Homilía en la Eucaristía del Sacramento de la Confirmación en la S.I Catedral, que recibieron alumnos de los colegios Juan XXIII, Mulhacén y de las EFA el Soto, además de fieles procedentes del templo de San Francisco y de las parroquias de Chauchina y Hu
Fecha: 29/05/2019
Muy queridos hijos, que os vais a confirmar:
Y cuando os llamo hijos, lo digo con
toda conciencia, no sólo porque, de alguna manera, como pastor vuestro me
corresponde ejercer alguna de las funciones de padre –no iguales a las que
vuestros padres ejercen con vosotros, pero análoga–, sino también porque, lo
que sucede esta tarde, de acuerdo con el alma del cristianismo, no es que
vosotros hacéis por Dios, y que dais un paso por el cual hasta esperáis algunos
que Dios os tenga que estar agradecidos, sino que el cristianismo consiste en
que Dios hace todo por nosotros, y por eso podemos vivir agradecidos, y por eso
podemos vivir contentos siempre.
Podríamos vivir saltando siempre,
porque podríamos siempre cantar las maravillas de Dios, la obra preciosa que
es, primero, la Creación. Él es la Vida que nos da la vida. Aunque nuestros
padres hayan sido instrumentos de esa vida, quien nos da el ser, quien nos da
la vida, quien en este momento nos sostiene en el ser y sostiene nuestro
corazón y lo hace desear, como deseamos la felicidad, la plenitud, una
humanidad bonita… Todo eso nace de Dios.
Pero no sólo que Dios lo haya puesto
en nosotros como un deseo, sino que Él, en una historia en la que ha ido educando
al hombre con exquisita paciencia, desde Abraham hasta la mañana de Pascua y la
mañana de Pentecostés, Él ha ido haciendo una historia de amor con nosotros, y una
historia de amor a veces tan tempestuosa como pueden ser las historias de amor
humanas –tan dramáticas como lo son muchas veces las historias de amor
humanas–, pero una historia en la que siempre ha vencido el amor de Dios. Hasta
la Encarnación de su Hijo, que es la victoria definitiva de ese amor. Donde ese
Amor se ha querido sembrar en nuestra carne, compartir con nosotros nuestro
destino, hasta el don de la vida en la Cruz; una de las muertes más espantosas
que han imaginado jamás los hombres, aunque no nos damos mucha cuenta de ello
porque como lo que solemos llevar son crucecitas de oro o crucecitas de plata…
¡Estamos tan acostumbrados a ver la cruz! Sólo si habéis visto, tal vez los más
mayores, la película “El Silencio”, ahí hay una escena donde uno se hace un
poco idea, más incluso que en la película de “La Pasión” de Mel Gibson, donde
se hace uno idea de lo que era la crucifixión.
Hasta ese límite, porque el Señor no
ha querido que ningún hombre sufriera o viviera aplastado o fuera arrollado por
el poder del mal, de tal manera que pudiera decir: “Esto que estoy pasando,
esto que estoy viviendo, Dios no lo puede comprender”. Dios ha ido, junto a
nosotros, delante de nosotros, en el camino de nuestra humanidad. Ha sufrido
las consecuencias del pecado de todos nosotros, en la humanidad, que era la del
Hijo de Dios, y ha triunfado del mal de toda la historia humana con un amor
infinito. Ese amor infinito se nos dio en la Cruz, a todos los hombres; se nos
ofreció a todos en la Cruz. Nosotros hemos empezado a participar de ese Amor, que
tenía la forma de una Alianza. Recordad que la víspera de sufrir, la víspera de
su Pasión, el Señor cuando instaura el Sacramento de la Eucaristía dice: “Éste
es mi Cuerpo que será entregado por vosotros. Ésta es mi Sangre…”. En el mundo
judío, las alianzas se sellaban siempre con la aspersión de la sangre o con la
unión de la sangre de quienes hacían el pacto, y Jesús dice: “Ésta es la
Sangre, Sangre de la Alianza nueva y eterna, que será derramada por
vosotros...”; y decimos “por muchos”, por ser fieles al texto literal de la
Vulgata latina, pero ese “muchos” lo que significa es la multitud, el “pueblo”
entero. En realidad, significa “todos”, pero por no tocar nada del texto tal
como ha sido transmitido hacia nosotros, mantenemos el “muchos”. Pero que
sepáis que ese “muchos” significa “ha sido derramada por vosotros y por la
multitud”. Era una manera en hebreo de decir “el pueblo”, la totalidad del
pueblo. Y San Pablo y algunos otros pasajes que hablan de la institución de la
Eucaristía hablan de que “Cristo murió por todos, luego todos murieron”. Es
decir, que la muerte de Cristo nos abarcaba a nosotros, nos abarcaba a cada uno
de nosotros. El amor infinito de Dios, la Alianza nueva y eterna, estaba por su
parte ofreciéndose a nosotros. Nosotros hemos empezado a participar de esa
Alianza en el Bautismo, que es un gesto del que nadie nos acordamos, porque
todos fuimos bautizados muy chiquititos, y lo vieron nuestros padres y nuestros
padrinos, y algunos hermanitos nuestros que se asomaban a lo mejor por allí a
fisgar, y porque en un bautizo siempre suele haber niños pequeños queriendo ver
lo que pasa, y sorprendidos de lo que se hace allí. Pero lo cierto es que ésa
fue nuestra incorporación a la alianza que Jesús ha hecho con cada uno de
nosotros.
Han leído vuestros nombres. Yo no
los podría repetir, evidentemente, sólo por haberlos oído. Pero el Señor os
conoce; conoce el fondo de vuestro corazón, os conoce mejor que vosotros
mismos, os conoce por dentro y os ha conocido siempre, y nunca se ha
avergonzado de nosotros. No por conocernos ha puesto distancia entre Él y
nosotros. No. Al contrario. Lo que ha hecho es darse; darse, ofrecerse, estar
siempre disponible. Y lo que sucede en la Confirmación ¿qué es? Que el Señor
confirma en una edad en la que nosotros podemos darnos cuenta lo que significa
ser amados con un amor eterno e infinito, que podamos decirLe que “s
Ese Dios que es Amor, lo que decís
en el Credo es decir “yo te conozco, sé que eres el Padre que envió a su Hijo,
y que murió y resucitó por mí, y que nos ha enviado el Espíritu Santo”, y que
espero “la resurrección de la carne, el perdón de los pecados y la vida
eterna”. Ese don que el Señor nos hace es un regalo. La vida cristiana es un
regalo. La vida cristiana no consiste en cosas que nosotros tenemos la
obligación de hacer por Dios. Cuando pensamos que tenemos que hacerlas y las
hacemos por obligación, normalmente ya hay algo que está mal planteado en
nuestra experiencia de Dios, porque primero es una soberbia enorme pensar que
nosotros hacemos algo por Dios, que Dios necesita. Dios no necesita nada de
nosotros. Y Dios no sabe más que hacer una cosa, porque Dios es Amor, y es
amar. Por tanto, es Dios quien hace todo por nosotros: Él nos ha creado, Él nos
ha redimido mediante la preciosísima Sangre de Cristo, de quien decía un autor
de los primeros siglos: “Una sola sangre de esa que bebemos en la Eucaristía,
vale más que el universo entero; es más preciosa que el universo entero”.
La Confirmación es, por lo tanto, la
confirmación que Jesús hace de la Alianza de Amor que hizo Jesús con vosotros
en la Cruz y de la cual ya participasteis por el Bautismo, plenamente, sólo que
no erais conscientes; y hoy podéis decir que “sí” a ese Amor con una conciencia
grande, con una conciencia humana. Sois adultos. Yo sé que el mundo actual
retrasa mucho el comienzo de la edad adulta y os considera adolescentes, pero
en cuanto se os deja solos y se habla con vosotros, uno se da cuenta
perfectamente que hace mucho que tenéis el uso de razón, y que sois adultos,
plenamente. Son intereses del mundo, en muchos sentidos, los que hacen que haya
que prolongar indefinidamente los estudios y muchas otras cosas, para que no
lleguéis muy pronto el mercado de trabajo y para que, en fin, no lo saturéis –ya
está saturado él solito.
¿Os dais cuenta perfectamente lo que
es disponer en la vida de un amor del cual ningún amor humano no es más que una
pálida imagen? Ni el amor de los hermanos, ni el de los amigos, ni el de los
esposos, es más que una pálida imagen del amor con el que Dios os quiere a cada
uno de vosotros como sois, tal y como sois, con vuestras cualidades abiertas al
infinito y capaces de Dios, y con vuestros defectos y vuestros límites, y con
vuestra historia de tropiezos y hasta de pecados. El Señor confirma su amor con
vosotros y eso da lugar a una alegría que jamás la daría si pensarais que venís
aquí a decir que vais a ser muy buenos y que desde ahora os vais a portar muy
bien, y que desde ahora vais a ser ese niño con el que sueñan todos los padres,
o esa niña con la que sueñan también todos los padres o los profesores a veces…
¡No! Sois quienes sois y vais a seguir siendo los mismos, pero yo tengo que dar
testimonio de lo que doy, y es de que Jesucristo os ama a cada uno de vosotros
con un amor infinito.
¿Qué aporta eso a vuestra vida? No
es un adorno. Dios no es un adorno en nuestra vida. La vida que Jesucristo nos
da y que yo os voy a comunicar a través de los gestos del Sacramento de la
Confirmación no son un adorno. Os permiten ser vosotros mismo. El don de Dios
nos permite ser aquello para lo que hemos nacido, aquello para lo que estábamos
hechos, porque estamos hechos para Dios. Nuestro anhelo constante de felicidad
es un anhelo constante de Dios, aunque no lo sepamos.
En la Primera Lectura que hemos
hecho, cuenta una historia muy bonita de los Hechos de los Apóstoles, que es como
Pablo llegó a Atenas, con su experiencia de haber sido educado como un buen
rabino judío en el mundo griego, y conocedor del mundo griego y del mundo
judío, de los dos. Y llega a Atenas, el lugar donde, entre el siglo V y el siglo
III, había sido el lugar más alto de la cultura de la humanidad, y aun hoy, en California
o en Estados Unidos o en Canadá, cuando se quiere estudiar el significado de la
acción humana, y el significado del sentido que tiene el obrar humano y qué es
el bien, y qué es el mal, siguen recurriendo para muchas cosas… no para todas,
evidentemente; no para el estudio de la física, ni del ADN, ni de las
partículas subatómicas, evidentemente que no. Pero para el significado de lo
que es obrar, de lo que es vivir, de lo que es el ser humano, de lo que es la
polis incluso, de lo que es la vida política en su profundidad, siguen
acudiendo a Platón y a Aristóteles, porque nadie les ha superado en su
reflexión sobre lo que significa ser una vida humana, de lo que significa ser
humano. Es verdad que eso lo ilumina la Tradición cristiana desde Jesucristo,
por ejemplo en un Santo Tomás, pero sigue siendo algo que se construye sobre
aquel hecho cultural verdaderamente inmenso que fue la cultura griega en torno
al siglo V y hasta el siglo III, aproximadamente, e incluso después.
Mis queridos hijos, cuando San Pablo
llega a aquel lugar les dice: “Veo que tenéis un altar a un Dios que le llamáis
‘el dios desconocido’, pues yo vengo a anunciaros a ese dios desconocido”, y
les describe al Dios de Jesucristo, al Dios que Jesucristo nos ha revelado, al
Dios que es Amor. Sólo cuando los griegos oyen hablar de Resurrección… Ellos
pensaban que el cuerpo era una cosa despreciable y que el cuerpo no tenía
sentido el pensar que viviera para siempre, y entonces le dijeron “este debe de
estar loco, así que te oiremos otro día”, y no quisieron seguir escuchando,
porque era un escándalo. Y sin embargo, San Pablo no escondió esa parte de su
anuncio. Todo lo demás lo podían haber aceptado los griegos perfectamente,
hasta citó a un poeta griego contemporáneo para hacer accesible su mensaje
sobre Dios Creador de todas las cosas y Generador del género humano, pero
cuando les anunció a Jesucristo se echaron para atrás. Sin embargo, eso no
impidió ni que San Pablo continuase con su misión, aunque le diesen mil
disgustos a lo largo de su vida, y no impidió al hecho de Jesucristo abrirse camino
también a tierra griega; de hecho, si no hubiera sido por los Padres de la
Iglesia, no hubiéramos sabido, apenas nada, de Aristóteles, o de Platón, ni
siquiera de Homero, ni de los trágicos griegos. Han sido los cristianos quienes
“han salvado” ese verdadero logro cultural que ha sido la cultura griega y
helenística, a la cual, si no queremos que nuestra humanidad se devalúe una y
otra vez, hay que volver. Y en Silicon Valley, os aseguro que leen con mucha
fruición las tragedias griegas, y las obras de Homero y las obras de Platón y
de Aristóteles. Os lo aseguro. Y no necesariamente admiten que sus hijos
jueguen con tablets, eso es otra
cuestión, pero sí les hacen leer los “Diálogos” de Platón. Y el creador de la Teoría
de la relatividad, que combatió en la I Guerra Mundial, ¿sabéis el libro que
llevaba en la mochila para los ratos libres en los que no se disparaban unos a
otros desde las trincheras? Justamente, una edición en griego de los “Diálogos”
de Platón, y es el inventor de la Teoría de la relatividad.
También nosotros tenemos un dios
desconocido, porque el ser humano no vive sin un Dios. Yo sé que hay muchas
personas en nuestro entorno que presumen fácilmente, con mucha ligereza, de que
son ateos. Cuando alguien dice “yo soy ateo”, casi nunca lo puede decir en
serio, porque ser ateo es extraordinariamente difícil. Hay un teólogo americano
que vive dice: “Ser ateo es tan difícil, yo lo llego intentando toda mi vida y
no lo he conseguido nunca; es que no resiste mi inteligencia el pensarlo con
una cierta sistematicidad”. Es mucho más misterioso vivir sin Dios. Y de hecho,
los hombres en la práctica no vivimos sin Dios. Lo que hacemos es sustituir al
Dios verdadero por dioses falsos. Tenemos un montón de dioses falsos. Pensaréis
que no, que eso es una cosa que hacían los paganos antes de Jesucristo. No.
Nosotros tenemos un dios pagano al que adoramos casi todos. Se llama el dinero.
Al dinero lo adoramos… Hacemos sacrificios por él que no hacían los cartujos
por el Hijo de Dios ni por Dios, jamás en la vida, y que no hacen las
carmelitas nunca. Nos torturamos, nos… Le exigimos a nuestro cuerpo que tenga
determinadas formas y hacemos toda clase de sacrificios para que las tenga
también.
Un poeta inglés de principios de siglo
XX, Eliot, decía en un momento: “Es la primera vez en la historia que el hombre
ha cambiado a Dios, no por otros dioses, sino por una especie de sucedáneo de
Dios: la lujuria, el dinero y el poder”. Pero esos son nuestros dioses. A esos
dioses nosotros le damos adoración y los veneramos de mil maneras, y evitamos
que se los critiquen y evitamos que se pueda pensar mal de ellos y los tratamos
con verdadera veneración. ¿Resultado? Para vosotros, para la gente de vuestra
edad: que no sois protagonistas de vuestra vida. Los ídolos chupan sangre
siempre. Siempre viven de sangre humana. Algunos, en la antigüedad lo hacían de
verdad y vivían de sacrificios humanos. Hoy, eso es como de mal gusto… Pero los
ídolos siempre se alimentan de sangre humana, siempre se alimentan de vida
humana. Nos destruyen, nos consumen. ¿Y cuál es el primer fruto de eso? Que no
somos protagonistas de nuestra vida, no somos nosotros mismos. Vivimos vidas
artificiales, vidas virtuales, en las redes de Netflix o en alguna serie de
manga… Vivimos vidas que no tienen nada que ver con nuestra realidad, porque no
somos capaces de decir “yo” con mucha consistencia, por desgracia. Y en
realidad, porque nos falta Dios. No que no hayamos oído hablar de Él. A veces,
hemos oído muchísimo hablar de Él. Pero siempre en clave de obligación, siempre
en clave de cosas que tenemos que hacer para que Dios esté contento, siempre
cosas en una clave que no es la experiencia del Dios verdadero, que no es la
experiencia de ser amado a través del Cuerpo de Cristo, con el amor infinito
del Hijo de Dios; porque cuando uno tiene esa experiencia, efectivamente el
corazón se esponja y se alegra, y cambia, y no puede negar que ha visto la luz.
¿A qué viene Jesucristo a nuestra
vida? ¿A qué viene la Confirmación? Porque la Confirmación lo que hace es
darnos el Espíritu de Jesucristo, a darnos lo que San Pablo llamaría “la
libertad gloriosa de los Hijos de Dios”, pero eso sigue siendo todavía un
lenguaje excesivamente subido. ¿Qué significa tener “la libertad gloriosa de
los Hijos de Dios”? ¿Qué significa ser un hijo de Dios? Significa poder ser yo.
Que cuando yo digo “yo”, estoy diciendo una realidad inmensa, que está llamada
a desembocar en la vida eterna. Que dispone en su vida del tesoro de ese amor
infinito del que os he hablado, y entonces uno empieza a ser protagonista de su
vida.
(…)
Uno de los teólogos del siglo XX,
que ha sido maestro de varios Papas, decía que “una de las consecuencias de que
Dios sea Trino es el descubrimiento de una forma de amor que es la más alta de
todas: es el amor que ‘deja ser’”. Cuando falta la experiencia de Dios, del
Dios verdadero, del Dios Trino, del Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo;
cuando falta esa experiencia del encuentro con ese Dios, el amor tiende,
normalmente, a apoderarse del otro, el amor tiende a empequeñecer al otro… Hasta
con motivos buenísimos. Con motivos de “yo quiero que sea santo”… pero yo
quiero que sea santo, “¡sé santo, por favor!”, como estrujándote el cuello. Dios
no es así. Dios, que es el Amor, no es así. Dios nos deja ser, precisamente
porque conoce su propio Amor y tiene fe. Cuando nosotros tratamos de estrujar a
la gente o de empeñarnos o de forzar o de imponer a la gente un camino de vida,
por su bien, tenemos falta de fe. Lo hacemos por falta de fe, lo hacemos por
debilidad en nuestra fe, por miedo, por miedo al mal. Pero el miedo al mal no
es una característica de un cristiano. El amor al bien infinito, que es el Amor
de Dios, eso sí caracteriza a un cristiano. No el miedo al mal. Si el mal está
ya derrotado, por muy potente que pueda parecer en el mundo. “Yo he visto -decía
Jesús- a Satanás caer del cielo como un rayo”, y Le daba gracias a Dios “porque
no se ha perdido ninguno de los que me diste”, y el Evangelio de hoy decía
“todo lo has puesto en Mis Manos”. Jesús daba gracias a Dios porque no se había
perdido lo que Dios había puesto en Sus Manos: nosotros. No va a triunfar el
mal. Nunca. Triunfará en las escaramuzas de esta vida. Pero el Triunfo final
pertenece al amor de Jesucristo. Es ese amor el que se os da esta tarde.
Sólo me queda deciros una cosa y es
que no despreciéis los gestos pequeños por los que entran los Sacramentos. No
hay gesto más pequeño que una sonrisa (…). Son cosas muy pequeñas, y sin
embargo se pueden decir cosas muy importantes. Y no hay cosa más pequeña que un
beso. Lo piensa uno en frío y dice: “¡Qué cosa más pequeña!”, y sin embargo
cuánto de grande o de falso puede pasar por un beso. Pero en todo caso, si es
falso, puede hacer mucho daño ese beso, que, a lo mejor, determinó que te
casaras con alguien, y luego aquello todavía ha sido una farsa, o un error, o
una mentira, por ejemplo. Pero ha determinado, ha tenido una influencia enorme
y es un gesto bien pequeño. No despreciéis nunca la pequeñez de los gestos en
los Sacramentos. Mis manos son como las vuestras: están hechos de los mismos
músculos, de los mismo nervios, de los mismos huesos. Soy igual que vosotros. Pero
por la sucesión apostólica he recibido el don de poder transmitir el don del
Espíritu Santo, y cuando yo te diga “recibe por esta señal…”, y te imponga la mano
encima y te haga la señal de la Cruz y te unja con el óleo consagrado en el que
está Jesucristo, igual que está en el pan y el vino consagrados de la
Eucaristía, Cristo pasa por esos gestos; como el amor de una persona puede
pasar por un beso, o por una sonrisa, o por un guiño, o por una mano tendida.
Todo gestos muy pequeños pero que pueden ser inmensos en la historia de
nuestras vidas.
Que lo viváis con sencillez. Que
acojáis el amor del Señor, y que sepáis que lo que hacéis es eso, acoger un
amor, un regalo que el Señor os hace. Y el Señor no nos regala cosas. Se nos
regala Él. Y eso es lo sorprendente, lo grande, lo bello. Lo bello de la vida
cristiana, que nada de este mundo es capaz de igualar ni de imaginar.
+ Javier Martínez
Arzobispado de Granada
25 de mayo de 2019-05-31
S.I Catedral de Granada