Imprimir Documento PDF
 

Dios, el verdadero centro de nuestro anuncio

Homilía de Mons. Javier Martínez en la Santa Misa con motivo de la Jornada de Vida Consagrada, que se celebró el 31 de enero, en la iglesia parroquial del Sagrario-Catedral.

Fecha: 31/01/2020


Pues es un día precioso (…). Si yo pienso en que en este momento quisiera como daros a todos un mensaje que corresponda verdaderamente a lo que estamos celebrando y también al lema que nos propone el Santo Padre de la esperanza de un mundo verdaderamente necesitado y herido de muchas maneras, nos invita eso mismo a adentrarnos en el Misterio de la Encarnación del Hijo de Dios y quisiera decirlo con palabras muy sencillas. Yo sé que todos los que estáis aquí, en historias diferentes, con carismas distintos, con historias institucionales muy diversas y tradiciones de vida religiosa también diferentes, también seglares que habéis consagrado vuestra vida… Todos habéis dado vuestra vida al Señor. Pero la raíz de ese don es que el Señor ha dado antes, se ha dado a Sí mismo a nosotros. Un rasgo de nuestro cristianismo moderno es el énfasis permanente, y yo creo que también un rasgo de nuestra decadencia como cristianos y probablemente también tenga que ver con los problemas vocacionales que tenemos tanto de sacerdotes diocesanos con la vida consagrada, es el énfasis que durante casi siglos ya, ponemos tantas veces en lo que nosotros hacemos por Dios, en lo que nosotros tenemos que hacer por Dios. Tanto subrayamos eso que, al final, Dios parece un pobre misericordioso que le dan a uno ganas de darle una monedita como al Señor que está aquí en la puerta del Sagrario y como que está esperando a que nosotros hagamos algo por él, ¿no?

 

Hay una soberbia muy grande en eso de pensar… Dios mío, no os estoy llamando soberbios, me lo llamo a mí si acaso. Pero hay una pretensión muy típica del hombre moderno de pensar que nosotros hacemos cosas por Dios. Si nada podemos hacer que Él no nos conceda primero el hacerlo…, que no nos dé primero el hacerlo. Péguy decía que antes que ninguna imitación de Jesucristo, está la imitación pavorosa que Dios ha querido hacer de nosotros en la Encarnación de Su Hijo. Antes de ningún acto de amor que yo pueda hacer por Él, de sacrificio, de entrega, de reparación, de ofrenda… es Él quien se ha ofrecido y ha ofrecido Su vida por nosotros. Es quien se ha hecho compañero nuestro de camino, como tantas veces le gustaba decir a San Juan Pablo II: “Compañero de cada uno, de cada hombre y de cada mujer, en el camino de la vida”. Pero nosotros hemos sentido Su Compañía con una fuerza tal que ha despertado en nosotros un amor que sólo se puede llamar esponsal y que hace visible el Misterio de la Iglesia Esposa de Cristo.

 

Subrayamos demasiado, hasta en nuestros cantos… Me gustaría que alguien que esté estudiando teología y cerca de hacer la tesina que analizara los cantos del Cantoral y los comparase con los cantos de la Iglesia antigua y simplemente subrayar en qué diferencia cómo los cantos que cantamos nosotros ahora normalmente, el sujeto casi siempre somos nosotros y Dios pasa a ser una tercera persona: “Nosotros nos reunimos”, “nosotros hemos venido”, “nosotros te presentamos”, “nosotros hacemos cosas…”. Y Dios está siempre ahí, claro, evidentemente, pero en el momento en que somos nosotros el centro del canto Dios está ahí pero de una forma marginal. Y en nuestras vidas termina estando de una forma marginal y en la vida del mundo está ya, desde hace mucho tiempo, de una forma marginal. Si lo que tenemos que cantar son las “magnalia dei”, son las acciones de Dios por nosotros. Lo que Dios hace por nosotros, lo que Dios ha hecho, lo que no deja de hacer, lo que Jesucristo vivo y resucitado nos ofrece y nos da.

 

Cuando el Hijo, en Su humanidad, se presenta al Padre, está ofreciéndonos ya a nosotros la vida, está ofreciéndonos a nosotros la nueva vida que Él trae, que inaugura, que inicia, como Hijo de Dios. El camino nuevo por el que va a guiar a un pueblo nuevo, verdadero pueblo de Dios. Que no tenga un corazón de piedra, sino un corazón de carne, con el que el Señor ha sellado una Alianza nueva y eterna, como recordamos cada vez en la Eucaristía.

 

Es importante hacer el examen de conciencia… Ayer leíamos la parábola del sembrador y es legítimo; cómo no va a ser legítimo que uno piense “Señor, yo soy de las zarzas, de los que la semilla ha caído al borde del camino, de los que la semilla tropieza y se encuentra con piedras”. Es inevitable, pero no es eso lo importante. Lo importante es que la Palabra de Dios termina siempre, a pesar de muchos obstáculos que encuentre, produciendo fruto. Siempre produce fruto: al treinta, al sesenta, al ciento por uno.

 

Si lo que proponemos, si lo que comunicamos, es lo que nosotros tenemos que hacer por Dios o lo que nosotros hemos hecho…, hasta en los mismos Sacramentos yo pienso hasta qué punto habíamos llegado a pervertir el sentido del cristianismo cuando hemos llegado a convertir las Confirmaciones en una especie de puesta de largo de compromiso que nosotros hacemos por Dios cuando el Sacramento es eso. Los Sacramentos son siempre regalos de Dios y Dios no nos regala cosas; se regala a Sí mismo en todos los Sacramentos. Es Dios quien Se nos regala a nosotros. Es Dios quien Se nos da a nosotros. Es eso lo que nos hace cantar de alabanza y de gozo la Presencia viva del Señor.

 

Dios mío, que ese gozo, que esa frescura… acordaos del profeta Oseas, cuando el Señor se enfada porque el Pueblo de Israel no daba fruto y había sido infiel a la Alianza y luego, al final, termina diciendo: “La seduciré de nuevo, la llevaré al desierto, le hablaré al corazón”. Señor, háblanos al corazón, ven a nosotros, introdúcete en este templo que Tú mismo has hecho. Igual que el templo de Jerusalén, ese templo que es Tu Iglesia, que somos cada uno de nosotros, introdúceTe hasta el fondo de nuestro ser de forma que los hombres, viéndonos a nosotros, puedan reconocer Tu Gracia, Tu Misericordia, por nosotros y por nuestra vida será alabanza.

 

(…)

 

Corregir una tradición muy arraigada en la tradición popular no es nunca fácil. Me voy a meter en un charco, pero ¿me queréis decir qué pinta esa alusión a la espada que va a atravesar el corazón de María en un contexto justamente de alabanza porque la Redención ha venido a nosotros? El texto de esa frase -“En cuanto a Ti, una espada Te atravesará el alma”- es un texto de los más enrevesados, complicados y difíciles de entender del Nuevo Testamento. Gramaticalmente no cuadra en griego de ninguna manera, está lleno de dificultades. El texto no habla realmente cuando uno puede comprender las dificultades y retrotraer al sustrato arameo… San Lucas escribía un griego estupendo, pero una de las mejores garantías que tenemos de que todo el relato de la infancia provienen de la comunidad palestina es que el griego de San Lucas, que es estupendo y que lo sabe él escribir estupendamente y que era su lengua nativa, en cuanto –pasa también en la Pasión, bastante, pero sobre todo en el Evangelio de la infancia– está lleno de arameismos y de semitismos que no se explican desde el griego, que se explican porque ha recogido -como él dice, “he recogido de los testigos oculares y de los ministros de la Palabra todo con cuidado”-, y lo ha recogido como le ha llegado a él, y lo ha mantenido.

 

El texto no habla de que la Virgen le va a atravesar con una espada el alma. Si todo el contexto es un contexto de alabanza. Cristo entra en el templo y la salvación ha llegado: “Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz”. Es un aleluya. ¿Qué pinta en ese aleluya? ¿De qué espada está hablando? De una espada que había a la entrada del Paraíso. Y lo que dice, y las versiones arameas más antiguas del Evangelio lo confirman, es la Virgen la que empuña la espada, que es la Palabra de Dios. “¡En cuanto a Ti, Tú misma apartarás la espada, la espada que nos tiene cerrada la entrada del Paraíso!”, el ángel que el Señor había puesto para que nadie entrase en el Paraíso. Eso es lo que el Evangelio dice. Sé que es muy difícil. El mundo está lleno de imágenes de la Virgen con las espadas en el corazón y hay probablemente también hasta alguna congregación religiosa que se llama en virtud de esas espadas, quizás pasionistas, pero os aseguro que no es lo que dice San Lucas. “Tú misma, blandiendo Tu espada, apartarás la otra espada que nos cerraba el camino y la puerta del Paraíso”, y esa espada que la Virgen blande en Su mano es nada menos que el Hijo de Dios, la Palabra hecha carne y la Palabra hecha carne es la que aparta justamente… Después habrá otra lanza que abrirá el Paraíso y que, de nuevo en las versiones arameas de la Biblia, no habla de lanza y aquí de espada, sino “la espada del centurión que abre el costado de Jesús en la cruz”. Esa espada del centurión abrió las puertas del Paraíso y derramó sobre el mundo los Sacramentos de la Iglesia, y está en relación con la espada de la Virgen. Es, por lo tanto, un texto lleno de alegrías sin sombras de ninguna clase.

 

La Pasión no es una sombra. Es el culminar de la Encarnación del Hijo de Dios. Pero en este momento estamos hablando de lo que el Hijo de Dios hace en nosotros. Esto es un pequeño detalle, pero estando vosotros no me parecía honesto no explicar esa dificultad y no deciros cuál es la solución. Hay ríos de tinta escritos sobre esa frase y los tenéis todos en un librito que se titula “La espada que abrió el Paraíso”. Pero sí que me parece un cambio esencial el enfatizaros, el decir con toda la fuerza “¡tenemos que cambiar!, tiene que haber un cambio, tiene que haber un retorno a Cristo como verdadero centro de nuestro anuncio”. Dios como el verdadero centro de nuestro anuncio y ese Dios está en nosotros, también cuando hemos perdido la perspectiva de que Dios está en nosotros hemos tenido más tentaciones de llenar nuestras iglesia de signos un poco idolátricos. ¿Por qué? Pues, porque no hay dónde mirar y no queda más remedio que revestir lo cristiano de otros signos, cuando el signo de que Cristo está vivo sois vosotros. Nunca, ninguna imagen, ningún adorno, ningún dorado… ¡nada!

 

Me he acordado del padre del eurocomunismo que decía que hoy no era necesario perseguir a la Iglesia, bastaba con dejar que se convirtiera en un museo. Bueno, pues vosotros, yo miro vuestras caras y no sois un museo ni a dejarnos convertir en un museo. Somos el testimonio de que Cristo vale una vida humana y no sólo eso, sino que la plenitud de nuestra humanidad florece justamente, tengamos los años que tengamos, cuando Cristo es el centro de nuestras vidas y de nuestros corazones y de nuestra actividad y de nuestros deseos; cuando verdaderamente le dejamos que llene, que penetre, que inunde nuestra humanidad, que inunde nuestra vida, es entonces cuando nuestra vida florece. Y eso es lo que Le pedimos al Señor: que podamos florecer en este mundo nuestro a la medida de Su Gracia, que es una medida sin límites. A la medida de Su Misericordia con nosotros, pero que no nos prediquemos a nosotros mismos, que prediquemos simplemente al Señor.

 

Yo he estado estos días participando de esta iniciativa educativa que se llama Scholas Ocurrentes con 260 niños y niñas (bueno, ¡adultos!, de 14 y 15 años), y uno ve en sus rostros… No todos eran cristianos, no todos eran hijos de familias de Iglesia, había incluso un grupito de niñas musulmanas. Eran de colegios muy diferentes, de grupos sociales muy distintas, de orientaciones pedagógicas muy diversas… Todos coincidían en una cosa: la urgencia y la necesidad de ser amados por sí mismos, y no ni por las notas que sacan, ni por las cualidades que tienen, ni por lo útiles que pueden ser a la Iglesia, a la parroquia o a la congregación. Por sí mismos, sin ninguna condición. Ellos no han usado la Palabra Dios, pero lo han dicho todos. De una manera o de otra, no lo han dicho directamente, pero cuando estaban diciendo las cosas que decían, estaban diciendo: “Tengo hambre de Dios, tengo hambre de Dios…”. Se mueren de hambre de Dios delante de nosotros. Y nosotros tenemos las iglesias vacías, y los chicos se mueren de hambre de Dios. Lo dicen de otra manera, no lo dicen así, evidentemente. Tendrían que haber pasado por todas las catequesis que hemos pasado nosotros, todos los cursos de formación que hemos pasado nosotros, haber aprendido nuestro lenguaje durante años, para poder decir “tengo hambre de Dios, estoy viviendo un tiempo de más sequedad…”. Pero gritaban, “quiero que me quieran, quiero que alguien me quiera”.

 

Una niña llevaba pintada en el brazo un tatuaje y el tatuaje decía “abuelo, eres mi única compañía”. No hace falta decir cuál era la situación de la familia de esa niña. Claman. El mundo clama. Es verdad que hay situaciones de una pobreza, hay situaciones que ahora el mundo entero está lleno de ellas, desde Australia, que era uno de los países más ricos del mundo…, pero a la gente que le hayan incendiado sus casas o sus tierras, decidme en qué situación están. Por estos chicos nuestros, y me daba igual que fueran de colegios privados o públicos de la zona norte, o concertados, coincidían todos en lo mismo: la educación que recibimos no nos sirve, porque es como querer construir el piso 10 de un edificio cuando no se ha construido el primero. Y como eso no tiene por qué sostenerse y no hablo sólo de los colegios, hablo igual de las parroquias, igual de nuestras comunidades eclesiales, igual de nuestros espacios. Señor, y sin embargo, tenemos el secreto de la esperanza del mundo: eres Tú. No somos nosotros, por supuesto que no. Eres Tú. Tenemos el secreto de la alegría. (…)

 

Señor, Tú que te has querido dar a nosotros, llena nuestros corazones del ardor de los primeros días, llénanos de nuevo y que podamos, al renovar ahora nuestra consagración, ser conscientes de que no hacemos más que ponernos en Tus Manos, para que Tú hagas de nuestras vidas instrumentos de Tu amor por este mundo que ya no Te conoce, que se muere de hambre de Ti, pero que no sabe si tiene hambre de Ti. Si supiera que tiene hambre de Ti ya Te habría encontrado, pero no lo sabe, piensa que tiene hambre de más pasteles, de más fiestas, de dinero, de sexo… de cualquier cosa. Pero lo que tiene es de Ti, hambre de Ti, se muere de hambre de Ti y de ser querido como Tú has hecho nuestro corazón, para ser queridos por Ti, con un amor bueno, bello, infinito, lleno de afecto y de respeto al mismo tiempo, lleno de un reconocimiento del misterio que somos cada uno.

 

Que puedan percibir en nuestra mirada, en nuestros ojos eso. Y no hacen falta campañas vocacionales, os lo aseguro, ni programas muy complicados de evangelización. Nada. Así creció la Iglesia los primeros siglos y así tenemos, si el Señor nos da la gracia, que volver a crecer hoy.

 

+ Javier Martínez

Arzobispo de Granada

 

31 de enero de 2020

Iglesia parroquial Sagrario-Catedral

(Granada)

 

arriba ⇑