Sacramento de la Confirmación, celebrado en la parroquia Regina Mundi de Granada, de un grupo de jóvenes de Juventudes Marianas Vicencianas y de las parroquias de Huétor Santillán y de Santa Fe.
Fecha: 08/02/2019
Yo voy a dirigirme sobre todo a
vosotros y os voy a llamar hijos más veces seguramente. Desde luego, os lo voy
a llamar en el momento de la Confirmación, porque es el tipo de relación que
expresa verdaderamente, de la mejor manera, lo que sucede en la Confirmación y
mi papel en ella, que es ser un pobre instrumento. ¡Los padres siempre son
instrumentos! Pero pobres instrumentos que dan la vida. Y, en este caso, un
pobre instrumento que sirve para comunicaros y daros la vida del Señor. Una
vida que ya tenéis, desde el Bautismo, pero que el Señor quiere confirmar,
porque es el Señor quien hace la Confirmación, no vosotros, aunque usamos mucho
el lenguaje ordinario: “Me voy a confirmar”.
Se parece un poco lo que sucede esta
tarde (…) que venís aquí para decir “listos para servir”. No eso, sino que
estáis decididos a ser buenos cristianos y a seguir al Señor. No es eso lo
importante. Todos tenéis edad suficiente para saber que si eso fuera el
contenido de lo de esta tarde, lo diríais con la “boca chica”, y vuestra
alegría tendría un poquito de artificial, y las fotos serían un recuerdo “de
una tarde bonita en la que éramos jóvenes y entonces pasaban cosas de estas”.
No es así. Es el Señor quien hace los Sacramentos. Siempre. Y es el Señor quien
en los Sacramentos se nos regala, de una manera o de otra.
Yo quiero expresar antes que nada la
alegría enorme de estar aquí y de estar aquí celebrando la Confirmación, y la
alegría de estar con sor Inma y de estar con sor Puri, y de estar con las
personas que se han preparado un poquito para este momento. Y también de
confirmar a los que habéis venido de otras parroquias, porque las
circunstancias os permitían hacerlo hoy y no podíais hacerlo cuando vuestras
parroquias iba a tocar.
La familia de los hijos de Dios
somos una inmensa familia. Lo hemos visto hace muy poco, en Panamá, donde
jóvenes de casi todos los países del mundo, de muchos países del mundo, pero sí
de casi todos. Pero lo hemos visto todavía hace menos días en los Emiratos, en
Dubái. ¿Cuántos os imaginabais que podía haber tantas personas en una misa con
el Santo Padre? (…) Hace quince años, el mismo año que vine yo a Granada, tuve
la ocasión de encontrarme con el obispo de Dubái y me dijo que le habían dejado
celebrar. Son tantos los cristianos que trabajan allí y que viven allí (una buena
parte de ellos filipinos, o malasios, o coreanos) que no tienen iglesias en las
que quepan, entonces le habían dejado celebrar la Semana Santa en la plaza, en
Dubái. ¿Os imagináis cuántas personas celebraban el Oficio del Jueves Santo,
del Viernes Santo y la Vigilia Pascual, en esa plaza, hace quince años? Diez
mil personas. Nosotros estamos acostumbrados a pensar “España es un país
católico, etc, etc”. ¿Os imagináis diez mil personas en la Plaza del Triunfo? En
el Campo del Príncipe, a veces puede haber cinco, seis mil… y repartidos por
las parroquias somos más; pero no nos imaginamos que en los Emiratos Árabes
pudieran estarse celebrando el día de Viernes Santo con diez mil personas en la
calle tranquilamente. Pues, sucede, gracias a Dios.
Dicho lo cual. ¿Qué celebramos esta
tarde? No nada que vosotros hagáis por Dios, porque en realidad los hombres
nunca hacemos nada por Dios. Es Dios quien hace todo por nosotros, desde darnos
la vida hasta darnos un corazón capaz de sentir y de amar y de ser amado, y de
reírse y de llorar; cosa que no hace ninguna especie animal, dicho sea de paso:
ni reír ni llorar. Aunque esa serie francesa que se llama “Minuscule”, medio de
dibujos animados y medio de fotografía, pinte como una mariquita, se ríe de las
moscas y cosas de ese tipo, eso es el autor de la serie el que lo ha hecho,
como podéis comprender. Los animales no se ríen. Para reírse hay que tener una
cierta Presencia del Infinito en la mente y en el corazón, y en la mente
también. Es más, reír y llorar son como dos formas de rezar, aunque no estemos
pensando en Dios. Quien llora está suplicando, y llora para alguien. Y hay una
oscura conciencia en el fondo de nosotros mismos que indica que tenemos la
conciencia de que alguien ve nuestras lágrimas, como de que alguien oye nuestro
grito cuando alguien se pierde en un bosque y grita con la esperanza de ser
oído. Y cuando nos reímos también: hay alguien que ríe con nosotros y que ve
nuestra risa. Porque el reírse supone también una cierta comparación. Reírse es
dar gracias. Es la gratitud de la Creación. Llorar es la súplica de la
Creación.
Los hombres hemos orado de unas
formas más explícitas de muchas maneras a lo largo de los siglos, y cuando
hemos conocido a Jesucristo damos gracias en la Eucaristía y Le suplicamos. En
realidad, al Señor, los cristianos de verdad sólo Le suplicamos una cosa: “Que
no nos falte tu Gracia” o “Ven, Espíritu Santo”, porque lo único que
necesitamos es no olvidarnos de que el Señor está siempre con nosotros.
¿Qué celebramos esta tarde? ¿Qué
sucede en vosotros esta tarde? Que el Señor confirma una Alianza que en cada
Eucaristía recordamos que es nueva; que los hombres no la habían imaginado
nunca, y eterna, porque es para siempre. Una Alianza de amor con cada uno de
nosotros. En el calvario, el día de Viernes Santo, en la cruz. El amor infinito
de Dios estaba con los brazos abiertos para abrazar el mundo, y ahí estábamos
cada uno de nosotros. Nosotros hemos empezado a participar de esa Alianza en el
momento de vuestro Bautismo, pero todos los que os confirmáis esta tarde habéis
sido bautizados de niños, de bebés, en un momento en el que vosotros no podíais
daros cuenta. Fueron vuestros padres quienes os dieron ese regalo que es la vida divina de la que los bautizados
participamos, para que la tuvierais desde el primer momento; para que fuerais
miembros de esta familia y de este pueblo desde el primer momento de vuestra
vida; para que el Señor os estuviera acompañando siempre, aunque vosotros no
tuvierais conciencia de ello. Y la Iglesia Latina ha separado la Confirmación (podría
hacerse en ese momento). De hecho, las iglesias orientales hacen Bautismo,
Confirmación y Eucaristía con los bebés recién nacidos. Y cuando viene la mamá
a comulgar, viene con su bebé en brazos y, como comulgan con el pan consagrado
y con el vino consagrado, el sacerdote da de comulgar a la mamá y después la
mamá acerca el bebé que lo lleva en brazos, y el sacerdote mete el dedo en el
cáliz y acerca el dedo mojado en el cáliz a la boca del bebé. Pero el bebé
comulga casi desde el primer momento. Luego hacen una Comunión solemne a los
nueve o a los diez años, igual que nosotros, pero ya han comulgado y ya están
confirmados. La Iglesia Latina, en cambio, separó la Confirmación para que
nosotros podamos disfrutar de esta Alianza en un momento en el que nos damos
cuenta de lo que significa ser queridos con un amor infinito. El bebé no se da
cuenta y un niño pequeño tampoco.
¿Y eso qué significa? Me viene a la
mente una anécdota. Una chica de segundo de Bachillerato. Nos habíamos conocido
diciendo que ella era atea, y además que era la atea la familia, y le dije: “Nos
vamos a hacer muy buenos amigos, porque yo me llevo muy bien con los ateos y me
encantan, además, sólo que me tienes que convencer que te lo pasas mejor que yo
y que eres más feliz que yo”. Bueno, seguimos allí la conversación, fue bonita,
larga. Y le dije, “¿estás tratando de buscar algo?”, y me dijo, “no, algo no, a
alguien”. Y hay un momento en que me dice ella: “Don Javier, verá, saco muy
buenas notas, mi familia me quiere mucho. Me va muy bien en la vida, tengo unos
amigos estupendos, participo en la banda del pueblo donde estoy, juego a
voleibol y, además, soy una jugadora excelente, ¿qué me falta?, ¿por qué estoy
tan vacía?”. Le respondo sin pensarlo mucho y le digo: “Tienes 17 años, a lo
mejor lo que necesitas es un buen novio. Pídeselo a Dios. Bueno, que eres atea,
que no se lo puedes pedir a Dios. Bueno, trata de buscar un buen novio”. Y me
dice, “no”. Y me dice: “No, yo quisiera encontrar a alguien que pudiera ser al
mismo tiempo mi novio, mi amigo, mi esposo, mi hermano, mi hijo, mi padre… todo
eso a la vez”. Y me quedé yo así un poco pensativo y le digo: “Mira, eso se
llama Dios”. Y ella me dijo: “Me lo temía”.
Hay en nosotros una sed de felicidad
que no sacian las cosas del mundo. Puede uno tenerlo todo y la experiencia de
esta niña, estoy seguro de que conectáis con ella. Y cuántas veces habéis
tenido cosas que habéis deseado muchísimo y las habéis conseguido y después el
corazón sigue como aspirando a más, como vacío. ¡Cuánta conciencia tenemos,
tenéis vosotros cuyas vidas están llenas, llenas de heridas! Ya, antes de haber
empezado a vivir. ¿Significa eso que vosotros no las tenéis? ¡No! Vivimos en el
mismo mundo, estamos hechos del mismo tejido. Todos. Podemos tener heridas muy
grandes, igual de grandes que cualquiera que no esté en la Iglesia, pero
nosotros sabemos quién cura, porque nosotros sabemos que somos cada uno… Si me
supiera los nombres de todos (…); si os pudiera decir a cada uno vuestro nombre,
os lo diría y decía: “¿Tú entiendes lo que significa ser amado con un amor
infinito?, ¿tener alguien cuyo amor es absolutamente incondicional, que no te
va a dejar tirado nunca?, ¿tú sabes lo que significa ser amada con un amor
infinito y para siempre; alguien que no te va a fallar? Que a lo mejor no hace
siempre lo que tú quieres que haga pero, si no lo hace, puedes estar segura de
que es por amor”.
¿No es eso el suelo firme que necesitamos
para vivir? ¿No es ése el suelo firme que necesitamos para poder construir una
vida y una casa? No, no me refiero a una casa material. El Señor habló una vez:
“Quien escucha mis palabras, quien acoge mis palabras se parece a un hombre que
edificó su casa sobre piedra. Vinieron las lluvias, hubo torrenteras, hubo vientos,
hubo de todo y la casa no se vino abajo. Quien no acoge mis palabras edifica
sobre arena”. Vivimos en un mundo de arena. Realmente vivimos, vivís, todos
nosotros vivimos en un mundo de arena. Y haber conocido a Jesucristo -aunque
sea un poquito, aunque os parezca que sois unos cristianos de desastre, aunque
os parezca que vuestra vida es muy pobre para como vosotros mismos quisierais
que fuese-, pero haber conocido el amor infinito del Señor os aseguro que
cambia la experiencia de vivir, la experiencia de estudiar, la experiencia de
levantarse por las mañanas (…); de celebrar un cumpleaños, de enamorarse, de
vivir. Hay algo que cambia.
En un cierto sentido, dejármelo
decir, somos alternativos al mundo de hoy, los cristianos. Somos alternativos,
en el sentido más hondo de la palabra. Queremos otro mundo, queremos otra
manera de vivir. Y sabemos que los hombres llevan diciendo eso un montón de
siglos. Ahora unos cuantos llevan diciendo que para eso no hace falta, “pues vamos a hacer un
mundo precioso sin Dios”; pues no hemos hecho un mundo precioso sin Dios, hemos
hecho un mundo que se muere a chorros, delante de nosotros. No lo hemos hecho
precioso. Una reflexión que leía yo de una autora americana hace mucho tiempo
dice: “Si la revolución sexual hubiese triunfado y hubiese tenido éxito, el
fruto sería que hombres y mujeres viviríamos con mucha más confianza unos con
otros”. No es así. Y decía: “Se encuentran un chico y una chica a las 4 de la
tarde en una calle de Manhattan, y los dos van con miedo. El chico, de que la
denuncie, y la chica de que el chico le haga algo”. Y dices, “algo hemos hecho
mal”. Quiero decir, algo no funciona en nuestro modo de haber construido este
mundo. Hemos creado un mundo muy desconfiado, de unos con otros. Muy lleno de
desconfianza, muy lleno de desamor y de desinterés. No es el mundo que
corresponde a las exigencias de vuestro corazón. No os conozco apenas, pero sé
que vuestro corazón no es diferente del nuestro, tengamos los años que
tengamos. Queremos amar, queremos ser amados y queremos vivir en un mundo donde
el amor sea la medida de las relaciones humanas. Un amor bueno, un amor que nos
ayuda a todos a crecer, que nos permite mirarnos a los ojos con confianza, que
nos permite ayudarnos, vivir con la mano tendida para el que tenemos al lado.
Eso es lo que el Señor hace posible y eso es lo que el Señor, que se nos ha
dado a todos, en su Misterio Pascual, renueva para vosotros esta tarde, y Él
confirma.
A un bebé recién nacido puedes decir
es que todavía no conocemos, no sabemos los defectos que va a tener, no sabemos
si va a ser más bueno, menos bueno o regular. Ahora, vosotros ya lo sabéis, los
vuestros ya lo sabéis y el Señor lo sabe desde toda la eternidad. Y el Señor
vuelve a decir “te quiero con el mismo amor con el que te di la vida en el
primer momento de tu existencia” y “te quiero como te he querido desde toda la
eternidad y como te voy a querer para toda la eternidad”. Y no sólo lo dice,
sino que a través de los gestos de la Iglesia se da a vosotros para acompañaros
en el camino de la vida siempre. A lo mejor vosotros os olvidáis de esta tarde.
Os olvidáis de la Confirmación, os olvidáis de Jesús y os olvidáis de Dios. Lo
que yo puedo juraros es que Dios, Jesucristo, el Hijo de Dios, jamás se va a
olvidar de vosotros, y jamás os va a despreciar, os va a abandonar o va a
alejarse de cada uno de vosotros. Nunca. Suceda lo que suceda en la vida. Y eso
es lo que más me importa que sepáis.
Un último detalle. No despreciéis la
pequeñez de los gestos. Los seres humanos nos comunicamos por gestos: una
mirada, una sonrisa… son siempre gestos pequeños. Una mano tendida en un
momento, un beso, una caricia, ¡qué gestos más pequeños! Y cuánto bien o cuánta
mentira puede pasar por esos gestos. Qué grande puede ser una mirada afectuosa
en un momento determinado cuando uno busca y no encuentra nada alrededor, o una
sonrisa o un apretón de manos. Y qué duro puede ser -yo lo he vivido- tener a
tu padre muriéndose y dos hermanas, una dentro de la habitación del hospital y
la otra fuera, y no querer entrar porque hace quince años que no me hablo con
mi hermana. Eso lo han visto estos ojos en un hospital. ¡Daros la mano, sólo un
apretón de manos, un beso, y ya está, que lo vea vuestro padre que se está
muriendo aquí en la cama! Después de tres cuartos de hora de batalla (…) se lo
dieron. Pero, ¡Dios mío, cuánta tristeza y toda la historia había empezado
porque no había invitado a la boda de mi hija, se le había pasado mandar a su
hermana la invitación! Y tonterías en las que uno se enreda, se enreda, se
enreda y, al final, se hace un mundo y dos hijas no se hablan delante de su
padre agonizando. Poder saber que el Señor no nos abandonará jamás, suceda lo
que suceda. Que nuestras vidas tienen un valor infinito a sus ojos y lo van a
tener siempre, os aseguro, cambia, cambia la vida. Pero ahí se ponía de
manifiesto lo que podía significar un apretón de manos. Se lo dieron y aquel
apretón de manos curó quince años de separación, de dolor y de sufrimiento.
Mis gestos van a ser muy pequeños:
una cruz en vuestra frente con el crisma consagrado el día del Jueves Santo y
una imposición de las manos sobre vuestra cabeza. Por esos pequeños gestos pasa
el amor infinito de Dios. Y el Señor no miente. Cuando alguien dice que te
quiere y te da un beso puede ser verdad o puede ser mentira, o puede tener
mucho interés en tus apuntes de clase, qué se yo. Pero cuando Dios dice “te
quiero”, Dios no miente. Y es Dios quien dice “te quiero” y lo dice para
siempre. Os lo dice a cada uno de vosotros esta tarde. Nos lo dice a todos,
Dios mío. Cuando comulgamos nos lo dice todos los días, pero hoy os lo dice a
vosotros de una manera muy especial.
Que disfrutéis. No esta tarde, sino
toda vuestra vida de la certeza de un amor así.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
8 de febrero de 2019
Parroquia Regina Mundi
Granada