Homilía de la Santa Misa el martes en la III semana de Cuaresma, víspera de la Solemnidad de San José, en la iglesia parroquial del Sagrario-Catedral.
Fecha: 18/03/2020
Yo creo que con los días de esta semana que llevamos confinados en nuestras casas y en nuestros lugares de trabajo, raro será que todos nosotros no conozcamos algunas personas que están en cuarentena, algunas personas que han perdido a lo mejor a su madre, o a un familiar, o a un amigo, o que no hayamos oído incluso a través de los medios de comunicación situaciones similares, desgracias similares. En cada Eucaristía, en estos días los vamos a tener muy presentes en nuestra oración, hay que orar por los difuntos, pero orar también por esos familiares que no han podido despedirse de sus seres queridos, o que no han podido ni siquiera decirles adiós o darles un beso, o no han podido asistir a su funeral porque vivían en otra ciudad. Todos nos unimos en el Cuerpo de Cristo y todos nos unimos de una manera especial en la oración y en la Eucaristía. Que los tengamos muy presentes en la oración de estos días. También que los tengamos presentes cuando estemos en casa solos o cuando estemos orando. Que oremos por los nuestros y oremos por todos aquellos que son víctimas.
Yo pienso que es verdad
que a lo mejor nos faltan –seguramente– medios médicos para atender a todas las
personas que padecen el coronavirus, pero cuando uno ve el mapa de por dónde
está extendido, pienso en las personas que viven en Ecuador, Brasil, Etiopía, y
que no tienen ningún tipo de protección médica. En Arabia Saudita, en Irán, en
tantos sitios que por eso hay que pedirLe al Señor dos cosas: que cese la plaga
si es posible, que dé fortaleza y sabiduría a los médicos, especialmente a los
investigadores de la vacuna. Y al mismo tiempo, que nos abra a todos el horizonte
de la vida eterna sin el cual una situación como ésta se vive con desesperanza.
No es ocasión para los
cristianos de hacer apologética, es decir, hemos recibido la fe, pero la hemos
recibido sin ningún mérito nuestro. Por lo tanto, no se trata de ninguna manera
de añadir sufrimiento a las personas que no la tienen, al contrario, hay que
cubrir a todos los que conocemos, las personas con las que hablamos, de afecto,
del mismo cariño que todos necesitamos de Dios. Que nuestras vidas puedan ser
un poco del abrazo y de la sonrisa de Dios, para todos, aunque sea a través del
teléfono, a través de los medios que tenemos para ponernos en comunicación, que
gracias a Dios tenemos muchos.
Una breve reflexión
sobre la figura preciosa de San José. El Dios de la historia quiso confiar a
San José el misterio más grande, la vida de María, la vida de su Hijo Jesús
para que lo custodiara, para que lo cuidara, para que cuidara de ese Misterio.
Sin el trabajo de San José, María no habría podido hacer de madre de Jesús. Y
sin el trabajo de San José, Jesús no podría haber crecido, vivir como un
hombre, anunciarnos el Evangelio, la llegada del Reino de Dios a nuestra
historia y a nuestras vidas. Por lo tanto, el ministerio de San José es un
ministerio precioso que yo creo que se da también de una manera diferente, pero
se da de una manera singularísima también en cada familia. Custodiar y cuidar
de ese misterio de la vida que es una familia. Y cuando hablo de la familia soy
muy consciente de que la familia no es, nunca lo es en general, algo así como “la
casa de la pradera”, eso son familias ideales, probablemente falsos también.
La familia es una
realidad dramática, siempre dramática. Bellísima en su drama. Pero para la cual
necesitamos, decía C.S Lewis, el autor de “Las Crónicas de Narnia”, que la
familia es “una nave que atraviesa siempre aguas procelosas y que necesita para
atravesarlas una brújula divina”. Es cierto, es decir, hace falta la certeza de
la Presencia del Señor y de la Compañía del Señor, para que la familia no dé ocasiones
a desconfianzas, a resentimientos, a desprecios. Y en las situaciones de
dificultad como las que estamos viviendo, es verdad que sale lo mejor de
nosotros mismos y sale de hecho. En tantas ocasiones y en tantas personas, está
saliendo. Y otras veces, sale lo peor de nosotros mismos y se ven límites muy
pequeños, pero que son muy capaces de envenenar la vida cotidiana. Salen por
ahí los nervios que uno tiene, el cansancio o la dificultad que uno tiene.
PedirLe al Señor por la
intercesión de San José. Que sepamos cuidar todos, cada uno con su misión, pero
yo diría que especialmente los padres, de la vida de esa familia, del misterio
que es una madre y unos hijos, y de la grandeza de ese misterio. La vida en
familia estos días puede hacerse más dura, sobre todo si los espacios son
pequeños y los niños necesitan correr (hay que dejarlos correr de alguna
manera, sin que destrocen todo, pero que puedan correr, porque los niños
necesitan desfogarse). Si no corren, malo. Y sin que eso aumente los nervios de
todo el mundo, cada familia es un mundo y cada familia es un misterio, pero sí
que es una ocasión. Hay una institución que existe mucho en el mundo anglosajón
que se llama “homeschoolling”, la escuela en la casa. Estos días son una
ocasión estupenda para que los padres puedan hacer escuela en la casa,
enseñarles a sus hijos. A lo mejor, no saben enseñarles física, pero que les
enseñen lo que saben; lo que saben de la vida; si dibujan un poquito, que les
enseñen a dibujar; si es arquitecto, que les enseñe a hacer; si tiene piezas de
un mecano, que jueguen juntos. Si tiene buenos libros, si le gusta la lectura, que
lean cuentos a sus hijos, cuentos o novelas. Las novelas a principios del siglo
XX salían en los periódicos por entregas, las de Dostoyevski se publicaban en
periódicos e iban saliendo. Leer todos los días un capítulo de una buena novela
juntos con la familia y que alguien los lea. Practicar con los niños la
lectura, nuestros niños hoy tan acostumbrados a la imagen casi se les ha
olvidado leer, casi se les ha olvidado escribir. Pues, que aprendan a leer bien
y a declamar, pasar ratos con ellos.
Me contaba esta mañana
alguien de su familia, un marido que decía “desde que estamos encerrados en
casa estoy hablando con mi mujer y he descubierto una cosa que no sabía y es que
es una buena chica”. Me parece un comentario precioso, y son un matrimonio que
llevan casados muchos años, pero con la vida tan loca de estar todos pendientes
del trabajo, de salir adelante, de no tener ni un momento de convivencia.
También la convivencia puede resultar agotadora si no dejamos espacios para respirar.
Por eso, yo creo que tenemos más necesidad que nunca, con realismo, de
aprovechar bien este tiempo. Repito la lectura. A los niños les encantan
conocer las historias de sus padres; que cuenten las historias de cuando eran
pequeños, de cómo se conocieron, de cómo se enamoraron. No hay historia de amor
más bonita que la historia de los padres de uno, porque es de hecho la que te
interesa conocer. Eso es emplear el tiempo y los hijos aprenderán que sus
padres “son unos buenos chicos” y que también ellos están llamados a serlo, y
podrán aprender a desear ser como sus padres, y crecerán de una manera bella y
natural.
Que el Señor nos dé la
fuerza a todos. A veces, esa fuerza tendrá que ser heroica y muy sobrenatural,
porque se nos acaban las nuestras o porque somos tan frágiles y tan pequeños.
Pero el Señor no nos abandonará. Que por la intercesión de San José él sostenga
a todas las familias en este momento, en el que, además, no es un día ni dos,
sino que pueden ser momentos relativamente largos, o muy largos. Que sea el
Señor quien ensanche nuestros corazones y nuestras fuerzas, y que nos ayude a
vivir estos momentos de forma que podamos crecer en ellos, crecer en humanidad.
Yo comentaba también
hoy con alguien que lo más importante que tendríamos que poder descubrir en
este periodo y pedirLe al Señor descubrir nuestra humanidad, que es lo que Él
nos ha dado y que es lo mejor que tenemos. Y que es lo que en la sociedad donde
estábamos viviendo estábamos perdiendo a pasos agigantados.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
18 de marzo de 2020
S.I Catedral de Granada