Homilía de D. Javier Martínez en la Santa Misa en el XV aniversario del fallecimiento de D. Luigi Giussani, fundador del Movimiento Comunión y Liberación, y en el XXXVIII aniversario del reconocimiento pontificio de su Fraternidad.
Fecha: 25/02/2020
Muy queridos amigos:
Por diversas y múltiples razones en estos últimos
días me ha venido con mucha frecuencia a la mente una reflexión que D. Giuss
hacía -creo que fue el último año que él dio los Ejercicios Espirituales al
Grupo Adulto- y comenzaba, en el primer párrafo o dos primeros párrafos, diciendo
cómo, normalmente, la mayoría de los seres humanos vemos en las circunstancias
que vivimos un obstáculo a la realización de nuestra vocación o de nuestra
plenitud. Y con cuánta frecuencia eso nos sucede a nosotros. Es decir, todos
pensamos que seríamos capaces de ser de otra manera, de vivir de otra manera,
de estar felices… si tuviéramos otras circunstancias. D. Giuss subrayaba que
eso es un engaño terrible, que sencillamente Jesucristo nos espera siempre en
las circunstancias que tenemos y que nuestra única respuesta verdadera a esas
circunstancias es el “sí” de la Virgen; es decir que “sí” con toda la sencillez
y con toda la verdad que el Señor nos conceda.
Es posible que estas palabras se me hagan muy
cercanas y muy inmediatas por todo un montón de situaciones que pueden darse en
la vida personal de uno, que pueden darse en las circunstancias del trabajo,
que pueden darse en la vida de la Iglesia, o que pueden darse en la vida del
Movimiento mismo. Y poder reconocer que el Señor está en la realidad; no está
fuera de la realidad. En el fondo, cuando pensamos así, cedemos a un instinto
de nuestro ser pecadores, de nuestro vivir en un mundo de pecado, donde priman,
como dice la Carta de Santiago que hemos
leído, nuestras pasiones y hacemos a Dios instrumento de nuestras
pasiones. Es decir, Le pedimos a Dios que cambie las cosas para que sean como
nosotros las queremos, en lugar de poder decir con sencillez que “sí” al Señor
tal como las cosas son. Amando nuestra propia libertad (cómo no), pero pasando
esa libertad por el filtro que hace que el anhelo del amor a la libertad sea un
amor verdadero y no una máscara de un interés propio, y es amando la libertad
de los demás tanto como uno ama la suya propia, o igual que uno ama la suya propia.
Yo creo que también las circunstancias del mundo, en
este momento, en todo este problema, tratado por los medios de una manera que a
veces no sabes si están transmitiendo una tragedia o un partido de fútbol, con
una banalidad pavorosa, cuando realmente es verdad que pone en cuestión tantas
cosas. Básicamente la fundamental, el que nosotros nos consideramos siempre
dueños y señores de nuestra vida, dueños y señores de la realidad, dueños y
señores de nuestro pasado y de nuestro futuro, y no somos dueños de ninguna de
esas cosas. Somos… “yo soy Tú que me haces”. Somos alguien que ha sido llamado
a vivir en la realidad con una mirada nueva, con unos ojos nuevos, con un
corazón nuevo. También la Lectura de hoy, de la Primera, cuando subraya la
diferencia entre un cristiano y el modo del mundo, en la vida, en la oración.
En la Carta a Diogneto, “somos como el alma en el cuerpo”; estamos en todas
partes, hacemos las mismas cosas que hacen los hombres, pero hay algo que hace
que deba ser completamente diferente. Y yo creo que el mundo en el que estamos
hace cada vez más patente que un cristiano vive de una manera distinta. Sus
categorías son distintas, mira de una manera distinta a la realidad. Nuestro
corazón se relaciona con la realidad de una forma distinta, que curiosamente
nos permite ser hombres y mujeres en plenitud.
Otra de las frases de D. Giuss que han marcado
ciertamente mi vida y que la marcan día a día, y que tiene que ver con que
Cristo está en la realidad, es una frase donde él decía: “El santo es el hombre
verdadero”, porque el santo no es más que la plenitud de lo humano, y esa
plenitud de lo humano sólo es posible desde Cristo, en Cristo. Lo decimos en
cada Eucaristía, sólo que se nos olvida. Al final de la plegaria eucarística, después
de haberLe pedido al Señor las dos cosas que verdaderamente importan, que es,
por una parte, la comunión en el seno de la Iglesia como fruto del Espíritu
Santo, que seamos en Él un solo Cuerpo y un solo Espíritu, y pedirLe por
aquellos que son el vínculo de nuestra relación con Él, el Papa y los obispos,
que no son importantes porque sean los que mandan, son el vínculo necesario de
que Cristo pueda ser nuestro contemporáneo y de que Cristo pueda actuar en
nosotros, el hombre verdadero que todos anhelamos ser y que, sin embargo, jamás
seremos con el empeño de nuestras fuerzas o a base de nuestra fuerza de
voluntad, sólo lo seremos perteneciendo a Cristo, perteneciendo a su Cuerpo,
que es la Iglesia.
Pero os decía, nos ha puesto el Señor en
circunstancias particulares y también es una ocasión de recordar que el Señor
nunca nos da nada que no sea lo mejor. Y cuando nosotros juzgamos de las
circunstancias como adversas o como negativas o así, no estamos viendo a Cristo
en ellas, por supuesto, pero, además, las estamos juzgando al margen de Cristo,
las juzgamos con los mismos ojos del mundo, y no desde el Señor, porque el
Señor nunca nos da unas circunstancias o nunca nos da una realidad que no sea
la mejor. Nuestro Padre, que dijo “quién de vosotros, si su Hijo le pide pan,
le dará una piedra; o quién de vosotros si le pide un pescado, le dará una
serpiente”
– y dice- “si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros
hijos, cuánto más vuestro Padre del Cielo les dará el Espíritu Santo a quienes
se lo piden”. Yo creo que, en circunstancias de especial dificultad, de un tipo
o de otro, en las circunstancias múltiples, o de especial fatiga para la vida
cristiana, que al fin y al cabo es algo que se nos pone de manifiesto casi en
todas las conversaciones, en tantas conversaciones y hasta a veces en la misma
Escuela de Comunidad, poder decir: “Señor, si lo que Tú nos das, es lo mejor”, “hasta los
cabellos de nuestra cabeza están contados”, lo que Tú nos das es lo mejor; danos
tu Espíritu para que, desde ese Espíritu tuyo, podamos juzgar las cosas,
mirarlas, cuidar nuestra relación con ellas, de forma que te reflejen a Ti, de
modo que reflejen Tu amor por el mundo, Tu amor por los hombres, en toda
circunstancia y en todo momento. Que el Señor nos conceda ese don.
Pongo estas cosas entre vosotros porque son de las
cosas que yo he aprendido de D. Giuss. He aprendido muchas más, pero lo que el
Señor quiere para nosotros no es algo añadido a nuestra humanidad, sino es
justamente esa humanidad verdadera que no nos es posible a nosotros construir,
que sólo Cristo construye cuando nosotros lo acogemos en nuestro corazón. Y lo
construye en medio de nuestra debilidad, de nuestra flaqueza, de nuestras
torpezas, de tantas pequeñeces… pero nunca nos abandona. Nunca nos deja, nunca
se aleja de nosotros, aunque nosotros nos alejemos de Él.
También recuerdo, no hace mucho, una frase de San Pablo: “Si somos infieles, Él permanece fiel”, porque no puede negarse a Sí mismo. Dios, que es Amor, y un amor infinito y un amor infinitamente fiel, tendría que negarse a Sí mismo para dejar de ser fiel a nosotros, para dejar de estar a nuestro lado, para dejar de estar en nosotros, con nosotros, y para dejar de estar en este mundo. Por mucho que nos parezca que en este mundo está Dios ausente, no lo está. Si este mundo está hecho del Verbo de Dios y está hecho para el Verbo de Dios.... Que nosotros los hombres nos hayamos alejado, nos alejemos de Él, y no seamos capaces de verlo; o construyamos un mundo que no sea según el designio de Dios, no hace que Dios no esté, no hace que el Señor no esté en todas las cosas y en todos. De una manera que tomar conciencia de ello, ciertamente también alegraría nuestro corazón de raíz y cambiarían muchas cosas en nuestra mirada y en nuestros juicios sobre el mundo en el que estamos y sobre nosotros mismos también.
Que el Señor nos conceda la gracia de ser fieles al
don que se nos ha hecho en la paternidad de D. Giuss y de ayudarnos unos a
otros a crecer en esa filiación que nos descubre claves esenciales. Él dijo, en
la foto que salía en las noticias de la diócesis donde se hablaba de la foto de
él en su último encuentro con el Papa, “no he querido más que poner de
manifiesto algunos rasgos esenciales de la experiencia cristiana”. Esos rasgos
esenciales, que tienen tanta y más actualidad hoy que cuando él lo decía,
aunque el mundo haya cambiado mucho, nos dan la posibilidad de encaminarnos en
el seno de la Iglesia hacia una vida gozosa y plena como la que el Señor quiere
para nosotros y para todos los hombres.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
25
de enero de 2020
Iglesia parroquial del Sagrario-Catedral (Granada)