en el Este Asiático, está creciendo en el mundo, está creciendo en el mundo del
futuro, igual que en América Latina hace unos años.
Y el Señor sigue necesitando de
vuestra entrega. Sigue queriendo. Porque Él lo quiere. Él no tendría necesidad
de ninguno de nosotros, pero Él ha querido querer nuestra libertad, que es lo
único que tenemos para darle, no nuestras obras; que, a veces, podemos muchas,
pero cuando uno está enfermo, no puede hacer muchas obras. Y sin embargo, puede
estar haciendo crecer la Iglesia.
La patrona de las misiones es Teresa
de Lisieux. Así que siempre adelante en vuestra misión, en vuestra conciencia
de que sois misioneras, aunque estéis en esta casa, aunque no salgáis casi de
esta casa. Sois misioneras. Misioneras y cruzadas. Mujeres guerreras, hechas
para la guerra. Nosotros no tenemos enemigos en el mundo, aún aquellos que nos
hacen daño. Nosotros no tenemos mas que un enemigo que es el Enemigo del Señor
y que también está dentro de nuestro corazón y nos puede arrebatar. ¿Sabéis cómo
nos trabaja a nosotros el Enemigo? Pues, diciendo “¿y todo lo que has hecho?”,
“¿y dónde queda?”, y tener nostalgia del pasado, “qué bonito era cuando
hacíamos aquello…”. Ése es un engaño. Qué bonito es el presente; qué grande es
el día de hoy; cuántas gracias tenemos que dar por lo que hemos visto (…)
nosotros hemos visto cosas bellísimas y es la belleza del Cuerpo de Cristo, la
belleza de la Iglesia y de una misión hecha con toda sencillez. Porque lo que a
mi me llamaba la atención era la generosidad sin límites y la sencillez sin
límites. Con una humanidad muy transparente, muy sin necesidad de adornos de
ninguna clase.
Dios mío, damos gracias por la Madre
Nazaria. Claro que las damos. Y se las damos por todas sus hijas. Los Padres de
la Iglesia solían decir que la mansión que juntos tengan en el Cielo será
conforme a los hijos que han tenido, es decir, a los discípulos que han hecho.
Yo no he conocido a la Madre Nazaria. He conocido a sus hijas y me basta el
haberlas conocido para vivir en una gratitud inmensa por ella y porque el
carisma con que el Señor la dotó tienen hoy más actualidad que cuando ella
empezó. Pero no está en nuestras manos el hacer crecer nuestras obras; o crecen
donde Dios quiere, no donde nosotros queremos. Por lo tanto, eso, la entrega de
ella, como la entrega vuestra como de tantas hijas de la Madre Nazaria que ya
están junto a ella, y junto al Señor en el Reino, no dejará de producir fruto,
cuando Dios quiera, como Dios quiera, pero no dejará… sigue siendo necesario
vivir esa conciencia de pertenencia a la Iglesia que os ha caracterizado
siempre, de amor concreto a la Iglesia, de búsqueda de la oveja perdida con una
sencillez de corazón muy grande, simplemente por amor a la oveja, no por
llevarla, o para adoctrinarla, o hacer prosélitos, sino por amor a la vida de
la oveja. Y en eso reflejamos el Amor de nuestro Señor, que no consideró una
cosa digna de ser retenida el ser igual a Dios, sino que tomó la condición de
esclavo, pasando por uno de tantos, y se entregó a la muerte, y una muerte de
cruz.
Esa entrega nos es posible hoy, a
todos nosotros (…) Le puedo decir sí al Señor con la misma verdad que se la
dije el día que me ordené, y se lo puedo decir como se lo habéis dicho todas
vosotras el día que os consagrasteis como Misioneras Cruzadas de la Iglesia. Y
se lo podemos decir, a la medida de nuestra pequeñez, con la misma verdad que
la Virgen. Y es ese sí el que hace presente la caridad divina de Dios para con
los hombres. Y ese sí nos es posible darlo hoy igual que lo hemos dado cuando teníamos
veinte, o treinta, o cuarenta.
Que el Señor os bendiga. Que no os
falte nunca la fortaleza de la Madre Nazaria y de una buena Misionera Cruzada
de la Iglesia (…) Vuestras vidas no sólo son inútiles; son extraordinariamente
necesarias cada una de ellas, y cada una de ellas quiere decir cada una de
ellas. Y el Señor no necesita nuestra energía o nuestras fuerzas. Necesita
nuestro sí, sólo nuestro sí. Y ese sí cambia el mundo, cuando Él quiera, como
Él quiera.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
8 de noviembre de 2018
Casa Madre Misioneras Cruzadas de la
Iglesia
(Granada)