Homilía de Mons. Javier Martínez en la Eucaristía del Encuentro de Delegados y responsables de Pastoral Universitaria organizada por la Conferencia Episcopal Española en Granada.
Fecha: 14/11/2019
Muy querido D. Alfonso, queridos hermanos y amigos todos:
Hemos
oído muchas cosas y muy sabrosas a lo largo de la mañana. Por lo tanto, yo no
quisiera que mi palabra alargase excesivamente cosas que ya tenemos un poco en
nuestro interior. Y sin embargo, la celebración de la Eucaristía es el centro
de la vida y el centro de cada día y el centro del mundo en realidad. (…) Estaba leyendo una cosa (…) que hablaba
de la transustanciación. Y decía que una de las experiencias más traumáticas
que puede uno imaginarse en la vida es la celebración de la Eucaristía, no sólo
porque se afirma un milagro que sucede sobre el altar, sino porque la razón de
ser de ese milagro es una transformación radical en nuestro ser. Lo que sucede
es que nadie vamos a Misa pensando que va a suceder algo que cambie nuestra
vida (…)
Me
doy cuenta de que a nada que nos tomemos en serio lo que decimos, efectivamente
la Eucaristía tendría que ser una experiencia, no traumática (…), pero, desde luego,
es una experiencia nupcial en la Tradición de la Iglesia, aunque se nos haya
olvidado eso y lo tengamos muy olvidado, y hasta las traducciones vaciado de
sentido y marginado. Pensamos que Cristo viene aquí para hacernos más buenos y
que nosotros nos podamos esforzar para que seamos un poquito más buenos. Y eso
no sólo produce traumas, sino que es fuente de muchas frustraciones en nuestra
vida. Con esa conciencia de que cuando rezamos el “Sanctus”, o si lo cantamos,
en este momento está sucediendo el Acontecimiento de Cristo. Todo. La Navidad,
la Pasión, la mañana de Pascua, la mañana de Pentecostés y sucede el Acontecimiento
de Cristo que “he venido para que ellos tengan vida y la tengan en abundancia”.
Eso por lo pronto nos abre el corazón y yo con ese corazón abierto que deseo
para mí, porque lo deseo para mí, lo deseo para cada uno de vosotros.
Quisiera
subrayar dos o tres cositas sencillas. Una es casi un tópico. Ya se ha
convertido en una frase hecha o en un eslogan pastoral: “Iglesia en salida”.
Pero si es que hay algo que caracterice desde que yo recuerdo en mi ministerio
sacerdotal de la Pastoral Universitaria, es que es una Iglesia en un lugar que
no es propio de la Iglesia, que normalmente es propiedad del Ayuntamiento, del
Estado, o de quién sea, pero que no es propiamente nuestro. Entonces, una
Iglesia “in partus infidelium” si queréis (…) La “Iglesia en salida” no es una
moda. Es que nuestro Dios es Amor y el amor es un acto siempre de salida. De
salida en la Creación, de salida en la Redención, de salida en la Eucaristía,
de salida hacia nosotros (…)
El
centro de la Iglesia está en la periferia. En ese despacho en el que tú entras
y esa persona no es creyente y cuando sales sigue sin ser creyente, pero se ha
encontrado con una mirada, con un modo de tratar, con un algo que le dan ganas
de seguir esa relación. Un poco como los apóstoles Juan y Andrés que se
quedaron y al día siguiente buscaban y decían “hemos visto al Mesías”.
El
famoso pasaje de Filipenses 2, 6-11: “No tuvo como algo digno el retener ser
igual a Dios, sino que se despojó a Sí mismo y tomó la condición de esclavo”. Y
esa es Su autoridad. Nuestro Dios, el Dios que nosotros hemos conocido es el
más grande porque es el Dios que es Amor y el amor hace que nuestro Dios sea
una donación permanente. Abrir el corazón a Dios es entrar en esa corriente de
salida, de amor de Dios que se da y que se da por el hombre como está. Da lo
mismo cuáles sean las condiciones culturales, previas (…)
No
poner condiciones al ser humano que viene como viene; que viene roto. Hasta el
ejemplo de la relación con la samaritana, es uno de los ejemplos más bellos del
Evangelio. No le dio unas lecciones sobre cómo tenía que ser el matrimonio en
ese momento. Le abrió el significado de su misión, de su ser, de su persona y
eso la transformó. Fue una experiencia traumática en el sentido que hablaba
antes.
El
segundo pensamiento que yo agradezco mucho que haya salido es la hospitalidad.
Como forma especialmente se da en muchas tradiciones religiosas (…). Lo
específicamente cristiano es que cada vez que nosotros pensamos que tenemos que
acoger a un ser humano sucede lo inverso, somos nosotros los acogidos. Tenemos
que acoger. Empiezo por la Eucaristía. Tenemos el don de Cristo que viene a
nuestras vidas. Que no viene para que adoremos la omnipotencia del milagro de
que se transforme el pan en el cuerpo y la sangre del Señor. Yo puedo creerme
que soy quien lo acojo y que tengo que preocuparme de cómo acogerlo bien y
transmitirle a los otros cómo acogerlo bien. Cuando, en realidad, si me doy
cuenta, cuando yo recibo al Hijo de Dios, soy yo el acogido en la vida divina.
Soy yo el que soy acogido por Dios y se me da la posibilidad de vivir en la
libertad gloriosa de los hijos de Dios. Y entonces, esa dinámica de amor se
convierte en una dinámica de acoger; de acoger al otro como yo he sido acogido.
“Lo que habéis recibido gratis dadlo gratis”, y lo que hemos recibido es la
hospitalidad de Dios.
(…)
No
hace mucho leía yo también un libro sobre los niños. “¿Qué es un niño?”, se
titulaba el artículo. Pretendía iluminar el significado de los niños. Un libro
sobre teología y medicina. Y decía, ¿qué es un niño? Un niño es siempre un
extraño. Un desconocido. No hay textos en el Evangelio sobre cómo tratar a los
niños (…), cuál es el significado de la acogida de un niño, pero hay un montón
de pasajes sobre la hospitalidad con los extranjeros y el niño es un extranjero
que, de repente, viene a mi. Y nuestro mundo que se atrincheró detrás de muros
y fronteras tampoco sabe acoger a los niños, porque no tiene el sentido de la
hospitalidad, sobre todo no tiene la experiencia de que hemos sido nosotros
acogidos. ¿Por qué no la tenemos? No la tenemos porque desde hace mucho tiempo
hemos desaprendido a imaginarnos al Dios cristiano. Y hemos aprendido a
imaginarnos a Dios como un ingeniero poderoso que trabaja fuera de la Creación
y está fuera del mundo creado. Y a Jesucristo como algo que no tiene
intrínsecamente nada que ver con la creación, ni con las cosas humanas, ni con
las cosas de la vida, que permanece en el mundo de lo sobrenatural, de lo espiritual,
en otro mundo que no es el de la vida real.
Entonces,
resulta muy difícil sentirnos acogidos. Al revés, estamos, pase lo que pase, siempre
tratando de buscar el culpable. Y un culpable muy fácil es Dios porque nos
seguimos imaginando a Dios como un ingeniero o como el emperador de la Guerra
de las Galaxias: alguien que está fuera y controla las cosas, cuando algo no
funciona en el mundo…
(…)
Un
Dios así no es un Dios que acoge; es un Dios que sólo está ahí para que le
echemos culpas y para que le solicitemos que las cosas funcionen bien. Decía un
teólogo amigo mío: “Todos rezamos cuando estamos enfermos”, pero casi nadie Le
rezamos cuando estamos enfermos al Dios cristiano. Le rezamos al Dios de la
teología natural, porque lo que pedimos es que el filamento que se ha roto por
algún lado lo restaure. Pero ese no es el Dios de Jesucristo. Es el Dios de la
teología natural.
Todo
nuestro ser participa del Ser de Dios. Hay dos conceptos cristianos y que
podrían ser acogidos por alguna otra tradición religiosa, pero que son
específicamente cristiano: todo lo que es participa del Ser de Dios. Y luego
está la analogía, pero eso significa que si estamos aquí, si estamos vivos, si
nos oímos unos a otros, hemos sido acogidos por Dios dentro de Sí, porque el
mundo no existe fuera de Dios. Dios es infinitamente más grande que el mundo
sin duda, trascendente absolutamente, pero no fuera. En Él vivimos, nos movemos
y existimos. Estamos en Dios, vivimos en Dios y eso significa que ser es ser
acogido en el Ser de Dios. Ser amado por Dios y ser acogido en Su ser y eso
cambia todas las relaciones con el problema del mal. Se le hace imposible a
quien ha sido acogido en una casa echarle las culpas al dueño de la casa que te
ha acogido. La hospitalidad es la forma más exquisita, probablemente, del amor
junto con el perdón.
Que
el Señor nos siga acogiendo, que no se canse de nosotros. Sabemos que no se
cansa de nosotros. Que podamos abrirLe nuestro corazón, dejarnos amar por Él,
siendo acogidos por Él, de forma que esa experiencia de ser acogidos sea
nuestra experiencia de acoger al ser humano herido que nos encontramos
diariamente: en la universidad, en las parroquias, en todas partes, porque el
mundo en el que vivimos hoy no está sólo fuera de lo que llamamos la Iglesia,
está igualmente dentro, está muchas veces en nuestro propio corazón.
Que
el Señor tenga piedad de nosotros y nos abra Su corazón, para que podamos vivir
permanentemente en la vida eucarística propia del cristiano.
+ Javier Martínez
Arzobispo
de Granada
14
de noviembre de 2019
Capilla
San Juan Pablo II, Centro de Estudios Superiores “La Inmaculada”
Granada