Homilía de Mons. Javier Martínez en la Eucaristía celebrada en la S.I Catedral, en la Solemnidad de Nuestra Señora de los Dolores y celebración de la Patrona de la Archidiócesis, Nuestra Señora de las Angustias.
Fecha: 15/09/2019
Queridísima Iglesia del Señor,
Esposa amada de Jesucristo, Pueblo santo de Dios; queridos hermanos y amigos
todos:
La celebración de la Exaltación de
la Santa, Cruz que celebraba la Iglesia entera ayer, (a pesar de que su origen
tiene un origen histórico muy concreto, muy preciso, es una celebración que la
Iglesia ha mantenido ya desvinculando de cómo nació, que tuvo lugar ese
nacimiento cuando se reconquistó de manos de los persas a comienzo del siglo
VII la reliquia de la Santa Cruz y se devolvió a Jerusalén)… la Iglesia ha
mantenido esa celebración porque el Viernes Santo es demasiado corto para
celebrar el misterio tan grande de la cruz. Y entonces, vale la pena volverlo a
celebrar fuera de la Semana Santa, en otro espacio diferente, donde podamos
contemplar lo que ese don inmenso que es la Cruz de Cristo significa para
nosotros, hoy, hombres del siglo XXI.
Y lo que significa es, sencillamente,
la consumación de la Encarnación, el Abrazo incondicional y sin límites de Dios
a la humanidad entera. A esta humanidad compuesta por nosotros, y por hombres y
mujeres como nosotros que nadie merecíamos ese abrazo. Pero el Amor de Dios es
infinito y el Amor de Dios es incondicional, y el Señor en la cruz nos ha
abrazado a todos; nos ha ofrecido a todos también ese Abrazo y ese Amor, que se
renueva constantemente en la celebración de la Misa, en la celebración de la
Eucaristía.
Leía yo hace unos días: uno tendría
que venir a Misa dispuesto a que el corazón nos cambie. Dispuesto a que el
corazón nos cambie justamente por ese Abrazo del Señor, que recoge, restaura
nuestro corazón, los recoge a veces del odio, del rencor, del resentimiento, de
la envidia, de las pasiones humanas, y nos pone de nuevo en su sitio, que es
junto al corazón de Dios, porque estamos hechos a imagen y semejanza suya, y
como Dios es Amor, tal como hemos conocido en Jesucristo, y hemos vivido y
vivimos en el don que Él nos hace de Su Amor infinito, sencillamente nosotros
en Él somos transformados y nuestro corazón empieza a parecerse, poco a poco, y
en el camino de la vida, más y más, al corazón de Dios.
Y eso es lo que el mundo necesita. Os
aseguro que no necesita otra medicina: que
haya un pueblo que pueda representar nuestro destino. El destino para el
que estamos hecho. Hemos sido creados para Dios. Hemos sido creados a imagen y
semejanza suya, para ser como un signo de Su presencia en el mundo. Y para eso
necesitamos que nuestro corazón, en lugar del odio y de las luchas de poder que
representan en la historia de los hombres cuando olvidamos a Dios (también las
de los cristianos en cuanto nos olvidamos de Dios), sea transformado en un
corazón como el Corazón de Dios, como el Corazón que nos abraza a todos en la
cruz.
Pero la sensibilidad cristiana no
puede celebrar a Cristo sin celebrar al lado a Su Madre. Ella está en la Encarnación.
Tiene lugar en la Encarnación. Es protagonista en la Encarnación: “Aquí está la
esclava del Señor, hágase en mi según tu Palabra”. Ella acoge el don de Cristo,
acoge el Abrazo de Cristo y Ella tiene lugar en esa consumación de la
Encarnación que es la cruz, y tiene el protagonismo en esa consumación. Jesús
se encarna para revelarnos, para mostrarnos con Su Palabra y con su Vida,
sencillamente, que no hay nada que pueda vencer al amor que Dios nos tiene. Que
no hay nada, no hay ningún mal, ningún odio, ningún tipo de herida que pueda
ser más fuerte que el Abrazo de Dios a cada uno de nosotros, a la humanidad
entera. Y allí está la Virgen. Y eso es lo que celebra. La intuición cristiana
junto a la Exaltación de la Santa Cruz aparece
la Virgen de los Dolores, junto a la cruz. Porque estuvo junto a la cruz
también.
Dos cosas quisiera yo subrayar en
esta Presencia de la Virgen junto a la cruz que me parece que nos pueden ser
útiles (a mi me son útiles y deseo que lo puedan ser también para vosotros).
Una cosa muy llamativa, de la que quizás nosotros no nos damos cuenta, pero que
si estuviera aquí con nosotros una persona que no tuviera nada que ver con la
Tradición cristiana, que no haya escuchado nunca hablar del cristianismo, se
sorprendería mucho de esa imagen de una madre con su hijo muerto y llena de
joyas. Coronada con una corona como una reina, con un manto bordado, aunque
fuera de luto, pero bordado como el manto de una reina y enjoyada como una
reina. Dices, “¿pero ésta es la madre que tiene a su hijo muerto en brazos?,
¿cómo es posible si tendría que estar gritando y llena de lamentaciones?, como
hacían y como hacen las madres en todas partes”. Y en el Oriente, donde dan
gritos de lamentos que son unos gritos muy especiales y que es una manera de expresar
el duelo. Se rasgan las vestiduras, se destrozan los vestidos para expresar que
no bastan las palabras ni los gritos para contener el dolor de una madre que ha
perdido a su hijo. ¿Por qué la Virgen de las Angustias está vestida tan bonita?
O nuestras vírgenes dolorosas, todas ellas.
No olvidéis nunca que la Virgen es
siempre imagen de la Iglesia y, por lo tanto, ahí hay una lección cuando el
sufrimiento humano no lo destruye el Señor. No. Sería un signo de que Dios no
es creíble si por acoger el Señor, por creer en Dios, por estar cerca del Señor
de algún modo u otro, el sufrimiento desapareciera, tendrían razón los críticos
de la religión. La religión sería una especie de sedante, de tranquilizante,
que nos evita el dolor. Eso sería la prueba de que la religión es mentira. La
cercanía del Señor no nos quita el dolor, pero lo transfigura, lo transforma.
Deja de ser lo que determina nuestra vida. Cuando uno acoge a Cristo, el dolor
deja de ser algo que destruye el corazón, que lo mata, que mata la esperanza,
para convertirse en algo que puede ser hasta fecundo. Inmensamente fecundo. A
mí siempre, será una oración que haremos al final de la Misa de hoy, “que
cumplamos en nuestra carne –es una frase de San Pablo– lo que le falta a la
Pasión de Cristo”. Yo siempre desde que era jovencillo y empezaba a pensar en
las cosas del Señor, decía: Y a la Pasión de Cristo qué le falta si el Señor se
ha dado por entero, si el Señor no se ha reservado nada para Sí, si el Señor no
es que nos ha llamado un poquito… como dice San Pablo en otro lugar: “Dios no
ha sido sí y no para con nosotros”. Jesucristo ha sido un “sí” sin
condiciones. Un amor sin condiciones. Entonces,
¿qué le falta a la Pasión de Cristo? Le faltaban nuestros dolores, le faltaban
nuestras súplicas, le faltaban nuestras heridas, le faltaban nuestras fatigas,
nuestra desesperanza a veces, nuestros resentimientos, nuestras heridas.
Pero lo que es precioso es poder
pensar que desde la Pasión de Cristo todas esas heridas nuestras, todos esos
dolores nuestros son parte de Su Pasión, eso significa que no los vivimos ya solos.
Sufrimos, claro que sufrimos. Una madre que pierde un hijo está desconsolada y
seguramente es una herida que le acompañará toda la vida; pero si está Jesucristo,
no es una herida infectada. Es una herida que duele, pero que no elimina la
certeza de que estamos destinados a la vida eterna; la certeza del reencuentro
en la vida eterna y, por lo tanto, es un dolor que no destruye como el dolor
vivido en una clave nihilista, en una clave del mundo.
Señor enséñanos a acogerTe a Ti en
nuestras fatigas y en nuestros dolores, a buscarTe a Ti. Porque, repito, el
traje de la Virgen sigue siendo de luto, pero es el traje de una reina. La
Iglesia sigue experimentando las fatigas y los dolores de este mundo, pero ya
no es el dolor y la muerte quienes reinan sobre nosotros. Somos nosotros un
pueblo de reyes, de reyes que dominan. No a base de ascetismo, sino a base de
acoger el Abrazo del Señor.
Segunda enseñanza que yo creo que
está en la Virgen de las Angustias. Esta mañana una mujer me enseñaba una frase
de san Francisco que yo no conocía y es que lo contrario del amor no es el odio,
sino la posesión. Me parece finísimo. Finísimo porque el odio es obvio que todos
nos damos cuenta que es algo que está en contra del amor. Pero que el deseo de
ser dueño del otro, de controlar al otro, de por así decir tenerlo bajo el
propio poder es una forma de desamor, es lo contrario del amor.
El amor sólo es verdadero cuando se
parece al de Dios. Ya me habéis oído algunos muchas veces decir que Dios nos
deja ser, que el Amor de Dios es tan grande que no tiene miedo a nuestra
libertad. Que nos deja ser, porque no necesita. Él no necesita nuestro amor y
sabe que Su Amor es infinito y Su Amor tiene la victoria siempre conseguida al
final, y desde ahora, desde ya.
También en eso la Virgen está con su
Hijo ofreciéndolo, entregándolo. Y el Hijo ha entregado primero a la Madre
cuando ha consentido que le acompañara en la cruz. Qué difícil no es a
nosotros, que difícil les es a los padres entregar a sus hijos y dejarlos en
las manos de Dios. Confiar que Dios los ama más que nosotros mismos, aunque
seamos sus padres. Qué difícil nos es dejar en las manos de Dios a las personas
que amamos. Dejarlas ser, dejarlas ser. Qué fácil es que nuestro amor se
convierta en algo asfixiante que genera justamente ese resentimiento que es lo
contrario al amor.
Yo creo que celebrar la Virgen de
las Angustias –porque sería también una forma de testimoniar que nuestro amor
se parece al de Dios– es pedirLe también que nos enseñe a dejar ser, a entregar
a nuestros seres queridos en las manos de Dios, a ponerlos en Sus manos, a
vivir confiadamente, a no pensar que yo tengo que conseguir que esta persona, a
veces el marido, la mujer, sea como yo he decidido o yo quiero que sea. Eso no
es amor.
Me ha sorprendido mucho la frase, yo
pensaba en cómo la Virgen está entregando a su hijo. Nosotros tenemos que
entregar a nuestros padres en las manos de Dios algún día. Pero el dolor más
grande es tener que entregar a un hijo. Pero a un hijo se le entrega de muchas
maneras: se le entrega cuando se va de casa, se le entrega cuando empieza a
crecer, cuando empieza a tomar decisiones propias. Siempre, desde que nace, hay
que recordar que todo el amor que recibimos es don de Dios y tiene que volver a
Dios, no es una posesión nuestra.
Mis queridos hermanos, vamos a
pedirLe al Señor primero que podamos vivir el sufrimiento como reyes, como la
Virgen, acogiendo el Amor de Cristo y que acogiendo el Amor de Cristo sepamos
también entregar a nuestros seres queridos, confiar en Dios. De esa manera,
protegemos el amor que necesitamos para vivir. De la otra manera, aunque
parezca que hacemos –siempre me sale la imagen de Gollum, “mi tesoro”–, aunque
parece que nos apropiamos de ese amor, lo destruimos. Lo destruimos sin darnos
cuenta, llenos de buena voluntad, pero lo destruimos.
Señor, que nuestros amores florezcan,
porque Tú estás en medio de ellos y porque aprendemos a querer más y más con
esa generosidad, con esa gratuidad con que Tú nos quieres a nosotros. Que así
sea para todos vosotros, que así sea si Dios quiere para toda nuestra Iglesia.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
15 de septiembre de 2019
S.I Catedral de Granada