Homilía de Mons. Javier Martínez en la Eucaristía en el V Domingo del Tiempo Ordinario.
Fecha: 10/02/2019
Queridísima Iglesia del Señor,
Esposa amada de Jesucristo, Pueblo Santo de Dios;
muy queridos sacerdotes
concelebrantes;
queridos amigos, hermanos todos:
Una vez más, saludo muy
especialmente a mi coro favorito, que siempre sois un tesoro y una alegría
cuando estáis aquí en la Eucaristía. Y dejadme saludar también, con mucho gozo
(veo que cada vez es más frecuente que se unan a la Eucaristía personas que
vienen del extremo Oriente, from China, from Korea or from Japan. It makes me
very happy to see you around here in this world, only one family. Thank God).
Es muy bonito y nos damos cuenta lo bello que es pertenecer a una sola familia.
Hoy es un día y un domingo especial.
Y quiero yo ayudaros a reflexionar sobre lo que vive la Iglesia entera este fin
de semana, con una anécdota. No es muy infrecuente que cuando yo salgo de la
misa, algunas personas me hacen algún comentario. El que con más frecuencia me
hacen más personas es que soy muy largo, pero yo trato de no serlo, pero
también digo que es el único momento que yo tengo para comunicarme con mi
Pueblo que es mi familia, y para enseñar, y eso requiere tiempo, o por lo menos
yo no lo sé hacer más corto.
Hubo un día, uno de esos comentarios
que me dejó muy preocupado. Y es que yo había dicho de pasada que la economía
que tenemos es una economía que había creado un abismo más grande entre los
pueblos ricos y los pueblos pobres, y a la salida un matrimonio joven me dieron
las gracias por la homilía pero me dijeron: “Mire usted, tendría usted que
informarse bien porque nosotros venimos de hacer un curso de economía (ndr: por desgracia, era en una institución
católica), pero nos han dicho ahora mismo que la economía que tenemos es la
mejor que se puede tener y la mejor que ha habido en ningún tiempo de la
historia, porque la renta per cápita que hay en este momento es la más alta que
ha habido jamás en la historia”. Y yo me quedé prácticamente congelado (era
verano). Porque claro, medir el valor de una economía por la renta per cápita,
aparte de ser una abstracción, porque son números, es tan falso. Por ejemplo,
oculta hechos. Y yo le dije: ¿Y el hecho de que en Europa nos morimos? Es
decir, ¿de qué nos sirve la renta per cápita que tenemos si no somos ni
siquiera capaces de reproducirnos? Si Alemania ha importado un millón de sirios
en los primeros momentos de la guerra de Siria, para que salieran justamente
las clases superiores, las más altas, las que tenían más preparación técnica, y
poder mantener la economía alemana; si en España nos estamos muriendo a
chorros, ¿de qué nos sirve nuestra riqueza? Pero no es sólo eso. También les
pregunté. Yo he perdido en las zonas rurales de la diócesis de Granada la mitad
de la población en diez años. Eso no aparece en ningún presupuesto, eso no aparece
en ningún balance. Pero cuánto cuesta la muerte de un pueblo que tiene cinco o
seis siglos y que se muere con edificios familiares construidos, mantenidos con
un amor grande, como el fruto del trabajo que produce el amor, aunque no sean
empresas, son familias. Medimos sólo la economía por los números de las
empresas.
¿Qué significa la destrucción de la
familia?, ¿pero qué significa la destrucción de todas las culturas que no han
sabido o que se han resistido o que no quieren adaptarse a la cultura del
capitalismo global? Desde las tribus maoríes en Nueva Zelanda o en Indonesia
hasta los pueblos en lo profundo y en el interior de China, o en otras partes
del mundo, en África. Hemos destruido cultura tras cultura, y las personas… Y cuando
uno ve y sabe la situación de esas personas, que tenían un agricultura
tradicional con la que sabían defenderse y sabían vivir... ¡La hambruna de
Etiopía!, que se produjo hace ya muchas décadas, era yo todavía joven. Y
recuerdo a una persona del Departamento de Estado, era un ingeniero agrícola
muy grande, y había sido enviado por el Departamento de Estado de los Estados
Unidos justamente para estimar las riquezas naturales de Etiopía, y a la vuelta
me dijo: “Javier –yo era un joven estudiante en aquel momento de Teología-, Etiopía
tiene riquezas naturales para alimentar a toda África y exportar alimentos a
Europa”. ¿Qué es lo que ha sucedido? ¿Sólo que tienen gobiernos corruptos? Pues,
sin duda, sin duda los hay. Pero, ¿quién empezó la destrucción de Etiopía? o
¿nos olvidamos los bombardeos de Italia en la Segunda Guerra Mundial por
Mussolini con gas mostaza a tribus indefensas, que no tenían ni siquiera armas
de fuego y que fueron bombardeadas para exaltar la grandeza del nuevo imperio
romano? O mucho más cerca de nosotros, ¿qué ha pasado con Libia? ¿quién ha levantado
la voz? Hemos destruido -estábamos nosotros, estaban las armas de España
participando en la operación- en tres semanas, hemos matado a 150.000 personas
y hemos destruido un país, Libia. Eso no hace ni diez años. Dios mío, ¿somos la
economía mejor?
¿Hemos venido a misa para dar
gracias porque Jesucristo está en medio de nosotros o hemos venido por otros
motivos? Hemos venido para dar gracias. Para dar gracias por el Señor, pero
tenemos que ser conscientes de que la Presencia del Señor lo que ayuda es
abrirnos los ojos con respecto a las realidades del mundo y a todas las
realidades del mundo, no sólo a las que nos muestra la propaganda y contentarnos
con lo que esa propaganda nos enseña o nos muestra, que es siempre lo que
quiere.
Las lecturas de hoy todas hablan de
una cosa… Pedro y aquellos eran pescadores avezados en el mar de Galilea y
habían trabajado todo el día y no habían conseguido nada. Y sólo cuando vino el
Señor pasó como en las bodas de Canáa, pasó como en la multiplicación de los
panes, pasó como en la muerte de Cristo que ha hecho florecer un Pueblo de hijos,
con la misma madera de la que estamos hechos todos los seres humanos, con las
mismas pasiones, sin embargo, en el que la Presencia de Cristo y la Presencia
del Espíritu no deja jamás, no se detiene jamás en que ese Pueblo florezca de
mil formas distintas la santidad y la bella y buena que nace del costado
abierto de Cristo. Pero San Pablo es lo mismo. Estos eran pescadores que no
conocían al Señor y se encontraron con él, pero San Pablo había oído hablar del
Señor y perseguía a la Iglesia e iba con cartas del Sumo Sanedrín para acabar
con los cristianos en Damasco, y se encontró con el Señor. “Por la gracia de
Dios, soy lo que soy”.
¿Qué tiene que ver esto con lo
anterior? Somos hijos de una cultura y participamos de ella, participamos
activamente de ella, hasta, a veces, pensamos que nuestro deber de cristianos
es sostenerla para que se mantenga. Somos hijos de una cultura que cree que se
puede construir un mundo sin Dios y que un mundo sin Dios sería un mundo más
feliz. ¿Por qué me quedé congelado aquel día? Porque que eso lo enseñen
universidades o centros de estudios superiores católicos me cubre de vergüenza.
Es decir, que el mundo que hemos construido, las islas del Pacífico llenas de
basura, de deshechos, de plásticos, de la maravilla que son los cruceros por el
mundo, y muchas cosas; que la Guerra Mundial, desde final de los años 50… bueno
no, en los cincuenta estaba en Corea, en realidad no haya terminado todavía ni
tenga perspectivas de terminar, porque en cuanto se cierra alguna…, si es que
las fábricas de armamento tienen que seguir produciendo... Cuando empezó la guerra
de Siria (la segunda vez porque la primera vez la detuvo una jornada de oración
convocada por el Papa Francisco), cuando comenzó la segunda vez, que ya no
supimos o no pudimos detenerla, yo le pregunté a un hombre, a un sacerdote, el
único sacerdote que enseña Derecho musulmán en una universidad musulmana, un
egipcio, que ha sido asesor de Benedicto XVI, un hombre que conoce el Islam por
dentro y es árabe, y lo quiere; le pregunté, ¿quiénes se benefician de esta
guerra? Me dijo: “sólo, los fabricantes de armas, que están repartidos por
todos los países desarrollados del mundo”. Sólo que esas cifras no forman parte
de lo de la renta per cápita.
Mis queridos hermanos, mientras
sigamos creyendo que podemos los hombres con nuestras fuerzas, con nuestra inteligencia,
con nuestras supuestas economías... “Economía” significa “la ley del hogar”, y
hay un pensador americano que dice que “para que haya ley en el hogar tiene que
haber hogares y los estamos destruyendo todos”, estamos destruyendo la familia,
la hemos destruido en gran medida. Y dice: “Lo que en las universidades se
sigue llamando economía –repito- en las universidades católicas –dice- no tiene
nada que ver con la ley del hogar: es el arte de robar legalmente”. ¡Cómo no va
a haber hambre! Claro que hay un abismo cada vez más grande. Esas tribus del
interior de África, habituadas a la música estereofónica, a internet, a las que
les hemos quitado y arrancado de sus cultivos tradicionales y de sus ganaderías
tradicionales, no tienen más futuro, como pasa con el pueblo gitano en España, la
droga, el alcohol y la destrucción; o irse a estudiar a América o a vivir a
Europa a aclimatarse absolutamente a nuestra cultura. El tipo de imperialismo
que tiene nuestra cultura capitalista hoy es mucho más duro, pero infinitamente
más impositivo, más duro y menos humano, que fue el antiguo colonialismo, al
que todos criticamos, pero como fue hace varios siglos no nos afecta para nada.
Pero hoy estamos imponiendo el capitalismo global en todos los rincones del
mundo con una virulencia, con una falta de humanidad, con una inconsciencia con
respecto a los males que ese tipo de cultura generan, que los estamos viviendo
nosotros. Pero si vemos a nuestro lado destruirse las familias, venirse abajo,
una detrás de otra. Cada tres minutos o cada cinco minutos decían hace unos
años que se rompía una familia en España. ¿Esa puede ser la mejor economía del
mundo? ¡Dios mío!
Señor, como dice una oración en el Libro
de Daniel, “hoy no tenemos ni profetas, ni jefes, ni un lugar donde ofrecerte
sacrificios, pero mira nuestra necesidad y ven a nosotros”.
Señor, cámbianos a nosotros el
corazón, danos el corazón humano, sensible, sensible a la humanidad bella y a la
humanidad de vida de la que formamos parte y haz crecer en nosotros la única
medicina que este mundo necesita que es un amor sin límites.
A la luz de eso, la colecta de hoy
es un pequeño granito de arena que podemos hacer, pero que serviría de muy poco
si no cambia nuestro corazón, si no cambia un poco también nuestra mente, si no
luchamos por establecer otro tipo de relaciones humanas que rompan el escudo,
la coraza diábólica –diríamos-, de este tipo de sociedad nihilista en la que no
hay pan para lo verdaderamente humano, para la belleza de la vida humana cuando
se edifica sobre el amor. Esa es nuestra tarea, esa es nuestra tarea como
cristianos: dignificar esa sociedad. Bregaremos todo el día y no conseguiremos
nada, sólo cuando abramos nuestro corazón al Señor, y junto con el Señor, claro
que cogeremos. Se romperán las redes. Y los hombres están llenos del deseo de
Cristo. Lo que sucede es que nos miran a nosotros y no lo encuentran.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
10 de febrero de 2019
S.I Catedral