XVI Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C
Fecha: 18/07/1971. Publicado en: Semanario Diocesano Luz y Vida 645, 6-7
Desde estas páginas hemos hablado, muchas veces, de la necesidad que tiene todo aquel que quiera leer la Sagrada Escritura -y y en especial los evangelios- con el mayor provecho posible, de hacer atención al contexto, de tratar de reconstruir el marco ambiental en que los diferentes libros fueron escritos, de no leer en los diversos pasajes lo que la rutina y la costumbre nos tienen acostumbrados a ver, sino lo que el texto dice por si mismo. Para eso nada es más útil que leer la Sagrada Escritura de la mano de un bien comentario, acomodado al interés y a las posibilidades de cada uno. Los casi dos mil años que han transcurrido desde que se compusieron los escritos del Nuevo Testamento, han hecho que muchas expresiones y situaciones que a un judío del siglo I le resultaban familiares, nos parezcan extrañas y oscuras; y si es verdad que el evangelio tiene riquezas insondables que es capaz de descubrir el alma más sencilla, con tal que se deje calar por él, no es menos cierto que conocer lo mejor posible el ambiente en que nacieron y la intención con que fueron escritos, permite penetrar más fácilmente en sus enseñanzas y evitar las interpretaciones más disparatadas. Esa es la utilidad del comentario. El comentarista ha salvado la distancia que nos separa de toda obra de la antigüedad, haciendo por nosotros algo que la mayoría de las veces no tenemos ni tiempo ni posibilidad de hacer.
El evangelio de hoy- la pequeña anécdota en casa de Marta y María- es uno de esos pasajes en los que el uso continuo y la costumbre han ido creando una interpretación que nos parece ya evidente, pero que hace decir a las palabras más de lo que dicen. Se ve en Marta y María sendos símbolos de dos formas de vida cristianas: la hacendosa Marta representa la vida activa, la ocupación en las cosas; la callada, la estática María es el símbolo de la vida contemplativa. Se acentúa después la alabanza a María y se exagera el reproche a Marta. Se puede llegar por este camino a interpretaciones verdaderamente absurdas.
El mismo evangelio, en cierto modo, se presta a este tipo de interpretación “alegórica”. Una de las dificultades mayores de este tipo de pasajes es su esquematismo, sin concesiones de ninguna clase a la curiosidad o a la anécdota. Este esquematismo es debido a que los evangelios antes de ser puestos por escrito, fueron durante un tiempo transmitidos oralmente y aparece, también en las demás obras de la antigüedad que se formaron de la misma manera. En efecto, esta forma de transmisión lleva necesariamente consigo el que los detalles accesorios, mucho más difíciles de retener en la memoria, se pierdan. Todo el interés de los primeros predicadores cristianos estaba en mantener vivas las palabras y los hechos de Jesús con las enseñanzas que contenían: de la ocasión y el momento se conservaba sólo lo imprescindible para comprenderlos. De ahí que nuestra piadosa imaginación se sienta espontáneamente inclinada a recomponer los detalles que faltan, o a ver en todos los personajes símbolos, como si todo el evangelio no fuera más que una parábola.
En realidad, lo que dice nuestro pasaje de hoy es mucho más sencillo. Se insiste en que Marta, cuando llega Jesús, piensa en agasajarle; su hermana María, en cambio, se pone a los pies del Maestro a escuchar su palabra, a oír sus enseñanzas. Marta protesta de la inactividad de su hermana, y esta protesta va en cierto modo dirigida a Jesús, que es el causante de ella, en cambio, prefiere que le escuchen a que le obsequien: la que ha acertado es María.
F. Javier Martínez