Homilía en la Santa Misa funeral de D. Juan Bautista Arroyo, sacerdote diocesano, director del Grupo ARAL, que falleció el 1 de febrero.
Fecha: 01/02/2020
Queridísima Iglesia del Señor, Esposa amada de Jesucristo, Pueblo Santo de Dios; muy queridos sacerdotes concelebrantes (nos hemos reunido en tan gran número que casi parece la Misa Crismal. Y ese gesto mismo es un reconocimiento de la dimensión sacramental de nuestro ministerio, en concreto del ministerio del “Bauti”);
Querida mamá, queridos hermanos, queridos hijos, hermanos, amigos, del Grupo
Aral y de la comunidad que ha acompañado al “Bauti” a lo largo de su camino por
este mundo:
Insisto,
nuestra presencia aquí tiene que ver con la piedad, tiene que ver también con
la sorpresa. Ayer por la tarde personas hablaron con “Bauti”, nadie esperaba
que unas horas más tarde tuvieran que recibir la noticia de que había
fallecido. Yo puedo daros el testimonio de que él sabía que moría. Cuando vino
a esta casa después de venir al PTS, alguien me comentó que en la casa se
estaba empezando a poner malo otra vez y dijo “yo creo que es que me ha llegado
la hora de cambiar de casa”. Eso es un frase que pone muy de manifiesto su
conciencia de que le llegaba la hora de irse a otra casa. Pero no a otra casa
que no fuera la de Peligros, sino a la Casa del Padre, a la Casa donde todos
aguardamos ser recibidos con los brazos abiertos por la misericordia de Dios.
El otro signo es que la penúltima palabra que dijo, cuando alguien le preguntó
si tenía miedo a morir, dijo “no, no tengo miedo”. Muy propio del “Bauti”.
Pero, veréis, delante de la muerte eso es una confesión de fe que vale mucho
más que nuestros Credos hechos rutinariamente.
Mi
homilía esta tarde no puede ser una homilía, y vosotros habéis perdido a un
hermano y a un compañero, y alguien a quien es evidente que apreciáis y muchos de
nuestros fieles se han beneficiado sencillamente de sus musicales.
Nuestro
gesto tiene que ver con la gratitud que uno siente por quien te ha ayudado a
sostenerte en la fe, en la esperanza, en la esperanza del Cielo, de nuestro Hogar
definitivo. Sin embargo, todo lo demás sería un entretenimiento absurdo, que no
merecía ni los enfados del “Bauti”, ni la seriedad con la que preparaba los
textos o la música de las canciones, o las luces del escenario, o lo que
hiciera falta, para que todo contribuyese, ¿a qué? A nuestra fe, a que creciera
nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor mutuo.
De
los momentos más bellos de comunión que yo he vivido en la diócesis, gente de
todas clases, de muchos grupos, de muchas comunidades, con estilos muy
diferentes, congregaciones religiosas de muy distintos carismas han sido
precisamente las representaciones en el Palacio de Congresos. Tengo que decirlo
con toda sencillez y con toda verdad. Yo no puedo hacer hoy una homilía, sí que
puedo dar un testimonio y quiero dar un testimonio muy breve de algunas cosas.
Una,
el Señor dijo “por sus frutos los conoceréis”. Ningún árbol malo da frutos
buenos, y ningún árbol bueno da frutos malos. Yo conozco, no muchos, pero
conozco bastantes de los frutos del ministerio del “Bauti” por eso te decía a
ti, a la mamá, que nada de que se te han acabado los motivos para vivir; has
cuidado del agricultor, te toca cuidar del campo. Porque el campo te sigue
necesitando, así que ni se te ocurra pensar en que tú no tienes nada que hacer
aquí, ¿vale? Pero hay que seguir cuidando del campo, tú me entiendes.
Pero,
“por sus frutos los conoceréis”. Os cuento una anécdota muy sencilla. Uno de
los días difíciles en mi ministerio, particularmente difícil, yo había estado
despierto casi toda la noche, eran alrededor de las 7 de la mañana, suena mi
teléfono y me encuentro con este whatsapp: “’Dadme muerte, dadme vida, dad
salud o enfermedad, honra o deshonra me dad, dadme guerra o paz crecida,
flaqueza o fuerza cumplida que a todo digo que sí, ¿qué mandáis hacer de mi?’. Me
uno a estas palabras de Santa Teresa en estos momentos. Siendo siervos del
Señor, ¿qué podemos tener? Un abrazo, cuente con mi oración”. Era un miembro de
la comunidad del “Bauti” y de los jóvenes.
Si
uno puede tener la sensibilidad de hacerle llegar esto a una persona con la que
tienes un poquito de relación, un poquito de cariño, indica bendito “Bauti”,
bendita obra. Y como éstas podría contar docenas de anécdotas. El Papa
Francisco habla de una Iglesia en salida. El “Bauti” era una Iglesia en
permanente salida, era una Iglesia misionera itinerante, era una Iglesia que lo
que le era difícil era entrar pero salir… Y no es que se lo pasaran mal, se lo
han pasado muy bien. El Señor quiere que lo pasemos bien (…)
Un
hombre apasionado. “Por sus frutos los conoceréis”. Hay una solidez, y una
verdad, y una sencillez en ese fruto (…) Cuántos protagonistas y cuántas
protagonistas ha habido en las obras del “Bauti”. Y al año siguiente, a lo
mejor los protagonistas están encendiendo las luces o recogiendo los baúles, no
hay ninguna búsqueda, no hay una educación para el protagonismo, sino para la
comunidad, para el ser los unos miembros de los otros, porque todos somos
miembros tuyos Señor; porque somos miembros del único Cuerpo de Cristo. Ese es
mi testimonio. O el primer punto de mi testimonio.
El
segundo es más sencillo de dar. Cuando yo vine a Granada alguien me dijo: “Hay
por aquí un cura que se dedica al teatro” (…) Yo os he seguido y nunca habéis
hecho teatro, no es teatro lo que hacéis, es mentira, nunca. Nadie. Yo les
preguntaba después de las representaciones más de una vez, ¿cómo puedes decir
lo que dices y cantar lo que cantas? Varias de las personas que han intervenido
y que han actuado me decía. “Yo lo hago para el Señor, le digo al Señor lo que
le digo en el escenario sino me moriría, es que no sabría estar allí ni dos
minutos”. Si hacer teatro significa tener pose, eso no lo habéis hecho jamás.
Vosotros habéis anunciado un evangelio que os habéis esforzado en anunciar y en
vivir. Eso es una gracia para vosotros y para quienes estamos aquí, y lo ha
sido para muchas personas en nuestra diócesis. Y fuera de la diócesis. En Toledo, en Madrid,
en Alba de Tormes, donde habéis ido habéis llevado al Señor y la alegría del
Señor.
No
era teatro. Nunca ha sido. Habéis contribuido a la misión de la Iglesia, que es
de todos y, además, lo hacíais entre todos y es una evangelización de la que
todos somos sujetos primarios, o colaboradores, sujetos pasivos o así. La
última reflexión tiene menos de testimonio pero yo quiero decírosla, a todos
los que estáis más cerca del “Bauti”; pero quiero decirla a todos, porque todos
tenemos personas que nos han dejado, todos tenemos difuntos, a lo mejor hemos
perdido a nuestros padres, o hemos perdido a un hijo. Es evidente que en estos
momentos es cuando uno percibe el valor de la fe (…).
Si
la fe sirve para que uno pueda tener paz, ya sirve más que ningún producto que
se pueda vender en el mercado. Eso hace perfectamente tangible, humano,
carnalmente humano, que “Tu Gracia vale más que la vida”.
Ahora
el “Bauti” está más cerca de nosotros que ayer. Nuestra condición, gestos, caricias,
apretones de manos, todo lo que hacemos lo hacemos con el cuerpo, hasta pensar
pensamos con el cuerpo, pensamos con palabras, no podemos pensar sin palabras.
Las palabras es algo que hemos aprendido y es algo corporal. E imaginamos con
imágenes. Sólo podemos imaginar a partir de las imágenes que hemos visto, por
lo tanto, toda nuestra vida mana y está vinculada con el cuerpo. El cuerpo nos
une; es instrumento para que el yo se pueda comunicar con el tú y hacer un
nosotros, y vivir nuestra vida de comunidad. Pero, al mismo tiempo, nos separa;
ni los esposos que más se quieran pueden decir que son uno. No lo son. Desean
serlo, les gustaría serlo, a veces lo son en una unión de espíritu y de
comunión de vida particular, pero son momentos especiales en la vida y nunca
duran y nunca son plenos. Nunca son plenos, aunque muestren la luz de una
plenitud posible que anhelamos y que nunca realizamos en esta vida.
La
comunión de los santos forma parte del Credo y hoy el “Bauti” está más cerca de
nosotros de lo que podía estarlo ayer. Hoy, al comulgar del Cuerpo de Cristo,
vivir una comunión entre nosotros que sea expresión de ese Cuerpo de Cristo y
de esa comunión en el Cuerpo de Cristo somos uno de una forma; somos hechos
miembros los unos de los otros de una forma que no rompe la muerte. La muerte
no rompe el cuerpo de Cristo. Cuando rezamos en las misas por nuestros
difuntos, cuando rezamos y le pedimos a la Virgen y a los santos, y los ponemos
como intercesores y le pedimos, lo primero de todo, que haga de nosotros un sólo
Cuerpo y un sólo Espíritu es porque el cuerpo de Espíritu Santo es uno y nos
hace uno. Y “Bauti” está con nosotros, con cada uno de nosotros y aquellos que
nos han precedido en la fe, y los sacerdotes que nos han educado en la fe y
nuestros padres que, a lo mejor, nos enseñaron a rezar y nos educaron en la fe,
no se rompe nuestra unión (…)
Si
apenas nos conocemos; si apenas conocemos la realidad, pero que la unión de la
comunión de los santos es más fuerte que los vínculos del cuerpo y de la sangre
os los aseguro. Que es la más fuerte unión que puede haber os lo aseguro. Por
lo tanto, no perdemos nunca a nadie. Jesús lloró en la muerte de su amigo
Lázaro, y lloró porque lo quería y lo iba a resucitar, le iba a devolver por un
tiempo la vida, por un tiempo, porque Lázaro moriría después, no era la resurrección
de los muertos. Por lo tanto, es legítimo llorar y sufrir, pero no perder la
esperanza o dejarse vencer por la tristeza, o perder la paz, porque “Bauti”,
como todos nuestros hermanos y hermanas que forman parte del Cuerpo de Cristo,
somos una sola cosa. Y podemos estar más unidos cuando no estamos separados por
el Cuerpo, sino unidos sólo en la comunión del Cuerpo de Cristo que cuando
estamos unos junto a otros. Yo sé que
esto os cuesta muchísimo creerlo, lo hemos perdido de tal manera del horizonte
de la fe que hasta yo dudaría si nosotros mismos, sacerdotes, somos capaces de
creérnoslo. Pero si no somos capaces de creernos esto, no somos cristianos.
Seremos personas, más o menos buenas, de inspiración cristiana, procuraremos
portarnos bien, pero no somos cristianos.
Señor,
Te damos gracias por el “Bauti”, que nos permite hoy hablar así y entender este
mensaje, y oír este mensaje. Buscad las palabras de Dios que acabamos de
escuchar: “Fortaleced vuestra vida”. Son preciosas. Hay una de ellas tremenda
que yo cada vez que la oigo: “Si somos infieles, también Él permanece fiel
porque no puede negarse a Sí mismo” (…).
“Bauti”
tenía una gracia de Dios que es muy grande, que es una gracia muy muy grande, y
es que no ocultaba sus defectos como solemos hacer los seres humanos, que todos
tendemos a ocultarlos. No sólo no los ocultaba, sino que era capaz de reírse de
ellos. Eso se llama libertad de los hijos de Dios y es lo contrario del “fariseísmo”
y de la hipocresía. Y eso es una cosa preciosa y un don de Dios singularísimo.
Ni los ocultaba, ni hacía nada porque no se le notaran. Sencillamente le daba
igual, estaba en paz consigo mismo y con el Señor.
Que
el Señor nos conceda algo de esa libertad. El Evangelio terminaba diciendo
“como el Padre me envió, así os envío yo a vosotros”. Me dejáis sembrar en
vuestros oídos estas últimas palabras. Como el Padre envió al “Bauti” para
nuestro bien, cada uno de nosotros podríamos sentirnos enviados, los sacerdotes
como sacerdotes, los fieles como fieles, miembros de un único cuerpo para
mostrar con nuestra alegría, con nuestras relaciones humanas por la calle, por
donde vayamos, en la tienda, donde sea, que somos hijos de Dios. Hijos libres
de Dios, porque nos ha liberado Jesucristo.
+ Javier Martínez
Arzobispo
de Granada
1 de
febrero de 2020
Parroquia
de Peligros
(Granada)