Homilía de D. Javier Martínez en la Santa Misa en la fiesta de los Santos Ángeles Custodios, Patronos de la Policía Nacional, en el monasterio de San Jerónimo, con la asistencia de autoridades y agentes del Cuerpo Nacional de Policía.
Fecha: 02/10/2019
Muy
querido D. Jesús, Jefe Superior de Policía;
querida
Ana;
queridas
autoridades de la Guardia Civil, militares;
queridos
hermanos, miembros y mandos del Cuerpo;
queridos
amigos todos (también saludo especialmente a la coral que hace algo más que
decorar la Eucaristía, muchas veces nos descubre el sentido profundo de lo que
estamos celebrando. Por lo tanto, bienvenidos):
Un
escritor contemporáneo, muy fino en muchos de sus ensayos y también en sus
novelas, decía que en un mundo en el que no hubiese amor y sólo hubiese
justicia; que un mundo en el que faltase la virtud, sería un mundo donde al
final todos los ciudadanos necesitaríamos tener un policía constantemente a
nuestro lado. Y dice que si es verdad que la sociedad reniega del amor, de la
gratuidad, de todo aquello que hace de la sociedad una sociedad humana, luego
habría que poner un policía para cada uno de los policías y eso sería una
lógica inacabable y una sociedad en la que sería imposible vivir. No digo que
ese sea nuestro Estado. Él escribía eso en pleno tiempo del nazismo durante la
Segunda Guerra Mundial y no lo es, en absoluto, gracias a Dios. La mayor parte
de las personas saben que hay un exceso. También hay un pensador que ha
insistido en que lo humano, lo que hace humana a una sociedad, lo que nos
diferencia de los hormigueros en las grandes ciudades es precisamente ese
exceso que pone la gratuidad en el bien, el deseo de un bien mejor, no sólo
para uno mismo, que siempre se puede confundir con intereses, sino el bien de
los demás. Y en mi misión, mi oficio, uno se da cuenta constantemente de cuánta
generosidad hay en nuestra sociedad, cuánto bien, cuánto bien se derrocha. Es
más, una sociedad que no fuera capaz de derrochar ese bien sería esa sociedad
invivible de la que habla Bernanos, y nadie queremos esa sociedad.
Pero
es verdad que, aun habiendo mucho bien, pues también hay mal. Y a vosotros os
toca lidiar casi constantemente; o proteger el bien o lidiar con el mal y
limitarlo, o limitar sus implicaciones y sus consecuencias. En una Eucaristía
como hoy en la que celebramos nuestros santos patrones, los Ángeles Custodios,
damos gracias a Dios por vuestra misión, porque existís. Damos gracias a Dios
porque yo creo que en la inmensa mayoría de los casos y más todavía que en
otras profesiones, sois lo que sois por vocación y es una vocación de servicio,
y es una bendición el poder contar con vosotros. La sociedad cuenta con
vosotros. La gente de bien, sencilla y normal, que ama el que podamos vivir en
paz; que ama el que podamos ayudarnos los unos a otros, querernos lo mejor que
podamos, cuenta con vosotros y confía en vosotros y en vuestra misión. Por
tanto, damos gracias por ella.
Yo
sé que vuestra misión muchas veces, también los otros Cuerpos que estáis aquí,
es una misión peligrosa. Entonces, hay que pedir por vosotros, para que tengáis
fortaleza y valor para afrontar esa misión que conlleva un peligro que a veces
es de la vida misma. Y por vuestras familias, que sacrifican mucho tiempo,
muchas preocupaciones, mucha ansiedad a veces cuando vosotros estáis de misión,
y aunque ellos no puedan saber muchas veces también lo que estáis haciendo
exactamente, justo cuando estáis más callados en casa piensan que no lo podéis
decir y, por lo tanto, la cosa es peor o más seria. Por tanto, hay que pedirLe
al Señor por vuestras familias. Que el Se
Damos
gracias al Señor por vuestra existencia y Le pedimos al Señor que os sostenga. Le
pedimos que haya acogido en Su Misericordia a todos los caídos en su misión, en
vuestro Cuerpo y en todos los demás Cuerpos de la Policía y del ejército.
Luego,
vuestros patronos son los Santos Ángeles Custodios y yo creo que eso también
dice algo. Yo sé que vuestra misión es ser “guardianes de la ley”, por decirlo
en una palabra sencilla y que todos comprendemos. Pero dejadme que diga que no
guardarías bien la ley si no os sintierais al mismo tiempo un poco guardianes a
la sociedad, en una tarea parecida, similar, análoga (no es igual, sois seres
humanos de carne y hueso, igual que lo soy yo o lo somos todos los seres
humanos), pero no se trata de guardar sólo la pureza de la ley, o no se
guardaría bien si no se cuida bien de los hombres.
En
ese sentido yo diría que vuestra misión es también un poquito sacerdotal, y más
y más tomamos conciencia los sacerdotes, en las enseñanzas del último medio
siglo en la Iglesia, que nuestra misión es cuidar más que mandar en el ámbito
de lo religioso; cuidar de las personas, cuidar de las sociedad, cuidar de las
familias, cuidar de los jóvenes, cuidar de los matrimonios…, de alguna manera
sostenerles en la fe, en las dificultades de la vida sin venirse abajo. Porque
seguramente es vuestra experiencia y vuestro trabajo que detrás de cada, casi
detrás de cada delito o de cada persona que hace un crimen, hay una herida muy
grande, y la mejor manera de prevenir el crimen es evitar que esas heridas se
produzcan.
Muchas
de esas heridas, al menos de mi experiencia como sacerdote, casi todas las
personas que uno puede decir “malas” o que obran el mal, han sido primero
heridas, y muchas de ellas, en un porcentaje altísimo, en su vida familiar, o
por falta de familia o por una familia destruida, o en la que reinaba el
egoísmo y la posesividad. Nuestra misión como Iglesia es, de alguna manera,
cuidar que esas heridas se produzcan lo menos posible, prevenirlas, y os
aseguro que cuidar a veces de una familia significa cientos o miles de horas de
compañía o de trabajo. Por lo tanto, si uno quiere estar cerca, tiene que
dedicar mucho tiempo. Pero bueno, vosotros cuidáis de la sociedad, sólo con
vuestra presencia. Vuestros uniformes cuidan de la sociedad, no sólo en el
sentido de que asusten a la gente, sino que dan tranquilidad a otra mucha gente
y que entendáis vuestra vocación como una vocación de custodia; de custodia del
bien, del amor, de la fraternidad, de una convivencia sana y limpia. A mí me
parece que es muy bello. Y no olvidar que ése es el trasfondo que sostiene
también de proteger, cuidar y custodiar el cumplimiento de la ley.
En
este contexto, que yo creo que no están demasiado lejos de cosas que están en
vuestro corazón y que son las que os preocupan a todos en el mundo en el que
estamos y en la sociedad en que vivimos, celebramos la Eucaristía, dándoLe
gracias a Dios.
Siempre
los cristianos damos gracias a Dios. Porque el conocimiento de Jesucristo nos
abre siempre esa perspectiva del exceso, de la gratuidad, del amor que vale la
pena siempre aunque en las batallas de la vida pueda parecer que resulta
perdedor. No triunfa el mal en el mundo, nunca, aunque lo parezca. Triunfa el
amor. Como decía una terapeuta familiar que yo conozco: en los conflictos familiares gana siempre quien abraza más
fuerte. No digo que sea una verdad absoluta ni un dogma de fe, pero que tiene
mucho de verdad sí que lo digo.
Que el
Señor nos ayude a ser a cada uno en nuestra misión, en nuestra vocación, en
nuestra vida y especialmente a los cuerpos de seguridad, a la Policía Nacional
y vuestras familias, custodios de los bienes humanos de la virtud y del amor en
esta sociedad nuestra, tan querida. Porque es la nuestra. Porque somos
compañeros de viaje en el camino de la vida, todos. Y lo único sensato es
justamente tendernos la mano justamente los unos a otros en ese viaje, aunque sólo
sea para no viajar solos, porque la soledad es también otra fuente del delito y
del crimen, es una mala consejera. En cambio, la mano tendida, la mano abierta hace
siempre salir lo mejor de nosotros mismos.
Que
así sea para todos vosotros, cada uno en vuestra misión.
+ Javier Martínez
Arzobispo
de Granada
Iglesia
del monasterio de San Jerónimo
2 de
octubre de 2019