Homilía de Mons. Javier Martínez en la Santa Misa en la Catedral, en el miércoles de ceniza, con la que se inicia la Cuaresma, y con la asistencia, entre otros fieles, de la Junta de Gobierno de la Real Federación de Hermandades y Cofradías de Granada.
Fecha: 26/02/2020
Queridísima Iglesia del Señor, Esposa amada de Jesucristo, Pueblo Santo de Dios;
Nos
concede un año más el Señor la gracia de comenzar a vivir este periodo de
gracia y de salvación. Como nos decía la Segunda Lectura, “hoy es el día de la
gracia, hoy es el tiempo de la salvación”. Necesitamos que el Señor nos
arranque de la rutina en la que tantas cosas se empolvan, se oxidan, envejecen,
se cansan, y no cosas materiales. Yo sé que, probablemente, ya habéis sacado
vuestros enseres de vuestras casas de hermandad y ya están sacándoles el brillo
para la estación de penitencia. Pues algo parecido necesitamos hacer nosotros
con nuestras vidas, en nuestra vida real. Sucede en el matrimonio. Si un
matrimonio no se recuerda con frecuencia los orígenes de su amor y la razón de
ser de su sí, como don en forma de cheque en blanco al otro, ese matrimonio
decae necesariamente. Decae y empieza a convertirse en una especia de sociedad
de “toma y daca”, donde el balance al final de mes tiene que estar equilibrado,
cosa que jamás sucede en la vida humana. Sucede en las empresas, hasta cierto
punto, pero jamás en la vida humana.
Y en
nuestra relación con Dios y en nuestras relaciones de unos con otros nos pasa
exactamente lo mismo. Se empolva nuestra relación con Dios. Seguimos haciendo
las mismas oraciones y hacemos las mismas practicas, pero se oxidan, se llenan
de hollín y de verdín con el desuso. Y el Señor nos concede cada año,
acomodándose a nuestra humanidad y a los ritmos de nuestra humanidad, un tiempo
de gracia y de salvación. Ese tiempo es la Pascua.
Hoy
no nos preparamos para vivir la Cuaresma, no. Hoy empezamos la Cuaresma, que es
un tiempo de preparación para la Pascua; para el paso del Señor por nuestras
vidas, que tiene la forma –como todo lo que Dios hace por nosotros– de un don,
de un regalo, en el que Dios nunca nos regala cosas. Dios siempre se regala a
Sí mismo, se da siempre a Sí mismo. Y el don supremo de Dios a nosotros, que
comienza en la Creación, pero que empieza a ser historia en la historia de
Abraham, y luego en la liberación de Su pueblo de la esclavitud de Egipto, y
luego en la alianza con David, y así hasta la Purísima Concepción de la Virgen
María, culmina en la Encarnación del Hijo de Dios.
Pero
la Encarnación misma culmina en el don del Hijo de Dios, de Su vida, de Su
Espíritu, de todo lo que Él es en el día de Viernes Santo. Sólo que la historia
no termina en el Viernes Santo, en realidad empieza en el Viernes Santo. Si no
hubiera mañana de Pascua; si no hubiera esa nueva creación que ha empezado como
don y como posibilidad en la mañana de Pascua, nunca habría habido ni Viernes
Santo, ni Jueves Santo, ni Domingo de Ramos, ni nada que se le parezca, porque
nada de eso tendría nada de extraordinario en las relaciones y en la historia
de los hombres donde siempre ha habido víctimas casi inocentes, y donde siempre
ha habido intereses y luchas de poder entre los hombres que han acabado con la
vida de otros hombres, y siempre ha habido asesinatos. Son cosas que forman de
tal manera parte de nuestra historia humana que no nos sorprenden ni llaman la
atención, no tienen nada de particular en realidad.
Sólo
porque hay una mañana de Pascua, sólo porque en la Pascua empieza una creación
nueva, sólo porque en la cruz Cristo ha vencido a la muerte y al pecado, y abre
para nosotros realmente el paraíso y la vida eterna, es posible celebrar todo
lo demás, y lo celebramos además con música, y lo celebramos de una manera que
no es llorona, que no es lamentosa, sino que es realmente agradecida.
Nuestra
Semana Santa está llena de gratitud a un amor que merece, porque es un amor
infinito y nada, ningún mal, ni nuestro ni del mundo, tiene el poder de
destruir, nosotros lo cantamos, lo proclamamos, lo ensalzamos, le tributamos
honor y gloria con nuestras estaciones de penitencia. Y Le imploramos por
nuestra pequeñez y por nuestra pobreza, y por nuestros pecados. Claro que Le
imploramos, pero porque sabemos que tenemos a dónde dirigirnos para pedir
perdón. Y sabemos que ese perdón nos está garantizado por el amor y la
misericordia infinitas de Dios.
Quiero
insistir en que no nos reparamos a vivir la Cuaresma hoy. Nos preparamos a
vivir la Pascua. ¿Y cuál es el espíritu de la Pascua? Podría resumirse en esa
frase que es del Nuevo Testamento y que recoge la liturgia y que es: “Cristo
murió por nosotros para que no vivamos ya para nosotros mismos, sino para Él
que por nosotros murió y resucitó”. No vivir para nosotros mismos. No vivir
para acumular para nosotros, sino vivir para Él. Dices, ¿qué significa vivir
para Él? Significa acoger Su amor por nosotros de tal manera que nuestro
corazón, nuestros deseos, nuestra imaginación de la felicidad, nuestros modos
de pensar, nuestros criterios, nuestros juicios sobre las cosas de la vida y del
mundo, estén en armonía con los deseos, con los juicios, con las categorías de
Dios. Porque es Cristo quien vive en nosotros.
Porque es Cristo quien, por su Espíritu que nos ha sido dado en el Bautismo y que
se nos da cada vez que lo recibimos en la comunión, vive en nosotros, de tal
manera que uno puede decir en verdad eso no es un éxtasis místico de San Pablo,
es la realidad ontológica de lo que somos en tanto que cristianos: “Vivo yo,
pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi”. Y que los hombres puedan reconocer
en nuestros gestos, en nuestras acciones, en nuestras palabras; que puedan
reconocer en nuestra mirada algo del rostro de Cristo, del rostro del amor
infinito de Cristo por los hombres es la única medicina que cambia el mundo.
Por
lo tanto, vuelvo a insistir, nos preparamos para la Pascua. A mi me venía esta
tarde varias veces el pensamiento de la imagen del gimnasio. Pero un gimnasio
en el que no vamos a fortalecer nuestros músculos, o nuestros huesos, o
nuestros nervios, nuestro cuerpo, sino que vamos a fortalecer nuestras vidas. Y
la Iglesia nos propone tres caminos muy concretos que siempre han sido modos de
acercarse al Señor, modos de entrenarse a esa vida nueva que la Pascua nos
ofrece. Y esos modos los conocéis: son la oración, el ayuno y la limosna.
Pero
subrayo que nuestro acercamiento a Dios es acercamiento a los sentimientos de
Dios, de forma que los hombres puedan ver en nosotros algo del amor de Dios, un
reflejo. Sé que somos muy pequeños, todos. Y entre el más santo de nosotros y
el más pecador de nosotros, lo dijo el Señor, no hay más que una distancia de cien
denarios, que es muy poquito lo que nos diferenciamos nosotros entre nosotros,
a pesar de los juicios tan grandes y tan solemnes que a veces a hacemos de
desprecio o de condena a quien pensamos nosotros que es peor que nosotros o
así, o que se está portando mal. Cien denarios de diferencia.
Y
los diez mil talentos que hay entre nosotros y Dios esos los ha salvado ya el
Señor, los ha pagado por nosotros con Su vida, los paga, se ofrece, está
ofrecido permanentemente para que nosotros podamos vivir esa vida en la que Él
se injerta en nosotros de forma que viva en nosotros y nosotros podamos
reflejar al mundo algo de ese amor de Dios. Porque los hombres no van a
encontrar a Cristo sólo ni principalmente en nuestras imágenes. Lo van a
encontrar principalmente en nosotros si pueden reconocer en nosotros la imagen
viva de Dios.
Y ésa
es la que nosotros deseamos cuando empezamos la Cuaresma, reflejar. Esa es la
que tenemos que limpiar para que cuando llegue la Pascua pueda resplandecer
ante nuestra familia, ante nuestros compañeros de trabajo, ante los hombres.
Esa imagen de Dios que somos nosotros, que es la imagen viva del Señor. Que
pueda reflejar algo de Su misericordia, reflejar algo de Su amor invencible. Y
reflejarlo hoy en las circunstancias de hoy, en el mundo de hoy. Claro que no
es un anacronismo celebrar el amor infinito de Dios en el siglo XXI ni en el
2020. Claro que no lo es. Porque si de algo tiene necesidad nuestro mundo, es
justo de ese amor; es justo de la conciencia nueva, de la humanidad nueva que
brota de la experiencia viva de ese amor. PidámosLe al Señor que en esos tres
modos tan sencillos…, (…).
Para
nosotros ayunar es casi una práctica olvidada, pero pensar en recortar algo de
nuestras comidas y pensar en que ese algo que recortamos podemos dárselo a
otros, sino ayudando a otros. Se puede dar tiempo. Tiempo es, probablemente, en
nuestro mundo, el bien más escaso. Dar tiempo a quien lo necesita, a quien esta
solo, a quien está enfermo, es una manera preciosa de dar. Privarnos a nosotros
es una manera de alimentos o de gustos simplemente…, comer de una manera más
sencilla, pues es una manera también de ser dueños de la tierra y de ser dueños
de nuestro cuerpo, también de nosotros mismos. Y el orar, acercarse al Señor,
estar con Él, adorar Su Presencia en la Eucaristía. Pero orar también en lo profundo
de nuestra casa, en el silencio de la noche, o en momentos donde uno pueda verdaderamente
recogerse y reconocer la necesidad que tenemos de Dios. Es la necesidad más
grande de nuestro mundo, y es el bien más escaso de nuestro mundo.
Señor,
somos indignos todos, pero concédenos a nosotros ser un reflejo tuyo, un
testimonio tuyo, sencillo, pobre, pequeño, humilde. Cuando ese testimonio, el
testimonio no lo damos de nuestra perfección, lo damos de que Cristo es nuestro
salvador; de que nuestra esperanza está en Cristo; de que Cristo es lo más
querido en nuestro corazón, porque sin Cristo la vida misma no valdría nada,
como no vale nada ya para muchos de nuestros contemporáneos.
Que
el Señor nos conceda este don, también por amor a quienes no tienen el don de
la fe o a quienes no conoce a Dios. Que sean conscientes, muy conscientemente,
claro que sí, sacamos nuestros pasos, pero todo el significado profundo que
esos pasos tienen dependen justamente de un pueblo que los sostiene, de un
pueblo que vive agradecido el don infinito que Dios nos ha hecho en Jesucristo.
Vamos
a celebrar la Eucaristía. Nos prepararnos con la recepción de la ceniza y que
el Señor nos conceda una preciosa Cuaresma y una santa Pascua de Resurrección.
+ Javier Martínez
Arzobispo
de Granada
26
de febrero de 2020
S. I
Catedral de Granada