Homilía de Mons. Javier Martínez en la vigilia pascual celebrada en la S.I Catedral con la participación de la Comunidad Tercera de las Comunidades Neocatecumenales.
Fecha: 20/04/2019
Los niños hacíais unas preguntas. Todos
sabéis cuál es la respuesta. ¿Verdad que sí? Que esta noche celebramos que
Cristo ha resucitado. Lo que yo no estoy tan seguro es si nosotros nos damos
cuenta (no vosotros, a lo mejor vosotros sí os la dais), pero los que estamos
aquí, los mayores, si nos damos cuenta verdaderamente lo que significa que
Cristo haya resucitado.
Hoy está la Comunidad Tercera, que
inauguráis vuestras túnicas, y os han dicho que con ello se termina el Camino.
También os han dicho que no se termina el Camino, que el camino no se termina
nunca, ni siquiera en la vida eterna. Porque en la vida eterna no es pararse. La
vida eterna es empezar a descubrir sin velos la Gloria, la Belleza de la
Gloria, la Gloria de la Gracia de Dios, la Gloria de Su Amor infinito, la
Belleza de Su Amor infinito. Y como es infinito, será eternamente una ocasión
de sorpresa, eternamente una ocasión de descubrimiento y eternamente una
ocasión de gratitud, y eternamente una novedad inimaginable.
Pero luego están las otras Comunidades
a las que también hay que responderles lo mismo. Todos sabemos que Cristo ha resucitado
y que eso es lo que nos ha traído esta noche aquí. Todos sabemos que es la
Pascua del Señor, que es el paso del Señor por nuestras vidas. Y yo pensaba
esta tarde preparando la celebración, disponiéndome para ella, que yo llevo
casi treinta años celebrando con las Comunidades la Pascua (creo que la primera
vez fue allá por el año 87, 88, cuando todavía no se había inaugurado la
Catedral de La Almudena, en la vieja Catedral de San Isidro). Y decidí que
también yo, si tengo que predicar esta noche, me tengo que predicar a mi,
porque tampoco estoy seguro de haber siquiera empezado a comprender lo que
significa que Cristo haya resucitado.
Y lo digo con sencillez, como lo
vivo yo, como me concede el Señor verlo, con la esperanza de que os ayude a
vosotros a vivir la Pascua con más verdad, con más sencillez. Nosotros partimos
siempre de nosotros mismos, de nuestra vida, nuestros proyectos de vida,
nuestras ilusiones, nuestras esperanzas, nuestros anhelos, nuestros deseos de
que nuestra vida sea bella, grande, y en un momento aparece el Señor, de un
modo o de otro, y lo incorporamos a ese proyecto nuestro de vida. Y
efectivamente, el Señor, podemos decir “ha estado grande con nosotros” y nos ha
ayudado en muchas cosas, tantas que yo recordaba (era el Salmo del Jueves
Santo, de la liturgia de la Cena del Señor): “¿Cómo pagaré al Señor tanto bien
como me ha hecho?”. Pero, en el fondo, es como si fuera una especie de
suplemento a lo que yo hago. Es decir, como si el Señor viniera como a
complementar, y estamos tan contentos cuando el Señor complementa y hace que
nos salgan las cosas como nosotros hemos pensando, o que nos salgan las cosas
bien. Y no estamos tan contentos cuando no nos salen como hemos pensando, y a
veces nos tiramos al cuello del Señor para echarle en cara que no salen como
hemos pensando, que no se parecen a lo que habíamos pensado. Cuando yo me doy
cuenta de eso una vez, y otra vez, y otra vez, todos los días me doy cuenta de
que a pesar de tantas Pascuas, a pesar de tantos años de Seminario, de tantos
años de ministerio, de tantos motivos de gratitud al Señor, sigo pensando
primero en mí y luego en el Señor. Sigo pensando en el Señor como si fuera una
especie de complemento a mi vida, a mis pensamientos, a mis planes, a mis
deseos. Y no sé por qué me parecía a mí que a mi me hacía bien, me era útil
recordar que la Pascua es como la Creación. Y de hecho, la Primera Lectura de
esta noche es la Creación, de todas las cosas de la nada. Y en la oración que
seguía a esa Primera Lectura la Iglesia nos recordaba que la Creación no es más
que una pequeña imagen, mucho menos poderosa, mucho menos grande, mucho menos
verdadera que la Redención; que la Obra de Cristo Redentor; que la Resurrección
de Cristo, que es un nuevo comienzo radical. También de la nada. También sin
condiciones. También un punto de partida absoluto. También una iniciativa
gratuita del Señor. ¿Y por qué me parece importante recordar esto? El Papa no
hace mucho insistió, después de Año de la Misericordia, también del Sacramento
del Perdón… Y yo lo he vivido con dolor en algunos casos, de un sacerdote, por
ejemplo, de negar la absolución; o en todo caso, de exigir que la persona se
convirtiera para poder recibir la absolución, es decir, que la persona ya
viniera convertida. Y entonces, yo me he preguntando en algunos de los casos
que he vivido más dolorosos, ¿para qué vale la absolución?, si nosotros ya
tenemos que estar convertidos antes de que el Señor nos la dé: ¿Qué viene como
a bendecir algo que nosotros hacemos?
Pero es que ésa es nuestra
experiencia. Como somos hombres modernos… Nuestra cultura ha convertido eso en
algo perfectamente legítimo, normal, habitual, nos enseña que la felicidad es
algo que hacemos nosotros con nuestras fuerzas, nos enseña que la plenitud la
hacemos nosotros. Y eso lo llevamos también a nuestra vida cristiana, y
pensamos que somos nosotros los que tenemos también que ser santos como si eso estuviera
en nuestras manos. Cuántas veces a lo largo de mi ministerio sacerdotal yo he oído
a las personas decir “es que lo de ser cristiano es muy difícil”. Yo,
normalmente, respondo: “No, muy difícil no, es absolutamente imposible. Sólo se
es cristiano por la Gracia de Dios. No está en nuestras manos el ser más
cristiano o menos cristiano. No hay un sólo paso que nosotros podamos dar hacia
el Señor que no sea un paso que el Señor da hacia nosotros. Y hasta nuestras
cualidades o nuestras virtudes son don del Señor. Nuestras capacidades,
nuestros méritos.
Me contaba una vez alguien que en
una de las conversaciones que cuentan que tenía santa Faustina Kowalska con el
Señor, la Apóstol de la Misericordia, Él le decía a ella: “Quiero que me des
algo que sea tuyo”. Y ella le decía cosas que quería ofrecerle al Señor: su
juventud, incluso su amor por Él… Y le decía: “Si todo eso te lo he dado Yo.
Todo eso no es tuyo”. Sus virtudes, su deseo de quererle, “también te lo he
dado Yo”. Y entonces, ¿qué es lo mío?, ¿qué es lo único que yo tengo para
ofrecerTe, para darTe? “Dame tus pecados”.
No me parece inútil, en un momento
en que estáis al final de los Pasos del Camino, en este camino de gracia que es
el Camino Neocatecumenal, volver a recordar la primera catequesis que oísteis.
Y la primera catequesis que oísteis es que Dios os ama tal como sois. Que Dios
nos ama a cada uno tal como somos y que nos ama sin condiciones. Quizás eso,
que era el abecedario del Camino, y que es de alguna manera el abecedario de la
vida cristiana, a medida que pasa el tiempo nos lo creemos menos. Pensamos que
Dios nos tiene que amar porque después de tantos años (…) enseguida empieza uno
a pensar “Señor, ya me debes algo, porque llevo veinte sietes años queriendo
servirte, aunque te haya servido muy mal o torpemente, pero tantos años queriendo
servirte algo me habré ganado”. ¿Veis cómo estamos siempre pensando como si
Dios estuviera fuera? Y no está fuera de nada, no está fuera de nada. No cae
una hoja de un árbol sin que el Señor lo consienta y lo permita. Afirmar que
Cristo ha resucitado es afirmar la primacía absoluta, radical, total de Su
Poder, del Poder de Su Amor y la necesidad de una confianza que se abandona en
Él sin condiciones. Porque ponerle condiciones a Dios es un acto de orgullo por
mucho que lo pintemos de una manera o de otra.
Abandonarte, abandonarnos en tus Manos.
Es lo único sabio. Es lo único inteligente. Tener la certeza de que Tu amor no
tiene fin, hasta eso tenemos que pedírTelo, Señor. Para nosotros y para las
personas a las que queremos, para todos. Confiar que Tu Amor es más potente que
nada. Yo creo que a veces le damos demasiado poder al demonio cuando pensamos
que tenemos que combatirlo. Es verdad que el demonio puede hacer mucho daño.
Pero también es verdad que si hemos conocido a Jesucristo, lo que hemos conocido
es que Su Amor es infinitamente más grande que el poder del demonio sin duda
ninguna. Y eso está en el corazón del Evangelio. Incluso antes de la
Resurrección. La Resurrección lo muestra. Cristo ha vencido ya a la muerte y al
pecado. Ha vencido en Su cuerpo. Y no ha vencido para aquellos que ya estaban
convertidos. Ha vencido para los que no estaban convertidos. Comprender ese
punto de partida absoluto que es la Resurrección probablemente también nos hace
amar a los que están lejos, mirar a los que están lejos de otra manera. No como
si tuvieran que convertirse, y luego recibirán como premio de su conversión la gracia
de Dios, porque de nuevo volvemos a poner las fuerzas, o el trabajo, en sus
espaldas y la carga en ellos. Sino, sencillamente, sabiendo que el Señor ama a
todos, a todos. Y que probablemente, está más cerca de aquellos que nosotros
consideramos fieles, o pecadores, o alejados, de lo que lo está de nosotros.
Precisamente, porque nosotros, si tenemos algún peligro, es el de considerarnos
que ya merecemos los bienes de Dios. No. Con lo cual, estamos como el fariseo y
el publicano.
Yo necesito todos los años que la
Iglesia me recuerde que la Pascua, que la Resurrección de Jesús es un punto de
partida, es una creación nueva. Que no es algo que responde a mis méritos o a
mis capacidades, sino que es un don absolutamente gratuito, y por eso es luz. Y
por eso es luz para el mundo entero. Y por eso es luz para todos los hombres. Y
por eso no hay que pedirle al Señor mas que elimine los obstáculos que haya en
nosotros para que esa luz brille en nosotros y otros puedan reconocerla. Sin
ansiedades, sin prisas, sin angustias. No las ha tenido el Señor, desde Adán
hasta la Virgen. Ha ido educando al Pueblo (…) en la historia que hemos leído
(…) “ya no te llamarán abandonada, a ti te llamarán mi favorita, porque el
Señor te prefiere a ti”. Qué riqueza. Pienso en la del profeta Oseas, lo más
próximo a la Buena Noticia de la Resurrección de Cristo. Qué riqueza.
Señor, que no nos falte ningún día
de nuestra vida la sorpresa de sentirnos salvados por Ti, amados por Ti,
preferidos por Ti. Sin ningún mérito de nuestra parte, sin nada que pueda haber
en nosotros que te agrade o que te pueda seducir o atraer, sino por tu pura
Gracia, por pura Gracia estáis salvados. Y el Acontecimiento, la Resurrección
de Cristo no tiene más paralelo que la Creación de la nada. De la nada Tú nos
haces partícipes de Tu vida divina. Y no vas a dejar que ninguno de nosotros se
pierda. Esa es la única fuente de alegría plenamente verdadera, también para
vuestros hijos, para los que se van a bautizar esta mañana; que sepáis que la
fuente de alegría, la única fuente de alegría pura es que el Amor del Señor es invencible,
porque a nada que introduzcamos una medida que dependa de nosotros, ya no sería
un amor infinito, ya no sería un amor de Dios, sería algo que tenemos que
conquistar, que tenemos que conseguir, que tenemos que lograr de una manera o
de otra, que vale para unos pero no para todos.
Señor, podemos vivir contentos, sin
sombras de tristeza, sólo porque sabemos que Tu Amor es infinito. Porque sino,
quién de nosotros, ni con veintisiete, ni con ochenta y siete años de Camino,
podría presumir de merecer el Cielo, de merecerte a Ti, Señor.
Concédenos ese don de conocer que tu
Resurrección es una Buena Noticia porque es la noticia de la primacía absoluta,
radical, originaria de tu Gracia sobre todo lo que nosotros podamos hacer o
dejar de hacer. Y que esa primacía no te la va a quitar el demonio, porque
tendría que ser más poderoso que Tú y no lo es. Por mucho que pueda enredarnos,
no lo es. Jesús dijo: “Yo he visto a Satán caer del cielo como un rayo”.
Vuelvo a los niños. Todas las noches
cuando rezáis termináis diciendo (…) “Señor, dame la Fe y el Espíritu Santo”.
No conozco -sólo el “Señor, ten piedad”, de la Eucaristía”- una oración tan
sencilla y tan pura como ésa. Podríamos terminar esta noche diciéndola todos:
“Señor, Tú has resucitado, danos la Fe y el Espíritu Santo, para que tu
Resurrección florezca y fructifique en nuestras vidas verdaderamente y
plenamente”. Que así sea en esta noche Pascua.
+Javier Martínez
Arzobispo de Granada
20 de abril de 2019
S. I Catedral