Homilía de Mons. Javier Martínez en la Eucaristía del Sacramento de la Confirmación de ocho adultos, así como el bautizo de dos jóvenes, en la parroquia de San Juan María Vianney.
Fecha: 31/10/2019
No necesito decir que es para mí un gozo estar esta tarde aquí con vosotros y bautizar a dos adultos. La Iglesia os considera ya adultos cuando recibís el Bautismo en la edad que vosotros tenéis, y al mismo tiempo confirmar en el amor y en la alianza de Jesucristo a un grupo de cristiano de la parroquia.
El Catecismo antiguo, que vosotros
seguramente ya no habéis conocido pero que a lo mejor las personas mayores sí,
comenzaba siempre con una pregunta: “¿Eres cristiano?”. Y la respuesta era: “Soy
cristiano por la Gracia de Dios”. Yo quisiera subrayar justamente este hecho
esta tarde. Ser cristiano es un regalo. Ser cristiano es una Gracia. Una Gracia
que, como dice el Salmo, “vale más que la vida”. ¿Sabéis por qué? Porque la
vida sin el conocimiento de Dios, al final termina valiendo muy poco. Y lo
vemos en nuestro mundo. Lo vemos en nuestro mundo de muchas maneras. Como
cuando se pierde el sentido de Dios, en el seno de una familia o en las
relaciones humanas, o en cualquier situación, hasta en la vida social. Esa vida
se deteriora y se deteriora y se deteriora. Pensábamos que la fe era un adorno
que no servía para la vida (…). Y sin embargo, cuando la vemos desaparecer, empezamos
a ver que lo que queda no es una humanidad igual de bonita sólo que sin ese
adorno de la fe, sino que lo quedan son ruinas, muy fácilmente. No ruinas
económicas necesariamente, aunque con frecuencia también, porque cuando Dios
falta hasta la vida… El Papa insiste últimamente mucho en el cuidado de la creación
y nos parece que es una preocupación que es poco religiosa. Este verano,
visitando una zona pobrísima de Nicaragua, llena de lagunas, donde daba un
gusto pensar en bañarse, entre arrozales y bosques tropicales, y sin embargo
quien nos estaba llevando a las aldeas a las que íbamos nos decía “esas lagunas
son mortales”. Y son mortales, no inmediatamente porque uno se ponga a bañarse
en ellas y se muera, sino porque uno sale y a los veinte días se te empieza a
caer la piel y terminas sencillamente invadido todo el cuerpo de pesticidas, de
productos químicos que se han ido echando. La gente de la zona lo sabe.
Ayer recibía yo a un obispo de la
República Democrática del Congo, con el que había coincido en el Encuentro del
Papa en Rabat (…) y me decía que en su país, fertilísimo, riquísimo, pero una
de las grandes naciones que se apoderan, curiosamente era la misma que posee
los arrozales de Nicaragua, había empleado, en la extracción del oro, mercurio,
de tal manera que todos los lagos del país estaban envenenados. Y pasaba lo
mismo. Me dijo: no se nota, pero uno entra en el agua y luego se te cae la
piel.
El punto de partida: cuando nos
falta Dios, podemos construir un mundo para unos cuantos a lo mejor muy rico y
que dispone de los bienes de este mundo. Pero la vida misma se vuelve durísima,
penosa. Personas que lo tienen todo viven con desesperanza, con tristeza, sin
razones para vivir. Llevamos tres años en España en que son más los números de
suicidios, especialmente entre jóvenes, que los números de accidentes de
tráfico. No son cifras que guste decir, pero sólo subrayar que ser cristiano es
pertenecer a ese pueblo en el que nosotros somos todos muy frágiles, y muy
débiles, y tenemos todos muchas debilidades y muchos pecados, pero en el que
está Cristo. Y encontrarse con Cristo en la vida de ese pueblo, entrar en esta
familia donde está Cristo, encontrarse con Cristo en la vida de esta familia. Y
cuando uno se encuentra con Cristo y cuando uno vive la vida de este pueblo que
es la Iglesia, uno se da cuenta que la vida adquiere un color, una belleza, un
gusto que no tiene cuando uno no tiene el horizonte de Cristo.
Os lo doy como testimonio en mi
propia vida, pero os lo doy como testimonio de muchas personas. Hasta las
mismas aldeas de las que os hablaba hace un rato, donde no había agua
corriente, donde no había luz eléctrica, sin embargo los niños tenían una
alegría y un brillo en los ojos que no resulta fácil ver en nuestras sociedades.
Un gusto por la vida. Eran críos pequeños y algunos de ellos no sabían con 11
años qué significa la palabra “isla”, pero sabían cantar el Gloria y sabían
cantar el Credo. Tenían una misionera que les había querido, tenían una
dignidad. Qué nos da el Señor. Nos da, en primer lugar, el gusto por la vida. El
gusto por la vida que nace de pertenecer a un pueblo; a un pueblo del que nos
sentimos parte y sentirse parte de ese pueblo, vivir la vida de ese pueblo hace
que la vida sea interesante.
En el fondo, es muy sencillo, porque
¿a que todos estamos más contentos cuando nos damos cuenta de que alguien nos
quiere bien?, ¿a que no hay nada en realidad en la vida que nos haga sentirnos
más contentos? Y al revés, no hay nada que haga la vida más fatigosa y más
insoportable que el pensar que uno no es querido por nadie, o que no es bien
querido, o que quienes creías que te querían resulta que no te querían. Y si es
tu propia familia… (…) ¿Cómo sabemos que no es un discurso bonito decir “Dios os
quiere; os quiere con un amor infinito” si no hay un pueblo, una familia, una
comunidad, una historia de la que nuestras vidas forman parte? Y esa historia
es una historia de misericordia y es una historia de amor.
Somos cristianos por la Gracia de
Dios y es lo mejor que nos podría haber pasado, justamente el ser cristianos.
En la vida de la Iglesia, especialmente en la vida de los Sacramentos de la Iglesia,
lo que se comunica es esa vida de Dios que Jesucristo, el Hijo de Dios, vino a
sembrar en la tierra; que la sembró con Su propia Vida. Se sembró a Sí mismo en
su muerte y en Su Misterio pascual, en Su Triunfo sobre la muerte. Y nos dio su
Espíritu y ese Espíritu hace de nosotros hijos de Dios. Nos da un nombre nuevo.
Yo sé que os llamáis David y Lucía
(…). Es el Señor el que nos pone nuestros nombres y aunque Él los conoce y os
quiere… ¿Cuál pensáis vosotros que es la frase del Evangelio que expresa mejor
la inmensidad del amor con el que Dios nos ama? (…) Hay muchas que lo dicen. “Hasta
los cabellos de vuestra cabeza están contados” (…) Esa es la exquisitez del
amor con la que el Señor nos ama, y os ama a cada uno, y ha dado Su vida para
que vosotros podáis vivir en una gran libertad, que es lo que uno tiene cuando
se sabe bien querido. La libertad. La libertad de ser hijo de Dios, la libertad
de no tener que ser un mendigo de la felicidad por la vida. Yo soy amado con un
amor infinito. Mi destino es el Cielo, mi destino es Dios, mi destino es la Vida
divina. Y nadie me puede arrebatar eso, porque nadie puede ganar a Jesucristo
en poder para arrebatarme de Jesucristo. Nadie puede conseguir atar a
Jesucristo para que Jesucristo deje de quererme, por lo tanto, vivo con una
confianza inmensa, gozosa, tranquila, porque nadie puede derrotar el amor con
el que soy amado, nadie puede apagar ese amor. Yo podré estropearlo, yo podré
darle la espalda, y aún así, el Señor no me la dará a mi.
Ése es el don del Bautismo. La vida
de hijos de Dios que Jesucristo nos ganó con Su sangre; que os ganó a cada uno
de vosotros; que nos ha ganado a cada uno de nosotros sin haberlo merecido
nosotros. Y eso es lo que la Iglesia, como todo documento importante, (…) A la
Confirmación, los cristianos, durante los primeros siglos, la llamaban “el
segundo sello”. El primer “sello” era el Bautismo, donde Jesucristo sella la
alianza de amor que hizo con cada uno de nosotros en la cruz. Y esa alianza no
se va a retirar nunca (…). Esa alianza que el Señor ha sellado en vosotros el
día de vuestro Bautismo, como el día de vuestro Bautismo -menos vosotros dos- eráis
muy pequeños, la Iglesia ha retrasado el “segundo sello” para un momento en el
que uno pueda darse cuenta de lo que significa. Que no sois vosotros los que
habéis algo por el Señor. Ser cristiano no es que nosotros hacemos cosas por el
Señor y, entonces, somos mejores, nos portamos mejor. No. Ser cristianos es
saber que el Señor lo ha hecho todo por nosotros y que podemos descansar en Él
y que podemos apoyarnos en Él, podemos confiar en Él, y que no nos va a
abandonar jamás. Y renovar esa vida que Él nos da, que nos da en la Eucaristía,
que nos da en el perdón de los pecados, que nos da en la vida cotidiana de la
Iglesia, para que podamos vivir en la libertad gloriosa de los hijos de Dios. No
asustados por la muerte, no asustados por la violencia, no asustados por la
suerte, por nada. Porque nadie puede quitar aquello para lo que el Señor me ha
dado la vida que es Su Amor eterno, Su Amor infinito. Sois unos privilegiados,
somos unos privilegiados, nosotros. Y tendríamos que darnos mucha más cuenta de
ello de lo que normalmente nos la damos, y vivir más conscientes de que jugamos
con las “cartas marcadas”. ¿Qué vamos a estar enfermos? Pues, claro. ¿Qué un
día moriremos? Pues, claro. ¿Que no nos salen muy bien todas las cosas en la
vida? Pues, claro. Pero, “la partida” la ganamos nosotros; la gana el Señor en
nosotros. La tiene, está ganada. Está ganada. Podemos perder esta mano, podemos
perder… pero la partida está ganada. ¿Quién nos podrá arrebatar del Amor?, ¿quién
puede ser más fuerte que el Señor para quitarnos de Su Amor? Y es Su Amor el
que nos salva.
Vamos a darLe gracias. Vamos a celebrar
vuestro Bautismo, pero sabiendo que significa eso precioso. Pasáis a ser
miembros de esta familia, miembros de un Cuerpo, vais a ser el cuerpo de Cristo.
Somos –los que estamos bautizados- el cuerpo de Cristo. Y vosotros, los que
recibís la Confirmación esta tarde, el Señor confirma, en un momento en que
vosotros os dais mucha más cuenta de lo que eso significa y del bien que
significa para la vida poder afrontarla, y afrontar sus dificultades con una
certeza de ser amado por un amor infinito, de no estar solos, “tiraos” en la
vida, estar bien acompañados. Alguien describía la Iglesia con tres palabras: “Una
buena compañía”. Porque en ella nos acompaña el Señor en el camino de la vida.
Eso es lo que es la Iglesia.
Vosotros entráis en esa buena
compañía que es la Iglesia y los demás recibimos que el Señor confirma, que no
sólo no se ha cansado de nosotros, sino que ratifica y confirma que no se
cansará jamás, aunque nosotros nos cansáramos de Él. Y eso es fuente de una
alegría muy pura, muy honda, muy verdadera. Mientras que si cuando pensamos que
la Confirmación es que yo hago un compromiso de no sé qué cosas, o de ser bueno,
y eso es lo que es importante hoy, nuestra alegría es chiquitita (…).
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
31 de octubre de 2019
Parroquia San Juan María Vianney