Homilía de D. Javier Martínez en la Eucaristía de consagración, bendición e inauguración de la nueva parroquia en Granada, llamada Nuestra Señora del Pilar.
Fecha: 30/11/2019
Queridísima Iglesia del Señor, Esposa amada sin límites por Jesucristo, Pueblo santo de Dios;
muy querido D. Jesús, párroco de
esta nueva parroquia, de esta nueva iglesia en la que ahora puedes construir
una comunidad como no podías hacerlo hasta ahora;
queridos sacerdotes concelebrantes;
queridos
amigos, hermanos todos (saludo especialmente a los más pequeños, que están
esparcidos por ahí):
Cuando faltaban unos minutos para
empezar la celebración y yo veía a D. Jesús, ¿sabéis a qué me recordaba?: habéis
visto a los padres en la sección de maternidad cuando van a tener su primer
hijo y está su mujer en el paritorio, y están dando vueltas, y se asoma a la
ventana, y saluda casi sin saber lo que dice a los que están saludando. Yo
decía “está igual”. Y luego, estábamos ahí en la puerta y yo os veía pasar y os
lo digo con toda sencillez pero con toda verdad también, se me saltaban las
lágrimas viendo…
El pueblo cristiano siempre me ha
parecido a mi -yo soy hijo de ese pueblo, me siento privilegiado y orgullo por
serlo- la cosa más bonita que hay en el mundo. La Escritura le llama siempre
“Pueblo santo de Dios”. No porque no tengamos defectos, no porque no tengamos
problemas, no porque la vida no nos sacuda, nos dé palos, o nos hiera. Pero
está el Señor con nosotros. Y eso hace, en realidad, de la Iglesia, el pueblo
cristiano es lo mismo… yo no conozco, no he conocido nunca una criatura más
bella (…). Un pueblo hecho de todos los pueblos porque no hay nación, ni raza,
ni lengua que no forme parte hoy del Cuerpo de Cristo y en el que habita el
Señor. Un templo del Señor en medio de este mundo. Y eso es tan bello, y hecho
de todas las edades, desde ancianos hasta niños, jóvenes, jóvenes matrimonios
que se están abriendo a la vida, personas de todas las edades, de todos los
niveles culturales, y todos somos uno. San Pablo lo dice varias veces, de
distintas maneras (…): “Ya no hay judío, ni gentil, ni griego, ni bárbaro, ni
esclavo, ni libre, ni hombre, ni mujer, porque todos sois uno en Cristo Jesús”.
Esa alegría es la que está en el
fondo. Creo que me hago portavoz de vuestra propia alegría al inaugurar, al dedicar
y consagrar esta iglesia. Y luego, la consagramos en el comienzo del año litúrgico,
en un primer domingo de Adviento. La palabra “adviento” significa “venida”. Y
si hay algo que nos recuerda en estas semanas previas a la Navidad, es que el
Señor viene, viene a nosotros. Vino hace dos mil años. Vino en la Creación. Esa
es Su primera Venida. Vino en la Creación, porque todo ha sido creado por Él y
para Él. Y todo, es decir, cada uno de nosotros, las piedras de este altar,
este suelo, las estrellas, las hojas de los árboles… todo tiene en Él su
consistencia. Dios está en todas las cosas y en todas resplandece algo de Su Belleza
y de Su Ser. Pero resplandece sobre todo en su criatura noble, porque ha cada
uno de nosotros nos ha amado el Señor con un amor infinito y nos ha creado para
que podamos participar de Su Vida divina. Y para que después de esta especie de
aperitivo que es la vida de este mundo, o de iniciación que es la vida de este
mundo, podamos gozar eternamente con Él en Su Vida inmortal, de Su Amor
infinito. Juntos. Porque muchas personas piensan que el Cielo ni nos vamos a
conocer, ni nada. No. Juntos. La liturgia de la Iglesia, que es regla de la fe,
nos dice que juntos. Por eso pedimos la intercesión de los santos (…) ¿Y todos
juntos vamos a estar allí?, ¿y vamos a caber? Mirad una noche las estrellas si
es que las luces de Granada os dejan verlas (…) y mirad las estrellas. Y todas esas
distancias son una mota de polvo en la palma de Su Mano. Los primeros
cristianos ya se hacían esta pregunta (…) y alguno de ellos decía cuántas
imágenes caben en tu ojo, cuéntalas si puedes, millones de imágenes hay en
nuestros ojos y son bien pequeñitos.
(…) Todos estaremos llenos de gozo
al descubrir cuál era nuestra vocación, para qué nos había dado la vida el
Señor. Viene el Señor. Vino en la Creación. Como nos habíamos perdido, como nos
perdemos una y otra vez, como no sabemos huir y el Enemigo crea en nosotros
toda clase de barreras, de distancia, de separaciones, divisiones, pues vino el
Señor. También quiso compartir nuestro destino, quiso unirse a nosotros. Ya que
nosotros no podíamos de ninguna manera llegar hasta Él, quiso unirse a
nosotros, venir a nosotros y ser Él quien habitase en nosotros, y pudiese Él conducirnos
a nuestro hogar, a nuestra patria y a nuestra casa, que es el Cielo. Y hacernos
posible vivir ya aquí un poquito de ese Cielo. Eso es la Iglesia, eso es una
comunidad cristiana. Repito, no sin dificultades, no sin luchas, no sin a veces
mil torpezas y mil tensiones, pero eso es lo que estamos llamados a vivir. Y
eso es lo que el Señor nos da la gracia de poder vivir.
Y luego el Señor viene siempre.
Tenemos que subrayar mucho que el cristianismo no es las cosas que hacemos por
Dios, que, en realidad, nunca hacemos nada por Dios, aunque lo hagamos. No es
que a Dios le falte nada y nosotros lo demos. No. Eso es lo que han pensando
siempre todas las religiones del mundo, todas las religiones paganos. El
cristianismo consiste en la conciencia de que ya que nosotros no podíamos,
ciertamente, hacer nada por Dios, es Dios el que ha venido a hacerlo todo por
nosotros. Cristo viene, pero viene a darnos la vida. Y en los sacramentos de la
Iglesia, desde el Bautismo hasta el Orden Sacerdotal, el Matrimonio, es una Presencia
de Cristo que viene a hacernos posible vivir de acuerdo con nuestra vocación. Querernos
de acuerdo con nuestra vocación, de acuerdo con nuestras relaciones, hacer
posible el amor esponsal. Quienes vivimos en pueblos que llevamos veinte siglos
de cristianismo pensamos que un matrimonio se quiera es una cosa normal. Creo
que estamos empezando a darnos cuenta de que no es tan normal. Veréis, que un
hombre y una mujer se atraigan es muy normal, pero de ahí a quererse hay tanta
distancia como de aquí a la Vía Láctea. Y ese camino no lo hacemos solos, no lo
podemos hacer solos. Sólo si el Señor está con nosotros, somos capaces de
querernos, en general. Pero ni siquiera marido y mujer. Sólo cuando el Señor
acompaña a esos esposos, o a uno de los dos, es posible el amor para el que
nuestro corazón está hecho. El de todos nosotros. Y por eso necesitamos el don
de Dios. El cristianismo es el don que Dios nos hace y Cristo no ha venido para
que seamos más buenos; nos hace más buenos, sin duda, pero no ha venido para
eso. Ha venido para acompañarnos en el camino de la vida, para que nunca
estemos solos. Ha venido para estar con nosotros, para morar en nosotros. Para
hacer de cada uno de nosotros un templo donde Él se goza (…), ¿me va a querer a
mi Dios? Si algo os puedo decir con verdad es que sí. Que Dios nos quiere a
todos, nos quiere a cada uno con un amor infinito, único, irrepetible. Y
necesitamos oírlo. Y necesitamos recibir el Espíritu de Dios, una y otra vez,
que nos permite renovar nuestra conciencia de que somos sus hijos, de que
nuestra vocación es el Cielo; y que mientras que estamos aquí no tenemos otra
tarea, ni otra misión que aprender a querernos, aunque nos lleve toda la vida
ese aprender a querernos.
Entonces, ¿cómo no vamos a estar
gozosos si tenemos un lugar? (…) Alguien me comentaba (…): el ser humano hoy no
tiene dónde estar. Muchas veces crecemos haciendo mil cosas, estudiando mil
cosas, aprendiendo mil cosas, viajamos por el mundo entero, pero un lugar donde
yo sea yo mismo, un lugar donde yo me sienta querido, donde yo sea de verdad
querido... Es como si no existiera. Y la primera misión de una parroquia, de
una iglesia, es ofrecer a los seres humanos, a los hombres y a las mujeres, a
los jóvenes y a los niños, ese lugar donde son queridos. Y queridos como un
reflejo del amor que nosotros mismos hemos experimentando de Dios. Queridos
porque sabemos que nosotros hemos sido queridos de esa manera y que lo que
habéis recibido gratis, dadlo gratis. Pero es que aquí, Señor, en la vida en la
Creación, en la Redención, en todo Te hemos recibido completamente gratis.
Entonces, llénanos Tú. Y el que haya un lugar es muy importante. Pero veréis,
si os encontráis con una persona que está desesperada, que está herida, que
tiene un sufrimiento enorme y decís “mira, yo sé un lugar, la parroquia del
Pilar”, y viene aquí y se encuentra con que no hay nadie, o se encuentra con
que está el cura que la puede atender un ratito, y hablar y escuchar, está muy
bien -eso es parte de la misión nuestra como sacerdotes-, pero luego se marcha
otra vez a la calle, y vuelva a estar como estaba, y vuelva a la vida que tenía
antes sin más… el lugar no será sólo el templo, no serán sólo los salones. El
lugar tenéis que ser vosotros. Uno tiene que poder remitir a un grupo de
personas en el que uno pueda empezar a vivir una vida nueva, que luego a lo
mejor exteriormente no cambia nada, pero cambia el corazón. Os podría dar
tantos testimonios que eso sucede y sucede hoy (…) Hay una necesidad inmensa,
espantosa, diría que como nunca la ha habido en siglos de la historia, de poder
experimentar un amor verdadero, no un amor sentimental, no un amor posesivo,
sino un amor verdadero: alguien que desea tu bien, que le importa tu vida, que
desea que crezcas, que desea que florezcas en esa vida. Un lugar donde tu
humanidad puede florecer en todas las dimensiones y dar fruto, de una manera
que te permita vivir en la acción de gracias, en la alegría, contento,
agradecido por todo lo que el Señor hace por nosotros.
Yo Le pido al Señor que ese lugar
exista aquí. Y yo sé que D. Jesús tiene la preocupación de que exista. Una
parroquia necesita a un párroco. El párroco es insustituible, pero necesita una
comunidad cristiana, que sea lugar de acogida, lugar de cariño para el ser
humano; lugar de afecto, de misericordia, de paciencia también. Quien está muy
viejo o quien está muy herido necesita tiempo para hacer su camino y Dios sabe
las horas que tiene para cada uno, y el tiempo que tiene para cada uno. No se
puede llegar y empezar pidiendo los certificados de cursos de teología que ha
hecho uno (…) (estoy exagerando, pero comprendéis). Tengo un amigo, un cura
alemán que puso en su parroquia hace unos años “abierto 24 horas al día. Sólo
para pecadores”. Me pareció genial, en el centro de una ciudad muy grande (…).
Que eso sea la parroquia del Pilar en este lugar de la ciudad.
Y luego yo creo que tenéis una
misión especial, muy especial, por estar donde estáis (…). Hay un montón de
gente joven, de matrimonios. Tener una parroquia enfrente del “Inacua” me
parece que es una gracia de Dios para el “Inacua” (ndr. gimnasio ubicado enfrente de la parroquia). Ahí hay una misión
especial para nosotros porque es un sitio de “pegar la hebra” con jóvenes, sin
duda ninguna, y donde asisten miles de jóvenes. Habrá que cuidarlos. El Señor
nos dará la imaginación y la forma de cuidarlos, y de pedir por ellos (…), para
que el Señor los atraiga a Su Amor, les permita también a ellos vivir contentos
y agradecidos por la Presencia del Señor.
Vamos a continuar nuestra
celebración con la unción del altar; primero con la oración a los santos y
luego la unción del altar, la incensación del altar y del pueblo cristiano, de
la Iglesia entera y la iluminación.
Que el Señor bendiga este camino que
esta tarde empezamos todos juntos.
+ Javier Martínez
Arzobispado de Granada
30 de noviembre de 2019
Parroquia Nuestra Señora del Pilar
(Granada)
Palabras al inicio de la Eucaristía de consagración, bendición e inauguración de
la nueva parroquia:
(…) Desde el último de los albañiles
o fontaneros, o personas que han participado para las cosas más pequeñas, los
soldadores, todos, Construcciones Calderón (que lleva ya hechas también unas
cuentas obras para el Arzobispado de Granada y da trabajo aquí en la ciudad), los
aparejadores (supongo que hay más de uno), todos ellos han hecho que un local
se viera claramente que no es un cuadrado, una sala cualquiera, sino que tenga
una cierta nobleza que nos recuerda que estamos en un lugar que es la Casa de
Dios porque es vuestra casa. Eso merecería la pena explicarlo mucho más, porque
el Señor no tiene necesidad, como dice la Escritura, “de casa de cedro, o de
mármol”. El Señor donde quiere estar es en vuestros corazones, pero que haya un
lugar donde nosotros podamos acogerLe, recibirLe, escuchar su Palabra,
alimentarnos con su Cuerpo, recibir Su Vida divina, acompañar y bendecir los
primeros pasos de un matrimonio, tantos y tantos bienes, la vida divina que
Jesucristo nos da, pues eso es un regalo, un regalo muy grande. Entonces, todos
los que habéis contribuido de una manera o de otra, también a veces dando
ideas, dándoselas al mismo D. Jesús, seguramente. Está el local éste, están los
locales de alrededor para poder reunirse, para catequesis, para reuniones de
grupo, para hacer vida de comunidad y de barrio... Bendito sea el Señor por
todo ello.
Vamos a celebrar la liturgia de la
dedicación de una Iglesia justo en un momento en el que empezamos el Adviento.
Es una liturgia que yo supongo que la mayor parte de vosotros no habéis tenido
ocasión de ver en vuestra vida, porque no sucede todos los días, lo de dedicar
al Señor un nuevo tiempo. Pero es muy bella. Me ha dicho D. Jesús que se iban a
ir explicando los pasos. Es casi como un Bautismo o como una Confirmación, o
como una Ordenación. Quiero decir, invocamos a los Santos primero, después de
la liturgia de la Palabra, después se unge el altar, se inciensa, se ilumina la
Iglesia (son los mismos tres símbolos del Bautismo), y se asperja todo con agua
bendita.
Pero que sepáis que la Iglesia que
cuenta sois vosotros; que es la importante, que es la meta final de todo lo que
el Señor hace. Porque el Señor no tiene más deseo que poder habitar en nuestros
corazones y hacer de nosotros una familia y un pueblo de hermanos, que eso es
lo que el mundo es incapaz de hacer. Sólo lo hace Dios: hacer una familia y
hacer un pueblo de hermanos. Al servicio de eso es lo que está todo lo demás. Y
estamos nosotros también, los sacerdotes. Pues, comenzamos directamente y
comienza la Eucaristía con la oración colecta.
+ Javier Martínez
Arzobispado de Granada
30 de noviembre de 2019
Parroquia Nuestra Señora del Pilar
(Granada)