Homilía de Mons. Javier Martínez, en la Eucaristía en el Domingo de Resurrección en la S.I Catedral, con la rama infantil del Señor de la Humildad, Soledad de Nuestra Señor y Dulce Nombre de Jesús, más conocida como “Los Facundillos”.
Fecha: 22/04/2019
Y ahora voy a preguntaros a
vosotros. Igual es muy fácil, ¡o igual no! ¿Qué hacéis todos con todas esas
campanillas?, ¿por qué traemos hoy campanillas a la iglesia? ¿Habéis estado en
algunas procesiones, a lo mejor os han
llevado los papás? En una casi seguro que no habéis estado. El viernes al
comienzo de la madrugada, a las 12 de la noche, sale una procesión donde los
penitentes van vestidos de negro, no hay música, no hay bandas, no hay más que
un tambor, que cruza la noche y todo es silencio. Se llama la Procesión del Silencio.
Seguramente, no la habéis visto porque estabais durmiendo en la cama, porque
pasa muy tarde, llega aquí a la Catedral casi a las 2:30 de la mañana. Pero
luego ese mismo día, a las tres de la tarde, nos juntamos mucha gente, mucha
gente, en el Campo del Príncipe, donde está la imagen del Cristo de los
Favores, sólo para una cosa: para guardar otra vez silencio.
El Viernes Santo es un día de
silencio. ¿Por qué? Porque ha muerto Jesús. Y la Creación entera es como si se
quedara toda ella en silencio. Cuando sucedió de verdad la muerte de Jesús
dicen los evangelistas que “las tinieblas cubrieron la tierra”. Y luego, la
noche del sábado al domingo, esta noche, esta madrugada, de repente han
empezado a salir luces. Aquí, en la Plaza de las Pasiegas, había 800 personas
que encendieron de esa vela grande que hay ahí, y que va a estar todo el año
presidiendo las celebraciones de la Iglesia, luces; pequeñitas luces. Estaba toda
la Catedral a oscuras, pero se empezaban a encender luces, y se empezó a cantar
el Gloria. Y hoy, de repente, venís vosotros con las campanas y suena el órgano
Y hasta el coro que nos acompaña hoy no es como el de todos los domingos. Es un
coro en el que hay niños y niñas que cantan, pero hay niños y niñas que tocan
el violín y me parece que algún clarinete, alguna viola… Por qué. Por qué
explota la alegría. (…) ¡Porque Cristo ha Resucitado!
¡Cristo ha resucitado! ¿Y eso qué
tiene que ver con nosotros? ¡Pues, qué bien!, ¡qué suerte tuvo de resucitar!
Pero eso, ¿qué significa? Hemos cantado hace un poco una cosa muy sencilla. Le
decíamos ha Jesús: “La muerte en Ti no manda”. Cristo ha resucitado y ha
vencido a la muerte. Pero eso significa, como Él se ha unido a nosotros, ¡que
tampoco manda (ndr. la muerte) en
nosotros! Todos tendremos que morir algún día, y muchos de vosotros ya habréis
perdido a la yaya, algún tito, a los abuelos o a los bisabuelos. Y todos
pasaremos por la muerte. Pero la muerte ya no es lo último. Y eso cambia todo.
Y no es que cambie la muerte, es que cambia la vida. La vida entera la
podríamos vivir con las campanas en la mano. La vida entera la podíamos vivir
bailando de alegría, porque por muchas cosas difíciles que pasen (y pasan
algunas, ¿verdad? (…)), todas esas cosas que nos pasan a los pequeñitos y a los
grandes, a pesar de todo eso, la última palabra ya no la tiene el mal, ya no la
tiene la muerte. ¡La tiene Jesucristo que nos quiere! Por eso decía yo cuando
entraba, ¡viva Jesucristo!
¡Viva Jesucristo! ¡Viva! ¿Por qué? Porque
su Resurrección llena nuestra vida de alegría. La muerte ya no manda, no manda
en nosotros. Tendremos que pasar por ella, pero no es lo último. Detrás de la
muerte nos aguardan los Brazos abiertos de Jesucristo, esperándonos. Y nos
aguarda un jardín precioso, ¡más precioso que este altar! Lleno de flores, todo
el año, lleno de luz, lleno de amistad, de belleza; de la Gloria infinita de un
Amor que no se acaba, de un Amor que no se cansa, de un Amor que no siente
vergüenza de nuestras heridas ni de nuestras llagas. Eso es lo que celebramos
cuando celebramos que Cristo ha resucitado. Celebramos que nos ha pasado algo a
nosotros, a toda la humanidad, ¡a todos! La muerte ya no es lo último, ni lo
más terrible, ¡qué va!
El Amor infinito de Dios tiene un
poder más grande que la muerte. Lo ha tenido en su Hijo, que había asumido
nuestra carne, y lo tiene para nosotros que participamos de Su Vida, por el
Bautismo, que yo recordaba con el agua que iba echando antes, esa agua nos
recordaba que el Señor nos ha dado su vida, y que la muerte, como decía San
Pablo: “Muerte, ¿dónde está tu victoria? ¿Dónde está tu aguijón?”.
Si algo tendría que distinguir a los
cristianos es la alegría. Porque Cristo ha resucitado de una vez por todas,
para que nuestra vida la podamos vivir en la gratitud y en el gozo. ¿Porque
somos muy buenos y, desde entonces, somos todos santos y perfectos? ¡No! Porque
el Amor de Dios es más fuerte que todos nuestros males. Porque su Misericordia
y su Abrazo a nosotros es más poderoso que todo el mal del mundo. Soy muy
consciente de que lo digo una mañana en la que hoy todos los pueblos están
cerca. Sri Lanka está en la otra punta del mundo, pero esa punta del mundo ya
está muy cerca de nosotros, porque, apenas hace unas horas, sencillamente, 180
cristianos en distintas iglesias de Sri Lanka, han accedido a ese Jardín, han
accedido al Paraíso, mártires de Jesucristo. Como decía una mujer egipcia
cristiana, a cuyo marido habían matado: “¿Usted odia a su marido?”. Y
respondía: “¡No!, c
Mis queridos hermanos, “la muerte en
Ti no manda”, y no manda en nosotros. No manda en la historia, por muy fuerte que
sea el mal de la Historia, el amor de Dios es infinitamente más grande.
Sólo quiero recordaros esto para los
mayores. En los últimos meses, en los Emiratos Árabes primero y después en
Marruecos, el Papa ha insistido en que necesitamos construir una cultura de la
mano tendida, de la amistad, de la fraternidad. Porque no hay alternativa: o
hacemos un mundo de hermanos o el mundo va abocado a una guerra de todos contra
todos. Una guerra en la que ya no valen ni son necesarios los ejércitos; una
guerra que no hace más que sembrar odio y desconfianza. Pero no hemos nacido
nadie para el odio y para la desconfianza. Hemos nacido para el amor. Hemos
nacido para el amor, Dios mío.
Celebrar tu Resurrección, que haga
de cada uno de nosotros un portador de amistad, de amor, de deseo de construir
un mundo fraterno, “porque la muerte en Ti no manda”. Porque la muerte no manda
en la historia, porque el odio no manda en la Historia, porque Cristo ha
resucitado. ¡Venga esas campanas, fuerte, todos! ¡Y los que no tenemos campanas
aplaudimos todos al Señor!, al Señor vencedor. Te aplaudimos a Ti, Señor,
vencedor del odio, vencedor del pecado y de la muerte, vencedor de todas
nuestras miserias con tu amor grande por nosotros. Qué precioso es vivir a tu
luz. Qué precioso es vivir a la luz de ese amor que Tú nos das.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
21 de abril de 2019
S.I Catedral