Homilía en la Santa Misa el 8 de diciembre, Solemnidad de la Inmaculada Concepción, celebrada en la S.I Catedral.
Fecha: 08/12/2019
Queridísima Iglesia del Señor (reunida
en este precioso día; coincide, además, con un domingo, en este caso, fiesta de
la Inmaculada, fiesta particularmente querida y celebrada en nuestra Granada,
que tanto ha defendido y ha luchado por la verdad de la Inmaculada antes de que
fuese proclamado el Dogma. Los alumnos de la Abadía del Sacromonte, desde que
se inauguró el centro de estudios, en torno a 1620, hacían votos de defender
con su sangre la verdad de la Inmaculada Concepción, varios siglos antes de que
se proclamase este Dogma, que es el último de los que la Iglesia ha proclamado
solemnemente).
Los dogmas no son una cosa que los
Papas o los Concilios puedan sacarse de la manga, sino que son verdades que
están ahí. Cuando ellos proclaman que algo es dogma proclaman que es una verdad
que está ahí en la tradición cristiana desde los orígenes, y hay textos
antiquísimos que hablan de cómo a María no le tocó ni sombra ni mancha de
pecado. Y es un dogma bien oportuno, porque proclama que el cristianismo
consiste no en lo que nosotros hacemos por Dios (estaríamos en una religión más
de todas las religiones paganas, que son siempre expresión del corazón del
hombre que busca a Dios; lo busca de todas las maneras posibles, muchas veces
fabricándose ídolos y haciendo dioses que no son Dios, que son dioses de barro,
de madera o de metal, en los que él expresa los anhelos de su corazón). El
cristianismo no consiste en esa búsqueda de Dios.
El cristianismo consiste en la
afirmación de que –lo voy a decir en un lenguaje que todos entendamos– Dios se
ha enamorado; que Dios, que es Amor, se ha enamorado desde el principio de su
criatura y ha querido hacerse uno con nosotros. Que Dios ha deseado nuestra
vida, nuestros corazones, precisamente porque es Amor. Y luego, nos ha creado a
imagen suya, también capaces de amar, para poder unirse a nosotros. Y esa unión
ha tenido lugar en el seno de la Virgen, en el nacimiento del Hijo de Dios y
para que el Hijo de Dios pudiese ser hombre sin la herencia pesada y dura del
pecado que todos experimentamos (a veces muy a pesar nuestro), el Señor ha
querido que la que fuese Madre del Hijo de Dios, ya como fruto de la gracia anticipada
de su Hijo, fuese también perfectamente pura, para que Su Hijo, al recibir su
carne, no recibiese ninguna sombra de las consecuencias del pecado.
Dios mío, es tremendo. Yo tengo un libro en la mano y este libro es lo que llamamos el Breviario. El Breviario es la Liturgia de las Horas que reza la Iglesia por todo el mundo cada día y entre las horas que se bendicen están los Laudes, están las Vísperas, hay una oración al mediodía, luego una por la noche, y hay una que se llama Oficio de Lecturas –en el lenguaje más tradicional, “los maitines”: los monjes se levantaban a medianoche a rezar y a leer las lecturas que había acompañando a los Salmos. Os voy a leer un trocito de la lectura que tiene la Iglesia hoy, para el día de la Inmaculada, de un santo fantástico, poco conocido entre nosotros. Él nació en el Valle de Aosta, al norte de Italia, al sur de los Alpes, pero terminó siendo Arzobispo de Canterbury en Inglaterra y murió como Arzobispo de Canterbury. Es san Anselmo. Tiene unas cosas preciosas. Vivió entre el siglo XI y el XII, y hablando de la Virgen dice lo siguiente:
“¡Oh, mujer! Llena de gracia,
sobreabundante de gracia, cuya plenitud desborda a la creación entera y la hace
reverdecer.
¡Oh, Virgen bendita! Bendita por
encima de todo, por tu bendición queda bendita toda criatura, y no sólo la
creación por el Creador, sino también el creador por la criatura. (Tremendo. No solo queda bendita la creación
por su Creador en ti, sino que también es bendito el Creador por su criatura).
Dios entregó a María su propio Hijo,
el único igual a Él, a quien engendra de su corazón como amándose a sí mismo (Porque es idéntico al Padre, menos que no
es el Padre, es Hijo).
Valiéndose de María se hizo Dios un
hijo no distinto, sino el mismo, para que realmente fuese uno y el mismo: el
Hijo de Dios y el Hijo de María.
Todo lo que nace es criatura de Dios
y Dios nace de María.
Dios creó todas las cosas y María
engendró a Dios. Dios, que hizo todas las cosas, se hizo a sí mismo mediante
María y de este modo volvió a hacer todo lo que había hecho.
Él, que pudo hacer todas las cosas
de la nada, no quiso rehacer sin María lo que había sido manchado por el
pecado”.
¡Dios Santo, qué verdaderamente
grande eres! Y qué sobrecogedor es Tu Amor, tu amor por nosotros. Yo decía ayer
en la vigilia y lo he dicho muchas veces así como de pasada, y a lo mejor hoy
es el día de decirlo con más fuerza, para el pueblo cristiano, para la Iglesia,
siempre María y la Iglesia están en una relación estrechísima. María es como la
realización, como la joyita que pone delante de nuestros ojos cuál es nuestra
vocación. Es verdad que Ella ha sido preservada de pecado, no privada de
libertad. Si el Hijo de Dios tuvo tentaciones… Es verdad que no son como las
nuestras, porque muchas de las nuestras son consecuencia de las pasiones que
son fruto del pecado, aunque no sean fruto del pecado que hayamos conocido
nosotros, pero tenemos ira o envidia o egoísmo o lujuria, tenemos pasiones. Ni
Jesús ni María tuvieron pasiones, pero han tenido tentaciones. La de Jesús,
tremenda, no nos la podemos imaginar. El sentir miedo ante la cruz, el poder
evitar la cruz, y era libre para haberla evitado, y no la evitó. Si no, no
hubiera sido tampoco nuestro Salvador, o no hubiera sido hombre en plenitud; si
no hubiera sido libre, no hubiera sido hombre: le hubiera faltado algo esencial
a la vida humana. Lo mismo María: fue preservada de pecado, pero no fue
arrancada de su libertad. Y su libertad… yo me imagino cómo puede vivir una
madre las persecuciones y las burlas, cuando decían que su hijo era un borracho
y un comilón y que era amigo de pecadores y que no cumplía la ley y, por lo
tanto, merecía la muerte, ¡cómo viviría la madre de Jesús eso!, y qué
tentaciones tendría ella de decirle “pero, hijo, ‘¿por qué te metes en esos
charcos?, ¡salte de ahí y verás qué bien podemos vivir todos hasta que el Señor
nos llame!’”, esa tentación la tendría, sin duda. Su libertad no fue mermada en
nada. Es una idea moderna y falsa eso de que la gracia se contrapone a la
libertad, y si hay libertad no hay gracia, y si hay gracia no hay libertad. Eso
sirve si fuéramos mecanos, pero no somos mecanos, somos imagen de Dios, que es
la libertad suma y el amor sumo.
Un amor que se esclaviza. O si
queréis, que se “enrolla” tanto… Si es que lo que describe aquí san Anselmo es como
un enrollamiento entre Él y la humanidad, de tal manera, en la figura de María,
que es una madeja inseparable. Él crea todas las cosas, pero María, por
designio y por amor de Dios, ha sido capaz de engendrar a Su Creador. Como
Dante lo ha dicho: “Tú, hija de Tu Hijo”. Y la palabra “enrollarse” no es una
mala palabra para describir la historia de la salvación, para describir la
relación de Dios con nosotros. Dios ha querido ser uno con nosotros. Dios mío,
¿no significa eso la comunión que recibimos en cada Eucaristía? ¿Y no pone eso
de manifiesto un deseo de Dios? Hablamos más de la voluntad de Dios que del
deseo de Dios, pero Su Voluntad, ¿no es su deseo? ¿No es el deseo de habitar en
nosotros, no es el deseo de estar unido a nosotros, de forma que podamos ser un
solo corazón y una sola alma? ¿No es eso lo que explica toda la historia
sagrada? Hasta el momento de la Encarnación, hasta el “Sí” de la Virgen, que
brota de la Gracia y de su libertad al mismo tiempo, de una manera plena, sin
fisuras.
¡Claro! Dios mío, esto no es la
Creación que nos imaginamos de un ingeniero fabricando cositas más o menos
complicadas. Esto es otra cosa, porque el Dios cristiano es otra cosa, es tan
infinitamente grande en su amor que es capaz de ponerse Él mismo al servicio de
la criatura, para que la criatura pueda elevase a ser una con Él. Nosotros,
claro, hemos nacido en pecado; hemos nacido en un mundo de pecado. Es como si
nosotros hemos nacido en un aire -ahora que se habla del cambio climático, de
la contaminación-, hemos nacido en un aire contaminado. Siglos y siglos de
contaminación y de pecados, y así estamos. Pero Dios quiere que nosotros
participemos de la belleza que está representada en esa y en tantas imágenes de
la Virgen; de la belleza de una criatura llena de Dios. Cuando San Pablo quiere
describir cuál es el final del designio de Dios dice: “Que Dios sea todo en
todas las cosas”. Que es lo que somos, y Dios está en nosotros. Somos nosotros
los que hacemos miserable nuestra vida porque no nos damos cuenta, pero Dios
está siempre, todo Él, en todos nosotros. Y pecadores, sí, y Dios no nos da la espalda.
Al revés, lo que vino Su Hijo a decirnos es que Él deja las noventa y nueve
ovejas en mitad del desierto para irse detrás de la que se ha apartado del
camino. ¡Dios no nos deja nunca, nunca! Y no nos deja porque nos ama, y eso es
lo que más nos cuesta creer.
Yo creo que lo más difícil de creer
es que es verdad que Dios nos quiere, pero que nos quiere con un amor del que
nuestro amor… Yo decía que Dios se había “enrollado” con la humanidad, ¡claro
que sí! Y cualquier experiencia de un amor verdadero, y hasta a veces de un
amor falso, ¿no es ese no poder quitarse una imagen, un recuerdo, la memoria de
una persona? Pues, Dios no se puede
quitar de su memoria nuestro rostro, que Él ha creado con tanto amor y que ha creado
para que participemos de Su Vida y de Su Gloria. Dios no se puede quitar de Sí
mismo, no puede arrancarnos de Su Mirada. No puede mirarnos con ira. No puede
mas que lo que ha hecho en la cruz de su Hijo y en la Encarnación de su Hijo
que es abrazarnos en nuestra pobreza. Cuando María dice “has mirado la pequeñez
de tu esclava”, lo podemos decir todos nosotros: has mirado nuestra pequeñez y
quieres para nosotros una vida grande, bella, inmortal, eterna participar de Tu
Vida divina; ese es Tu amor por nosotros.
Mis queridos hermanos, la fiesta de
hoy es una fiesta preciosa. Y proclamado el Dogma justo en el momento en que
más falta hacía decir que los hombres no nos fabricamos nuestra felicidad; que
no, que la felicidad y la alegría son siempre un don de la gracia, y eso se
manifiesta radicalmente en la Madre de Jesús y en Jesús.
Estamos a las puertas de la Navidad.
Esta fiesta de hoy contiene en sí, como en una cápsula, el corazón mismo de la
fiesta de Navidad. Lo que celebramos hoy es lo que celebramos en Navidad. La
alegría que se nos da hoy como un pregusto de lo que es el Cielo, de lo que es
la Gracia de Dios, de lo que es el Amor de Dios, de lo que es el anhelo
esponsal de Dios por la humanidad, por Su Esposa, y por cada uno de nosotros,
eso es lo que celebramos la noche de Navidad. Y eso no quita que hay miserias,
que hay roturas, que hay heridas que no somos capaces de curar, que estamos
enfermos, que podemos estar a las puertas de la muerte que es estar a las
puertas del Cielo. No quita todo el mal, la miseria y el dolor que hay en
nuestra humanidad; sólo afirma, ni más ni menos, que hay un amor infinitamente
más grande que toda esa miseria y que todo ese dolor. Eso es lo que nosotros
celebramos siempre, porque ése es el corazón de la vida cristiana y eso es lo
que celebramos de una manera particular en este día de la Inmaculada.
Que el Señor nos conceda a todos vivir una Navidad con esta conciencia que hace, no sólo del día de la Navidad, sino de la vida entera, algo verdaderamente precioso y que podemos vivir llenos de gratitud.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
8 de diciembre de 2019
S.I Catedral de Granada
Palabra finales de Mons. Javier Martínez
antes de la bendición final en la Santa Misa en la Solemnidad de la Inmaculada
Concepción.
Yo os hablaba de que todo el cristianismo y toda la historia de la Salvación
era la historia del Amor de Dios con nosotros. Si queréis, dicho en ese
lenguaje que usan hoy los chicos, del “enrollarse” de Dios con nosotros hasta
hacerse uno en la Encarnación y permanecer con nosotros para siempre.
Eso es lo que se renueva exactamente en cada Eucaristía. En cada
Eucaristía Dios se enrolla con nosotros, misteriosamente pero realmente. Nos
dice que nos quiere en las Lecturas y le presentamos nuestros pobres regalos.
Ni siquiera como los de los Reyes, oro e incienso… no, un poco de pan y un poco
de vino. Y Él coge ese regalo, lo hace su Cuerpo y nos lo devuelve, ¿para qué?
Para estar con nosotros, para que podamos vivir contentos. Aunque aquí hay tela
para saborearlo, y mucho, toda la vida. La vida es demasiado corta para
saborearlo hasta el fondo.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
8 de diciembre de 2019
S.I Catedral