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Seguir a Jesús: Un camino estrecho

XXIII Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C

Fecha: 27/06/1971. Publicado en: Semanario Diocesano Luz y Vida 642, 6-7



    Sabido es que Jesús, al igual que San Juan Bautista y como solían hacer los rabinos de su tiempo, reunió en torno así un círculo de discípulos; y si es verdad que los seguidores de los rabinos pueden llamarse con cierta propiedad “discípulos” -pues no se limitaban a aprender la Ley, sino que trataban de asimilar sus ejemplos y su género de vida-, las diferencias que hay entre los rabinos y sus escolares y Jesús y sus discípulos son mucho mayores que sus semejanzas.

    Una de las características más llamativas del seguimiento de Jesús es el carácter absoluto de sus exigencias, conforme al mensaje del Reino. Jesús no quiere discípulos con el corazón dividido; los quiere convencidos de la absoluta novedad del Reino, y entregado a él con todas las fuerzas de su corazón. Pues bien, son estas exigencias las que aparecen en el evangelio de hoy, en el que se han reunido tres episodios con el factor común de que todos hacen referencia  a la “puerta estrecha”  por la que ha de pasar el discípulo.

    En el primero, alguien -según el pasaje paralelo de San Mateo un escriba- se ofrece entusiasmado a seguir a Jesús, y éste le hace notar con realismo lapidario la dificultad de la empresa: el Hijo del Hombre lleva vida de apátrida, y hasta los animales tienen un vivir más seguro que el suyo. Seguirle es participar en ese mismo destino.

    Pero es el segundo episodio el que más nos llama la atención. ¿No sobrepasan aquí las exigencias lo que humanamente puede pedirse? ¿No es, además, un deber de piedad filial al enterrar a un padre? Es evidente, sin embargo, que Jesús no se caracterizaba precisamente por su falta de sensibilidad o su dureza de corazón. Lo que sucede es que tal vez entendemos aquí más de lo que dice el texto. “Ir a enterrar a mi padre” parece suponer que el padre del llamado estaba agonizando o recién muerto. Pero probablemente el texto no dice tanto. Es un modo corriente de expresarse entre los semitas el añadir innecesariamente verbo como “ir” “levantarse”, “salir”, para decir simplemente que se hace una acción. De ello hay muchos ejemplos en los evangelios. Así, dice Jesús: “No me elegisteis vosotros, sino que os elegí yo y os puse para que vayáis y deis fruto.” ¿Adónde han de ir los Apóstoles? En tales, casos, al traducir debe prescindirse del verbo “ir”. Diría, pues, nuestra frase: “Deja primero que entierre  a mi padre.” No es preciso, entonces, suponer que su padre está enfermo o muerto, sino que el llamado aplaza el seguimiento mientras viva su padre. Probablemente tampoco la sentencia de Jesús decía en un principio “deja que los muertos entierren a sus muertos”, sino “deja que los indecisos entierren a sus muertos”. En efecto, ambas palabras -muertos e indecisos- son, en arameo, sumamente parecidas, y pudieron confundirse al ser traducidas al griego. Otros piensan que se trata aquí de un proverbio arameo citado por Jesús. No conviene olvidar, por lo demás, que la fuerza de este tipo de sentencias, al igual que los refranes, está precisamente en su carácter lapidario y extremo, que sirve para llamar la atención sobre el aspecto de verdad que se quiere destacar.
    Esto mismo aparece en la tercera respuesta de Jesús. Para comprenderla es útil conocer que el arado palestino, muy ligero, se maneja con una mano, que asegura su posición vertical, le da profundidad presionando, y le levanta al pasar entre piedras. La otra mano la necesita el labrador para estimular a los bueyes con una larga vara. Esta forma de arar exige habilidad y atención, ya que si el labrador se distrae, el nuevo surco se tuerce. La misma atención necesita el seguidor de Jesús: quien no es capaz de concentrar sus fuerzas en el Reino, no es digno de él.
   
F. Javier Martínez

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