Homilía de Mons. Javier Martínez en la Eucaristía del Sacramento de la Confirmación en la parroquia de la Inmaculada Concepción en Dúrcal.
Fecha: 03/05/2019
Dos cosas que son el “abc”, pero es que las cosas que son el “abc” son las cosas a las que hay que volver siempre. Pasa lo mismo en un matrimonio: se dicen que se quieren el día de la boda, pero si no se lo vuelven a decir nunca más… hay que estar diciéndoselo siempre, porque, sino, no se renueva la gracia. Y siempre tenemos que volver a unas pocas cosas que son básicas, originales, que son las que sostienen nuestra vida.
Y la analogía con el matrimonio no
está muy descaminada, porque la relación del Señor con nosotros es una relación
mucho más profunda que la relación de ningún matrimonio de este mundo. El Señor
quiere ser uno con nosotros de una manera plena y total. Eso es lo que le llevó
a hacerse hombre, a tomar nuestras humanidad de las entrañas de la Virgen
María, compartir nuestro camino, vivir una vida de hombre sometido a las
mentiras, a los celos, a las mezquindades y a las maldades de los seres humanos
hasta terminar dando la vida, perdonando a quienes se la quitaban, condenado
como un malhechor de una manera horrible, con uno de los suplicios más
espantosos que los hombres han inventado jamás en la historia. Y sin embargo,
perdonando al mismo tiempo a los que le estaban quitando la vida y
entregándonos Su Espíritu para que nosotros podamos vivir de ese mismo
Espíritu. En realidad, lo que ha hecho el Hijo de Dios es venir a -como la
levadura en la masa- sembrarse en nuestra humanidad, de tal manera que nuestra
humanidad florezca; de tal manera, que nuestra humanidad quede incorporada a
Dios de alguna manera. Y Él cuando ha vuelto al Cielo, ha introducido en el Cielo,
ha introducido en la Vida de Dios nuestro cuerpo, nuestra carne, nuestra carne
humana. (…). Se ha introducido en la Vida de Dios la experiencia del sudor
humano, de la fatiga humana, del dolor humano. Pero al revés, en el Cielo ha
introducido nuestra humanidad y en nuestra humanidad ha introducido lo divino,
la vida divina, la vida de hijos de Dios. Ese es el “maravilloso intercambio”
del que habla tantas veces la liturgia, que es el que se da de nuevo también en
la Eucaristía. Pero eso es lo que se celebra la noche de Navidad: “maravilloso
intercambio” por el que Dios se une a nuestra humanidad y une nuestra humanidad
a la Suya.
Cuando uno cae en la cuenta de esto,
cae en la cuenta de que el cristianismo no es una lista de cosas que nosotros
tenemos que hacer por Dios. No, no es eso, porque nosotros nunca podríamos
hacer nada por Dios. Si nos creyéramos que nosotros podemos hacer algo por
Dios, ni siquiera para tenerle contento, estaríamos nosotros atribuyéndonos
unos poderes que desbordan con mucho lo que puede ser el poder de una criatura
y es imaginarse a Dios muy pequeñito, tan pequeñito como nosotros. Nosotros no
podemos darle a Dios nada que Él necesite. Somos nosotros los que necesitamos
de Dios.
Entonces, el cristianismo no
consiste en una lista de cosas, de deberes, de reglas (…). El cristianismo es
la conciencia de que Dios lo ha hecho todo por nosotros, desde darnos la vida
hasta llamarnos a participar de la Vida divina, y hasta quedarse con nosotros.
Las últimas palabras del Evangelio son: “Yo estoy con vosotros todos los días
hasta el fin del mundo”. Y está con nosotros. Y la experiencia de ser cristiano
es la experiencia de que uno puede vivir sostenido y acompañado por Dios (…).
Os aseguro que si uno no tiene fe no
afronta las cosas de la misma manera. (…) Es que en la vida real necesitamos al
Señor. Es que tenemos necesidad de Dios. Es que tenemos necesidad de saber que
Dios está con nosotros (...).
Qué diferente es ver la vida desde
Jesucristo a no verla desde Jesucristo, absolutamente distinto. Qué diferente
es trabajar, levantarse por las mañanas, ver un amanecer o una puesta de sol,
caer enfermo, estudiar, celebrar un cumpleaños, gozar con una buena película o
con una buena música, cantar; qué diferente es vivir y qué diferente es morir
cuando uno tiene al Señor.
Lo que pasa esta tarde es que el
Señor, que nos ha entregado la vida a todos nosotros en la cruz (…), nos
entregó… El Señor era un hombre, pero era al mismo tiempo Dios y en el corazón
de Dios cabemos todos. Y todos podemos coger todo el amor que necesitamos y a
Dios no se le queda pequeño su Corazón, no se le encoge el Corazón porque yo
coja todo el que necesito. Igual que si yo cojo del mar una cantidad no va a
disminuir el mar porque yo coja… En nuestro pequeño corazón, que es, sin
embargo, tan inmenso, y sin embargo el Amor de Dios es infinito y no disminuye
porque todos… Él se ha entregado ya a nosotros. Se entregó en la cruz. Nosotros
participamos de ese amor por el Bautismo. Hemos recibido la Alianza suya de
amor eterno en el momento del Bautismo. Pero todos los que estamos aquí nos
hemos bautizado de pequeños, si no, no estaríais aquí confirmándoos, por lo
tanto, en un momento en que no nos dábamos cuenta de lo que significa decirle
sí a Dios: que no es cumplir unas reglas, de verdad; es acoger en la vida y en
el corazón, en la vida cotidiana, la vida de cada día, es acoger el Amor
infinito de Dios.
Yo sólo quiero deciros que ese amor
no os abandonará nunca. Vosotros podéis abandonar al Señor. Sois libres.
Vosotros podéis olvidaros de esta tarde y olvidaros del Señor y del amor que os
tiene, y darle la espalda. Pero el Señor no os la dará a vosotros. Nunca se
olvidará de vosotros y no dejará jamás de quereros, pase lo que pase en la
vida, hagáis lo que hagáis, estéis como estéis, tengáis éxito o no lo tengáis,
os vayan las cosas bien u os vayan las cosas mal: el Señor no nos abandona, jamás.
Y ésa es la alegría verdadera con la que hoy podemos celebrar esta Eucaristía y
este Sacramento, de saber que Su amor es fiel, lo tenemos para siempre. Si
pensaseis que el Amor de Dios es algo que uno tiene que conquistar a base de
ser bueno, ¿a que sería un poquito falso? Quién puede asegurar que no va a
discutir en casa la próxima vez que haya que quedar sobre a qué hora hay que
volver un sábado por la noche (…) Pero no os preocupéis, vuestros padres
también hacen propósitos de mil cosas que tampoco les duran (…), el Señor sabe
cómo son nuestros propósitos. Si la alegría de confirmarse es la alegría de que
vamos a ser muy buenos de ahora en adelante, lo haríais con la “boca chica”.
Porque ni siquiera vosotros, sois ya adultos, no os lo creéis. La alegría esta
tarde brota de otro lugar. Brota de saber que Dios es fiel y Dios sí que va a
estar con vosotros toda la vida y para siempre. Y eso cambia la vida. Le
permite a uno vivir con los pies sobre roca y es vivir con confianza, pase lo
que pase (…). Con una paz profunda en el corazón que nadie nos puede arrebatar,
ni en los momentos más difíciles.
Eso sucede a través de unos gestos y
los gestos son muy pequeños. Una oración de todos nosotros, no rezo yo solo en
ese momento, rezamos toda la Iglesia. El Señor nos prometió que cuando dos o
más estuviéramos reunidos pidiendo algo, nos lo iba a dar (…). Son gestos muy
pequeños: imponer las manos invocando todos juntos al Espíritu Santo y luego
ungiros con el Santo Crisma haciendo la señal de la cruz sobre vuestra frente y
poniendo en ese momento la mano sobre vuestra cabeza. ¿Y va a pasar por ahí el
Amor infinito de Dios? En un gesto tan pequeño, ¿no tiene eso algo de magia o
algo así? Pues no. La comunicación entre los seres humanos se hace con gestos
muy pequeños, todas. Una mano tendida qué importante es y qué importante es a
veces que alguien te la retire cuando tú le quieres darle la mano; una mirada
simplemente que alguien aparta de ti en un momento determinado puede generar un
sufrimiento enorme. Y al revés, una sonrisa en un momento determinado, también
son gestos muy pequeños. Un beso, qué gesto más pequeño, qué gesto más
sencillito y sin embargo puede pasar… Los gestos humanos siempre pueden ser
mentirosos. Alguien te puede sonreír y ser una sonrisa “más falsa que Judas”; alguien
te puede dar un beso y ser un beso bien mentiroso, o decirte que te quiere y
ser una gran mentira. Pero Dios no miente. Pero cuando esos gestos son verdad
por un beso puede pasar el amor de una madre o el amor de unos padres, o el
amor de un esposo, de una esposa, que son realidades de las más bellas que
tenemos los seres humanos en nuestras vidas. Y pasa por gestos muy pequeños. La
misma palabra es un gesto pequeño: un movimiento de músculos en la boca, en la
glotis, y sin embargo, gracias a la palabra, nos comunicamos.
Los gestos de la Confirmación son
muy pequeños, pero a través de ellos pasa el Amor infinito de Dios por cada uno
de vosotros. Y eso es el tesoro más grande. Hay un Salmo que dice “Tu Gracia
vale más que la vida”. Exacto. Porque la vida sin Tu Gracia termina no valiendo
nada. Termina siendo muchas veces hasta una carga pesada. Mientras que contigo,
Señor, la vida es bonita, aunque vengan noches oscuras y haya momentos de
dificultad, “nada temo porque Tú vas conmigo, Tu vara y Tu callado me sosiegan”.
Y es siempre buena y bella. Da gusto vivirla cuando está el Señor con nosotros
(cuando somos conscientes, el Señor está siempre, pero cuando somos conscientes
de que está el Señor con nosotros).
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
Parroquia de la Inmaculada
Concepción
Dúrcal (Granada)
3 de mayo de 2019