Homilía de Mons. Javier Martínez en la Eucaristía en el XI Simposio de Derecho Matrimonial y Procesal Canónico, organizado en la Diócesis de Granada.
Fecha: 25/09/2019
Las lecturas de la misa de hoy nos describen uno de los momentos más bellos. El retorno del exilio del Pueblo de Israel. Pero, al mismo tiempo, es en el exilio donde el pueblo toma conciencia, por una parte de la trascendencia, de la unicidad de Dios; y por otra parte de su impotencia para ser fieles a la Alianza, de la necesidad de la Gracia de Dios para la salvación. Por lo tanto, aquello que había sido un desastre para Israel, porque primero el reino de Israel del norte fue conquistado, después el reino de Judá, Jerusalén devastada; y sin embargo, al mismo tiempo, fue una ocasión de una purificación religiosa enorme. En el exilio se escribe el “Cantar de los Cantares”, que es uno de los momentos culminantes del Antiguo Testamento, donde justo la esposa que se siente lejos del esposo, añora al esposo que había hecho alianza con ella, y una alianza eterna como lo habían expresado los profetas anteriores al exilio.
Y el Evangelio (…) yo lo leería todo
él como un comentario a una frase que dice Jesús en algún sitio: “Buscad el
Reino de Dios, y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura”. El “no
llevéis forja, ni llevéis pan, ni dinero, no tengáis dos túnicas…”, todo eso al
final es: “Se pusieron en camino, fueron de aldea en aldea, anunciando la Buena
Noticia y curando en todas partes”. Es decir, el poder salvador de Jesucristo,
que es el poder de su amor; al fin y al cabo, Su poder más grande se manifiesta
con motivo del pecado más grande, que es también la crucifixión, y la respuesta
de Jesús a su crucifixión (repito, el pecado más grande de la historia) es:
“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Por lo tanto, un amor que es
capaz de vencer el odio, la ceguera, o la torpeza, o el celo equivocado, o la
envidia de los hombres. El pecado de los hombres es abrazado en la cruz por
Jesucristo. Y ese Abrazo se renueva en cada Eucaristía.
Yo quisiera recordaros, trabajáis
todos en las vicarías o en relación con las vicarías judiciales, por lo tanto,
muy en relación con el matrimonio. Quisiera recordar simplemente que todo el
ministerio y todo el significado de la obra de Cristo es un significado
esponsal. En la Iglesia no ha habido cursillos prematrimoniales hasta los años
60 o 70, ¿y dónde aprendían las esposas a ser esposas y los esposos a ser
esposos? Lo aprendían en la Eucaristía. Y había una conciencia bastante grande
de que la Eucaristía era una celebración esponsal, conciencia que hemos perdido
por muchos motivos diferentes.
Venimos a la Eucaristía muchas veces
a hacer un acto de piedad o a pedir por nuestros seres queridos, o a pedirle al
Señor las gracias que necesitamos para seguir viviendo, o a venir a un ratito
de silencio a escuchar su Palabra y que nos ilumine, pero muy difícilmente
pensamos que venimos a una boda. Y sin embargo, la Eucaristía es una
celebración nupcial, siempre, todos los días, hasta la más humilde, hasta la
más pequeña, con cuatro ancianitos o cuatro ancianitas en un pueblo pequeño
perdido en la montaña. Y el cielo y la tierra se unen, y se canta o se reza el
Santo, que es el canto de los ángeles en la presencia del Trono de Dios. ¿Por
qué? Porque el cielo baja a la tierra, y la Encarnación y el don del Espíritu
Santo, es decir, todo lo que es el designio salvador y redentor de Jesucristo
se cumple en aquellas cuatro personas.
Os cuento una anécdota. Era un día
de Viernes Santo, después de los Oficios yo salía con la gente de la Catedral y
una mujer que iba delante de mí dijo (…) : ”Parece mentira, un día tan
importante como hoy y nos dejan sin misa”. Y yo que la oigo y digo: “¿Tú has pensado que cada misa es una boda y
que la novia eres tú, pero que hoy no hay novio, porque estamos celebrando
justamente la memoria de que el novio está muerto, y como no hay novio, no
puede haber boda?”. Y le digo: “Y el obispo, que también lleva un anillo que
representa a Cristo como Esposo, el día de Viernes Santo se lo tiene que
quitar, y no hay anillo porque no puede haber una representación. Por eso no
hay misa”. Me dijo la mujer: “Pues, no lo había pensado, perdone”. El caso es
que se quedó, la gente se dispersó, yo ya me fui para mi casa, y vuelve la
mujer y me dice: “Gracias D. Javier, llevo toda mi vida yendo a misa y es que
no se me había pasado por la cabeza”. Y es verdad, cada misa es una boda.
Las lecturas no son para que
aprendamos a portarnos bien…, si la mayoría de ellas no sirven para portarnos
bien; nos cuentan cosas. O se leen como trocitos de una historia de amor o no
tienen ningún sentido. Y el Credo de los domingos no es como un ideario de
colegio en el que recitamos nuestras ideas o nuestras creencias. O se entiende
como el “sí” de la Esposa al anuncio del “sí” del Esposo, o tampoco. La fórmula
originaria del Credo es la del Bautismo, la de la noche de la Vigilia Pascual.
“¿Crees en Dios Padre Todopoderoso…?”, “sí, creo”. ¿A qué os recuerda el “sí,
creo”? ¿A qué os recuerda esa respuesta del “sí, creo”? (…) El Credo es el “sí,
quiero” de la Esposa. “Te conozco, y sé que podría esperar de Ti lo que no
podría esperar de ningún amor de este mundo”: el perdón de los pecados, la resurrección
de la carne y la vida eterna.
La luz que a mí me dio cuando
aprendí que el beso que se hace al altar… Un Papa en la Edad Media, explicando
la Misa, decía que “el pontífice se quita la tiara porque en ese momento, como
cuando el obispo se quita la mitra pasa a representar al pueblo. Unas veces
representa a Jesucristo y entonces lleva la corona puesta, la mitra, y otras
veces representa al pueblo cuando ora y entonces se la quita…, pero el
pontífice dice: “se quita la tiara o la mitra y besa el altar; besa el lecho
nupcial donde el Esposo va a dar la vida por ella”. Me parece precioso.
Como Elena preparando el lecho para
el retorno de Odiseo, de Ulises. Aquel lecho único. Pues, aquí, el Esposo va a
dar la vida por ella. Pero luego, “consorte”. La palabra “consorte” salía en
una oración en latín: “Haznos consortes de la divinidad de Aquel que se ha
dignado compartir nuestra humanidad”. La oración que el sacerdote hace justo
antes de comulgar, y que podíamos hacer cada uno de nosotros (estaba en los
misales antes pero, ahora no la hacemos, porque la hace en voz baja), es la
oración de una esposa: “Señor, que por tu Cuerpo y por tu Sangre pueda cumplir
tus mandatos siempre y no permitas que jamás me separe de Ti”. ¿No es esa la
relación que pide una buena esposa a un esposo que la ama? ¡Que nunca me separa
de ti! ¿No es esa la oración que haría también un buen esposo a una esposa que
sabe que la ama? ¡Que nunca me separe de ti! Pues, esa es la oración que se
hace antes de comulgar.
Y las palabras de la consagración.
Las palabras de la consagración son esponsales: “Esta es la Alianza nueva y
eterna en mi sangre, para el perdón de los pecados”. Y la primera súplica que
se hace después de estar ahí el Señor es justamente: “Que todos los que
participamos de tu Cuerpo y de tu Sangre formemos un solo cuerpo y un solo
espíritu”.
Dios santo, es la unidad de todos en
la Trinidad de Dios. Si en cada misa fuéramos conscientes de que vamos, no a
asistir a la boda de una vecina o de una amiga, sino que vamos a recibir a Aquél
que es el único Esposo con mayúscula, a lo mejor volvíamos a empezar a entender
lo que significa ser marido y ser mujer, y lo que significa el matrimonio
cristiano, que se aprende en la Eucaristía, no en unos cursillos matrimoniales.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
25 de septiembre de 2019
Monasterio de La Cartuja (Granada)