Homilía de Mons. Javier Martínez en la Eucaristía en la S.I Catedral, del III Domingo de Adviento, presidida por la Sagrada Imagen de la Virgen de la Antigua con sede en el templo catedralicio y la participación en los cantos de la Schola Pueri Cantores d
Fecha: 16/12/2018
Queridísima Iglesia del Señor,
Esposa amada de Jesucristo, Pueblo Santo de Dios;
muy queridos sacerdotes
concelebrantes;
querida Schola de jóvenes cantores
de la catedral;
queridos hermanos y amigos:
Hay un poeta, que es al mismo tiempo
novelista, autor de relatos cortos también, ensayista, escritor norteamericano,
que vive todavía en el medio oeste, en el Estado de Kentucky, y tiene un poema
cuyo título es muy llamativo y nos puede resultar un poco chocante (el nombre
del poeta es Wendell Berry y si lo buscáis en internet, os sale el poema
traducido al español en la página web del Arzobispado: ndr. Publicado en el Semanario Fiesta de Granada y Guadix, el 24 de
mayo de 2015, Nº 1102. Se titula “Manifiesto: el frente de liberación de la
agricultor loco”).
Él es un hombre profundamente
cristiano, aunque se considera a sí mismo como un cristiano salvaje, en el
sentido de que ha vivido siempre, o casi siempre, entre bosques, no ha tenido
relación, excepto con algunas congregaciones bautistas, pero es profundamente
cristiano. Todo el poema está lleno de paradojas, que es un procedimiento
literario que también usaba el Señor: cuando el Señor decía “el que quiera
ganar su vida, que la pierda”, “el que pierda su vida por mí y por el Evangelio,
la ganará”. Eso es una profunda paradoja, que expresa algo de la hondura del
misterio que somos cada uno y que son nuestras vidas, nuestras relaciones y
todo lo que es humano: imagen y semejanza del abismo insondable de Dios.
El poema termina diciendo “practica la
Resurrección”. No hay nada más paradójico que eso; como si la Resurrección fuera
algo que estuviese en nuestra mano practicar. Pero tiene otras a lo largo del
poema: “Ama todos los días a alguien que no se lo merezca”. También es paradójico.
Pero si pensáis un poquito, detrás de esa frase resuena aquella otra frase de
Jesús: “Si sólo amáis a los que os aman; si sólo queréis a los que os quieren,
¿qué mérito tenéis?”. En la primera parroquia en la que yo estuve había una
pareja de novios. Él venía siempre en el autobús a la misma hora los viernes
por la tarde, y un viernes le dio galletas a un perro, y todos los viernes
estaba allí el perro esperando el autobús con una fidelidad asombrosa. Por lo
tanto, eso no tiene ningún mérito. Dice el Señor: “Amad a los que os odian. Bendecid
a los que os maldicen. Orad por los que os persiguen”. “Amad todos los días -dice
Wendell Berry- a alguien que no se lo merezca”. Y otra de las paradojas que
dice, que encaja perfectamente con las lecturas de hoy, es “sé alegre, aunque
hayas tenido en cuenta todos los hechos”. Es precioso. “Sé alegre, aunque hayas
tenido en cuenta todos los hechos”. Pero uno se pregunta: “Bueno, verás, no es una
cuestión de voluntad. Uno no está alegre cuando quiere, ni triste cuando
quiere”. La alegría es algo como que nos nace de las entrañas y la tristeza
también. Y ahí empalma un poco los motivos para la alegría, los motivos para
celebrar la Navidad, los motivos que nosotros tenemos.
Hace un cierto tiempo, estaba yo en
unos de esos días tontorrones que todos los seres humanos tenemos, o porque
está el cielo más gris o por cualquier otro motivo, casi siempre absurdos, o
por la situación de nuestro cuerpo que en ese día tiene un poco de gripe o
cualquier cosa, o porque ha hecho uno algo mal. Efectivamente, yo ese día le
había dicho al Señor que “no” y estaba triste, estaba muy triste. Y estaba
celebrando la Eucaristía y en el momento de la Comunión, yo pensé: “Dios mío,
por qué estupideces nos ponemos tristes los seres humanos. Si yo te voy a
recibir a Ti”. Suena escandaloso, suena tremendo. “Voy a beber tu Sangre. Tú
has derramado tu Sangre para que yo pueda estar contento”, y una cosa tan
estúpida como puede ser el color del cielo o como puede ser que las cosas
salgan mejor o como, o como puede ser un pequeño gesto mío de arisco o de una
mala respuesta, pueda empañar, romper un amor tan sobrecogedor que realmente es
capaz de abrazar el mundo entero…
Recuerdo un texto cristiano del
Egipto profundo, de los años 500 o 600, donde decía, diciéndoles a los
sacerdotes que cuidasen cómo trataban el cáliz: “Porque una gota de la Sangre
de Cristo (ndr: de la Sangre consagrada
en la Eucaristía) valía más que el mundo entero”. Yo decía: “Dios mío, Tú
derramas tu Sangre por mí para que yo pueda estar contento y cualquier tontería
es capaz de turbar…”. ¡Nada tendría que poder turbar mi alegría! ¡Nada tendría
que poder turbar nuestra alegría! Ni siquiera nuestros pecados. Los pecados
están para que pidamos perdón por ellos y el Señor ha instituido el Sacramento
de la Penitencia para que pidamos perdón por ellos y punto. ¡Pero no les demos
vueltas! Como decía Péguy: “Cuando dais vueltas a vuestros pecados termináis
volviéndolos a cometer”, sobre todo si tienen que ver con la ira o con las
relaciones de unos con otros. Estad alegres, aunque hayáis tenido en cuenta
todos los hechos.
El Salmo de las Lecturas de la
Eucaristía de hoy también nos dice: “Sacaréis agua con gozo de las fuentes de
la Salvación”. ¿Pero cuáles son las fuentes de la Salvación? ¿Son mis virtudes,
son mis cualidades, son mis fuerzas, mis capacidades? ¡No, las fuentes de la Salvación
eres Tú, Señor! ¡Tú que te entregas por mí! Pero, lo digo, y no tiemblo al
decirlo. Si nos diéramos cuenta de la enormidad que decimos; si nos diéramos
cuenta de la enormidad que significa: “¿cómo?, ¿qué Dios viene a mi carne?”.
Que cuando comulgo estoy recibiendo, en ese pequeño signo en el que realmente estás
Tú, Señor (pero que no deja de tener la apariencia de pan y de ser una pequeñez
y que en un bocado se me disuelve en la boca), está el Creador de las galaxias,
de los cielos, de tu corazón, del mío, de todo el amor que ha existido en la
Historia, de toda la grandeza y el heroísmo que ha existido en la historia. ¡Y
vienes a mí, tan pequeño, y no me disuelvo de pánico, de pavor.
Si tuviéramos un granito de fe, como
un granito de mostaza, nadie nos arrancaría jamás nuestra alegría. Nadie
tendría más poder que el amor con el que somos amados. Y eso es lo único que
justifica la Navidad, en la que hay que hacer cantos tiernos y sencillos, sin
duda, para los niños, pero su significado es tan tremendo que claro que da
razón de una explosión de alegría. Que el mundo no lo entienda no tendría que
escandalizarnos, ni sorprendernos. Que el mundo se ría de la historia de la
Navidad, es lo lógico. Yo entiendo las razones, incluso de cristianos que no
son católicos y que dudan. Dicen: “¡Pero cómo va a estar el Señor presente
realmente en la Eucaristía! Será la memoria del Señor, será el recuerdo de Él,
como cuando vemos una foto de un ser querido”. Porque la razón se resiste a
tomarse en serio, como se resiste a tomarse en serio la Navidad, a tomarse en
serio la Encarnación. Una razón hecha de cálculo, que sólo sea cálculo, que no
tenga apertura a la inmensidad, al abismo que tiene la realidad misma. Mi
propio corazón, vuestro propio corazón. Que todo tenga que medirlo.
Vuelvo a mi poeta americano. En ese
mismo poema dice: “Ríe, la risa no puede medirse”. Es fantástico: “La risa no
puede medirse”. La profundidad de nuestro corazón no puede medirse. Se pueden
buscar explicaciones psicológicas a cosas, explicaciones materialistas, explicaciones
que nacen de intereses, de estímulos y respuestas, como funcionan los animales…
¡y siempre queda un misterio! Nada de eso explica el “Aleluya”, de Haendel, o
el último tiempo de la “Novena Sinfonía”, de Beethoven, o el canto más humilde de
una nana de una madre a su bebé.
Mis queridos hermanos, ¡alegraos,
alegraos! Yo oí decir una vez hace muchos años que la primera consecuencia de
haber encontrado a Jesucristo es un gusto infatigable por la vida; es un afecto
infatigable a la realidad y a la vida. Y me parece precioso. Precioso y
verdadero. No puedo tomarme en serio la noche de Navidad sin que en mi corazón
brote…, “aunque haya tenido en cuenta todos los hechos”. Y “todos los hechos”
sólo Dios sabe lo terribles que pueden ser. Tenemos todos conciencia. Lo hemos
visto, los vemos… lo vemos día a día. Teniendo en cuenta todos los hechos. ¿Hay
alguna posibilidad de estar alegres que no sea una locura? “Sacar aguas con
gozo de las fuentes de la Salvación”. Las fuentes de la Salvación eres Tú,
Señor. No hay otra. Tú, tu Amor. Tu Amor que me ama; Tu Amor que me desea, que
quiere estar conmigo, que quiere ser uno conmigo, que quiere darme su vida,
para que pueda vivir en la libertad gloriosa de los hijos de Dios.
“Yo he venido para que mi alegría
esté en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud”. Y yo busco la alegría en
todas partes, en el turrón, en los amigos, en un rato de distracción, en una
película, en tantas y tantas cosas, que son todas bellas si mi horizonte, es el
horizonte de la eternidad de Dios. Y están todas envenenadas cuando son sólo un
modo de escapar, de tratar de escapar, al poder de la muerte y nada más que eso
como si no tuviéramos fe.
¡Señor, danos abrirte el corazón!
Haz que bebamos del agua que bebió la samaritana; que salta hasta la vida
eterna. Danos el gozo que brota sin cesar de tu fuente. No el día de Navidad. Todos
los días, todos los días de la vida. También el día de nuestra muerte. Que así
sea.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
16 de diciembre de 2018
S.I Catedral, II Domingo de Adviento