Homilía de Mons. Javier Martínez en la Eucaristía celebrada en la S.I Catedral en el II Domingo del Tiempo Ordinario.
Fecha: 20/01/2019
Queridísima Iglesia del Señor, Esposa amada de Jesucristo:
Que no es mencionada en la boda del
evangelio de hoy porque…, normalmente, en todas las bodas que salen mencionadas
en el Evangelio, que salen unas pocas -Jesús hizo referencia al padre que
celebraba las bodas de su hijo, o a la parábola de las diez vírgenes, las diez
muchachas que estaban esperando al novio que llegase a la tienda nupcial-,
nunca aparece la novia. Y eso tiene que ver, especialmente en el Evangelio de
San Juan, que nunca es ingenuo, aunque pueda ser muy sencillo o parecer muy
sencillo; la escena de las bodas de Caná, no sólo es el primer signo que Jesús
hace en su ministerio público, sino que, al mismo tiempo, es una expresión del
significado de ese ministerio para los siglos, y así lo entiende la Iglesia
cuando nos lo pone inmediatamente después de la Epifanía, como el Bautismo del
Señor.
En el Bautismo del Señor, el domingo
después de Epifanía, Jesús muestra su voluntad de bajar hasta el abismo más
grande de la condición humana, hasta el abismo de la muerte, participando en
todo de nuestra naturaleza, menos en el pecado. Y en las Bodas de Caná se
expresa el fruto que la Encarnación del Hijo de Dios tiene para los hombres. Y
eso no es algo que suceda sólo en las Bodas de Caná, sino que sucederá unas
cuantas veces en el ministerio de Jesús; sucederá cada vez que cure a un
enfermo, pero también cuando multiplica los panes; también en su Pasión, donde Él
“transforma” nuestra humanidad, sembrándose justo bajando a los infiernos (no a
lo que los cristianos llamamos infierno, que eso lo decimos en el Credo, sino
bajando al lugar de los muertos, es decir, a la soledad y al silencio del
sepulcro).
Pero de las Bodas de Caná a mí me gustaría hoy empezar fijándome en un detalle
que es muy marginal al episodio, y es el modo de comportamiento de la Virgen. Al
fin y al cabo, la relación del Señor con su Iglesia es la del Esposo. A su
Iglesia normalmente se le acaba el vino, pero afortunadamente está ahí la Madre
de Jesús. Lo que yo quiero subrayar y me hace siempre mucha gracia cuando
escucho este Evangelio, y a veces quizás no caemos en la cuenta del detalle, es
lo femenina que es la Virgen. Lo femenina y lo madre, pero justo como madre.
Si habéis visto un video (y si no lo
habéis visto, os invito a que lo veáis), un video que circula en YouTube que se
titula “Historia de dos cerebros”, donde explica cómo funciona el cerebro del
hombre y cómo funciona el cerebro de la mujer. La mujer no suele decirle al
marido “quiero que el sábado me lleves al cine”. Le suele decir “me he enterado
que hay una película muy bonita que la ponen en tal cine, y me han dicho que
era muy bonita”. Llega el sábado y el marido dice “vámonos al fútbol”; y la
mujer piensa en su interior “llevo toda la semana diciéndole que me lleve al
cine”; y si se lo dice al marido, el marido le dice “¿pero cuándo me has
hablado tú del cine?”; y le dice “sí, te dije lo de la película”. ¿Cómo
traducen eso los psicólogos de pareja o de los matrimonios? Que el lenguaje de
la mujer suele ser indirecto y el lenguaje del hombre (siempre hay excepciones).
Me acuerdo yo de una película y os recomiendo yo que veáis esa película, sobre
todo estos días que dicen los de la radio que son días de más depresiones de
todo el año, con o sin depresión, disfrutad de una comedia deliciosa, de Cary
Grant, de los años 40, que se llama “La pícara puritana”. El título en español
no tiene nada que ver ni con puritana ni con pícara, pero le han puesto ese
título no sé por qué. En todo caso, es una comedia deliciosa de una mujer que
ve que su matrimonio está haciendo aguas y decide salvar su matrimonio, y
decide salvarlo a toda costa. (…) Por cierto, la actriz de esa película fue una
actriz que estuvo nominada cinco veces a los Óscar, cuando los Óscar valían la
pena, y que era una profunda, fiel católica, de comunión diaria, en la
parroquia de Hollywood; que dejó en su testamento sus bienes para ayudar a la
Cáritas de la parroquia; que nunca dio motivo ni a ningún escándalo ni a ningún
comentario en la prensa amarilla o rosa que circulaba en torno a Hollywood, y
que los buscaban con lupa: nunca jamás, nada. Estaba casada con un dentista,
era una profesional como la copa de un pino. Se llama Irene Dunne, que dejó de
hacer películas a los 45 años y la nombraron embajadora de los Estados Unidos
en la ONU, cuando acaba de fundarse la ONU. Fue la primera embajadora en la
ONU. Era toda una señora.
(…)
¿Por qué digo que la Virgen es muy femenina? Porque no le dice a Jesús: “Mira,
te ha llegado la hora, tienes que convertir el agua en vino”. Le dice
simplemente: “No tienen vino”. Jesús, que es hijo de su madre, entiende
perfectamente el lenguaje de su madre y le dice: “Mujer, que no ha llegado mi
hora. No me metas en este charco”. Y ella no se inmuta, como suelen hacer las
madres, y le dice al camarero “haced lo que él os diga”. Dos intervenciones, a
cuál más femenina y a cuál más de madre, cualquiera de las dos. Y es precioso,
porque la Virgen sigue siendo madre con nosotros, y sigue siendo femenina. Es
decir, no nos obliga, no nos hace tampoco chantajes afectivos ni cosas de ese
tipo pero nos indica el camino, nos indica la tarea. Se la indicó a su Hijo. Tuvo
autoridad para indicársela a su Hijo Jesús, ¡no nos lo va hacer a nosotros que
somos hijos adoptivos!, pero no menos queridos, pues es su mismo Hijo Jesús
quien nos entregó a Ella.
Pero lo importante de este Evangelio es que a la Iglesia siempre le falta el
vino. En nuestra boda (en nuestra boda con Dios, en nuestra relación con Dios,
o en la boda de Dios con nosotros), se nos acaba el vino de mil maneras. A
veces, por circunstancias muy objetivas, muy reales: la edad, la falta de
salud, límites de nuestro temperamento… Hay límites que los marca la realidad
misma. Una persona de treinta años que se pusiera a aprender chino o que se
pusiera a querer ser un famoso violinista, estaría fuera de la realidad por
completo. Hay límites, es decir, a los treinta años no se puede aprender a
tocar el violín. A lo mejor habría alguna excepción en la historia, pero os
aseguro que sería una grandísima excepción.
Luego hay otros límites que brotan
de nuestros pecados y de nuestra condición pecadora. Lo mismo del temperamento
que he dicho, siempre está mezclado un poquito nuestro pecado. Al final se nos
acaba la alegría, se nos acaban los motivos para estar contentos. ¿Y qué es lo
que nos enseña el Evangelio de hoy? Que donde está el Señor, no es que
desaparezcan las causas de la tristeza o las causas del dolor, o las
circunstancias que hacen más difícil el vivir; no, no desaparecen, pero la Presencia
de Cristo hace que podamos como trascenderlas y vivir en un gozo que está como
en un piso superior. De la manera que hay pisos muy diferentes en la vida.
Alguien me comentaba que, viendo esta catedral, una persona joven, de 14 o 15
años, había entrado un día en San Pedro con un grupo de adolescentes de esa
edad, y él me lo comentaba asustado, porque una chiquilla se quedó así mirando
y dijo (lo repito tal como él lo dijo): “¡Hala! ¿y esto cuánto cuesta?”. Quien
ante una gran obra de arte lo primero que se pregunta es cuánto cuesta, hay
toda una serie de dimensiones en la vida que es incapaz de ver, a menos que alguien
le enseñe todavía a verlas.
Pues algo parecido. Es decir, lo que
nos da el Señor es poder abrirnos a una dimensión diferente donde una alegría,
pero una alegría profundísima, que es más profunda que la que nos da una fiesta
de cumpleaños en la que estamos juntos los amigos o la familia, o de un estar
juntos la familia, o de las alegrías que nos da un coche nuevo, o una moto
nueva, o el ganar una oposición de una cátedra... Hay una alegría que está en
un nivel más alto y más hondo; porque uno puede perder la cátedra, uno puede
perder la salud, uno puede ser abandonado por su mujer o por su marido, y
encontrar al Señor, y estoy pensando en un caso espantoso, que conocí en una
ocasión hace muchos años, de una persona que tuvo que estar diez años en la cárcel
por una cuestión familiar en relación con su hijo, de hecho, un intento de
asesinato, y después daba gracias porque en los años de la cárcel había
encontrado al Señor, había recuperado su matrimonio y había recuperado a su
hija. Acompañada ciertamente por la Iglesia, pero yo creo que no podría
imaginarme una situación más dolorosa para una madre, y sin embargo, aun en esa
situación, es posible una alegría si uno acoge al Señor. Ése es todo el
anuncio, y ése es al final todo el anuncio de que la Iglesia es portadora.
Abramos nuestro corazón al Señor y
el Señor, sea cual sea nuestra historia, sea cual sea nuestra situación, sea
cual sea el momento o las circunstancias que estemos viviendo, nos hace posible
dar gracias por la vida y por todo en la vida. Y nos hace posible un gozo que
es tan profundo que se identifica con lo divino. Nosotros lo reconocemos como
lo divino, porque no lo sabemos fabricar. Si supiéramos fabricarlo, lo venderían
a un precio carísimo, más que el oro. Lo venderían en alguna empresa o en
algunas tiendas. Pero no sabemos fabricar ese tipo de gozo, ese tipo de paz,
ese tipo de alegría. Sólo podemos recibirlo como un regalo que nos da el Señor.
Yo vivo la liturgia de hoy como una invitación a abrir mi corazón, más y más, a
ese don, porque es lo que el Señor quiere para que yo pueda vivir una alegría
plena, en una alegría que participa del amor infinito de Dios y que es parte de
su Gloria y que tiene un enganche en el fondo de mi corazoncito. Siempre. Por
tanto, es siempre posible, colgarse a él y renacer, renacer como personas,
renacer como amigos, como padres o como esposos. Renacer y dar gracias.
Y yo creo que en ese deseo de renacer y de dar gracias podemos reconocernos tan
fácilmente con cualquier ser humano de cualquier de cualquier tradición
cultural, religiosa, de cualquier situación en la vida, porque no es eso lo más
hondo de nuestro corazón, ese anhelo de ser felices pero no de mentirijillas,
sino de que nuestra vida encuentre su raíz; su raíz y su cielo, su
cumplimiento, su plenitud. Eso es lo que el Señor nos ofrece.
Nuestra primera manera de darle gracias es profesar la fe.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
20 de enero de 2019
S.I Catedral de Granada