Homilía de Mons. Javier Martínez en la Eucaristía celebrada en la Catedral en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción, presidida por la Sagrada Imagen de Nuestra Señora de la Aurora, de Otura
Fecha: 08/12/2018
Queridísima
Virgen Inmaculada, Madre del Hijo de Dios y Madre nuestra;
queridísima Iglesia del Señor, Esposa amada de Jesucristo, Pueblo santo de Dios;
muy queridos sacerdotes concelebrantes;
miembros de
la Hermandad de Otura;
otureños,
que habéis venido acompañando a vuestra Imagen;
miembros de
la Hermandad sevillana, que estáis por aquí, de la Santísima Virgen de la
Sangre y de Santiago Apóstol, de Huévar, de Sevilla;
y queridos
hermanos y amigos todos:
Ayer en la celebración de la vigilia
de aquí yo decía una cosa que no me importa hoy volver a repetir, tratando de
decirlo de manera que os pueda servir más de ayuda y eso es lo que Le pido a la
Santísima Virgen.
Yo comenzaba comentando que un libro
de un amigo mío, que habla de cómo es la Iglesia y cómo vive la Iglesia después
de que la “cultura oficial” ha dejado de ser cristiana (y no es un español el
que escribe), tiene un capítulo que a mi me llama mucho la atención, que me
pareció muy bello, que se titula “El matrimonio como acto revolucionario”. Me
llamó mucho la atención, pero me di cuenta que no sólo lo explica en el
capítulo, sino que el título era muy adecuado. ¿Y cómo se pone eso en conexión
con la celebración de la fiesta de la Inmaculada? Pues, porque yo siempre he
pensando que la celebración de la fiesta de la Inmaculada, de la Proclamación
del Dogma de la Inmaculada Concepción de
la Virgen, era también un “acto revolucionario”, justo cuando empieza a “agrietarse”
la modernidad. Y es curioso que en nuestras tierras, tierra de María, casi desde
el principio de la Modernidad, o cuando la Modernidad empieza a expresarse
culturalmente, la fe en la Inmaculada (antes de que fuera proclamada Dogma, en
muchas partes de Andalucía, y especialmente en Sevilla y en Granada), era
percibida como algo que pertenecía a la esencia de la fe cristiana.
¿Qué relación puede haber entre
estas dos cosas? El matrimonio: ¿por qué se puede decir que el matrimonio es “acto
revolucionario”? Eso no necesita mucha explicación, porque nos damos cuenta que
en cuanto dejamos o se oscurece, se llena de niebla nuestro panorama cultural,
y en cuanto se debilita en nosotros la experiencia cristiana, la experiencia
del pueblo cristiano, que esa es la experiencia cristiana, y la experiencia de
la fe, los matrimonios se rompen, se hacen tan extraordinariamente difíciles
como que no está en las fuerzas del hombre o de la mujer, solos, el mantenerla.
Que la verdad de la Inmaculada
Concepción sea un milagro lo entendemos todos bien. Que proclamar esa verdad
sea una “acto revolucionario” por parte del Papa Pío Nono y de la Santa Madre
Iglesia parece menos evidente, y sin embargo se puede entender también. Y yo
quisiera que vierais cómo las dos cosas son revolucionarias de la misma manera
y por el mismo motivo. En el mismo tiempo aproximadamente que se estaba
proclamando el Dogma de la Inmaculada, un filósofo alemán que se llama
Nietzsche proclamaba que la historia la hacía el “superhombre”; que estábamos
llamados a ser el “superhombre” y que el “superhombre” podía hacer un mundo
feliz; que con nuestras fuerzas, si nos las tomamos en serio, si luchamos
suficientemente, podemos hacer un mundo feliz. El pensamiento de Nietzsche
estaba bastante detrás de, por ejemplo, del nacimiento del nazismo en Alemania,
que costó la vida de al menos seis millones de judíos y de varios otros millones
de personas en Europa. Afirmar al “superhombre” conduce a la violencia y a la
guerra, casi inevitablemente. Y en ese momento, la Iglesia proclama la
Inmaculada Concepción. Y dice uno: “Bueno, claro, puede uno entender es
revolucionaria la Inmaculada Concepción porque es alternativa”, es decir, choca
con la cultura del tiempo. Y es “revolucionario” el matrimonio porque también
hoy casarse es casi un hecho alternativo, choca con la cultura dominante, choca
con la cultura del tiempo en que vivimos, que no invita para nada, ni facilita,
ni hace posible una cultura del matrimonio (hasta casi nos da vergüenza a veces
y sustituimos la palabra matrimonio por pareja, de una manera muy sencilla,
aparentemente muy inocente, pero que expresa toda una concepción de la vida
humana). La Inmaculada Concepción expresa una concepción de la vida humana. Y el
matrimonio cristiano expresa una concepción de la vida humana. Y yo vuelvo a
repetir: las dos son revolucionarias y las dos por el mismo motivo. ¿Cuál es
ese motivo? El escándalo central de la fe cristiana: que Dios se ha hecho
hombre y que Dios ha entregado a su Hijo, para que nosotros vivamos, para
sembrar en nosotros la vida divina. Esa es la raíz de esas dos revoluciones, que
son el matrimonio cristiano y que es la
Inmaculada Concepción.
¿Por qué? Porque la Encarnación del
Hijo de Dios supone dos cosas esenciales. Una, que Dios es Amor. Y no cualquier
amor. No simplemente que Dios tiene sentimientos buenos; que le gustan los
buenos (eso nos gusta a todos, no hace falta ser Dios para que a uno le guste
más la gente buena que la gente mala). Que Dios es Amor. Que Dios es Amor sólo
se puede decir si uno ha reconocido en Cristo el don infinito de un amor
infinito. Tanto el matrimonio como la Inmaculada Concepción de la Virgen
suponen la Encarnación. La Encarnación implica que Dios es Amor y que ese amor
se nos regala gratuitamente y para siempre. Gratuitamente y para siempre.
El Dios cristiano es el Dios que se
da gratuitamente y para siempre. Ahí podéis situar el Bautismo, que nos hace
hijos de Dios. Cuando decimos “imprime carácter”, ¿qué significa eso? Que sella.
Dios sella Su Amor con una promesa para cada uno de nosotros. Dios va a amar siempre
a todos los hombres y los va a amar para siempre. Quienes hemos conocido a
Jesucristo lo sabemos. Pero nosotros tenemos como el “sello” de la alianza que
Dios ha establecido, la “firma” de Dios. Y la Confirmación no confirma que
estamos nosotros decididos a ser buenos y a ir a la catequesis, y a portarnos
bien en la Iglesia y fuera de la Iglesia. No, no confirmamos eso. Cuando nos
confirmamos, confirma Jesucristo la alianza que hizo con cada uno de nosotros
en la cruz, en una edad en la que ya podemos darnos cuenta de lo que eso significa
un poco. Ese don de amor y don para siempre, no habría Inmaculada Concepción,
claro que no. ¿Por qué esa Gracia para la que había de ser su Madre? Justamente,
para que nosotros entendiéramos nuestra vocación, que es ser de Cristo para
siempre porque Cristo -San Pablo lo dirá de una manera muy bonita- no ha sido
para vosotros una mezcla de “sí” y de “no”, ha sido un “sí” absoluto,
definitivo. Dios en Cristo nos da Su Sí a mi pobreza, a nuestra pobreza, a
nuestra pequeñez. Y quiso que en una figura humana pudiéramos reconocer esa
obra de la Gracia que refleja nuestra vocación. La diferencia entre Ti, Madre
Inmaculada, y nosotros, es que todos nosotros somos pecadores. Pero sabemos que
la Gracia triunfa gracias a la Encarnación de tu Hijo y gracias a Ti. Y por lo
tanto, podemos vivir nuestra vida con la certeza de ese triunfo de la Gracia. Y
sin esa certeza de ese triunfo de la Gracia que está vinculada a la Encarnación
y que es la fuente de la Inmaculada Concepción no habría matrimonio. No habría
matrimonio cristiano. Me diréis: “los hombres se han casado desde siempre,
desde Adán y Eva. Desde los orígenes del mundo, las tribus más primitivas y más
antiguas, y en todas las culturas, ha habido matrimonios”. Claro que sí. ¿Qué
diferencia al matrimonio cristiano? El matrimonio es una obra de arte
sumamente, y una flor sumamente delicada, más delicada que las flores de
montaña que no hay quien las traslade de su sitio y en todas las culturas se ha
protegido el matrimonio teniendo muchas limitaciones, pues existía a veces la
poligamia o estaban otras realidades que debilitaban la condición del
matrimonio… pero siempre se ha tratado de proteger el matrimonio y de
comprender que el matrimonio es una cosa muy misteriosa.
Cuando hemos conocido a Jesucristo
ese misterio se transforma en milagro. El matrimonio es un milagro, como la
Inmaculada es un milagro y por el mismo motivo. Es otra manera de decir lo
mismo. El matrimonio es una realidad revolucionaria, como la virginidad
consagrada, exactamente igual. Es una realidad revolucionaria: que uno pueda
dar su vida a Dios sólo es posible porque uno tiene la certeza de que Dios me
ha dado a mi previamente su Vida y de que yo no pierdo nada consagrando mi vida
entera al Señor, sino que lo gano todo.
Pero lo mismo pasa en el matrimonio.
Que un hombre y una mujer se atraigan; que esa atracción es muy difícil de
mantener. Todo eso lo podemos entender. El matrimonio es un misterio. ¿Qué es
lo que hace la Encarnación de Jesucristo? Convertir ese misterio que llena y
traspasa la vida humana entera en un milagro. Y como todos hemos conocido y
conocemos matrimonios no sólo felices, llenos de alegría y de gozo y de
gratitud, sabemos que ese milagro es posible. Sabemos que ese milagro es
posible. Con Cristo, con la Gracia de Cristo, evidentemente. No por nuestras
fuerzas, no por nuestra cara bonita, no porque seamos “superhombres”, no porque
la mujer con la que nos hemos casado o el hombre con el que nos hemos casado
sean Dios. No lo son, no lo son. Somos todos seres pequeños, seres pobres, pero
Tu Gracia triunfa. Triunfó en la Virgen. Y estamos llamados a que triunfe. Nos
da el Señor la posibilidad de que triunfe en todos nosotros. Desde la
Encarnación, Cristo vive en medio de nosotros y hace posible una vida nueva. Esa
vida nueva permite el amor fiel de un hombre y de una mujer, aunque esté lleno
de debilidades, de torpezas, de caídas, pero la fidelidad que triunfa permite
la fe que triunfa. “Dichosa Tú que has creído porque lo que te ha dicho el
Señor se cumplirá”. Todo lo que sabemos de la Virgen es su fe, pero es su fe la
que triunfa. “Ésta es la Victoria que vence al mundo
–dijo el Señor-: nuestra fe”. Nuestra fe.
Proclamar, celebrar hoy la
Inmaculada es celebrar ese triunfo de la Gracia sobre nuestros pecados, sobre
nuestra historia. Yo sé que vivimos un momento de la historia muy sacudido, muy
confuso, en ciertos modos tremendo, y que en nuestros corazones y en nuestras
almas hay una sed inmensa de Dios y de paz en el fondo del corazón, y un desasosiego a veces muy grande. Dios mío, la
fuente de una paz verdadera, la fuente de un sosiego verdadero es abrir…: ”He
aquí la esclava del Señor, hágase en mi según Tu Palabra”. Abrir nuestras vidas
al designio de Dios. Y eso nos libera de temores, de la esclavitud de la
ansiedad. Nuestras vidas son vidas de hijos libres de Dios redimidos por la Sangre
de Cristo. Pero eso hace posible la promesa de un hombre a una mujer –es una
locura, pero es un milagro, y sucede- de dar la vida. Porque Cristo ha dado su
vida por nosotros. Porque Dios es Amor que se entrega por nosotros y se entrega
para siempre. Un hombre y una mujer no sólo se atraen, pueden entregarse el uno
al otro. ¿Qué son cheques en blanco? Claro. Son esos cheques en blanco lo que
se ha hecho posible gracias a la Encarnación de Cristo. Es una mujer inmaculada
que participa ya del Triunfo y de la Gloria de Dios la que abre el camino de la
humanidad nueva. Y a partir de ese momento, la vida y el contenido de la vida
humana es el amor. Un amor como el de Cristo. Un amor como el de Dios que se ha
dado a nosotros en Jesucristo.
Virgen de la Aurora, ayúdanos a
descubrir la gracia profunda que nace de la Encarnación de tu Hijo; a ser los
revolucionarios que el mundo necesita, que no son un cierto tipo de
revolucionarios un poco “de pacotilla” (de esos revolucionarios ya hemos conocido
muchos en el mundo moderno), sino la verdadera revolución: la que empezó el día
de la Inmaculada Concepción de la Virgen, o el día de la Encarnación, o la
noche de Navidad, o en el Calvario. Y se cumple en Pentecostés. Y se cumple
cada vez que celebramos la Eucaristía. El secreto de la vida es el amor. Estamos
hechos para el amor. Y eso no es una utopía, ni un sueño. Eso es una gracia que
Tú haces posible, Señor, en nuestras vidas: que surja un pueblo para el que
amar a sus hermanos es lo más importante después de agradecerte a Ti con amor
el amor que Tú nos tienes.
Que así sea para la Iglesia en
Granada; que así sea para nuestras iglesias; que así sea para vuestras familias.
Ojalá que sepamos ser sembradores de esa semilla en el mundo en el que estamos,
que es un mundo que se muere de desamor, de crispación, y de violencia, y de
soledad profunda por falta de fe, por falta del Dios verdadero, del Dios que es
amor.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
8 de diciembre de 2018
S.I Catedral de Granada