Homilía de Mons. Javier Martínez en la Eucaristía celebrada en El Fargue, en la fiesta de Santa Bárbara.
Fecha: 04/12/2019
Os decía yo al principio de la misa que Santa Bárbara pertenece a un grupo de mujeres cristianas de los primeros siglos, no demasiado conocidas hoy, pero que curiosamente son las primeras mujeres de la historia de las que se cuenta su vida y que por eso podemos, de alguna manera, saber quiénes eran, dónde vivieron, dónde nacieron… se cuenta realmente su biografía. Fuera de ellas sólo personajes de los poemas de Homero o así, que son indicios, o personajes de la Escritura, pero de los que tampoco se nos dan especiales detalles, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.
Este grupo de mujeres son un grupo de muchachas,
generalmente muy jóvenes, que tuvieron que hacer frente a sus familias porque
se habían convertido al cristianismo; y no sólo se habían convertido al
cristianismo, sino que habían decidido que iban a consagrar su vida a
Jesucristo. Y eso les enfrentó directamente a sus padres porque, según la ley
romana, eran los padres quienes decidían con quién se iban a casar sus hijas y
tenían el derecho a hacerlo, y no las chicas. Mientras que estas chicas habían
decidido consagrar su vida a Cristo y prefirieron perder su vida antes que
romper ese deseo que tenían en el corazón, hubieran hecho votos o no hubieran
hecho votos de ellos. Algunas de ellas eran muy jovencitas, porque antes se
casaban mucho más pronto. Santa Inés tenía 13 años y de Santa Bárbara sabemos
dónde nació y dónde vivió, en un lugar de Turquía. Varios de los santos que
habían vivido en lo que hoy es Turquía en los primeros siglos, cuando llegaron
los turcos tomaron sus cuerpos y se los llevaron a Europa a otros sitios más
seguros, para que no fuesen profanados. Por eso, las reliquias de Santa Bárbara
están hoy en Venecia, y las reliquias de San Nicolás, que fue un obispo del
siglo IV (fue después de Santa Bárbara), pero que también era de Turquía, se lo
llevaron al sur de Italia. Y entonces, en San Nicolás de Bari, que es como se
llama la ciudad (Bari) está San Nicolás, que es el santo que tiene más iglesias
en el mundo.
Cuando me he asomado un poquito a sus vidas (y además
quisiera hacer un pequeño folleto explicando la vida de esas jóvenes) es una
preciosidad. Un verdadero tesoro de testimonio cristiano. ¿Qué era para ellas
ser cristiano? Haber descubierto que Jesucristo, tener a Jesucristo, vale más
que la vida. Y eso no lo vivieron en el momento del martirio sólo, sino que, de
alguna manera, lo manifestaban en su vida. No sabemos si tenían buen genio o
tenían mal genio, si eran simpáticas o no eran simpáticas, lo que sabemos es
que encontraron a Jesucristo y que ese encuentro con Jesucristo cambió sus
vidas y fue lo decisivo en sus vidas, para vivir con alegría hasta el punto de
despreciar la vida.
Hoy también despreciamos la vida en muchos aspectos y,
precisamente entre jóvenes, se multiplican cada vez más y más los suicidios, la
gente se quita la vida; pero se lo quitan por otro motivo, justamente porque no
hay ningún tipo de esperanza y si la vida no es más que muchas veces una
colección de fatigas, de disgustos, de traiciones o de mentiras… y entonces,
uno puede perder el gusto por la vida. Muchos de nuestros jóvenes han perdido
el gusto por la vida. No lo perdáis nunca. Vuestras vidas son preciosas.
Tengamos los años que tengamos, nuestras vidas son un don precioso del Señor,
porque no nos ha creado para conseguir unas ciertas cosas aquí durante la vida,
sino que nos ha creado para participar de Su vida inmortal, de Su vida para
siempre.
La razón por la que somos cristianos es porque
Jesucristo ha vencido en su Pasión, Muerte y Resurrección a la muerte. Y esa
victoria Suya es la que quiere Él que sea para todos nosotros. Y por eso nos da
su Espíritu y por eso se queda con nosotros. Y por eso quiere darSe a nosotros
en los Sacramentos. Todos los Sacramentos no son cosas que nosotros hacemos por
Dios; son cosas que Dios hace por nosotros. Son gestos pequeños. Pero también
un beso es un gesto muy pequeño; un mano tendida, una sonrisa o una caricia son
gestos todos muy pequeños los que marcan nuestras comunicaciones humanas y, sin
embargo, qué importancia tienen en la vida, el recibirlos de verdad, que esos
gestos sean verdaderos y no mentirosos. ¡Qué diferente sería la vida de un niño
al que su madre le sonríe, lo achucha y lo quiere y lo abraza, a un niño que no
ha sido abrazado por nadie! Crece de una manera distinta, vive de una manera
distinta, y encontrar a Jesucristo es encontrar el abrazo de amor infinito que
da sentido a todo en la vida. Que da sentido a nacer, que da sentido a morir,
que da sentido a enfermar, da sentido al pecado del que somos víctimas y al
pecado que nosotros podemos hacer y hacemos muchas veces daño, hasta sin
querer, a otras personas. Porque generalmente nos enfadamos más con las personas
que tenemos más cerca, y suelen ser las personas a las que más queremos. Eso
pone de manifiesto que hay un misterio del mal en nosotros, que a veces no
responde a nuestra libertad, que a veces es más fuerte que nosotros o puede con
nosotros. Este es el misterio del mal que el Señor ha abrazado en Su
Encarnación, en Su Pasión, para arrancarnos de su poder. No simplemente para
hacernos buenos o no sobre todo para hacernos buenos, sino para arrancarnos de
su poder, de forma que a pesar de que somos torpes, pobres, mediocres y siempre
pecadores o a veces grandes pecadores, sin embargo, el amor del Señor es más
fuerte que nuestro pecado, es más fuerte que el pecado del mundo, y eso es lo
que abre nuestro corazón a una esperanza bonita, y esa esperanza es la del
testimonio de los mártires de todos los siglos, y en el siglo en el que más
mártires hay es en el nuestro. Lo decía hace no mucho el Santo Padre: hay más
mártires en nuestro siglo, en el siglo XXI, que ha habido en las persecuciones romanas.
Pero esos testimonios de aquellas mujeres, y de los
hombres y mujeres de hoy en Siria, en Venezuela, en China, dan testimonio de
Jesucristo de muchas maneras. No sólo arriesgando la vida. Otros,
sencillamente, dando testimonio de que para ellos lo más querido en la vida es
el Señor y la Presencia del Señor, y la fuerza y la alegría que el Señor nos da
para vivirLe. Y eso es lo que celebramos.
Hoy, el Señor, en esta Eucaristía, como en todas,
viene a nosotros para decirnos lo único que el Señor nos dice, porque Dios es Amor,
que nos quiere. Que nos quiere a cada uno. Que conoce nuestros defectos,
nuestras torpezas, pero que no puede dejar de querernos, y que confiemos en Él.
Que esta vida pasa, y pasa pronto, pero lo que nos aguarda es una vida infinitamente
más bella que nada que hayamos conocido aquí, porque todo el amor, que es lo
que hace la vida bonita, que hayamos experimentado en esta vida no es más que
un reflejo pálido del amor de Dios; y la belleza que nos admira, desde la
belleza de nuestras montañas o de nuestros campos, que tantas veces nos
sorprende, no es más que un reflejo pálido de la belleza infinita del amor de
Dios. Y es ese amor de Dios el que viene a nosotros en el gesto pequeñito del
pan consagrado, pequeñísimo, pero los gestos de Dios no mienten. Un “te quiero”
en este mundo puede ser mentira, o puede ser media-verdad, pero cuando Dios
dice “te quiero” lo dice para toda la eternidad, y lo dice sin fisuras, sin
estar condicionado por nada.
Que abramos nuestro corazón a ese “te quiero” del
Señor, para que podamos vivir contentos, sean cuales sean las circunstancias en
donde estemos. Vivir contentos y morir contentos, porque termina nuestra
peregrinación y empieza nuestra vida en el hogar, en nuestra casa. Nuestra casa
es el Cielo, no es ningún lugar de este mundo, y por lo tanto, quien ha
conocido a Dios, al Dios verdadero, al Dios de Jesucristo, puede vivir siempre
con esperanza, y puede vivir siempre dando gracias.
La Eucaristía, que es lo que celebramos todos los
días, significa eso, “acción de gracias”, porque si Dios viene a nosotros,
¿quién podrá estar contra nosotros? Si Dios nos ama, ¿quién podrá destruir
nuestra esperanza y llenar nuestro corazón de tristeza? No es posible, es el
amor. Es Tu Amor, Señor, el que nos sostiene, el que nos sostiene a todos.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
4
diciembre de 2019
Parroquia de El Fargue (Granada)