Homilía de Mons. Javier Martínez en la Eucaristía de medianoche (Misa del Gallo) en la S.I Catedral.
Fecha: 24/12/2018
(…) Para los cristianos antiguos, había dos pascuas, dos pasos del Señor. La Pascua en hebreo significa “el paso del Señor por nuestras vidas”. Dos pasos del Señor: el paso del nacer y el paso triunfal de la muerte. El Nacimiento de hoy está ya anticipada de alguna manera lo que habría de ser su pasión y su muerte. Y la otra Pascua será justamente su Triunfo sobre la muerte, que será como el comienzo de una nueva creación, de una humanidad nueva, de un mundo nuevo. Pero ese mundo nuevo se abre como horizonte y como perspectiva en esta noche en que celebramos el Nacimiento del Hijo de Dios. Me mandaban hace unos días un vídeo en el que en un parque de flores en Tokio se habían encendido las luces de Navidad. Era un grandísimo espectáculo. (…)
Como cristiano, como pastor, no
puedo no alegrarme de que aquello que sucedió aquella noche en Belén, con unos
pocos pastores, y poco después con la adoración de unos paganos, en la
presencia y el asombro de los ángeles y de los mismos pastores, haya llegado
hasta los confines del mundo. Pero, al mismo tiempo, me daba cuenta que ese
fenómeno no significaba o se diera por supuesto que entendíamos lo que es la Navidad.
No es una cuestión de luces. Y yo pensaba esta tarde: el mazapán, los turrones,
los dulces, las comidas extraordinarias, el deseo de unirse la familia… todo
cosas que son bellas, buenas, preciosas, pero pueden tener el doble sentido de
que nos dan unos momentos de alegría, pero pueden ocultarnos el sentido
profundo de lo que estamos celebrando, y por lo tanto esa alegría se haría más
pequeña, más pobre.
Las luces de Tokio se apagarán un día
después de Reyes. Sin embargo, la alegría que trae esta noche a la tierra es una
alegría que no puede apagarse nunca, ningún día de nuestra vida. Y no en el
sentido que decimos a veces (“Navidad tendría que ser todo el año, porque nos
saludamos, nos deseamos feliz Navidad…”). No. Es que lo que ha acontecido en
Belén, siendo Cirino gobernador de Siria, el primer censo que se hizo de Judea,
ha cambiado la historia del mundo, ha cambiado nuestras vidas, objetivamente.
Aunque nosotros no hubiéramos cambiado mucho, aunque los hombres sigamos siendo
torpes y miserables y pequeños, ha sucedido algo absolutamente inaudito, que
hace posible una alegría que no requiere olvidarse de que hay enfermedad, de
que hay pecado, de que hay torpeza, de que nuestras vidas son pobres, pequeñas,
cortas en el tiempo, de que hay muerte. Es decir, Cristo es la respuesta a una
herida, que tendemos a tapar constantemente. Cuando yo señalaba la alegría
humana de estos días, si nos quedamos en ella, se nos acaba, como las luces de
Navidad. Como decía aquel villancico tradicional español: “La Nochebuena se
viene, la Nochebuena se va, y nosotros nos iremos”. Ahí no hay una profesión de
fe. Ahí hay una profesión de un gozo humano, de unas fiestas que pasan.
Esta fiesta no pasa. Si comprendemos
algo; si el Señor nos da la gracia de entender un poquito lo que significa la
Navidad… Es posible que nuestros cantos no sean los más bellos del mundo; es
posible que nuestra celebración no sea la más solemne que se hace en la Iglesia
de Dios, pero la alegría que siembra el Acontecimiento de Cristo en nuestro
corazón os aseguro que es una alegría que es más fuerte que todo el mal de la
historia, de la historia personal y de la historia colectiva, del presente y
del pasado, y abre un horizonte para nuestro futuro, que no es el horizonte de
que las cosas nos van a ir mejor el año que viene, sino el horizonte de la vida
eterna, el horizonte de Dios.
Dios, que es la fuente de todo lo
que hay de bello, de bueno en nuestras vidas, es también su plenitud, y gracias
al Nacimiento de Cristo, nosotros sabemos que estamos llamados a esa plenitud.
Es cierto que “la pirueta” de Dios de venir a compartir nuestra humanidad es
algo que sobrecoge y que suscita el asombro. Señor, y haces eso con la poca
esperanza que nosotros tenemos en nosotros mismos (…). Hay una herida en
nuestro corazón que tiende a la conflictividad, por mucho que todos amamos la
paz, deseamos la paz, quisiéramos vivir en un mundo de paz. Y es donde el
Abrazo de Cristo, la Venida de Cristo, donde dice uno: “Señor, ha sido una
‘pirueta’ que haces tan sobrecogedora cuando la esperanza que puedes tener en que
nosotros podamos vivir a la medida de tu Amor son tan pequeñas”. Y sin embargo,
el Señor ha querido hacerla, porque no ha querido renunciar al don que ha hecho
a los hombres que es el don de la libertad, corriendo el riesgo, sabiendo
perfectamente el riesgo que significaba hacernos partícipes de su Ser y dándonos
el libre albedrío. Pero, al mismo tiempo, nos da la posibilidad de una vida
nueva. Es decir, si acogemos el don de Cristo; si acogemos su Gracia; si
acogemos su perdón; si acogemos su Abrazo de nuestra pobre humanidad, sin dejar
de ser pobre, brota la alegría. (…)
La música cristiana es una explosión
de alegría que refleja la experiencia cristiana. Y una expresión de alegría sin
comparación en la historia. Y es la alegría de la Navidad. Es la alegría del
Amor de Dios. Se ha manifestado la Gracia de Dios y su Amor al hombre, anunciando
la Salvación para todos los hombres. En nuestro drama, que no son capaces de
acallar ni las botellas de cerveza, ni el champán, ni las alegrías que con
tanto esfuerzo a veces tenemos que fabricarnos. En ese drama de la soledad del
hombre, de las traiciones en el seno de la misma familia, del matrimonio, de la
ruptura entre hermanos, de los fracasos en el trabajo o en la vida, del
individualismo que nos aísla unos de otros y nos enseña a desconfiar unos de otros;
en ese mundo que san Juan Pablo II llamada “la cultura de la muerte”, brota una
luz que a nada que la acojamos en nuestro corazón cambia la dirección de las
cosas, nos abre, no sólo al descubrimiento de que la vida está hecha para amar;
nos abre a la alegría y a la energía para poder amar, para poder querer, para
poder perdonar, para poder empezar siempre de nuevo. (…) Porque siempre es
posible decirTe a Ti, Señor: “Sí, tu Amor es todo lo que necesito para poder
vivir. Tu Amor y tu Gracia me bastan”. La certeza de que esa Gracia está ahí
hace posible una alegría que nada tiene el poder de destruir.
Mis queridos hermanos, es una noche
de gozo, es una noche de adoración, pero no del gozo que somos nosotros capaces
de imaginarnos o de construir en nuestra mente, sino del gozo que acoge el
regalo de un amor que nadie hemos merecido y que, sin embargo, tenemos la
certeza de que nunca nos faltará. Suceda lo que suceda en nuestra vida, nunca
nos faltará. Esa es la alegría de Navidad. Esa es la alegría que nos es posible
vivir a quien acogemos su Luz. Que todos podamos participar de ella, no sólo
hoy, no sólo estas Navidades, sino a lo largo de toda nuestra vida y hasta la
vida eterna, donde gozaremos sin velos y sin fisuras de su Gloria, es decir, de
la sorpresa infinita e inagotable de su Amor.
Proclamamos nuestra fe.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
24 de diciembre de 2018 (Misa del
Gallo)
S.I Catedral de Granada